lunes, 15 de diciembre de 2014

HOMICIDIOS JUSTIFICADOS EN EE.UU.

 

 

 


 

Lo que los departamentos de policía de los EE.UU. no quieren que sepamos

Eugene Robinson · · · · ·

La muerte de Michael Brown forma parte de una pauta trágica e inaceptable: los agentes de policía norteamericanos tirotean y matan a civiles en una proporción escandalosamente alta. ¿Cuántas muertes se producen cada año? Nadie lo sabe con seguridad, porque los departamentos de policía no quieren que lo sepamos.

De acuerdo con el Uniform Crime Report del FBI, en 2013 hubo 461 “homicidios justificados” por parte de la policía, definidos como “muerte violenta de un delincuente por parte de un agente de un cuerpo policial estando de servicio”. En todos los casos de los que se informa, con solo tres excepciones, los agentes hicieron uso de armas de fuego.

El verdadero número de tiroteos de la policía con fatal desenlace es, no obstante, seguramente mucho más alto, porque muchas fuerzas del orden no aportan datos a la base del FBI. Los intentos de los periodistas de recopilar datos más completos cotejando la cobertura de noticias locales han tenido como resultado estimaciones tan elevadas que llegan al millar de muertes al año causadas por la policía. No hay manera de saber cuántas víctimas iban, como Brown, desarmadas.

Por contraste, no hubo el año pasado tiroteos mortales de la policía en Gran Bretaña. Ni uno. En Alemania se han producido ocho muertes a tiros a manos de la policía en los últimos dos años. En Canadá, — un país con su propio “ethos” de frontera y no gran aversión a las armas de fuego  — los tiroteos suelen ser como promedio de una docena al año.

Tanto liberales como conservadores deberían sentirse indignados por la frecuencia con la que la policía recurre en este país al uso de fuerza mortífera. No hay mayor poder confiado de nuestra parte al Estado que aquel que permite quitar la vida. Por decirlo suavemente, el mal uso de este poder se contradice con el de cualquier noción de gobierno limitado.

Soy consciente de que la gran mayoría de los agentes de policía no tienen nunca que disparar sus armas de fuego estando de servicio. La mayoría de los policías se desempeñan de modo capaz y honorable en un trabajo lleno de tensión y peligro; de acuerdo con el FBI, 27 resultaron muertos en 2013. La fácil disponibilidad de las armas en los EE.UU. significa que los agentes de policía norteamericanos — a diferencia de sus colegas de Gran Bretaña, Japón y otros países en los que existe un control de armas adecuado — deben tener en  mente la posibilidad de que casi cualquier sospechoso pueda llevar metal encima.

Pero se mire como se mire, algo hay que anda mal. Tal vez la formación que se da a los agentes es la inadecuada. Acaso los procedimientos que siguen son erróneos. Quizás la mentalidad del “nosotros contra ellos” separa a algunos departamentos de policía de las comunidades que han jurado proteger.

Sera cual fuere la razón, resulta difícil huir de la conclusión de que la policía de este país se da mucha prisa en disparar. Hemos visto los descorazonadores resultados muy recientemente en el tiroteo mortal de Akai Gurlev, de 28 años, un hombre desarmado que no era sospechoso de crimen alguno, en el hueco de la escalera de un bloque de viviendas sociales en Brooklyn, y la muerte de Tamir Rice, un niño de 12 años que blandía una pistola de juguete en un parque de Cleveland. Lo que me lleva a la cuestión racial. El diario USA Today ha analizado las estadísticas de “homicidios justificados” del FBI a lo largo de varios años y ha descubierto que, de unas 400 muertes anuales aproximadamente a manos de la policía, una media de un 96% implicaban un agente de policía blanco que mataba a una persona negra.

Hace dos años, D. Brian Burghart, director y editor de la News & Review de Reno (Nevada), lanzó www.fatalencounters.org, una ambiciosa tentativa de recopilar una base de datos totalizadora a partir de múltiples fuentes sobre tiroteos de la policía con resultado de muerte. La cobertura de la muerte en octubre de 2012 de un estudiante universitario desnudo y desarmado a manos de la policía de la Universidad del Sur de Alabama le hizo preguntarse a Burghart cuántos tiroteos de ese género se producían; el hecho de que nadie supiera la respuesta le determinó a encontrarla.

Burghart resumía recientemente lo que lleva aprendido hasta ahora: “¿Saben ustedes quiénes son los que mueren en las zonas más densamente pobladas? Hombres negros”, escribió en Gawker. “¿Y saben quiénes son los que mueren en las zonas de menor densidad de población? Enfermos mentales varones. Esto no significa decir que no haya delincuentes peligrosos y desesperados muertos en estas circunstancias. Pero los afroamericanos y los enfermos mentales suponen un elevado porcentaje de la gente a la que mata la policía.

Burghart y otros que han intentado contar y analizar los tiroteos de la policía no tendrían que hacer el trabajo del FBI. Se debería exigir a todos los cuerpos policiales y de orden público que informaran al FBI de todos los casos de recurso a una fuerza letal, utilizando un formato normalizado que permita comparaciones y análisis. Los departamento de policía que no tienen nada que esconder deberían estar deseosos de colaborar.  

La administración Obama ha sido loablemente contundente al presionar a aquellas ciudades con tasas atrozmente elevadas de tiroteos policiales, como Albuquerque (Nuevo México), para que introduzcan reformas. Pero nadie puede realmente aprehender el problema mientras no conozcamos su verdadera envergadura.

El caso de Michael Brown presenta problemas que van más allá de la raza. A un adolescente desarmado lo mataron a tiros. Sea cual fuere su color, el caso es que eso está mal.

Eugene Robinson (1955) es comentarista político de televisión y periodista desde 1980 del diario norteamericano The Washington Post, en el que desde 2005 escribe una columna de opinión por la que ganó el Premio Pulitzer en 2008 cubriendo la campaña presidencial. Afroamericano nacido en Carolina del Sur, entre sus libros se cuenta Coal to Cream: A Black Man’s Journey Beyond Color to an Affirmation of Race [De carbón a crema: el viaje de un hombre negro más allá del color hacia la afirmación de la raza]  (1999) Disintegration: The Splintering of Black America  [Desintegración: el astillamiento de la Norteamérica negra] (2010) y un volumen sobre Cuba Last Dance in Havana: The Final Days of Fidel and the Start of the New Cuban Revolution [Último baile en La Habana: los últimos días de Fidel y el inicio de la nueva revolución cubana] (2004)

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