jueves, 9 de abril de 2015

LAS INHUMANAS MIGRACIONES KOSOVARES DESDE KOSOVO

 

PRISTINA, CAPITAL DE KOSOVO

 

Kosovo: emigración masiva de la población

Vladimir Markovic · · · · ·

05/04/15

 

La actual ola de emigración masiva en Kosovo se ha comunicado en los medios locales a través de una red nacionalista. Hasta el momento se ha prestado escasa atención a las causas estructurales o económicas, las cuales, en la amplia mayoría de los casos, son el detonante clave de tales migraciones. Sin embargo, en cuanto estos emigrantes llegan a los destinos deseados en algunos países de Europa occidental, se enfrentan a marcos legales muy estrictos que limitan sus posibilidades de recibir asilo y permisos de trabajo. Además, el control reforzado en las fronteras de la periferia de la «Fortaleza Europea» en última instancia conduce a la deportación.

En los últimos meses, todos los días familias enteras albanokosovares han emprendido inciertos viajes nocturnos. Partiendo de la estación de autobuses principal de Pristina o de otras ciudades de Kosovo, viajan a través de Serbia hacia la frontera de Hungría y desde allí, aún sometidos a grandes inseguridades, tratan de llegar a Austria, Suiza, Alemania u otros países de Europa Occidental. Distintos medios de comunicación han caracterizado estos viajes como éxodos masivos y algunos incluso han llegado a sugerir, con cierto énfasis dramático, que tal movimiento de población podría compararse con la ola de refugiados kosovares acaecida en Macedonia y Albania durante la guerra de 1999.

Aunque la situación transcurre de forma pacífica y sin los horrores de la persecución y asesinatos que caracterizaron los años 90 en Kosovo, la actual ola de migraciones resulta verdaderamente trágica. Se estima que, desde otoño de 2014, más de 50.000 ciudadanosde Kosovo han abandonado el país. Esta sombría estimación está respaldada por nuevos informes que evidencian que varias escuelas han suspendido clases enteras debido a la disminución de estudiantes matriculados, quienes han emigrado junto a sus familias, pruebas de que pueblos grandes han sufrido una emigración del 10 % de su población y la impresión general de que la afluencia de personas en las calles de Pristina es notablemente menor.

Los medios por los que se llevan a cabo estas migraciones son igualmente trágicos. Desde el acuerdo de septiembre de 2014 entre Belgrado y Pristina respecto a la libertad de movimiento entre los dos territorios, a las personas que poseen documentos kosovares se les ha garantizado el tránsito libre a través de Serbia. Esta ruta se ha convertido hoy en un canal inesperadamente ancho para las migraciones aceleradas desde Kosovo. En general, los emigrantes son jóvenes que portan equipaje escaso, frecuentemente parejas casadas con niños pequeños, pero también personas de mediana edad y mayores, como en los casos en los que emigran familias enteras. Normalmente estos se embarcan en autobuses irregulares o en algún otro tipo de vehículo que los transporta hasta la ciudad de Subotica, al norte de Serbia.

Una vez llegan a Subotica, se hospedan en complejos frente a las costas del lago Palić, situado cerca de la frontera con Hungría. Estos alojamientos, debido a una creciente demanda en los últimos meses, se han vuelto particularmente caros en comparación con los precios normales fuera de temporada; según los testimonios de los emigrantes, el precio ronda los cien euros por noche y habitación. Desde estos complejos, los emigrantes buscan formas de contactar con los traficantes de personas, quienes los transportan hasta el otro lado de la frontera.  Los traficantes suelen cobrar precios desorbitadamente altos y, por eso, algunos de estos viajeros tratan de entrar en Europa por sí mismos, pagando a los taxis locales para que los conduzcan hasta la zona fronteriza.

El llamado «cinturón verde» atraviesa dicha frontera por una región muy poco vigilada. Los emigrantes cruzan la frontera a pie y generalmente de noche, para poder llegar a la ciudad de Szeged o Ásotthalom sin ser vistos. Durante los periodos fríos de este invierno, cuando la región entera estaba cubierta de nieve, dicha empresa se hacía particularmente ardua y peligrosa. Aquellos que conseguían atravesar la frontera sin que los arrestaran, generalmente se dirigían a Budapest y desde allí continuaban hacia Europa Occidental, cuyas fronteras son más porosas gracias al Acuerdo de Schengen. Entre los que resultaban detenidos (la mayoría de los casos), muchos procuraban tener dinero en los bolsillos para poder pagar inmediatamente la multa y volver a intentarlo inmediatamente. Si el arresto se producía en la parte húngara, los emigrantes solicitaban inmediatamente asilo, consolados por el pensamiento de que al menos estaban en territorio de la Unión Europea.

