domingo, 7 de agosto de 2016

Jaque a la Unión Europea y pie cambiado de las fuerzas transformadoras



Daniel Albarracín

El apenas esperado acontecimiento de la salida del Reino Unido de la Unión puede comprenderse como una de las posibles consecuencias no deseadas por quienes impulsaron la consulta y las luchas tacticistas entre las élites y, más en particular aquí, las contradicciones en el marco de la disputa por el poder entre las fuerzas de derecha británica. Si bien detrás de este desencaje de piezas se encuentran varias placas tectónicas de carácter socioeconómico y político, que han acabado por desplazar del continente europeo a las Islas Británicas un poco más de lo que ya lo estaban. Se ha mostrado al mismo tiempo la crisis del modelo de integración fallido como es el de la Unión Europea y el divorcio evidente con la población británica, algo que podría replicarse en otros países si se facilitaran nuevas consultas.

El 23 de Junio de 2016 pasará a la historia no sólo como la fecha en que el Reino Unido decidió votar, con un 51,9 %, a favor de la salida de la UE. El 24 Junio no será sólo el momento en que Cameron anunció que, en tres meses, renunciaría a su cargo de primer ministro; también será recordado como el inicio de un proceso de desintegración y caos político que modificó el mapa de Europa, que hirió de muerte el diseño de la Unión Europea. También puede representar el inicio del cambio de las propias fronteras y vínculos de un viejo imperio, que pierde razones para mantener unido a su Reino. Será recordado como un cataclismo legislativo que aboca a un desafío proverbial para recomponer la base regulatoria de un país y el retorno de varias competencias. Lo más preocupante, supone un hito fundamental para el resurgimiento de antiquísimos, orgullosos y reaccionarios sentimientos nacionalistas y xenófobos porque, por desgracia, la opción del Lexit (una salida de izquierdas) ha quedado al margen del debate público en estos últimos meses.

El proceso político de desvinculación

Ahora se abre un complejo proceso político institucional. Debemos conocerlo para disponer de los tiempos en los que se va a mover el curso de lo que está por venir, en el que hay muchas cosas todavía por definir. El único precedente conocido es el de la salida de Groenlandia en 1982, una región autónoma de Dinamarca con apenas 50.000 habitantes.

El Referéndum no es vinculante. Se han abierto dos maneras de gestionarlo. Bruselas quiere activar el artículo 50 de los Tratados Europeos, invocado de inmediato para reducir la incertidumbre mientras que el gobierno británico no quiere darse tanta prisa. Pero, aunque pueda retrasarse, no parece que pueda evitarse el proceso de desvinculación relativa que supone su concreción política. Cualquier acuerdo habrá de ratificarse en el Consejo y en el Parlamento en Estrasburgo. El resto de los 27 países que aún permanecen tienen derecho de veto para establecer un modelo de salida. Luego se daría el paso a la ratificación por los parlamentos nacionales y cualquier país puede obstaculizar el proceso.

Sin duda, los funcionarios británicos en Whitehall van a tener que asumir retos de envergadura. Varias competencias antes reservadas a la UE, como salud, seguridad, servicios financieros o aspectos de política de empleo, regresan al país; habrá que redefinir o redactar numerosas leyes, para evitar vacíos regulatorios o de gestión política. Un reto fundamental será la negociación de nuevos tratados comerciales, así que el Ministerio competente se sobrecargará de tareas.

Activado el artículo 50, se abre un periodo de dos años de negociaciones donde aún se seguirán cumpliendo los tratados y leyes de la UE, pero el Reino Unido no podrá incidir más en sus cambios. Habrá que concretar bajo qué términos se regulará financieramente la ciudad de Londres, los aranceles a aplicar o los derechos de circulación de personas de ciudadanos comunitarios y del Reino Unido.

Un cataclismo para la historia política del Reino Unido.

Cameron ha dimitido “en diferido” para gestionar la transición en su partido y los que aspiren a sucederle, posiblemente un pro-Brexit, tendrán una patata bien caliente.

Entre las candidaturas a ser nuevo primer ministro, si no hay convocatoria de elecciones, cabe hablarse de Boris Johnson, ex alcalde de Londres que lideró entre los Tories al Brexit; George Osborne, que apoyó la permanencia; y los candidatos de compromiso como Theresa May, Ministra del Interior.

El próximo líder tendrá que hacer frente a un partido dividido, asediado por el ascenso del UKIP de Farage. El partido conservador británico puede verse desbordado por su la derecha xenófoba y populista, o bien quedarse absorbido por tener que aplicar las políticas que la derecha más reaccionaria exige.

Mientras tanto, en Escocia e Irlanda del Norte, donde triunfó el voto por la permanencia, o en Gibraltar, puede haber consecuencias de calado a medio plazo. El Partido Nacionalista Escocés activará, si los cálculos le favorecen, una próxima consulta, que podría derivar en la salida de Escocia del Reino Unido y su reinserción en la UE. E Irlanda e Irlanda del Norte podrían asistir a nuevos y reforzados movimientos políticos para alcanzar su reunificación.

