martes, 19 de enero de 2016

Rusia, entre la crisis económica y la inestabilidad geopolítica



 
 

Àngel Ferrero

 
El último mensaje televisado de Año Nuevo del presidente ruso, Vladimir Putin, fue bastante convencional, sobre todo teniendo en cuenta que despedía un año que no lo fue en absoluto. "Por primera vez en la historia de Rusia tras la disolución de la URSS nos hemos encontrado bajo el efecto de dos conmociones externas: la caída brusca de los precios del petróleo y la dura presión sin precedentes de las sanciones", dijo en abril el primer ministro ruso, Dmitri Medvédev.

Meses después, el 30 de septiembre, las Fuerzas Aeroespaciales de Rusia comenzaban a bombardear objetivos islamistas en Siria a petición de Damasco, una intervención que ha alterado el equilibrio de fuerzas en el conflicto. La tensión en Ucrania persiste. Sin duda, el país ha dejado atrás un año de alto voltaje y entrado en otro no menos incierto que el anterior cuando comenzó.

Ajuste presupuestario
El 1 de enero entraba en vigor un decreto presidencial por el cual se reducirá un 10% el número de funcionarios del Estado. Los recortes afectarán al Ministerio de Situaciones de Emergencia, el Ministerio de Defensa, el Ministerio de Comunicaciones, la Agencia Federal de Cooperación Técnico-militar, la Agencia Federal para Asuntos de la Comunidad de Estados Independientes (Rossotrudnichestvo) y la Agencia federal para la lucha contra el narcotráfico (FSKN). “Este decreto continúa la línea consistente de reducción de la burocracia en los diferentes ministerios, departamentos y agencias”, declaró el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov.

¿El comienzo de la austeridad a la rusa? Sólo en parte. El Gobierno ha optado en esta ocasión por aplicar el tijeretazo allí donde menos resistencia social provocarán los recortes, a saber: en la proverbialmente hipertrofiada burocracia rusa, y allí donde ya existían planes de modernización de sus estructuras, como en el Ministerio de Defensa, o su cometido parece al menos por el momento asegurado, como es el caso de Rossotrudnichestvo. Menos claro es cómo afectarán a organismos como el Ministerio de Situaciones de Emergencia o el FSKN, que se cuentan entre los mejor valorados por los ciudadanos.

El decreto presidencial vuelve a poner sobre el tapete los pronósticos económicos de los principales organismos internacionales para Rusia. El Fondo Monetario Internacional espera una contracción del 0,6% del PIB ruso este año. El Banco Central de Rusia, por su parte, eleva la previsión a un crecimiento del 0,7% para 2016. En un informe de septiembre, el Banco Mundial sostiene que la caída del precio de petróleo ha afectado a “la habilidad del Gobierno para contrarrestar el declive de los salarios reales y los aumentos nominales de las pensiones y prestaciones sociales se encuentran por debajo de la tasa de inflación”, superior al 12%. Todo ello “ha acelerado un crecimiento ya preocupante del índice de pobreza, que pasó del 13,1% en la primera mitad de 2014 al 15,1% en la primera mitad de 2015”. Con todo, aseguraba el informe, “las medidas para apoyar al sector financiero parecen haber contenido los riesgos sistémicos y la economía comienza a mostrar los primeros signos de estabilización”.

El Banco Mundial también mantiene que la caída del rublo con respecto al dólar y el euro ─este jueves la cotización se sitúa en 82,8 rublos por euro─ ha facilitado la exportación de determinados productos, pero que resulta pese a todo insuficiente para equilibrar la balanza fiscal, ya que, además, la delicada situación geopolítica y el régimen de sanciones ahuyentan a los inversores. La desaceleración china y los pobres resultados de la economía europea no hacen sino añadir incertidumbre al cuadro general de la economía rusa.

La clave de la estabilidad ─no sólo económica, sino hasta social─ es la inflación, cuya contención se ha convertido en el principal objetivo del Banco de Rusia. La meta del organismo es estimular la demanda interna, que también se contrajo en 2015: los salarios reales, según el Banco Mundial, cayeron un 8,5% en la primera mitad de 2015. El FMI cree que la inflación caerá a lo largo de 2016, siempre y cuando no haya “shocks en los precios internacionales del crudo”, en palabras de Ernesto Ramírez Rigo, representante del organismo en Rusia.

