lunes, 1 de agosto de 2016

Sobre la frustración política en España (o sobre cómo mover una vaca)



Uriel Garrán López
Rebelión


A modo de experimento -o de juego- invito al lector a escribir en su buscador on-line de confianza la cita “lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer” y que compruebe la cantidad de veces que se ha utilizado ésta cita -no sabemos si de Bertolt Brecht, de Gramsci o de una señora de cuenca que pasaba por allí- para hablar de la situación política actual en España. Atendiendo a la repetición obsesiva de la cita podríamos decir que se da una situación de frustración generalizada, una especie de hartazgo contra una realidad que por más que se la empuja no parece tener intención de moverse. España, como si de una pesada vaca se tratase, aun reseca y costillosa, parece ignorar y resistirse de los intentos del arreador que dice llevarla a beber, y es que no parece muy convencida de si lo que ocultan los matorrales al otro lado es ciertamente el rio prometido, o quizás -quién sabe- la puerta del matadero.
Nos encontramos con una situación política que se ha hundido en un barrizal –el cual para nosotros no, pero que para una vaca puede ser un sitio confortable- y, además, se queda rendida justo después de haber recorrido un buen trecho, como agotada, en un momento en que parecía que nos estábamos acostumbrado a la velocidad y la sucesión emocionante. De repente, sin más, y sin que nadie lo espere, se para nuestra vaca, para refrescarse en un sucio y pegajoso fangal en medio del camino. “¡Con lo que le había costado conseguir que echara a andar este rumiante traicionero! ¡Y se tumba en el peor sitio posible, cuando ya sólo quedan unos pocos metros para llegar el rio, sin que haya manera de que vuelva a echar a andar! ¿Pero qué le pasa a ésta vaca?” – Se preguntan ahora los astutos granjeros de la nueva política- “¡Si el rio ésta ahí delante y esto no es más que un barrizal! El agua está sucia y no tienes nada que comer, ¡mueve el culo maldita vaca! ¡Vamos! ¿No lo ves?, que ya casi habíamos llegado…”. Y mientras tanto, la vaca les mira con total indiferencia.

Lo primero que tendríamos que tener en cuenta es si la vaca entiende algo de lo que se le intenta decir; un discurso a empujones puede estar convirtiendo a la política en una torpe molestia para nuestra vaca. Cierto es que, hasta ahora –a saber por qué- había hecho caso, pero tanta insistencia parece llegar definitivamente a su límite, y una vaca puede encontrar placeres en la inoperancia y el trampal que pueden ser tan incompresibles para el arreador como las promesas de sustento para la vaca con las que éste intente levantarla.

Ante ésta situación se nos presentan una serie de preguntas:

¿Empiezan a fracasar los nuevos discursos? La enérgica y sonriente campaña de Podemos acabó con una mueca torcida y desalentada. La del PSOE, colmada de acusación y rencores dejó un regusto a chantaje emocional con tal de que no se diese una situación que acabó por no ser para tanto, sino peor. A Ciudadanos pareciera que no le quedase suficiente naftalina para alejar a las polillas y los labios se les agrietan por un abuso de vaselina. Después de largos días de un sol sofocante el único cartel que no se decolora es el del PP, azul celeste, que puede permanecer años y años a la intemperie sin desgastarse.

¿Se ha cerrado la “ventana de oportunidad”? Los resultados del 26J están teniendo efectos extraños sobre la forma en que hemos pasado a percibir la realidad en muy poco tiempo; la noche electoral sucedió como si durante un asedio, la bola de piedra lanzada desde la catapulta contra las puertas del castillo, no hubiera rebotado contra la misma, -como esperaban los defensores- ni la hubiera derribado –como esperaban los atacantes- sino que se hubiera quedado incrustada en la madera, con una fijación imposible, tensando la puerta y bloqueándola definitivamente, atrapando a los defensores en su interior y dificultando aún más la entrada a los atacantes. La situación es una suerte de colapso histórico, como si fuera el propio tiempo el que no se quisiera suceder; y si eran ciertos aquellos análisis que comparaban la situación política en Europa con la de los años veinte, será cierta también aquella afirmación de Marx que nos advertía sobre cuál es el modo en que la historia se repite.

¿Estamos ante un inminente desengaño? No son pocos los que de muchas formas distintas han criticado el populismo, en general, para criticar a Podemos, así como otros han defendido el populismo, en general, para defenderles. La crítica suele girar en torno al valor de la Verdad y con ella la denuncia de una suerte de “dignidad política” que con el populismo quedase mancillada. -Como si anteriormente hubiese dignidad entre los políticos del país, como si en realidad la política fuese algo que pudiera hacerse “dignamente”- Pero lo cierto es que el ámbito real en que se ha movido la hipótesis populista ha sido en el manejo de la ilusión y como antídoto contra una suerte de “desafección política” que no sabemos aún si amenaza con volver a extenderse.
Siendo así, se hace difícil adivinar como salir de esta suerte de “agotamiento histórico”, pero entiendo que la clave habrá de encontrarse en una comprensión de lo que ha significado realmente el populismo para España, -o a lo que se ha llamado populismo en España-. Tanto para el propio país como para la propia izquierda que se ha conglomerado y movilizado en torno a éste paradigma como guía y como modelo en el intento de superar la obsesión constante por la repetición de sus errores.

