martes, 28 de junio de 2016

Análisis de urgencia tras el 26J

Resultado de imagen de 26 junio elecciones

Nega
Integrante del grupo Los Chikos del Maíz

La estrategia del miedo ha funcionado. La verdadera victoria es de los medios de comunicación: las constantes editoriales de El País, la criminalización permanente en espacios como Espejo Público, el asedio de personajes siniestros como Eduardo Inda… Y una prensa que, en líneas generales, magnificaba el menor rumor sobre Podemos mientras minimizaba los escándalos de corrupción, ha sepultado la esperanza de cambio. Venezuela, Irán, ETA… Todo ha servido para desgastar a la formación morada. Resulta revelador que ni un solo medio escrito apoye explícitamente a Podemos, es completamente lo contrario: ABC, El País, El Mundo, La Razón, La Vanguardia, etc, vomitaron culebras casi a diario e inculcaron el miedo. La prensa escrita no tiene ni las ventas ni la influencia de antaño pero, incontestablemente, continúa marcando la agenda política. Por tanto, si hay que estar tres semanas hablando de la beca de Errejón porque ocupa todas las portadas, se está hablando tres semanas de la beca de Errejón. No importa que todas y cada una de las acusaciones hayan sido derribadas en los tribunales hasta en cinco ocasiones. Un asedio permanente crea ruido y deja un poso. El «difama que algo queda» se erige incontestable: para mucha gente Podemos es ya un partido corrupto equiparable a cualquier otro. Ello se acentúa entre amplias capas poblaciones sin acceso a internet y por tanto sin acceso a otro tipo de medios más plurales y menos dependientes de grandes corporaciones económicas. A veces lo olvidamos pero hay mucha vida más allá de Twitter, Público, el diario.es y La Marea.
La encuestas las carga el diablo. Que las encuestas se han cocinado con el fin de hinchar desmesuradamente el apoyo a Podemos con el objetivo de movilizar al electorado más conservador, no es una opinión, es un hecho. La diferencia entre encuestas y resultados es demasiado abismal como para pensar otra cosa. Hablamos de la misma gente que destroza la sanidad catalana de forma encubierta para frenar el independentismo o que conspira contra políticos rivales (Fernández Díaz Affaire). Manipular una encuesta para RTVE o Metroscopia es una nimiedad que cuesta lo que cuesta levantar un teléfono. Por un lado agitan el miedo y convierten en factible y muy probable el ascenso de la formación morada, lo que moviliza a los sectores más conservadores (Ciudadanos ha sido el más perjudicado en ese sentido), por otro lado se genera una falsa ilusión que desemboca en pesimismo y una sensación de derrota que lo primero que hace es desgastar e, inmediatamente, buscar culpables.
La guerra interna se torna inevitable. Cuando todavía no se había realizado el escrutinio completo, ya se leían voces en las redes sociales pidiendo la cabeza de Iglesias y sugiriendo de forma nada implícita que es Errejón quién debe tomar las riendas del partido. Las victorias siempre son colectivas; las derrotas tienen un único culpable. De darse esta maniobra, contaría con el apoyo (momentáneo como es obvio) de los grandes medios y oligarcas mediáticos: memorable fue ver a Eduardo Inda defender las posiciones asamblearias de Echenique e Izquierda Anticapitalista durante el Congreso de Vistalegre. Si llevaron a portada unas declaraciones de Errejón en las que decía que «me veo más con Pablo en actos de partido que tomando unas cañas», imaginad la ola informativa que se puede desatar. Todo lo que sea fractura, guerra interna o, como será más probable, puro debate político y de ideas, será siempre una golosina a exprimir por las grandes corporaciones mediáticas.
La hipótesis populista. La confluencia con Izquierda Unida ha fracasado, resulta evidente cuando se han perdido 1,3 millones de votos. Pero la política es dinámica y estamos en un punto de no retorno. No puede aplicarse una tabula rasa. No se puede retroceder en el tiempo y aplicar las tesis más centristas, peronistas o populistas como si nada hubiera ocurrido, como si no hubiéramos ido en coalición con el Partido Comunista, como si no hubiera existido un permanente asedio que ha vinculado a la cúpula de Podemos con los procesos latinoamericanos, como si los medios no pudieran transformarte de un comunista simpático a un comunista peligroso en un abrir y cerrar de ojos (Garzón) o como si no existiera La Tuerka y un pasado militante accesible a golpe de click en redes sociales y Youtube. En cualquier caso, deberían asustarnos las voces que reclaman una profundización en la hipótesis populista. Recordemos la estética Ikea, el enaltecimiento de la patria, la sustitución de progresista por izquierda, la renuncia a cuestiones fundamentales como la nacionalización de sectores estratégicos o la renta básica, la invisibilización de conflictos como la permanencia en la OTAN o el modelo de estado y un larguísimo etcétera. Si continuamos moderando el discurso en aras de una transversalidad infinita que aglutine diferentes sensibilidades, ¿qué nos quedará? Nos queda el centro político (que no la centralidad). Nos queda un PSOE sin referencias a la izquierda. Y huelga recordar que la gente suele preferir el original a la copia. Tiempo habrá para debatir todas estas cuestiones.
El PP y la corrupción. La corrupción no es que desgaste al PP, la realidad es que lo refuerza: cada nuevo caso (por grave que sea) genera una movilización brutal, movilización por el miedo a que ello produzca una victoria de las fuerzas transformadoras. El fenómeno es casi único en Europa, donde las urnas suelen castigar la corrupción y las dimisiones son moneda de cambio y una constante. La reciente dimisión de Cameron tras el brexit es una muestra de ello. Se llama Franquismo sociológico (cuñadismo político en tiempos recientes): prefieren al corrupto que la incertidumbre de políticos jóvenes de dudoso pasado. El votante es consciente de que le han estado robando a manos llenas, pero en un ejercicio mental que George Orwell describió como doblepensar, se engaña así mismo convencido de que es preferible el ladrón conocido a esos radicalismos que los medios le prometen como el Apocalipsis absoluto. Las voces que claman en la línea de «España es idiota», «país de pandereta», «tenemos lo que nos merecemos» y otra serie de lugares comunes propios del cuñadismo de izquierdas (que también existe), se quedan en la superficie, poco aportan. Pueden servir para desahogarnos momentáneamente, pero de nada sirven para solucionar problemas.
