martes, 21 de junio de 2016

Felipe VI, un rey por cojones y por los cojones

Presentación de credenciales en el Palacio Real

Se cumplen dos años de la coronación de Felipe VI (19 de junio) y casi nada ha cambiado. Seguro que muchos de los que se hacen llamar periodistas se dedicarán a ensalzar la imagen de “El Preparado” casi tanto como lo hicieron con “El Campechano”. Esperemos que la cruda realidad no les deje en el mismo lugar que a los que durante décadas nos engañaron, que no sean los Cebrianes de turno que luego aparecen vinculados a Panamá.
Dejando a un lado la indefendibilidad intelectual de una monarquía en un sistema democrático, la realidad es que la Casa Real ha hecho muy poco, desde un punto de vista objetivo, por adaptar su institución a los mínimos requisitos exigibles en una democracia.

Un rey por los cojones: coronación machista

Un rey que no fuera machista jamás habría ascendido al trono por encima de una hermana mayor (dos) y un país que no lo fuera tampoco lo habría permitido. Aunque nuestra sociedad hace tiempo que ha redoblado esfuerzos para terminar con esta lacra, poco parece haberle importado a Felipe. Quería reinar y nada ni nadie se lo ha impedido, ambición que recuerda a la de su padre cuando pasó por encima de Juan de Borbón.

Por desgracia, ejemplos tan machistas como el de la coronación suponen una falta de legitimación considerable. Los partidos políticos se esfuerzan en las listas cremallera o en la paridad, los medios de comunicación denuncian las diferencias salariales entre hombres y mujeres y las grandes personalidades se apuntan a campañas de concienciación. Sin embargo, todos enmudecen ante el caso de Felipe VI y su coronación machista. Parece que para alguno las hermanas mayores del rey ni existen. ¿Qué legitimidad puede tener el rey, la reina o cualquier miembro de la Casa Real para posicionarse en contra del machismo si son los primeros en practicarlo? Ninguna.

Un rey por cojones: sin consulta popular

El monarca, al igual que su padre y antepasados, no parece muy demócrata. Hay muchos que afirman que no “borbonea”, como si fuera suficiente muestra de valores democráticos que no participe de un golpe de estado o conspire contra el presidente. Pienso que nos conformamos con muy poco.

Se deberían haber emprendido dos reformas que adecuarían la existencia de la monarquía, si ello es posible, a una democracia moderna (que no somos). Las medidas son evidentes: referéndum previo a la coronación y posibilidad de revocación. De esta forma, se conseguiría que el reinado estuviera subordinado a los ciudadanos. Si la soberanía emana del pueblo, tendrá que ser este el que decida qué gobierno prefiere, qué rey o reina desea que ostente la corona y hasta qué momento quiere que esto suceda. Parece que lo de la subordinación y la soberanía popular no son valores del gusto de la realeza.

Un rey con privilegios anacrónicos

Sin ningún género de dudas, convertir al rey en un ciudadano más a efectos jurídicos debería ser una prioridad de los partidos políticos, los ciudadanos y los medios de comunicación. De momento no está en la agenda. Llegados a esta situación, si alguien debería ser el primero en dar ejemplo y terminar con la inviolabilidad jurídica tendría que ser el propio Felipe. El rey no es que esté aforado, es que es inviolable jurídicamente hablando. Resulta muy grotesco que en un país democrático uno de sus ciudadanos pueda legalmente atentar contra todos y todo y salir indemne de semejante crimen. Algunos dirán que no pasará, pero por desgracia ahí está el comportamiento de Juan Carlos I durante su reinado.
Puede que uno de los motivos para que se mantenga este privilegio sea que si el rey emérito pudiera ser juzgado tendría muchas dificultades para evitar la cárcel.

Un rey con un salario desorbitado

En lo salarial el rey no es ejemplar. Un país en el que un tercio de los ciudadanos gana menos de 650 euros no parece el mejor escenario para el salario real (236.544 euros). Somos muchos los que reclamamos una mejor redistribución de rentas y quién mejor que el rey para aplicar medidas en este sentido. El problema es que para ello se requiere ejemplaridad y cuando se habla de dinero (y de otras cuestiones) en la Casa del Rey, la ejemplaridad ni está ni se la espera.
No es en ningún caso procedente, menos aún en mitad de una de las mayores crisis que se recuerdan, ganar casi el cuádruple que el presidente del Gobierno y que diversos miembros de su familia sumen salarios superiores a los de este (el rey emérito, 189.228 euros, la reina emérita, 106.452 euros, o la reina, 130.092 euros). Entre los cuatro salarios reales (662.316 euros) multiplican por más de siete lo que recibe la familia presidencial. No está mal. Podrían haber rebajado su salario hasta el nivel del presidente del Gobierno y haber eliminado el resto de salarios, dejando en todo caso el salario del rey emérito (equiparándole al de los expresidentes de Gobierno). Ni que decir tiene que comprobar que los reyes ganan más que las reinas es de bastante mal gusto después de la reclamación que tantas mujeres hacen en cuanto a equiparación salarial.

Otro punto que resulta bastante anacrónico es que sea el propio rey el que se suba o baje el sueldo.

Un rey jefe de las Fuerzas Armadas: otro anacronismo real

No es solo una cuestión de seguir teniendo a un rey como Jefe de las Fuerzas Armadas, que también. Lo peor de todo es que en estos dos años de reinado no ha instado a un cambio profundo del mundo militar (justicia militar, órganos de control, macrocefalia o excedente de oficiales, despilfarro y corrupción, abusos y acosos, precariedad laboral y despido de la tropa, abandono de los discapacitados, etc.). No ha tenido ni una palabra para los militares heridos o discapacitados que reclaman pensiones y/o justicia, no ha compartido un gesto con aquellos militares que son enviados al desempleo, no ha exigido el fin del excedente de oficiales que ya se dibujaban a la perfección en los relatos literarios del siglo XX y tampoco ha creído oportuno abanderar la lucha contra una corrupción militar que hasta Santiago Ramón y Cajal describió a finales del siglo XIX.

Un rey compi-yogui

Por desgracia, hay pocos cambios destacables salvo que el rey actual no es amigo de Villar Mir como lo fue el emérito, sino de su yerno… y que el nuevo monarca es más del gusto del yoga que de los elefantes, blancos y cazados. Cosas de compi-yoguis que la plebe y los medios de “mierda” (tal y como afirmó Letizia, La Republicana) no estamos preparados para entender.

Luis Gonzalo Segura, exteniente del Ejército de Tierra.

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Fuente: Público.es

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