Aún sin mostrar los testimonios personales de los graves peligros a los que se enfrentan estos viajeros desesperados, los informes registrados y presentados en detalle por los medios de comunicación que explican las migraciones actuales producen, como mínimo, conmiseración. La sola idea del sufrimiento que amenaza al elevado número de personas con niños pequeños que se ven forzados a abandonar sus casas para emprender ese viaje incierto no puede sino suscitar compasión.

Aun así, en las reacciones oficiales a esta ola de migraciones no ha habido signo alguno de compasión.

El gobierno húngaro reflejó en su primera reacción cierto grado de pánico debido al creciente número de personas que han atravesado la frontera sin ser detectadas. Los funcionarios políticos de la derecha sugirieron que las personas que solicitan asilo deben aguardar en prisión mientras se tramitan sus peticiones, y exigieron la construcción de una valla, similar a las que actualmente conforman las fronteras entre Turquía y Bulgaria o entre México y los EE. UU., para proteger no solo a Hungría, sino también a Europa. Del otro lado, los oficiales serbios reflejaron en primer lugar una satisfacción insidiosa pues tales migraciones parecían confirmar que la estrategia de política exterior del estado estaba desafiando simbólicamente la independencia simbólica de Kosovo. En lo referente a las migraciones, Nebojša Stefanović, ministro de interior de Serbia, declaró que unos 60.000 albanokosovares habían solicitado pasaporte serbio (con el cual es posible, en principio, viajar a los países de la zona Schengen sin visado). «Un elevado número de albanos», añadió en una afirmación completamente inapropiada, «parece querer reconocer que Serbia es su verdadero país. Así es como yo interpreto estas cifras».

Cómo no, de Alemania llegó una reacción aún más drástica, donde los funcionarios afirmaron que emplearían mayores esfuerzos en el futuro para disipar los conceptos aparentemente erróneos que existen en Kosovo sobre la posibilidad de recibir asilo y trabajar en Alemania. Al mismo tiempo, apuntaron que llevarán a cabo estrategias para asegurar que se fortalecen los controles en las fronteras entre Serbia y Hungría, con objeto de prevenir la inmigración ilegal hacia Alemania. Los medios alemanes ya han emitido informes sobre los minúsculos e incómodos alojamientos destinados a los nuevos ciudadanos kosovares que buscan asilo. Las autoridades alemanas han priorizado las solicitudes de asilo provenientes de Kosovo en los procesos de tramitación rápida. Y como, en general, es el caso, las solicitudes que se tramitan mediante un proceso acelerado tienen más probabilidad de ser rechazadas: la mayoría de estos solicitantes se verán forzados a regresar a su país de origen y se les prohibirá en el futuro la entrada a toda la zona Schengen. En sus declaraciones a los medios, Manfred Schmidt, presidente de la Oficina Federal Alemana de Inmigración y Refugiados, reconoció la difícil situación económica en Kosovo, pero insistió en que la pobreza, según establece la Convención de Ginebra, no es un motivo justificado para obtener el asilo. Añadió que ni para Alemania ni para el resto de países de la Unión Europea las dificultades económicas pueden ser motivo suficiente para que una persona obtenga el estado de refugiado.

La afirmación del funcionario alemán alude de forma superficial el verdadero problema, pero rechaza claramente, de forma cínica y sistemática, toda responsabilidad. Los ciudadanos de Kosovo están manifiestamente privados de cualquier posibilidad de prosperidad. Tras la devastadora guerra de 1998-1999, empezando en el año 2000, la administración del gobierno en el territorio, actuando bajo el auspicio de la comunidad internacional, llevó a cabo una oleada de privatizaciones por la que se liquidó un elevado número de empresas, y gran parte de las que subsistieron se asimilaron a los monopolios. El sector de producción ha resultado marginado en relación con el comercio y los servicios, y la mayoría de las inversiones se han orientado al desarrollo de las infraestructuras de carreteras y al mercado de bienes inmuebles.

