martes, 9 de agosto de 2016

¿Estamos viviendo otra vez los años 30?

Un par transeúntes recorre algunas de las calles de Alepo (Siria) que sufrieron ataques aéreos este 28 de abril. EFE

Las similitudes con los años previos a la Segunda Guerra Mundial son patentes, pero aún podemos poner nuestra esperanza en algunas diferencias muy claras


Paul Mason   

Los acontecimientos están ocurriendo a una velocidad endiablada: el Brexit, el golpe de Estado en Turquía, las masacres islamistas en Francia, el sitio de Alepo, la candidatura a presidente de Donald Trump. Desde EEUU hasta Francia y pasando por el Reino Unido postBrexit, los altos niveles de racismo y xenofobia que se reflejan en los políticos con cifras de dos dígitos en las encuestas, tienen intrigada a la gente: ¿se está repitiendo la década de 1930?

A primera vista, las similitudes son reales. La decisión del Reino Unido de votar para salir de la UE se asemeja a la decisión de abandonar, presos del pánico, el patrón oro en septiembre de 1931. El Reino Unido se convirtió así en la primera potencia en renunciar al sistema económico mundial. La incipiente ruptura del Partido Laborista es un reflejo de la ruptura que mantuvo al partido lejos del poder durante 14 años. Y por supuesto el trasfondo económico, de depresión y crisis bancaria, tiene cierto parecido con la situación actual.

Pero un estudio más profundo de la década de los treinta revelará que actualmente estamos mejor y, en varios sentidos, en una situación mucho más salvable, aunque en un aspecto sea peor.

Tras la caída de la bolsa de Wall Street en 1929, la caída económica hecho raíces en 1931 con la quiebra de bancos a ambos lados del Atlántico, la imposición de medidas de austeridad en economías ya de por sí débiles, el uso de aranceles, el bloqueo de monedas y el nacionalismo económico.

El hecho de que los miembros de la élite abogaran por el desempleo masivo como una medida de presión para bajar los sueldos creó el ambiente propicio para que la situación explotara; los grupos abiertamente fascistas, militarizados y genocidas encendieron la mecha. Tras el primer logro electoral de Hitler en 1930, el Partido Nazi tardó solo dos años en obtener el 37% de los votos.

Luego, en 1934 hay una manifestación masiva de extrema derecha en París y el levantamiento de los mineros asturianos en España, reprimido por el Ejército. En 1935 comienza el rearme de Alemania. En España, la Guerra Civil se inicia en 1936. Ese mismo año, los trabajadores de EEUU y de Francia organizan tomas masivas de fábricas y Stalin comienza con su “gran purga”.

Es en este período cuando los años treinta adquieren su característica principal: la rendición de la democracia, la certeza de una guerra y la marcha hacia la muerte de millones de civiles.

En la actualidad, para nosotros, la diferencia más grande y positiva es que partimos de la base de una economía mundial globalizada. Nuestro punto de partida es un sistema económico cualitativamente más interdependiente, en el que ya se tiene pleno conocimiento de que la autarquía (incluso para los políticos a los que les gustaría probarla) sería un suicidio.

Este conocimiento fue el que obligó a las desorientadas élites a coordinar medidas de estímulo extraordinarias durante las reuniones del G20 de Londres (2009) y Cannes (2011) para prevenir una caída como la de 1930. Aquellos que deambulaban por estos encuentros (entre los que me incluyo) diciendo que las medidas no eran las adecuadas deberían admitir que, a pesar de la incompetencia, los gobiernos actuaron de buena fe. El sector de los poderosos rechazó economías “procíclicas”, como las que sumieron a EEUU en la Gran Depresión y a Alemania en el fascismo. En todos lados, salvo Europa (aunque también en Europa), el extremismo de derecha se ha podido mantener a raya por el momento.

El problema es que, políticamente, hemos ido más allá de la década de 1930.