El PSOE resiste. La situación es tan disparatada que tenemos al PSOE celebrando los peores resultados de su historia y que un partido con apenas dos años de historia no lo haya superado. Ha perdido hasta en su cortijo particular como es Andalucía, en donde se mantiene por encima de Podemos pese a el escándalo de los ERE’s. En cualquier caso, se ha subestimado la capacidad de Sánchez y sobre todo se ha ignorado que el partido socialista sigue teniendo una muy potente red clientelar en muchas zonas rurales. Lo que nos lleva a la disonancia entre los núcleos urbanos y la España más rural.
Las dos Españas. Mientras en las zonas más desarrolladas y urbanas se pide cambio, en las zonas rurales cuesta horrores penetrar. Sean redes clientelares o envejecimiento de la población, la realidad es que en Castilla y León (por poner el ejemplo más sangrante) la hegemonía conservadora es absoluta. Algunos sostendrán que el patrón de transformación social se produce siempre con las grandes ciudades y núcleos urbanos como vanguardia política que posteriormente se extenderá al resto del país. Así ha ocurrido siempre, pero la argumentación es tramposa y tiene poco recorrido, básicamente por motivos históricos. En la actualidad no va a producirse ningún proceso de industrialización ulterior o revolución burguesa o de las luces. La modernidad como fenómeno histórico y cultural ya pasó por nuestro país. Por supuesto que la ley electoral beneficia esta realidad, pero es lo que tenemos y es con lo que hay que trabajar. Un buen comienzo pasaría por, durante la campaña electoral, no abandonar a las ciudades y zonas en las que se espera poco voto, tampoco ayuda centrarse en problemas exclusivamente urbanos como las pymes, el exilio de los mejor preparados, la educación universitaria o los becarios. Conviene recordar que cerca de la mitad de españoles carece de correo electrónico, por muy brillante que sea la campaña en redes, tiene un techo de cristal. Hay quien habla YPP (Yerno Perfecto Progresista) que se traduce en los Garzón, los Bustinduy, los Errejón: currículos académicos interminables pero una sensibilidad inequívocamente urbanita que no conecta con otras realidades existentes en nuestro país. Los baños de masas en los grandes núcleos urbanos refuerzan el espíritu y generan ilusión, pero hay que bajar al barro. Por otra parte, conviene recordar que ese apoyo en los grandes núcleos se ha producido principalmente en Euskal Herria y Catalunya, donde se viven, con mayor o menor intensidad, sendos procesos y/o conflictos nacionales que urge solucionar por la vía democrática y la consulta.
La calle. A la calle gritan muchas voces, hay que volver a la calle. Parecen olvidar que sí hubo calle, hubo 15M, mareas de sanidad, educación y justicia, movilización minera. Hubo Rodea el Congreso, Marchas de la dignidad, escraches a políticos y, como siempre, hostias, multas y cárcel para quién habló de más. Y tras tanto dolor y movilización, no nos engañemos, el resultado fue el mismo: la ofensiva neoliberal contra las clases populares continuó su curso implacable, ya fuera en lo puramente social empobreciendo más si cabe las condiciones de vida las clases populares o en lo político, con sucesivas victorias de la derecha. La disociación entre calle y poder político encontró su cenit en el barrio de Gamonal: el Partido Popular venció en el mismo barrio que de forma tan heroica había luchado frente a sus políticas municipales. No deja de resultar irónico que los mismos que hoy piden la vuelta a la calle, eran los que criticaban esas mismas movilizaciones en la calle por considerarlas demasiado lights, reformistas o tibias. Hay que volver a la calle sí, pero entender la calle más allá de esos ateneos, centros sociales, okupas o manis asustaviejas que no dejan de ser espacios de confort donde no hay que enfrentar la realidad con un pueblo que tiene miedo a los radicalismos políticos; se trata de salir a la calle para crear tejido social, poder popular en los barrios, penetrar en las asociaciones de vecinos, en las AMPAS, en las fiestas populares y en los centros de trabajo. Hacer mucha pedagogía, con mucha mano izquierda. Y explicarle a tu vecino que la nacionalización de sectores estratégicos no implica que nos vayamos a quedar sin papel del culo y que la renta básica no es un salvavidas para vagos. Así, cuando las sucesivas ofensivas mediáticas azuzando el miedo se produzcan, estaremos en una posición de ventaja y nuestros representantes políticos no tendrán que hacer peripecias verbales ni jugar al escondite con la ambigüedad política. La única victoria posible puede darse con la concatenación de ambos espacios: una lucha en la calle potente que se pueda traducir electoralmente para poder legislar en favor de las clases populares y más castigadas que consiga resistir los envites del miedo a los radicalismos azuzados por la prensa servil. La maquinaria electoral ha tocado techo, ahora toca crear base, sin base es ya imposible que siga creciendo.
Nadie dijo que fuera fácil. Llevamos toda la vida luchando, no nos asustan las derrotas, los palos en la rueda o los severos reveses. Hay que seguir galopando, hay que seguir llamando a las puertas del cielo.
Fuente: Público.es

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