miércoles, 3 de agosto de 2016

La 'rajoyización' de la política




Mariola Urrea Corres
  Profesora Titular de Derecho Internacional Público de la Universidad de La Rioja

"No hacer, no decir; el tiempo quizás lo resuelva ¿a nuestro favor?". Quienes quieren vencer políticamente a Mariano Rajoy han optado, esta vez, por imitarle
Han pasado casi ocho meses desde las elecciones del 20-D sin que la democracia parlamentaria haya podido encontrar la manera de convertir los resultados electorales que arrojaron las urnas en una iniciativa de gobierno capaz de obtener la confianza política necesaria para superar una sesión de investidura y afrontar la gobernabilidad del país. Hasta la fecha, el resultado del 26-J únicamente ha dado lugar a un candidato que ha aceptado la propuesta del Rey para intentar formar gobierno, pero sin garantías de protagonizar una sesión de investidura para la que, a fecha de hoy, no tiene los apoyos suficientes. De hecho, 39 días después de obtener los 135 escaños que le avalan como el candidato más votado, sería muy pretencioso decir que Mariano Rajoy ha trabajado para definir un proceso de negociación con equipos, método y contenido capaz de suscitar la confianza e interés de los adversarios políticos. Más bien al contrario. Al más puro estilo Rajoy, está tratando de que el paso del tiempo proyecte sobre todos los demás la presión suficiente como para que el apoyo le sea otorgado de forma graciosa. Así, bastaría con que Ciudadanos convirtiera su anunciada abstención técnica en voto favorable y el PSOE transformara su voto negativo en una abstención que hiciera finalmente factible el gobierno. La pretensión del PP no encuentra, a nuestro juicio, lógica democrática alguna.

Más aún, las obligaciones a las que debe hacer frente España sin demora no pueden constituirse por sí mismas como el pretexto idóneo para exigir, sin más, que la oposición facilite un gobierno presidido por Mariano Rajoy. No pretendo restarle importancia a los compromisos que debemos asumir como país con nuestros socios europeos, ni obviar la conveniencia de acertar con la solución política y jurídica para Cataluña. Tampoco desconozco la urgencia de afrontar una agenda social ambiciosa que reduzca la brecha de desigualdad que se ha apoderado de la sociedad española. Ni ignoro la precariedad en la que está instalado un gobierno en funciones y significativamente mermado tras la dimisión de José Manuel Soria por su vinculación con una empresa domiciliada en Panamá, la renuncia de Ana Pastor para asumir la Presidencia del Congreso y la que oficializará esta misma semana Alfonso Alonso para liderar la candidatura a lehendakari en las elecciones vascas del mes de octubre. Siendo todo lo expuesto de importancia capital para España, no creo que contribuyéramos demasiado al fortalecimiento de nuestra cultura democrática si la pretendida urgencia de dar respuesta a los problemas indicados solo sirve para eximir a Mariano Rajoy de su obligación de ganarse la confianza de otras fuerzas políticas completando los escaños que le faltan para poder obtener la mayoría que la Constitución exige para ser investido Presidente. No podemos olvidar que es precisamente esta capacidad para aglutinar una mayoría parlamentaria la que conforma las claves de nuestro sistema político.

Con todo lo expuesto, tampoco pretendemos reducir la complejidad del momento político actual a una discusión que parece abrirse en la opinión publicada entre quienes creen que la solución a esta situación de parálisis pasa por poner el acento en las personas para, a continuación, concluir que Rajoy se ha convertido en el principal obstáculo político para el acuerdo; y quienes, sin embargo, consideran que lo importante son las medidas y, en este sentido, podríamos estar ante una oportunidad interesante para condicionar la agenda política del gobierno desde una oposición constructiva que facilitara la puesta en marcha de un gobierno en minoría. Se trata más bien de suscitar, atendiendo a los hechos, alguna duda en torno a la verdadera capacidad de Mariano Rajoy para gestionar unos resultados electorales que le permitan obtener la confianza personal de sus adversarios políticos para liderar un ejecutivo que difícilmente puede representar las exigencias de regeneración democrática que impone Ciudadanos. De igual forma, cabe preguntarse si quien durante los últimos cuatro años ha diseñado políticas sin contar con el apoyo del resto de fuerzas políticas puede ahora deshacer su legado aceptando el diseño de una contra-agenda difícilmente compatible con su perfil ideológico para satisfacer, en este caso, las exigencias que pudieran demandar aquellos partidos de la oposición que estuvieran dispuestos, llegado el caso, a facilitar la gobernabilidad del PP.

Más allá de todo lo expuesto y para completar el cuadro de dificultades que acompañan el momento político actual, queremos señalar una curiosidad apreciable en el comportamiento de los responsables políticos de las principales fuerzas con representación parlamentaria durante todo este tiempo. Por lo que se refiere a Rajoy, desde el 20-D hasta hoy ha sido y es más Rajoy que nunca: "No hacer, no decir; el tiempo lo resolverá a mi favor". Hasta aquí nada nuevo. Sin embargo, basta analizar el comportamiento político de Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesia tras el 20-D y compararlo con el manifestado tras el 26-J para apreciar la mutación sufrida. Los tres han dejado de ser políticos propositivos para acomodarse, desde hace más de un mes, al modo Rajoy: "No hacer, no decir; el tiempo quizás lo resuelva ¿a nuestro favor?". Quienes quieren vencer políticamente a Mariano Rajoy han optado, esta vez, por imitarle. Veremos qué efectos tiene la rajoyzación de la política para unos y otros. Agosto nos sacará de dudas.

Fuente: eldiario.es

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