lunes, 13 de abril de 2015

El equilibrio de terror. ¿Quién teme la gran bomba de Irán?

 

 

EL HONGO ATÓMICO

Uri Avnery · · · · ·

Debo comenzar con una confesión sorprendente: No tengo miedo de la bomba nuclear iraní.

Sé que esto me convierte en una persona anormal, casi un bicho raro.

¿Pero qué otra cosa puedo hacer? Soy incapaz de sentir miedo como lo siente un verdadero israelí. Por más que trate de intentarlo, la bomba iraní no me vuelve histérico.

Mi padre me enseñó a resistir el chantaje: imagina que la terrible amenaza del chantajista ya se ha producido. Entonces le puedes responder: ¡Vete al infierno!

He intentado seguir este consejo muchas veces y lo he encontrado sensato. Así que ahora lo aplico a la bomba iraní: Me imagino que lo peor ya ha sucedido: los terribles ayatolás ya tienen las bombas que pueden erradicar el pequeño Estado de Israel en un minuto.

¿Y qué?

Según los expertos extranjeros, Israel tiene varios cientos de bombas nucleares (las estimaciones se sitúan entre 80-400). Si Irán lanza sus bombas y destruye la mayor parte de Israel (yo incluido), los submarinos israelíes borrarían del mapa a Irán. Piense lo que piense sobre Binyamin Netanyahu, estoy seguro de que él y nuestros jefes de seguridad mantendrán nuestra capacidad de «respuesta» intacta. La semana pasada fuimos informados de que Alemania había enviado otro submarino de vanguardia a nuestra marina para este propósito.

Algunos israelíes idiotas —y hay unos cuantos— responden: «Sí, pero los líderes iraníes no son personas normales. Están locos. Son fanáticos religiosos. Se arriesgarían a la destrucción total de Irán para destruir el Estado sionista. Como si fuera un intercambio de reinas en el ajedrez».

Tales convicciones son el resultado de décadas de demonización. Los iraníes —o al menos sus líderes— son vistos como criminales infrahumanos.

La realidad nos muestra que los líderes de Irán son políticos muy sobrios, muy calculadores. Prudentes comerciantes al estilo de los bazares iraníes. No toman riesgos innecesarios. El fervor revolucionario de los primeros días de Jomeini terminó hace mucho, e incluso Jomeini nunca habría pensado en hacer algo tan cercano a un suicidio nacional.

Según la Biblia, el gran rey persa Ciro permitió a los judíos cautivos en Babilonia regresar a Jerusalén y reconstruir su templo. En ese momento, Persia ya era una civilización muy antigua —tanto a nivel cultural como político.

Después del «regreso de Babilonia», la comunidad judía de Jerusalén vivió durante 200 años bajo un protectorado persa. En la escuela me enseñaron que aquellos fueron unos años felices para los judíos.

Desde entonces, la cultura y la historia persa han perdurado durante otros dos milenios y medio. La civilización persa es una de las más antiguas del mundo. Ha creado una gran religión y ha influido en muchas otras, incluyendo el judaísmo. Los iraníes están muy orgullosos de esa civilización.

Pensar que los líderes actuales de Irán llegarían a contemplar la idea de poner en riesgo la existencia misma de Persia por su odio a Israel es a la vez ridículo y megalómano.

Es más, a lo largo de la historia, las relaciones entre judíos y persas han sido casi siempre excelentes. Cuando se fundó Israel, Irán fue considerado un aliado natural, como parte de la «estrategia de la periferia» de David Ben-Gurion —una alianza de todos los países que rodeaban el mundo árabe.

El Shah, que fue restablecido por los servicios secretos estadounidenses y británicos, era un aliado muy cercano. Teherán estaba lleno de hombres de negocio y asesores militares israelíes. Irán sirvió de base para los agentes israelíes que trabajaban con los rebeldes kurdos en el norte de Irak que luchaban contra el régimen de Saddam Hussein.

Después de la Revolución Islámica, Israel continuó apoyando a Irán frente a Irak en la cruel guerra que duró ocho años. El famoso «Irangate», en el que mi amigo Amiram Nir y Oliver North jugaron un papel tan relevante, no habría sido posible sin los viejos lazos iraní-israelíes.

Incluso ahora, Irán e Israel están llevando a cabo procedimientos de arbitraje amistosos en relación a una antigua empresa: el oleoducto Eilat-Ashkelon construido conjuntamente por los dos países.

En el peor de los casos, un Israel nuclear y un Irán nuclear vivirían en un equilibrio de terror.

Algo muy desagradable, por cierto. Pero no una amenaza existencial.

