domingo, 22 de mayo de 2016

La deuda pública, Marca España


Foto: www.teinteresa.es

España tiene la misma deuda pública ahora que en 1909, eso nos dicen los deudometros, en espera de que el próximo día 26 conozcamos el dato exacto del PIB, al día de hoy.

Según esas aciagas previsiones, volvemos a la casilla de salida del siglo XX.  Justo cuando el país de Alfonso XIII pagaba el pato de la pérdida de Cuba y Filipinas, de la guerra de Marruecos y de otros desastres, que debieran figurar entre los hitos de la Marca España, si no estuviéramos tan acostumbrados a ellos que ya ni siquiera los consideramos como un suceso extraordinario.

Regreso al futuro. De nada sirvió, visto lo visto, la verdad sobre el caso Savolta, esto es, la venta de armamento a la Europa de la Gran Guerra, la política de obras públicas de la dictadura de Primo, las devaluaciones de la peseta, entre los zarandeos del crack del 29 y lo cara que nos costó la guerra civil con el Ibex 36-39 cotizando en sangre en los principales mercados bursátiles de la barbarie, anticipando la Segunda Guerra Mundial, que tampoco fue un buen negocio salvo para los fabricantes de bombarderos y de cámaras de gas. De nada nos valió la autarquía y el gasógeno entre el estraperlo, el racionamiento y el contrabando, las bases americanas, la leche en polvo, las maletas de cartón camino de Bélgica, de Alemania o de Francia, los tecnócratas del Opus, las letras protestadas, los diteros o las ventas a plazos.

Beguin the beguin, después de que las leyes del mercado sustituyeran a la utopía, cuando la transición se convirtió en transacción, entre el neoliberalismo, el oro de Berlín, los pactos de La Moncloa o el Mercado Común. Desde la España del pelotazo o la del Estado del bienestar, desde la caída del muro a la España va bien cuando realmente no iba; la globalización, el euro, la caída de las Torres Gemelas y la de Lethman Brothers, la burbuja inmobilizaria, la construcción destruida. Del laberinto al treinta, nuestra ficha vuelve al primer casillero para jugar de nuevo otra partida.

Retornos de lo vivo a lo lejano: a los efectos de deuda pública estamos al mismo nivel que en 1909. Supera el 100 por ciente. Que alguien nos explique qué ha ocurrido aquí si en 2007 la deuda sólo equivalía al 35,5% del PIB, cuando rozaba el 65,2% en Alemania, el 64,2% en Francia y el 103,3% en Italia, que sigue sin bajarse de ese burro.

¿Es legítima esa deuda o nos han dado gato por liebre desde que José Luis Rodríguez Zapatero asumió en 2010 el sagrado dogma de la austeridad y de la contención del déficit, una doctrina que ha consagrado definitivamente su sucesor en La Moncloa? El bajo crecimiento de nuestra economía, ¿no tendrá nada que ver? ¿Las populistas bajadas de impuestos que siguen anunciándose salvo en lo que se refieren al saqueo contumaz de la cultura, una de nuestras principales industrias? O, todo lo contrario, ¿las subidas impositivas para compensar la limitación del déficit fiscal impuesta por Bruselas y la necesidad de superavit primario para sellar los presupuestos generales?

La única receta posible contra los reducidos ingresos fiscales, sin un crecimiento económico significativo, estriba en que para equilibrar el presupuesto el gobierno de ayer y de hoy, aunque sea en funciones, ha tenido que endeudarse para aumentar la financiación. Menuda papeleta para el partido o la coalición que logre formar gobierno tras los comicios del 26 de junio. ¿Alguno de ellos se atreverá a exigir una auditoría de la deuda para saber si realmente es la que es o debiera ser distinta? El gobierno ecuatoriano de Rafael Correa así lo hizo en 2007, cuando su deuda rozaba el 60 por ciento. En su caso, se negó a pagarla y le fueron bien las cosas. España difícilmente podría afrontar una decisión de ese calibre pero sería bueno saber por qué debemos lo que debemos y a quien deberíamos pedirle explicaciones. Claro que tampoco nos vendría mal saber que en la patria profunda de los neocons, en Estados Unidos y en diversas ocasiones históricas, ha lograddo repudiar parte de su deuda público sobre la base de que era ilegítima.