Las razones para un Reino Unido se agotan. El viejo imperio que anexionó a varios pueblos y pudo sostenerlos en su interior por su actitud hegemonista ante el resto del mundo y su represión interna, queda muy mal parado de cara a darles razones para mantener a irlandeses o escoceses bajo la Corona Británica, una de las instituciones más poderosas económica y políticamente del mundo.

Las posibles repercusiones económicas

Los mercados financieros han sobrereaccionado cayendo más de un 15 %. Está cundiendo la alarma por las potenciales repercusiones económicas. Estas se materializarán, pero más allá del histrionismo de corto plazo de los mercados financieros, no tendrán un alcance mayor. No al menos por esta causa. No nos olvidemos que vivimos una crisis global como pocas veces hemos atravesado y eso sí que es el problema. La libra esterlina se va a devaluar, ya lo está haciendo en torno a un 10 % respecto a otras grandes monedas. Podría hacerlo próximamente hasta el 20 %, aunque a medio plazo se restablecerá parcialmente. Ha perdido parte de su atractivo como moneda refugio, pero la economía británica es poderosa, con la principal industria financiera y con un aparato productivo sólido, con influencia comercial en varios espacios económicos internacionales. No sólo el norte de la UE (Dinamarca, Holanda, Alemania, Irlanda, etcétera) sino también en EEUU y la Commonwealth. No es un país aislado ni débil. Y puede jugar aún sus bazas como gran plaza financiera. Aunque el peligro es que caiga en la tentación de emprender una partida arriesgada: una carrera de devaluación competitiva.

A corto plazo, algunos sectores se verán afectados porque la ventaja de la industria financiera, que le aporta excedentes rentistas, para poder abordar sus transacciones internacionales, puede verse durante un periodo perjudicada por el deterioro de la libra y la retracción del inversor internacional. Así, que, mientras no se disipen algunas dudas, puede haber un impacto recesivo en Reino Unido.

Como siempre, la incertidumbre afecta a la histeria de los rentistas, pero parece que los bancos centrales europeo, suizo o japonés, proveerán nueva liquidez para dar estabilidad a los mercados financieros. Si persiste la crisis, como decimos, será más bien fruto de la decadencia del capitalismo que por esta reordenación económico-comercial.

La desvinculación formal de Gran Bretaña de la UE es relativamente sencilla, dentro de su complejidad regulatoria. Más complicado será acordar una nueva relación comercial, estableciendo lo que se permiten los aranceles y otras barreras a la entrada, y ponerse de acuerdo sobre las obligaciones tales como la libre circulación. Tal proceso podría tomar al menos cinco años.

La opción por defecto es establecer el comercio con la UE en virtud de las normas de la Organización Mundial del Comercio como Estados Unidos, China o cualquier otro país. Se baraja que los productos británicos se encontrarían con la posible desventaja de tener que hacer frente a un 10% de aranceles en sus exportaciones. Pero lo más presumible es que UK buscase un status comparable al de Noruega, que es miembro del Espacio Económico Europeo (EEE), a cambio de lo cual se requiere contribuir al presupuesto de la UE y permitir la libre circulación de personas. Aunque caben otras opciones como las que ofrecen el caso suizo o turco. Pero hay que constatar que cualquier acuerdo comercial tarda muchos años en alcanzarse.

Quizá un status como el de Noruega sería una base insuficiente para las aspiraciones británicas. Aún hay que ver si el Reino Unido quiere asomarse al TTIP o si opta por esperar a que Trump pudiera alcanzar la Casa Blanca, y hacer migas con él. Los conservadores británicos saben que si Trump ganase la Casa Blanca, éste pondría al Reino Unido como prioridad, justo lo contrario de lo que harían China o Canadá.

El atractivo financiero británico se va a ver deslucido porque el capital que allí buscaba su refugio y un bue negocio rentista tendría que restar de sus cálculos los beneficios indirectos del acceso al mercado único europeo.

Un nuevo mapa político y geoestratégico.

Mientras Reino Unido aspira a recuperar su pretérito hegemonismo, aunque al final acabe cayendo en brazos de alguno de los bloques económicos en ascenso, también su mapa interno, como hemos indicado, puede verse alterado. Ni que decir tiene que esta experiencia va a dar razones añadidas a aquellos que persiguen una restauración de los refugios nacionales y exaltará viejos prejuicios patrióticos.

