Tom Engelhardt
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
Uno de los atractivos
del futuro es su poderoso componente de imprevisibilidad, su capacidad
de sorprendernos de maneras encantadoras o de golpearnos inesperadamente
en el trasero. La mayor parte de los futuros que imaginaba de niño, por
ejemplo, no han llegado a la altura de mis expectativas, por lo que ni
me desplazo en mi vehículo volador privado sobre los rascacielos de
Nueva York ni voy de vacaciones a la Luna. Por otro lado, ¿quién podría
haber imaginado Internet, por no hablar de los medios sociales y el
ciberespacio (a menos que hubiera leído hace 30 años la novela de
William Gibson “Neuromante”)? ¿Quién podría haber soñado que el aparato
de inteligencia de una sola nación pudiera escuchar o interceptar y
revisar no solo las conversaciones y los mensajes de sus propios
ciudadanos –imagínense los regímenes totalitarios del siglo XX- sino los
de cualquier habitante del planeta, desde los campesinos de Pakistán
hasta los de al menos 35 presidentes de grandes y pequeños países de
todo el mundo? Ese es, por supuesto, nuestro presente distópico, basado
en avances tecnológicos que ni siquiera los escritores de
ciencia-ficción imaginaron.
¿Y quién iba a prever la irrupción de la
Primavera Árabe, del movimiento Occupy Wall Street o, si vamos al caso,
un califato del terror en el corazón de Oriente Medio o que un
candidato presidencial como Donald Trump cosecharía éxito tras éxito,
por no citar más ejemplos de otras noticias cubiertas por los medios
libres de las que apenas nos enteramos? (Un pequeño consejo: no se haga
adivino; es un infierno).
Podemos considerar que todo esto son
las malas noticias sobre el futuro, pero también las buenas. En un mundo
cada vez más desalentador que parece llevar marcado el fracaso en toda
su extensión, las sorpresas que pueden acarrear los años venideros, los
cambios de rumbo inesperados, los nuevos inventos, rebeliones e
intervenciones permiten tener un resquicio de esperanza, al menos hasta
que suceden. Por otra parte, hay un aspecto del futuro de ese mismo
mundo desalentador que no puede ser más deprimente: la repetición de
muchas cosas que podríamos pensar que nadie querría que se repitieran.
Estoy hablando de toda la gama de titulares del mañana que podrían
escribirse hoy y poseen una dolorosa razonable verisimilitud.
Estoy seguro de que usted podría escribir su propia versión de dichos
titulares futuros en diversas áreas, pero estos son los que yo imagino
en relación con las guerras, intervenciones y conflictos notoriamente
imposibles de ganar en la zona de Oriente Medio y, cada vez más, en
África.
De qué hablamos cuando hablamos de “victoria”
Empecemos con un acontecimiento ocurrido en Irak a finales de 2015 y
que generó titulares que incluían la palabra “victoria”, un término que
los estadounidenses pocas veces han visto utilizar en el siglo XXI,
excepto, claro está, en boca de Donal Trump. (“Vamos a ganar tantas
veces, victoria tras victoria, tras victoria, que vais a empezar a
suplicarme: “por favor, presidente, perdamos alguna vez. No podemos
soportarlo más”. Y yo voy a deciros: “De eso nada. Vamos a seguir
ganando. No vamos a perder. Nunca, jamás, vamos a perder”). Me refiero a
la “victoria” conseguida en Ramadi, una ciudad de la provincia de
al-Anbar que los militantes del Estado Islámico (EI) arrebataron al
ejército iraquí en mayo de 2015. Con el respaldo de la Fuerza Aérea
Estadounidense (hubo más de 600 ataques aéreos de EE.UU. sobre Ramadi y
sus alrededores en los meses anteriores a dicha victoria) y con unidades
iraquíes especiales entrenadas y financiadas por EE.UU., el ejército
iraquí recuperó la ciudad plagada de minas y bombas-trampa, expulsando a
los militantes del EI fuertemente atrincherados el pasado mes de
diciembre. La noticia supuso un evidente alivio para el gobierno de
Obama y fue la que produjo dichos titulares.