La densidad de población y la baja edad media de la población, las cuales deberían suponer una ventaja comparativa para la economía de Kosovo, se han convertido en una carga social adicional. La tasa de desempleo se estima por encima del 45 %. Alrededor del 30 % de la población vive en condiciones de pobreza e incluso el 10 % en condiciones de extrema pobreza (con menos de un dólar al día). Sumado a esto, las frustraciones políticas surgidas del rechazo a la soberanía del país y de las agotadoras negociaciones con Serbia, las dudas de la población respecto a la legitimidad del gobierno (así como la ausencia de una alternativa política respetable) y la evidente corrupción de los tutores internacionales, tal y como se ha materializado en el comportamiento de la misión EULEX, han alimentado el sentimiento de impotencia y desesperanza. En Kosovo se ha instaurado la idea terrible de que algunos sectores de la población son simplemente superfluos, personas que nadie necesita y que deberán seguir su propio camino. De esta forma, Kosovo se ha convertido en una sociedad típica del capitalismo periférico de Europa —especialmente en el estado actual de recesión económica—.

A través de tales lentes ideológicas Maltusianas, impuestas a nivel global, a los países individuales de la periferia capitalista, como Serbia, se les otorga una función política decordón sanitario en el control de la emigración. Mientras tanto, el número de emigrantes de Kosovo que atraviesan la frontera entre Serbia y Hungría ha disminuido significativamente y el ministro Stefanović ha decidido postergar sus ingeniosas observaciones y aplicarse a las tareas que se le han asignado: «Continuaremos trabajando junto a los colegas de Alemania y Hungría en la cuestión de las fronteras; las cámaras de imagen térmica, que acabamos de recibir, nos ayudarán en gran medida a reforzar la seguridad en las zonas verdes de la frontera, y hemos reforzado también los controles en los pasos fronterizos», afirmó el 18 de febrero. Los recursos de la Serbia empobrecida, de nuevo, se han destinado al servicio de la Fortaleza Europea y la policía serbia —por ciertas ironías de la historia— de nuevo se ha puesto bajo las órdenes de la policía alemana.

Todo esto nos recuerda que el precursor del Acuerdo de Schengen fue la cooperación trans-europea institucionalizada de los órganos de la policía y del poder judicial en la lucha contra el extremismo político de los años 70. Al mismo tiempo, los ministros de asuntos interiores de los estados miembros de la Comunidad Europea establecieron la red TREVI, que fue responsable de la persecución de extremistas y elementos radicales de la izquierda más allá de las fronteras nacionales. Más tarde, tras la ampliación de dichas políticas, particularmente después de los años 90, los signatarios del Acuerdo Schengen adquirieron el equipamiento militar pertinente, incluyendo cámaras de vídeo especiales con dispositivos infrarrojos para la vigilancia de fronteras, helicópteros, vehículos blindados, lanchas de patrulla y otros equipos para perseguir a las personas que no disponían de visados apropiados para entrar en la UE. Se crearon unidades especialmente entrenadas para la protección de las fronteras y cientos de campos para el alojamiento temporal utilizados en el proceso de deportación, con el objetivo de preservar la enorme brecha social entre las metrópolis de Europa Occidental y las periferias del Sur y del Este. Además, este sistema ha asegurado un control más sencillo de la gran horda de inmigrantes privados de derechos que sirven de mano de obra barata a los países de la UE. El control de la migración a la UE, hasta el momento, se ha cobrado la vida de miles de personas provenientes de África, Asia, América Latina y Europa del Este.

Situaciones como la actual migración masiva en Kosovo señalan la necesidad de una búsqueda persistente de modelos de organización social y económica mediante los cuales puedan romperse las relaciones de dependencia de los centros de capital financiero y puedan establecerse condiciones estructurales que faciliten el uso de recursos locales para satisfacer las necesidades de las personas. Dicha tarea no es trivial, particularmente si tenemos en cuenta la fuerte presencia militar de los poderes imperialistas en el mismo Kosovo, así como la agitación deliberada de los antagonismos nacionales en la región. Por tanto, la emigración acaecida este invierno, un viaje sin rumbo de un elevado número de personas desesperadas que viven en condiciones de incertidumbre, debe entenderse como un llamado silencioso a la creación de una plataforma política más poderosa y articulada en toda la región balcánica, de solidaridad y resistencia a la dominación del capital y a la lógica política que trata a las personas como elementos superfluos.

Vladimir Markovic es sociólogo y ayudante de investigación en la Universidad de Belgrado. Fue editor de la revista Prelom (2001-2006). Este artículo fue publicado originalmente en la web serbia Masina: proizvodnja drustva kritike.

Traducción para www.sinpermiso.info: Vicente Abella Aranda

FUENTE SINPERMISO

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