La Unión Europea, se encuentra atravesada por diferentes movimientos contradictorios. Mientras se consagra una Unión intergubernamental con múltiples acuerdos fuera de los Tratados Europeos, en los que las relaciones asimétricas otorgan cada vez más poder a Alemania, la Comisión Europea insiste en poner sobre la mesa un nuevo proyecto federalista, tecnócrata, intervencionista y, al mismo tiempo, neoliberal, como es el que se idea en el Informe de los 5 presidentes. Sin embargo, el actor decisor radica en el Consejo, y el bloqueo político allí es más que evidente. Para casi todo se necesita unanimidad. Y por eso, el monstruo de la Unión Europea se ve esclerotizado. Al mismo tiempo, han crecido a su alrededor multitud de acuerdos e instrumentos económicos entre grupos de países que, bajo la alfombra y de manera más bien siniestra, pueden estar sentando las bases para futuros acuerdos que dejen obsoleta la institucionalidad existente. Ese proceso “constituyente” lo están desarrollando las élites, mientras que las clases populares se dirimen entre el escepticismo, el aburrimiento o la ingenuidad respecto a lo que es el devenir supranacional, un debate poco formado y maduro entre las mayorías sociales y completamente metido en una urna en el marco de las instituciones europeas.

Las tentaciones, por tanto, pueden inclinarse a la formación de una Europa a múltiples velocidades, o la desintegración a plazos del proyecto, merced al ascenso de la extrema derecha y populismo nacionalista reaccionario. Estos ya han mostrado sus dientes en Austria, Francia u Holanda, sin detenernos en muchos de los países del Este europeo.

Un nuevo internacionalismo y una estrategia para la recomposición para otra Europa.

En esta tesitura hay que constatar que a las fuerzas políticas transformadoras la situación les ha pillado con el pie cambiado. Se ha optado por acumular fuerzas defendiendo una idea de Europa que, no cabe lugar a dudas, no existe y que es completamente opuesta a lo que promueven las instituciones europeas. Las instituciones europeas ponen a competir a las clases trabajadoras entre sí y devalúan sus condiciones de existencia y derechos, al mismo tiempo que abren las puertas al capital y su movilidad depredadora, con políticas que instauran la dictadura de las finanzas y que promueven una industria ecológicamente insostenible.

Creo que es un acierto insistir en la necesidad de la construcción de modelos supranacionales solidarios, democráticos, que articulen a los diferentes pueblos en un esquema cooperativo. Creo que, posiblemente, algunas ideas surgidas del proyecto de la UE podrían tomarse en cuenta, como el método comunitario o algunas prácticas institucionales que pudieron haber dinamizado la cooperación. Pero debe afirmarse que como proyecto en su conjunto se basa en dar alas y soporte al capital transnacional y la banca privada centroeuropea contra el mundo del trabajo y los derechos de los pueblos.

De tal manera que, aun siendo comprensible que se defienda un modelo europeísta, debe dejarse constancia que un esquema semejante como el descrito no cabe en la institucionalidad de la Unión Europea.

Algunas izquierdas defienden acumular legitimidad, razones y gobiernos que se sienten en el Consejo. Es preciso recordar que los tratados fundamentales requieren de la unanimidad. Entraña un blindaje del modelo en vigor. Esta ruta sólo cabe transitarla si somos conscientes de que cualquier cambio en la UE no se conseguirá por la vía procedimentalmente establecida. Será precisa una gran conmoción política, exterior a su carácter blindado y esclerotizado. Así que la opción de la permanencia crítica también debiera tener previsto algún ejercicio de desobediencia y ruptura concertada entre varios países.

En el otro polo hay quien ha querido insistir en la salida unilateral para rearmarse con viejos instrumentales económicos keynesianos. Pero esa opción, de manera aislada, preparará muy mal los retos por venir. Porque el terreno de juego global exige amplios espacios económicos y una institucionalidad democrática y políticas supranacionales y no sólo políticas económicas nacionales.

En el caso británico muy pocos han optado por la siguiente ruta: desvincularse para recomponer relaciones con aquellos que se pueda y con las políticas e instituciones necesarias para construir un área socioeconómica y política supranacional que, entonces sí, pusiese en pie acuerdos comerciales justos y regulados, políticas de inversión pública conjuntas, políticas tendentes a una convergencia real, lo que implica redistribuciones, una política monetaria esbozada con otro banco central y otros criterios, y la definición de un modelo productivo y una distribución internacional del trabajo complementaria entre equivalentes. Para el Reino Unido, por su capacidad y potencial, cabía esta opción. Aunque, es cierto, la ausencia de debate y madurez de este tipo de orientación allí hacía muy difícil el reto, dado el retroceso en este terreno en la sociedad británica.

En el caso de las periferias europeas, difícilmente podría plantearse de inmediato la desvinculación. Pero caben otras opciones. La opción de la desobediencia al Pacto de Estabilidad y Crecimiento, avanzar en el control de movimiento de capitales y la regulación del sistema financiero, al mismo tiempo que se abriesen los brazos a otros países o regiones para una estrategia cooperativa en extensión, daría tiempo, mientras reacciona la contraparte, a preparar las mejores condiciones e instituciones, para, en caso, de expulsión, poder hacer frente a un periodo excepcional, y poner en pie las condiciones de desarrollo endógeno y supranacional necesarias para construir un espacio socioeconómico y político internacional favorable a las clases trabajadoras y populares.



Daniel Albarracín es sociólogo y economista. Es miembro del Consejo Asesor de VIENTO SUR

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Fuente: Viento Sur

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