Y estos fueron los
resultados de esa victoria: según el ministro de defensa iraquí, al
menos el 80% de la ciudad de 400.00 habitantes está destruido. Reducido a
escombros. Arrasado. Puede que todavía la llamen “ciudad”, pero
difícilmente se la podría catalogar como tal. Según el periodista del
New York Times
Ben Hubbard, que visitó Ramadi poco después de la “victoria”, pocos de
sus habitantes permanecían en ella. Le acompañaba un general iraquí
destinado a una unidad contraterrorista, de quien Hubbard escribe:
“Al llegar a uno de los barrios se encontró con un panorama tan
desolador que ni siquiera estaba claro dónde se levantaban los edificios
originales. Al preguntarle cuándo regresarían los residentes a sus
casas, se detuvo y dijo: ¿casas?, no quedan casas”.
Hubbard
citaba los datos proporcionados por el gobierno provincial de al-Anbar,
según el cual “serían necesarios 12.000 millones de dólares para la
reconstrucción de la ciudad”. (Otros funcionarios iraquíes sitúan la
cifra en 10.000 millones). Nadie tiene ese dinero y menos el gobierno
iraquí, cada vez más ahogado por el derrumbe de los precios del
petróleo. Y tengamos en cuenta que estamos hablando de una única
comunidad. Las victorias anteriores de los kurdos en Kobane y Sinjar, en
Siria, también apoyados por la potencia devastadora de la fuerza aérea
de EE.UU., produjeron una destrucción parecida, al igual que las bombas
de barril arrojadas por las fuerzas de Bashar al-Assad en zonas de la
ciudad de Alepo y en la ciudad actualmente destruida de Homs, en Siria
Central, por ejemplo. Los rusos, por supuesto, también se han sumado a
la pelea al estilo estadounidense, con bombardeos y asesores.
Añadamos algo más antes de escribir nuestros futuros titulares. El día
posterior al último discurso sobre el estado de la nación del presidente
Obama, el secretario de defensa Ashton Carter visitó la División
Aerotransportada 101 en Fort Campbell, Kentucky. Próximamente, 1.800
miembros de esa división serán destinados a Irak para apoyar a unidades
del ejército iraquí en su intento de recuperar partes del país ocupadas
por el Estado Islámico. Carter se dirigió a esos futuros asesores
explicando con cierto detalle los planes del presidente y sus
previsiones sobre el avance del conflicto. Incidiendo en la imagen del
EI como un cáncer que se reproduce, afirmó:
“El tumor primario
del Estado Islámico tiene dos centros: Raqqa en Siria y Mosul en Irak.
El EI ha aprovechado su control sobre dichas ciudades y el territorio
circundante como base de poder para conseguir considerables recursos
financieros, mano de obra e influencia ideológica. Constituyen su centro
de gravedad militar, político, económico e ideológico”.
“Ese
es el motivo por el que el mapa de nuestros planes de campaña muestra
grandes flechas apuntando tanto a Mosul como a Raqqa. Comenzaremos
destruyendo el control del EI sobre ambas ciudades para continuar luego
con operaciones de eliminación en otros territorios ocupados por el EI
en Irak y en Siria”.
La realidad es que dicha campaña otorgaría
al término “operaciones de eliminación” un significado nuevo, que
supondría prácticamente la eliminación literal de la infraestructura
urbana de una parte significativa de la región. Tres son las ciudades
actualmente consideradas como blanco: Faluya (con una población de unos
300.000 habitantes), la otra ciudad importante controlada por el EI en
la provincia de al-Anbar, Mosul (segunda ciudad de Irak, con una
población actual estimada entre 1 y 1’5 millones), y Raqqa, la “capital”
siria del Estado Islámico, que ahora se supone repleta de refugiados
(más de 200.000 habitantes). Si unimos todas ellas tenemos para 2016 una
serie de campañas en Irak y Siria (apoyadas por EE.UU.) basadas en la
misma fórmula que la toma de Ramadi: bombardeos estadounidenses masivos
en apoyo de fuerzas operativas especiales iraquíes bien entrenadas y
asesoradas o, en el caso de Siria, de milicias kurdas de
peshmerga
y de una mezcla de rebeldes sirios y kurdos. Si añadimos a ello las
ganas del Estado Islámico de convertir las áreas urbanas bajo su control
en bombas gigantes, lo que obtenemos es un plan integral para continuar
reduciendo a escombros otras ciudades de la región.
