martes, 22 de marzo de 2016

La poética de la militancia. La militancia de los poetas

Rafael Alberti
Sofía Castañón5 

Diputada por Asturies, integrante del Conseyu Ciudadano de Podemos Xixón

Francis Gil
Analista político. Unidad de Análisis Estratégico de Podemos

¡A galopar,a galopar,

hasta enterrarlos en el mar!Rafael Alberti

Escribir una poética para explicar por qué, desde dónde se escribe. Lo más parecido en el terreno ideológico a la pregunta de la prensa: “¿y cómo le dio a usted por meterse en política?”. Explicar lo que se hace, como si no se explicara por sí mismo. ¿Se puede no estar en política? Otra cosa es hacerlo conscientemente. Desde lo consciente, escribir.


La poesía es una posición. La militancia es posicionarse. Y nosotras tenemos una posición social y nos posicionamos políticamente. Llevamos años cavando silenciosas trincheras con palabras de belleza infinita; lucha, dignidad y justicia. Del uso, podrían haberse vaciado. Quien primero comparó la belleza de alguien con una flor, acertó. Quien lo hace ahora nos parece casi imbécil. Recuperar palabras tantas veces dichas en contextos vacíos, empleadas para amparar lo contrario de la dignidad, lo contrario de la lucha y, desde luego, lo contrario de la justicia.


Pero seguimos en pie: frente a la mezquina realidad impuesta desde sus tristes mundos administrados, hemos tejido redes secretas de solidaridad, hemos constituido núcleos irradiadores de esperanza y bases de apoyo popular a un proyecto; recuperar la alegría de la lucha y la poética de la desobediencia. Hemos dicho muchas veces resistencia, porque militamos en la alegría de la lucha y en la belleza de la desobediencia. Militamos como respiramos. Militamos porque vivir implica dignidad y esperanza.


Lo escribe David Franco Monthiel: “Hemos venido para no hacernos los sordos, para golpear con la palabra”. Hemos construido un artefacto político que puede convertirse en el instrumento de verdadero cambio social. Como lo describiría la poeta Chantal Maillard, cuando habla del artefacto poético (la forma del poema) frente al insecto que lo habita (el poema en sí), tenemos la máquina de guerra política que desafía las lógicas del adversario y abre la posibilidad de un cambio real. Una máquina política de asedio democrático llamada PODEMOS, capaz de aglutinar multitud de subjetividades, de articular los deseos… y ganar, golpe a golpe y verso a verso, la libertad. Pero nada de esto obtendrá su sentido si el artefacto -bien armado y eficaz- carece del poema, carece de la certeza y la voluntad de cambio. Esa manera de mirar, mezcla de conocer la resistencia y tener hambre de horizonte.


Somos un movimiento popular que no quiere perderse en rodeos del discurso, que entendemos que no es de recibo una lengua gremial cuando de lo que se habla es de decisiones que afectan a la vida de cuarenta y cinco millones de personas. La sociedad civil que salió a las calles diciendo “No hay pan para tanto chorizo”, “Me sobra mes a final de sueldo”. Somos rebeldes sin casa pero con causa. Movimiento popular que adopta la forma-Partido, como figura política, como medio, no como fin en si mismo, para recuperar la democracia y la soberanía popular. Somos “su” problema porque somos la evidencia de “su” fracaso. Y  claro que somos inevitables, porque somos pueblo.


No disociamos la palabra de la política, y no existe poesía que no se posicione. “La poesía no se vende, porque la poesía no se vende”. O, en palabras de William Ospina, “el arte celebra las cosas porque las ama, la publicidad celebra las cosas porque las quiere vender”. Los poderes fingen que lo ignoran, pero la memoria de nuestro pueblo es poesía y militancia, barricada y literatura, amor y política. No lo pierden de vista, y por eso se censura el ingenio y por eso se promueve la tristeza. Por eso nos quieren dar tan mal circo y meter a nuestros artistas en la cárcel. Pero desprecian el poder que tienen las voces que hablan claro, que no engañan, que convencen. Que no dictaminan, sino que ofrecen otras maneras de entender el mundo, otras formas de pensar.


En realidad ya hemos ganado. Esa es la paradoja política de Schrödinger a la que nos enfrentamos. ¿Hemos ganado? ¿Qué hemos ganado? “La verdad no está en un sueño, sino en muchos sueños”, apuntaba Pasolini. Y nosotras, ya lo hemos dicho muchas veces, nos tomamos muy en serio nuestros sueños. Pero la verdad es siempre provisional y concreta. Nada, nunca, volverá a ser igual que antes. Lo hicimos, les ganamos, pero… ¿Lo saben? No. Lo niegan, se niegan a asumirlo. Nuestros sueños ganaron, todo ha cambiado, pero todavía no lo vemos. Hemos ganado la calle y eso es ganar todo. Les hemos derrotado en el campo simbólico, en el espacio del imaginario de lo posible, ganamos el “Sí se puede” y ellos perdieron su coartada histórica, impusimos un campo semiótico donde no podían codificarnos, arrinconarnos y descartarnos. Hicimos poesía de la política convirtiendo su discurso en su contradicción. Nuestra estrategia política ha ejecutado la línea de comandos de la correlación de debilidades y operado sobre las superestructuras que instituyen las equivalencias de significantes que les sostenía como sujeto político hegemónico indisputado. También ahí perdieron cuando nos rebelamos.


Rebelarse es un impulso. Nos rebelamos instintivamente, irreflexivamente, ante la injusticia. Nos indignamos porque sentimos la injusticia de una forma física, enfermamos ante ella. Tenemos ese problema, vibramos, nos emocionamos, sentimos como propio el dolor ajeno. No es una cuestión teórica, no sólo, es una pulsión básica, una forma de ser, en el sentido del ser en-sí; militar en una causa, es indiferente cual, es una forma de estar en el mundo, de estar con el resto del mundo para algo más que para-sí. Vivimos en, por, para y con los demás. No hay ciencia en la sensación primaria del rechazo a la injusticia, hay ética, ontología y poesía. La política es para nosotras una forma poética, una forma de comunicación y comunidad que, como en los movimientos de vanguardia de principios del siglo XX, nos transforma personalmente, nos mejora en el interactuar con los demás para construir otra realidad, desde la diferencia.


No queremos celebrar el día de la poesía, realmente querríamos que la poesía ocupara los días, que fuera la figura política del cambio. Que rebelarse fuera sólo revelarse a los demás, mostrarse, dejarse ver, existir.


Y ahí los versos casi proféticos del final de País (Libros de la Herida) de Alberto Porlan: “derrotemos al último enemigo/ que por dentro nos vence:/ el miedo que tenemos a juntarnos/ porque nos conocemos”. Derrotamos a ese enemigo en mayo de 2011. Nos vimos, nos reconocimos, nos escuchamos y vimos todo lo que nos unía. Con cuidado y con fraternidad, comenzamos a construir y tejer redes, crear nudos. Nuestra sonrisa surge del encuentro, por eso esta sonrisa les molesta tanto, porque en ella asoma la fuerza que tenemos, nuestra poética de sabernos pueblo y de saber lo que queremos. Esa es la belleza de lo político; la sonrisa de un pueblo.


Fuente: Público.es


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