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Imagen de archivo del ataque en Niza EFE
Hagamos el esfuerzo de prestar atención a lo que se cuece en las redes sociales: el odio organizado hacia la actriz negra Leslie Jones, el racismo y la misoginia anónimos, la habitual asociación del odio anti-izquierdista con el odio anti-islamista. Hagamos el intento, aunque sea por una sola vez, de ver lo que algunas personas tienen que ver a diario: jóvenes negros asesinados por policías en EEUU; cuerpos de niños despedazados por las bombas de Asad o por las fuerzas aéreas rusas o estadounidenses; blogueros crucificados en público por el Estado Islámico o cuerpos mutilados de franceses de fiesta en Niza.

En los primeros días de la Guerra Civil española, cuando las tropas de Franco tomaron Badajoz y fusilaron a 2.000 habitantes, el observador militar de la Wehrmacht alemana estaba tan asqueado que recomendó que a las tropas alemanas jamás se les permitiera servir junto a las de Franco. Tenía miedo de que se volvieran “brutales”.

En las memorias escritas durante la década de 1930 y los años de la guerra, casi siempre hay un momento de comprensión: al ver un cadáver o al entender que se le puede disparar a los prisioneros o que la Convención de Ginebra no siempre es respetada.

La brutalidad es superior a la de los años 30

Lamentablemente, en pura brutalidad hoy hemos sobrepasado la de los años treinta. En la lucha entre los gobiernos y las poblaciones civiles, la Convención de Ginebra no se aplica.

Lo peor de todo acerca de este presente (y millones de personas lo pueden decir) es la velocidad con la que vamos hacia la catarsis. Es imposible imaginar que todo vaya a quedar en una aburrida inmovilidad.

Cuando vemos a los matones de Erdoğan enviando a la cárcel a periodistas que han defendido la democracia toda su vida en Turquía, un país donde según informa Amnistía Internacional las palizas, violaciones y torturas son moneda corriente, se hace posible imaginar que estos sucesos puedan ocurrir en otras democracias que lo son solo de nombre.

Seguidores del presidente de Turquía Recep Tayyip Erdogan lanzan proclamas en la plaza Taksim en Estambul, Turquía, tras el golpe de Estado militar
Seguidores del presidente de Turquía Recep Tayyip Erdogan lanzan proclamas en la plaza Taksim en Estambul, Turquía, tras el golpe de Estado militar EFE
Junto a todo esto, tenemos dos cosas que los años treinta no tenían: miles de millones de personas instruidas e ilustradas en este planeta y el concepto de derechos humanos universales e inalienables.

Cuando, al comienzo de esta agitación social, leí el libro Indignez Vous! (¡Indignaos!) , de Stéphane Hessel (uno de los panfletos que inspiraron las protestas del movimiento Occupy), me pregunté por qué Hessel hacía tanto hincapié en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Hessel fue miembro de la resistencia francesa y ayudó a escribir la Declaración de 1948. Dirigiéndose a los jóvenes indignados de 2008, Hessel dedicó varios párrafos largos a explicar por qué lucharon tan duro para que la palabra utilizada fuera "universal" y no “internacional”: “Así se previene el debate a favor de la plena soberanía que tanto les gusta a los estados cuando llevan a cabo crímenes de lesa humanidad en su territorio".

La generación de Hessel entendió que, incluso si todo fuera una pantomima para cubrir la hegemonía de EEUU, un sistema global y universal de Derechos Humanos dejaría un legado perdurable. Hoy en día, cuando un periodista o un empleado de una ONG se encuentra en medio de una masacre, primero piensa (si tiene la preparación correcta) en obtener pruebas para un juicio. Luego, en la primicia.

Así que no. Esta no es la década de 1930 con drones y gente que insulta y molesta en las redes sociales. Tenemos un sistema global resistente que debemos defender. Para saber qué pasará si no lo protegemos, basta con escuchar lo que se dice en cualquier red social.

Traducido por Francisco de Zárate
Fuente: theguardian - eldiario.es

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