Por
supuesto, se ha hablado mucho de una ofensiva para retomar Mosul desde
que un grupo relativamente reducido de combatientes del EI arrebataran
la ciudad a decenas de miles de tropas iraquíes que se dieron a la huída
en junio de 2014. Hubo, por ejemplo, una ofensiva primaveral de la que
se habló mucho a inicios de 2015, pero que nunca llegó a producirse, así
que es imposible estar seguro de que el ejército iraquí, estresado y
poco efectivo por lo general, llegue a recuperar Mosul en 2016, o de que
“botas” no estadounidenses estén dispuestas a tomar Raqqa,
especialmente porque dicha ciudad se asienta muy lejos de cualquier
imaginable futuro Kurdistán. Aún así, si asumimos que todo salió “bien”,
podemos suponer lo que nos depara el futuro: “victorias” al estilo de
Ramadi.
Como resultado, los titulares de finales de año sobre
las operaciones conjuntas estadounidenses y de rebeldes
iraquíes/kurdos/sirios (adaptada de la tristemente célebre frase de un
oficial del ejército estadounidense en Vietnam, después de que EE.UU.
machacara la capital provincial de Ben Tre) serían: “Destruimos sus
ciudades para salvarlos”.
Si nos basamos en Ramadi, podríamos
calcular una futura estimación global sobre el coste de la
reconstrucción de dichas ciudades: Faluya, 10.000 millones de dólares;
Raqqa, 7.000 millones; Mosul, de 20.000 a 25.000 millones.
Evidentemente, se trata de cifras imaginarias, pero lo importante es que
el “triunfo” y la “victoria” sobre el Estado Islámico convertirán sin
duda alguna a gran parte de la región en un moderno Cartago. ¿Y quién
pagará los nuevos Ramadi, Mosul, Faluya o Raqqa, por no hablar de todos
juntos y de otros más?
Dicho de otra manera, la “victoria”
supondría que Irak tendría menos ciudades habitables y un número todavía
mucho mayor de desplazados y refugiados cuyo asentamiento
indudablemente estaría sujeto a las tensiones étnicas que alimentaron el
nacimiento del Estado Islámico. Esta situación representa un futuro
razonablemente predecible, que debería resultar suficientemente obvio a
ojos de cualquiera que estudie los hechos de manera mínimamente seria.
Con toda seguridad, debería resultar obvio para Ashton Carter, así como
para los estrategas del Pentágono y del gobierno Obama. Y, sin embargo,
los planes continúan adelante como si “victoria” fuera un término
cargado de significado en las actuales circunstancias.
Así son
las cosas: podemos colaborar con el Estado Islámico en la destrucción
completa de Siria y partes de Irak y luego expulsar de los escombros a
sus combatientes, pero estaremos destrozando los medios de subsistencia
de una inmensa cantidad de población, que vive una situación cada vez
más inestable. Pero lo que no conseguiremos hacer en este proceso es
destruir a un movimiento iniciado en una prisión estadounidense de Irak y
que siempre ha sido un conjunto de ideas. Sencillamente estaremos
creando una leyenda.
Rienda suelta a las Operaciones Especiales y a los drones
Ahora, vamos a considerar otra serie potencial de futuros titulares
relacionados con los planes actuales y la experiencia del pasado. El
secretario de Defensa Carter afirma que la estrategia estadounidense
contra el Estado Islámico se basa en la creación de una “inestabilidad
política en la región”, lo que significa no solo en los campos de
batalla de Irak y Siria, sino en todo Oriente Medio en su acepción más
amplia. Tal y como declaró ante los miembros de la División
Aerotransportada 101:
“Ahora, déjenme que les explique la lucha
fuera de Irak y de Siria. Mientras trabajamos para destruir el tumor
primario en Irak y en Siria, debemos reconocer que el EI está
desarrollando metástasis en áreas como el norte de África, Afganistán y
Yemen. La amenaza constituida por el EI y grupos similares evoluciona
continuamente, cambiando su foco y su ubicación. Por tanto, exige que
nuestra respuesta sea flexible, ágil y de amplio alcance”.