Ahora bien, como es notorio, las arcas del Estado ruso dependen en no poca medida de las exportaciones de hidrocarburos ─para algunos economistas verdadero punto arquimédico de la economía rusa─, y por ahora el precio del petróleo sigue cayendo, se acerca ya a los 30 dólares por barril y, según algunos expertos, podría llegar a los 20 dólares en los próximos meses. En una reciente entrevista al diario Bild, Vladímir Putin admitió que la caída del precio del crudo afecta más a la economía que las sanciones. Rusia, explicó, “ha registrado graves pérdidas de ingresos, que hemos podido compensar de otros lugares”.
Autonomía en la periferia
Frente a esta situación, Rusia, que en los noventa se reintegró en la economía mundial como país periférico (o semiperiférico), ha de desandar al menos una parte de ese camino, una tarea ingente, por negligida en los últimos años. Un buen ejemplo lo ofrece el sector agrícola. A comienzos de diciembre, Putin declaró en la Duma que Rusia debería alcanzar la autosuficiencia agroalimentaria en 2020. El 4 de enero el portal Bloomberg informaba, citando fuentes del Departamento de Agricultura de EEUU, del buen estado que atraviesa la industria porcina rusa: la importación de carne de cerdo ha caído en un 80% desde 2012 y la producción ha mejorado sensiblemente desde el veto agroalimentario ruso en respuesta a las sanciones occidentales. “Para ser honesto, era una vergüenza económica para nuestro sector y para nuestro país que importásemos tales cantidades”, declaró Yuri Kovalev, presidente de la asociación del sector. La situación, añadió, “ha cambiado ahora drásticamente”. El sector espera un crecimiento del 5,6% en 2016 y la industria porcina se plantea incluso aumentar sus exportaciones a China, Hong Kong, Vietnam y Tailandia.

Aunque todo apunta a que el país se encuentra todavía lejos de repetir este logro en otros sectores, son varios los economistas que coinciden en señalar que las economías emergentes han mejorado su política económica y son ahora más resistentes a las crisis, luego de haber reducido su deuda y haberse dotado de instrumentos financieros para intervenir la economía. “Rusia cuenta con unas reservas de más de trescientos mil millones de dólares”, recordó Putin en la entrevista con el diario Bild. La pregunta es obviamente, ¿serán suficientes estas medidas ante la nueva situación?

Mientras las malas noticias económicas de Rusia se anuncian en los principales medios occidentales con la boca grande, se lamentan con la boca pequeña. A las quejas de los empresarios alemanes se sumó en diciembre la del presidente de la Cámara de Comercio de Austria, Christoph Leitl, que calificó las sanciones de “sinsentido que no ha ayudado a cambiar nada”. “Necesitamos una base de confianza, porque ambas partes han sido perjudicadas mutuamente con las sanciones”, dijo Leitl en declaraciones al diario Der Standard. Cerca de 1.200 empresas austriacas exportan maquinaria y medicinas a Rusia por valor de 3.100 millones de euros. Según el presidente de la Cámara de Comercio de Austria, las exportaciones han caído un 40% desde la introducción de las sanciones. “Hay tantos focos de crisis en el mundo que se impone a todos un cambio”, afirmó Leitl. “Es el momento ─continuó─ de poner fin a las sanciones, a través de conversaciones y negociaciones se consigue más que con sanciones”.
¿Brézhnev o Nixon?
Se ha querido comparar en varias ocasiones la presidencia de Vladímir Putin con la de Leonid Brézhnev, cuyo mandato estuvo marcado por el inicio de la dependencia de la exportación de hidrocarburos y el denominado “compromiso histórico”, el “contrato social” por el cual el Politburó del PCUS garantizaba a las masas un cierto grado de estabilidad a cambio de la ausencia de conflictos sociales como los que Europa oriental vivió en la década de los sesenta. La consecuencia de todo ello fue el conocido “estancamiento”, un período marcado por el inmovilismo ideológico y el aumento del gasto militar mientras la apatía política y los procesos de desintegración de la economía seguían su curso. La ausencia de reformas agravaron la situación hasta el desplome definitivo de la URSS, cuando ya eran difícilmente aplicables.