Sin embargo, para aquellos que aún viven en el pánico por la capacidad nuclear de los iraníes, tengo un consejo: usemos el tiempo que todavía tenemos.

Bajo el acuerdo estadounidense-iraní, disponemos de al menos 10 años antes de que Irán pueda comenzar la fase final de la producción de la bomba.

Por favor, usemos este tiempo para lograr la paz.

El odio iraní hacia el «régimen sionista» —el Estado de Israel— deriva de la situación del pueblo palestino. El sentimiento de solidaridad con los palestinos indefensos está profundamente arraigado en todos los pueblos islámicos. Es parte de la cultura popular de todos ellos. Es algo evidente, aunque los regímenes políticos lo utilicen mal, lo manipulen o lo ignoren.

Puesto que no hay motivos para un odio concreto de los iraníes hacia Israel, éste se basa únicamente en el conflicto palestino-israelí. Si no hay ningún conflicto, no habrá ninguna enemistad.

Siguiendo la lógica: si disponemos de varios años antes de que tengamos que vivir bajo la sombra de una bomba nuclear iraní, vamos a usar este tiempo para eliminar el conflicto. Una vez que los propios palestinos declaren que consideran que el histórico conflicto con Israel ha llegado a su fin, ningún líder iraní será capaz de hacer enfurecer a su gente contra nosotros.

Desde hace varias semanas, Netanyahu ha estado enorgulleciéndose públicamente por un logro enorme, histórico de hecho.

Por primera vez en la historia, Israel prácticamente forma parte de una alianza árabe.

En toda la región, el conflicto entre musulmanes sunitas y chiitas se está intensificando. El bando chií, encabezado por Irán, incluye a los chiitas en Irak, a Hezbolá en el Líbano y a los huthis de Yemen (Netanyahu equivocadamente —o por ignorancia— incluye a los sunitas de Hamas en este bando).

El bando sunita rival incluye a Arabia Saudita, a Egipto y a los Estados del Golfo. Netanyahu insinúa que Israel ha sido aceptado como miembro de este grupo en secreto.

Es un cuadro muy desordenado. Irán está luchando contra el Estado Islámico en Siria e Irak, que es un enemigo mortal de Israel. Irán está apoyando al régimen de Assad en Damasco, que también es apoyado por Hezbolá, que además lucha contra el Estado Islámico, mientras que los sauditas apoyan a otros sirios sunitas extremistas que luchan contra Assad y contra el Estado Islámico. Turquía apoya a Irán y a los saudíes, a la vez que luchan contra Assad, etcétera.

No soy un enamorado de las dictaduras militares árabes ni de las monarquías corruptas. Francamente, las detesto. Pero si Israel logra convertirse en un miembro oficial de alguna coalición árabe, eso supondría un avance histórico, el primero en 130 años de conflicto sionista-árabe.

Sin embargo, todas las relaciones de Israel con los países árabes son secretas, excepto las de Egipto y Jordania, e incluso con estos dos países los contactos son fríos y distantes, son relaciones entre los regímenes en lugar de entre los pueblos.

Veamos los hechos: ningún estado árabe participará en una cooperación abierta y cercana con Israel antes de que se ponga fin al conflicto palestino-israelí. Incluso los reyes y dictadores no pueden permitirse el lujo de hacerlo. La solidaridad de sus pueblos con los palestinos oprimidos es demasiado profunda.

Una paz verdadera con los países árabes es imposible sin alcanzar la paz con el pueblo palestino, al igual que la paz con el pueblo palestino es imposible sin la paz con los países árabes.

Así que si ahora existe la oportunidad de establecer la paz de manera oficial con Arabia Saudí y con los estados del Golfo, y transformar la fría paz con Egipto en una verdadera, Netanyahu debe hacerlo. Los términos del acuerdo ya están puestos sobre la mesa: el plan de paz saudí, también llamado «Iniciativa Árabe», fue aprobado hace muchos años por el conjunto de la Liga Árabe. Se basa en la solución de dos Estados para el conflicto árabe-israelí.

Netanyahu podría sorprender a todo el mundo haciendo un «De Gaulle» —firmar la paz con el mundo árabe sunita (como hizo De Gaulle con Argelia) obligaría a los chiíes a seguir su ejemplo.

¿Creo en esto? Personalmente no. Pero si Dios quiere, incluso un palo de escoba puede disparar.

Y en el día de la fiesta judía de Pesaj, que conmemora el (imaginario) éxodo de Egipto, recordamos que los milagros ocurren.

Uri Avnery es un escritor israelí y un veterano activista por la paz de Gush Shalom. Colabora habitualmente para CounterPunch

FUENTE: SINPERMISO

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