Para
ello, cuenta con dar rienda suelta a las fuerzas operativas especiales
estadounidenses no solo en Siria, sino en cualquier otro lugar, para
realizar misiones con el fin de asesinar a las figuras fundamentales del
Ejército Islámico o a quienes dirigen sus franquicias lejanas. También
tiene la intención de enviar drones por toda la región en “operaciones
antiterroristas contra objetivos especialmente valiosos”, para “actuar
con decisión y prevenir que los socios del EI supongan una amenaza tan
grande como el propio tumor primario”.
Existe un punto de
referencia en la región para la futura toma de ciudades en Siria e Irak.
En su libro “Kill Chain”, Andrew Cockburn denomina “la estrategia del
cerebro” a este acercamiento al enemigo. Se utilizó por primera vez en
la guerra contra las drogas en Sudamérica y América Central en la década
de los noventa y, posteriormente, tras el 11-S, adaptado a los drones
armados y las fuerzas de operaciones especiales. La idea consistía en
desmantelar los cárteles de la droga o los grupos terroristas
posteriores desde arriba hacia abajo, eliminando a sus cabecillas.
La realidad, según demuestra Cockburn, es que tanto en la guerra contra
las drogas como contra el terrorismo, los resultados de esta estrategia
han sido desastrosos una y otra vez. Los drones, por ejemplo, han
demostrado tener la capacidad de “eliminar” tanto a la dirección de los
grupos terroristas y sus “principales “tenientes” como a otras figuras
influyentes de dichas organizaciones, pero las consecuencias han sido de
lo más desalentadoras, ya que dichas organizaciones (al igual que los
cárteles del narcotráfico anteriormente), ante la presión de los drones y
de los ataques de fuerzas especiales, se han limitado a reemplazar a
sus líderes muertos con otros a menudo más jóvenes y agresivos, mientras
aumentaban sus ataques y los propios grupos, en lugar de replegarse, se
extendían por toda la región de Oriente Medio y aledaños, llegando
hasta África. El uso de drones implica “daños colaterales” relativamente
generalizados, que incluyen la muerte de un gran número de niños,
aterrorizando a las sociedades sobre las que actúan, por lo que han
demostrado ser un cartel de reclutamiento ideal para los mismos grupos
terroristas que pretenden combatir.
Así pues, primero de forma
improvisada en la era Bush y posteriormente de un modo sistemático en
los años de Obama, las campañas de asesinatos con drones en Pakistán,
Afganistán, Yemen, Irak, Siria, Libia y Somalia han acabado con la vida
de importantes líderes a la vez que contribuían a extender las
organizaciones terroristas contra las que actuaban. Es decir, han
formado parte no de la guerra contra el terror sino de la guerra del
terror. Si observamos la expansión de esos grupos terroristas,
incluyendo el creciente número de “franquicias” del Estado Islámico, es
evidente que de las misiones con operaciones especiales a los asesinatos
con drones, de las invasiones a gran escala a la destrucción de
ciudades, los más de 14 años de diversas estrategias y tácticas
militares estadounidenses han contribuido repetidamente a crear el
terror arrastrando a gran parte de la región al torbellino.
Lo
más sorprendente al escuchar al secretario de defensa Carter es que, por
raro que resulte, nada de esto parece llegar hasta Washington. De otro
modo, ¿cómo se explica la ausencia de cualquier seria reconsideración de
las acciones de EE.UU., siendo el único debate que existe el de los
partidarios de continuar con las acciones de un modo más discreto (entre
los que está el propio Obama) y sus críticos republicanos partidarios
de aumentar la escala de las operaciones? En otras palabras, en 2016
vamos a contemplar un nuevo pulso entre lo que conocemos y la esperanza
de que suceda algo diferente. Como esto último es poco probable, para la
siguiente serie de titulares futuros recurra al pasado conocido y
substituya, cuando sea necesario, el nombre del futuro dirigente
terrorista: “al-Qaeda en la Península Arábiga anuncia la muerte de
[rellene el nombre] en un ataque con drones de Estados Unidos”; “EE.UU.:
el número 2 del Estado Islámico eliminado mediante un ataque con dron
en Irak”, “El cuerpo de élite del ejército Delta Force acaba con la vida
del dirigente del EI [rellene nombre] mediante un osado ataque con dron
en Siria”; “El Pentágono confirma la muerte de un dirigente de al-Qaeda
en una operación con dron”, y así más o menos
ad infinitum.