Aunque el de “estabilidad” ha sido un concepto clave en la presidencia de Putin ─en particular en comparación con el caos que caracterizó a la presidencia de Borís Yeltsin─, hay algo que diferenciar ─ideología aparte─ este período del de Brézhnev, y es, obviamente, que el Kremlin cuenta con un precedente a evitar. Las diferentes medidas económicas que ha adoptado o su política internacional, tendente a reforzar la multilateralidad y encontrar aliados entre los países emergentes, son una muestra en ese sentido. Mientras tanto, en el propio país Putin parece gozar de lo que el periodista estadounidense Mark Ames ha llamado “momento Nixon”, en referencia a la “mayoría silenciosa” que ha constituido el respaldo de ambos presidentes, con base sobre todo en el interior de Rusia y escasamente representada en los medios de comunicación occidentales.

Si la crisis económica pasará factura al apoyo al presidente o no podrá comprobarse en las próximas elecciones a la Duma (Cámara baja). La Duma, donde Rusia Unida ─el partido presidencial─ cuenta con mayoría parlamentaria, ha adelantado al 18 de septiembre la convocatoria de los comicios, que originalmente habían de celebrarse el 4 de diciembre. Este cambio ha sido interpretado como una medida preventiva para evitar un avance de la oposición parlamentaria ante un eventual deteriorio de la economía. El secretario general del Partido Comunista de la Federación Rusa (PCFR), Guennadi Ziugánov, ha lamentado públicamente la decisión, argumentando que la campaña tendrá lugar en agosto, cuando muchos rusos se encuentran de vacaciones. Éstas son también las primeras elecciones en las que participarán la República de Crimea y Sebastopol como nuevos sujetos federales.

Por ahora todo indica que la popularidad de Putin permitiría a Rusia Unida no sólo revalidar, sino mejorar sus resultados, mientras que la oposición parlamentaria, que ha tenido un papel deslucido en la última legislatura, perdería fuelle. Según el último sondeo de VtsiOM (estatal), realizado el pasado 13 de diciembre, Rusia Unida conseguiría un 50% de los votos, seguido del PCFR (9%), el Partido Liberal-Demócrata (LDPR) del nacional-populista Vladímir Zhirinovski (6%) y Rusia Justa (5%). La encuesta de Levada (independiente) daba en cambio a Rusia Unida un 44% y un 10% al PCFR, seguido del LDPR (5%) y Rusia Justa (2%), además de un 1% para tres pequeños partidos liberales: Yabloko, Parnas y la Plataforma Cívica. En las elecciones de 2011, Rusia Unida consiguió un 49,32% de los votos, seguido por los comunistas, con un 19,19%; Rusia Justa, con un 13,24%; y el LDPR , con un 11,67%.

Borís Kagarlitsky ha definido Rusia en uno de sus últimos libros como un “imperio de la periferia”. Para el conocido sociólogo ruso, la paradoja del país consiste en que, a pesar de haber sido económicamente parte de la periferia la mayor parte de su historia como proveedor de materias primas (pieles, grano, hidrocarburos) al centro, Rusia fue, al mismo tiempo, un gran imperio europeo. Desde Stalin a Jruschov, los dirigentes soviéticos se propusieron que la URSS escapase a su condición de país periférico e incluso que “igualase y superase a América” en sus indicadores económicos. En 1991 Rusia se reintegró oficialmente en la economia mundial como periferia. Con su estrategia de reestatalización de sectores clave de la economía, en particular los hidrocarburos, Putin permitió la recuperación parcial de ese estatus. En 2015 Rusia pudo volver a presentarse como potencia internacional frente a las pretensiones estadounidenses de reducirla a mera potencia regional, aunque aún integrada en el sistema-mundo. ¿Qué ocurrirá en 2016 ante los previsibles shocks económicos? Resulta difícil saberlo. Rusia, eso sí, seguirá debatiéndose entre ser “imperio” y “periferia”.
Periodista, residente en Moscú. Es miembro del comité de redacción de Sin Permiso
Fuente:
Público, 14 de enero 2016

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