martes, 23 de febrero de 2016

23-F (23-E): Cuando el Rey y cinco pistoleros asesinaron a la democracia

El Rey y su amigo Milans del Bosch
 
En muchas ocasiones, de forma muy interesada, se trata el 23-F como si lo que sucedió aquel día fuese algo que poco o nada tuviera que ver con lo que aconteció en España en los meses (y años) anteriores.
Comportamientos infames y antidemocráticos de políticos (incluidos el PSOE y Felipe González), periodistas, empresarios, banqueros, poderosos, adinerados y del propio Rey fueron determinantes para que se produjese el intento de golpe. Por tanto, querer entender el 23-F sin conocer lo que le precedió es por completo imposible, tanto como explicar todas aquellas circunstancias en un blog. He pensado en recordar una escena que en mi opinión explica lo que realmente pasó: el 23-E.
El 23 de enero: El Rey de cacería
Cuatro tenientes generales (Elícegui, Merry Gordon, Milans del Bosch y Campano López que mandaban las regiones militares de Zaragoza, Sevilla, Valencia y Valladolid) y un almirante se presentan en Zarzuela, la casa del Rey. Debido a ello, este no tiene más remedio que cancelar uno de los muchos asuntos de estado que le ocupaba. Si el 23-F, Juan Carlos I tenía una raqueta en la mano, el 23-E, estaba de cacería, escopeta en mano.
Por suerte, se trataba de deporte lo que ocupaban las manos de nuestro Rey, a diferencia de otros jefes de Estado que las tenían casi siempre entre vedettes, botellas y conspiraciones.
Golpe a la turca
Lo que plantean estos militares al Rey es reproducir el golpe de estado que en 1980 había triunfado en Turquía. En dicho golpe, Kenan Evren se hizo con el poder mediante la fuerza de las armas, detuvo a 150.000 personas y clausuró partidos políticos, sindicatos y periódicos. Por si no fuera suficiente, también se dedicó a los asesinatos y desapariciones. Eso era lo que querían los militares para España.
Si hubiésemos tenido un Rey demócrata habría ordenado la inmediata destitución de los militares en lugar de acudir a Zarzuela a recibirles. No lo hizo. Después de oír hablar de un golpe de Estado, si el Rey hubiese sido una persona íntegra les habría arrestado de forma inmediata e informado al presidente y a las autoridades competentes para que los altos mandos militares fueran destituidos, detenidos y juzgados. Tampoco lo hizo. Si el Rey no hubiera estado del lado de los golpistas o no les hubiera utilizado para sus fines habría defendido al presidente. Ni se le pasó por la cabeza.
“El Rey reina, pero no gobierna. Decídselo al jefe de Gobierno”
Afirmó antes de hacer llamar a Adolfo Suárez, que se presentó en aquella cacería improvisada en la que él era la presa y se encontró al Rey y a cinco sicarios dispuestos a no desaprovechar la ocasión para asesinar o herir de muerte a la democracia.
“Realmente estos que hay dentro quieren verte a ti” le espetó el Rey a Adolfo Suárez antes de arrojarle a las hienas. El gesto es dantesco: el Rey empujando al presidente electo a los pies de las fieras militares y abandonándolo a su suerte, como los que espantan presas para los cazadores.
Suárez les encara como puede
Les dice a los militares que ese no es el sitio para hablar y que si quieren les recibe en Moncloa, pero los militares prefieren jugar en campo propio, en Zarzuela.
Milans del Bosch, luego golpista, le dice a Suárez que debe dimitir por el bien de España. La frase en boca de un militar no puede ser más antidemocrática, pero emitirla acompañado de más militares y del Rey es evidentemente golpista, cuando no delictiva.
Suárez reacciona con tranquilidad. “Dame una razón”, dice enfrentándose a los matones. Sabido es que los altos mandos militares no son mucho de razonar, por lo que aquello de las razones les deja en un terreno que no es el suyo. Han perdido la iniciativa.
Para salir del embrollo que supone argumentar, Merry Gordon, tan aficionado a las pistolas como a las botellas, saca una Star de 9 mm y se la coloca en la mano izquierda. “¿Le parece bien a usted esta razón?”.
El teniente general Merry y sus vulgares secuaces, Rey incluido, colocan el cañón de una Star en la sien de la democracia con intención de coaccionarla y asesinarla llegado el caso. Apuntan a los millones de votantes y les gritan que se tiren al suelo, que se rindan, que hagan lo que ellos les dicen y todo saldrá bien, que obedezcan o que tendrán que disparar. Como vulgares delincuentes, como ladrones de bancos, como secuestradores, como asesinos… con una pistola.
Desde luego, por el lugar y las personas que están presentes es más obsceno y horripilante que lo que graba TVE un mes después con aquel teniente coronel fanático y franquista disparando como si el Congreso fuese el salvaje oeste. El mismo teniente coronel que a día de hoy sigue comiendo con su hijo, coronel, en los cuarteles de la Guardia Civil como si fueran su casa.
A Adolfo Suárez le debieron temblar las piernas y algo más, porque en aquella época las pistolas se usaban con demasiada frecuencia.
El Rey interviene
Podríamos pensar que para interponerse entre la democracia y la dictadura o para canalizar una situación que en esos momentos ha descarrilado. No es así.
En cambio, arrodilla y ejecuta lo que queda de la democracia, que no era mucho: “¿Te das cuenta de hasta dónde me estás haciendo llegar?”, protesta. Tras esta aseveración ya es imposible detener la sangría de la democracia, que es lo que ese día representaba Adolfo Suárez, tanto por su significado de respaldo a los golpistas como por un matiz que suele pasar desapercibido. No afirma “¿te das cuenta de hasta dónde les estás haciendo llegar?”, lo que habría sido ya de por sí vergonzoso e infame pero más neutral y pasivo, sino que afirma lo que me estás haciendo llegar.
Es decir, el Rey se pone en cabeza de una patética intentona golpista en mitad de una escalera, en el palacio de la Zarzuela y en la Casa del Rey. Un golpe que triunfa porque días después, el 29 de enero, la democracia muere con la dimisión de un Suárez exánime por los disparos recibidos ese día.
La muerte de la democracia es la victoria del Rey
El presidente dimite y la democracia se doblega a la voluntad del Rey porque este hirió mortalmente a Adolfo Suárez en su propia casa con una Star de 9 mm y cinco pistoleros. Ese día y en esa escalera, si al Rey le quedaba algo de legitimidad y de vergüenza, si es que las tuvo en alguna ocasión, las perdió para siempre. Ese día y en esa escalera, se escribió la historia que hoy nos intentan ocultar.
Todo lo que vivimos desde entonces es una gran obra de teatro para hacernos creer que no pasó lo que pasó y que no pasa lo que pasa, pero esa secuencia define a Juan Carlos I, a la democracia impostora, a los medios de comunicación, a la justicia, a los partidos políticos, a la sociedad y a las Fuerzas Armadas.
De aquellos polvos, estos lodos.

Luis Gonzalo Segura, exteniente del Ejército de Tierra y autor de las novelas “Código rojo” (2015) y “Un paso al frente” (2014).

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