El área de inestabilidad
Recientemente, cuando aún rondaba por mi cabeza la estrategia para la
“estabilidad” de Ashton Carter, capté una frase en un reportaje
informativo que no oía desde hace mucho. Un periodista analizaba el
reciente ataque terrorista de al-Qaeda en el Magreb Islámico contra un
hotel en Burkina Faso, un país de África Occidental que hasta ahora
había sido relativamente estable, en el que murieron al menos 30
personas, principalmente extranjeros. El periodista hablaba de extender
el “área de inestabilidad” en la región.
En los primeros años de este nuevo siglo, las autoridades del gobierno Bush y los
neocons
que le apoyaban solían usar esa frase para describir el “Gran Oriente
Medio”, desde Pakistán hasta el norte de África. Por extraño que
parezca, la frase desapareció en los años posteriores a la invasión de
Irak y se mantuvo ausente los años de Obama, mientras la desastrosa
intervención en Libia, la campaña de asesinatos con drones orquestada
por la presidencia y otras acciones contribuyeron a transformar aun más
el “Gran Oriente Medio” en una auténtica “área de inestabilidad”.
En la actualidad, la región está repleta de Estados fallidos o en
camino de serlo (algo que hubiera resultado inimaginable en 2002-2003),
de Afganistán y Siria a Yemen, Libia y Mali. Aunque tal vez Irak no
llegue a ser un Estado fallido, ya tampoco es exactamente un país como
tal, sino una especie de entidad tripartita. Así son las cosas y así
seguirán siendo, por supuesto, si Estados Unidos arroja (como hizo en
2015) otras 23.000 bombas y miles de otras municiones en la región, o
muchas más, como parece indicar la presión para aumentar la guerra
contra el Estado Islámico.
Como es lógico, no podemos saber qué
países serán los próximos en fracasar. No obstante, bien podemos
suponer que mientras la estrategia de Obama (o la de Hillary Clinton,
Ted Cruz, Donald Trump, Marco Rubio o quienquiera que le suceda) suponga
más –o mucho más- de lo mismo, seguirá ocurriendo lo mismo o mucho
peor. Como resultado, similares titulares ocuparán las cabeceras de los
diarios, mientras los países se disuelven de distintas maneras y el
Estado Islámico, grupos como al-Qaeda en el Magreb Islámico o nuevos
grupos terroristas cobran fuerza en medio del caos. En ese caso, solo
hace falta indagar en el pasado reciente para encontrar los titulares
futuros y adaptarlos ligeramente: “El Ejército Islámico construye
guaridas en [nombre del país], advierte el secretario de defensa Warns”;
“El EI gana terreno en [nombre del país] en competencia con al-Qaeda”;
“El EI cobra fuerza [nombre del país] incorporando a los yihadistas
locales”, y así sucesivamente.
Junto a lo tristemente
predecible coexisten, claro está, muchas incógnitas. La principal es
que, en este momento de la historia, no tenemos ni la menor idea de las
consecuencias que tendrá convertir una región, ciudad por ciudad, país
por país, en algo así como un inmenso Estado fallido y continuar
bombardeando los escombros. ¿Cómo empezar a imaginar lo que puede surgir
en un mundo así de las ruinas de esa región fallida, de un área de
inestabilidad mucho mayor que cualquier cosa que hayamos contemplado
desde la Segunda Guerra Mundial? No me gustaría tener que pronosticar
los titulares que podrían darse algún día a partir de esa situación,
pero sean cuales sean las sorpresas que nos aguardan, la mera
posibilidad de un futuro tal debería ser suficiente para helarnos la
sangre en las venas.
Esta traducción puede reproducirse
libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor,
al traductor y Rebelión como fuente de la misma.
Fuente del original en inglés:
http://www.tomdispatch.com/blog/176094/
Fuente: Rebelión.org