Deuda ilegítima.-

No es la primera vez que cruzamos esa frontera psicológica. Ya ocurrió en 2015, también con Mariano Rajoy, cuando la deuda alcanzó el 100,2 por ciento. Nadie dijo ni pío entonces, pero el cartero siempre llama dos veces y San Pedro miente tres. Rajoy, que vuelve a presentarse a las elecciones con un 29 por ciento de voto estimado, insistirá en esgrimir a su favor los datos macroeconómicos, en la estabilidad y en su célebre cantinela de la gestión bien hecha, prestando caso omiso a las cifras del paro, que galopan eternamente como jinetes en la tormenta, o a la sanción en diferido que nos impone la Unión Europea para que paguemos dos mil millones de euros en dos años, aunque él siga empeñado en que dicha multa no es una sanción, al igual que nos convenció de que el rescate a la banca española no era igual que rescatar nuestra economía.

¿Guardarán alguna relación con nuestra elevada deuda pública los platos rotos de Bankia o de las viejas cajas de ahorro, saldadas desde lo público a mayor gloria de lo privado? A escala europea, hemos socializado la perdidas bancarias que, a su vez, se convierten en los principales acreedores de deuda pública. ¿No tendrían que ser ellos quienes pagaran la deuda que han generado?

Quizá todo obedezca al hecho de que no existe una banca pública que juegue a favor de los estados y no de los consejos de administración de las propias entidades financieras que, como nos alertaba José Saramago, son quienes terminan gobernándonos sin pasar por el sufragio universal. Lejos de ese escenario, lo cierto y verdad es que la deuda pública se ha visto incrementada desde que se estableció que los bancos centrales no pueden financiar a los gobiernos y hay que buscar el dinero en la banca privada cuyas perdidas las hemos sufragado entre todos. Todo un círculo vicioso, sin aparente salida.

Frente a los apóstoles del capitalismo montaraz, que siguen con su intención de adelgazar al estado por encima de las posibilidades de supervivencia de los más débiles, hay quien entiende que el hecho de que la deuda se dispare es consecuencia directa de la crisis hipotecaria y de la socialización de las pérdidas del sector privado. Incluso a estas alturas, continúan predicando su conocido sermón: el aumento de la deuda tiene que ver con el gasto público para mantener las prestaciones sociales cuando, en realidad, lo que nos endeuda es precisamente el gasto que nos ocasiona la propia deuda y sus leoninos intereses. ¿No estaríamos hablando de una deuda ilegítima, tal y como denuncian voces críticas como las de Juan Torres, Vincenç Navarro o Éric Toussaint, portavoz de la red internacional del Comité para la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo (CADTM), que ha visitado España en estos últimos días?

Lo cierto es que nos han dicho que la ciudadanía tiene la culpa de la deuda al vivir por encima de nuestras posibilidades o que son los gastos sociales los responsables del endeudamiento, lo que psicológicamente la vergüenza es mayor que la rebeldía, por lo que son muy pocos quienes se atreven a decir que se oponen al pago. En 2008, cuando comenzó la crisis que nadie llamaba crisis, la deuda de las familias sólo alcanzaba al 20 por ciento de la deuda total española, tanto pública como privada. Y el 57 por ciento del total lo originarían los bancos y las grandes empresas, que nadie lo olvide si es que alguna vez lo supo. La deuda pública, por cierto, ha ido aumentando en la medida en que se ha ido dinamitando el Estado del Bienestar, no precisamente cuando se creaba.La oficina de estadística europea, Eurostat, acaba de publicar los datos oficiales de las finanzas gubernamentales de 2015 que, viene a confirmar que hay más deuda pública ahora que cuando comenzaron a aplicarse las políticas de austeridad. Concretamente, en 2015 había 5 billones más de deuda pública que en 2007 y 2,4 billones más que en 2010.

Deuda metafísica.-

El Estado español y sus habitantes trabajan, por lo tanto, para pagar una deuda que, sencillamente, es impagable. Pero bajo una ecuación que también es inexplicable: esto es, hay que pagarla o morir en el intento, porque en una economía como la nuestra, tan dependiente del exterior, ese remedio podría ser peor que la enfermedad.

Es una deuda, en cualquier caso, metafísica. Que existe pero que no puede saldarse. Como la de buena parte de los países europeos, como la de Japón o incluso la de Estados Unidos. ¿Por qué Japón no tuvo problemas en financiarse a bajo interés cuando su deuda alcanzó el 200% de su PIB en una secuencia de diez años y, en cambio, Grecia fue arrojada a los pies de los caballos con un volumen de endeduamiento público del 160%? En relación al PIB, la proporción de la deuda de Estados Unidos, en la actualidad, es similar a la de España. Curiosamente, con anterioridad a la crisis actual y en espera de la próxima, España contaba con niveles de deuda menores a los de Suecia, Alemania, Gran Bretaña y Francia, que también han visto aumentar su deuda pública aunque sus habitantes, paradójicamente, se hayan enriquecido al menos en apariencia.

Y es que todo esto ocurre mientras en España, los pobres son cada vez más pobres y los ricos, cada vez más ricos. Una brecha creciente que se ha llevado por delante a buena parte de la clase media y que arroja una realidad escalofriante: según un análisis realizado por el Banco Central Europeo entre 2009 y 2013 y dado a conocer a finales del pasado año, los irlandeses , los griegos y los españoles fueron los ciudadanos europeos que perdieron mayor riqueza personal en la eurozona, mientras que alemanes y holandeses la ganaron. Irlanda habría perdido durante dicho periodo más de 18.000 euros por persona, mientras que los griegos lo hicieron en 17.000 euros por habitante y los españoles se empobrecieron en una media de 13.000 euros per capita. Sin embargo, en Holanda el crecimiento económico alcanzó 33.000 euros por habitante y 19.000 en Alemania, debido precisamente al incremento de las inversiones financieras.

Rajoy anuncia nuevamente que bajará impuestos si gana en las próximas elecciones. Así tendría que ser en el caso del consumo y de las actividades laborales de la mayoría de la población. No obstante, ¿quien se atrevería a anunciar y a cumplir una razonable subida de impuestos, al menos contra quienes se beneficiaron de la política fiscal y de las amnistías de los últimos años?

Deuda del recorte.-

La relación entre la deuda-PIB sirve para que las agencias de calificación y los acreedores decidan qué cantidad de dinero se puede prestar, el plazo y el tipo de interés aplicable, pero esto tampoco obedece a una regla de tres. En España, se ha optado por recortar el gasto de las administraciones, cuando buena parte de los españoles sobrevivían gracias a lo que antiguamente se llamaba olla grande. El recorte del gasto a veces ha costado el doble en cuanto a perdidas de ingresos. ¿Cómo va a aumentar el PIB si no se facilita la financiación de empresas y familias? El aumento del consumo también lograría incrementarlo, pero al escaso ritmo que crece no lo lograríamos nunca. Lejos de ese escenario, en los próximos meses, el nuevo gobierno tendrá que afrontar un mayor control del gasto. ¿Quién avisará a los navegantes? ¿Y a los electores? De nuevo nos esperan sangre, sudor y lágrimas. Sobre todo si aumenta la primea de riesgo y empeora la posición inversora neta de España (NIIP, Net International Investmen Position), que es el indicador que fija nuestra dependencia de la financiación exterior.

¿Cómo podríamos generar un superávit presupuestario real? Suprimiendo los gastos financieros destinados al pago de intereses de la deuda pública. Sin necesidad de nacionalizar o de socializar la banca, como ahora se dice, este problema estaría resuelto presumiblemente si los bancos centrales de cada uno de los países europeos hubieran podido financiar al Estado con medidas cautelares para evitar la inflación y con la misma generosidad de tipos que lo han hecho con los bancos privados, para salvar su estabilidad. Un simple vistazo a la historia económica del mundo nos hace ver que las etapas de mayor desregularización del sector financiero privado coinciden con los momentos de mayor deuda pública que tan sólo en 2013 generó intereses de 365.017 millones de euros a escala europea. Los economistas aparentemente más sensatos apuestan por reestructurar la deuda antes que resignarnos a su incremento progresivo.

Retornamos a 1909, eso parece. Ojalá, podrían decirnos los historiadores de nuestra economía porque, en aquella fecha, aquel 100 por cien de duda pública respecto al PIB se trataba de un dato esperanzador: veníamos del 123,9 por ciento de 1901. E incluso de niveles anteriores, cuando el Imperio se desmoronaba, que alcanzaron el 165 por ciento. Aquel 100 por cien de 1909 era una luz a la salida del túnel. El de ahora es el anuncio de que nos queda un largo, oscuro y tortuoso camino para salir de las tinieblas. Quizá la auténtica marca España sea la deuda. Pero quizá sea el desastre.

Juan José Téllez


Fuente: Público.es

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