Partiendo de ésta premisa diría que el "populismo de izquierdas" no ha consistido en realidad en una suerte de técnica para la manipulación de las masas -cómo se ha acusado tantas veces-, sino que más bien ha resultado en una suerte de terapia contra aquella cerrazón identitaria de la izquierda que la había arrinconado en un pequeño espacio de marginalidad histórica. Así pues, “Populismo” ha supuesto para los nuevos líderes de la izquierda el marco de legitimidad que necesitaban para liberarse de los viejos dogmas -aupados, eso sí, no por grandes referencias teóricas, sino sencillamente por los éxitos pasados de los movimientos latinoamericanos-. Con lo cual, por un lado, ha sido posible romper con las viejas doctrinas y, por otro lado, ha sido posible hacerlo bajo un “significante vacío” que ha permitido y fomentado a su vez –dado que nadie sabe qué es en realidad “Populismo”- una gran creatividad entre los nuevos organismos propagandísticos y comunicativos de izquierda. Así pues, Populismo ha sido -de facto- un intento de “normalizar” la izquierda, de superar su idiosincrasia tradicionalista y sus orgullos culturales que la tenían acorralada.

Además, considero que se ha abierto un nuevo espacio de acción dentro de éste devenir, tan necesario como interesante, en la medida en que la izquierda ha ido aprendiendo a hacer “política”. Cierto es que aún los organismos del estado, los juegos de palacio, las sutilezas de la corte y las negociaciones de pasillo son algo que de lo que queda mucho que aprender -ya bien para ganar, ya bien para romper el tablero-, pero también es cierto que la izquierda al obligarse a sí misma a Seducir más que a Convencer, a Ganar más que a Honrar, y al ver hechos realidad objetivos que habían estado más allá de lo que antes se hubiera considerado ni tan siquiera imaginable, ha abierto un espacio de transformación propia del que emanan también éste fracaso, pero que tomado en cuenta, y mientras no se asienten en éste “demasiado pronto” las ganas de triunfar, puede dar de sí muchas sorpresas a éste presente que aún parece embotado.

La izquierda comienza a asumir, -pues ésta ha sido la lección del Populismo- que aunque el ser humano necesita de forma irrenunciable de la Verdad como fundamento de sus acciones, y aunque necesita que éstas sean "razonables" o que se puedan justificar por medio de un argumento con que el al menos sea capaz de convencerse a sí misma, esto no significa que los seres humanos se muevan realmente por fundamentos racionales, sino que éstos son tan complejos y difíciles de captar o explicar que más bien se contenta con la apariencia de los mismos. Que en realidad no importa que algo sea cierto o razonable, sino que tan solo es necesario que lo parezca. Y que en esto último está la clave, ya que menudo las mentiras son más fáciles de creer -resultan más razonables- que la propia verdad. Sin embargo, esta clave por sí misma no puede ser suficiente, -como demuestra la funesta situación- sino que aún queda mucho por adaptar los discursos, y en esto lo que ha funcionado en otro país no funcionará aquí -como hemos visto- sino que faltará por conocer cuál es la España real, no la que desde la izquierda se había querido, no aquella con la que sus militantes se relacionan, sino aquella desconocida que llena las calles, los pueblos y las plazas -que no son Lavapiés-, que no conocemos ni queremos, pero que somos nosotros a su vez.

Y así es, curiosamente, como la izquierda se irá volviendo populista. En un momento en el que la suma política consiste en ganar votos de un electorado/masa, y en el que la izquierda -al haber fracasado todos sus intentos- ha reemplazado la “emancipación de los pueblos” por la estrategia electoral ¿a qué otra cosa habríamos de llamar Populismo más que a las mismas reglas con las que se juegan los sillones? La batalla por el discurso, en una situación que ha demostrado que la capacidad de transformar a la sociedad por medio de meras palabras resulta mucho más limitada de lo que parecía, y en una situación de desgaste que vuelve a las personas más desconfiadas y desencantadas con la posibilidad de sus propias ilusiones, habrá de llevarse al fango de bajas pasiones en que ha quedado encallada la situación política. En ese terreno -caldo natural del poder- es donde han tendido a fracasar grandes movimientos, -ensartados por sus propias contradicciones internas- en que los mediocres se han hecho fuertes y los más dignos marginales, los más valientes han sido acusados y los cobardes engalanados, -ya bien eso supusiera la perdida de cualquier perspectiva real de victoria-.

Finalmente, si algo crucial apuntaron adecuadamente en Podemos fue que para ganar un país hay que parecerse al mismo. Y en éste juego la tarea para la izquierda era doble: Por un lado, había que seguir construyendo desde aquel “15M” que empezó a transformar el alma del país, pero, por otro lado, además de azuzarlo en éste sentido, había que seducirlo por otro, mostrarse como aquello que deseaba o como aquello que quería ser. Sin embargo, si España no es aquello que la izquierda desea, o si lo que desea España no es algo que asuma la izquierda, es menos un problema para España que para la izquierda, y si ésta última se plantea realmente llegar a gobernar el país no bastará con sus intentos de que “las cosas signifiquen lo que tienen que significar”, sino que también tendrá que “dejar de parecer aquello que parece”, perder su identidad, -riesgo inasumible si no se quieren perder militantes, recurso indispensable para una organización con presupuesto limitado como es Podemos-.

Desde mi punto de vista, además, aunque la estrategia hegemónica de Podemos fracasó en el mismo momento en que se fabricó el auge de Ciudadanos, que situó inevitablemente a Podemos a la izquierda, -dividiendo con ello, podemos suponer, el potencial electorado que pudo haber llegado a alcanzar-, aún confío en la capacidad de la izquierda de volver a tomar la iniciativa -aún contra sí misma, a pesar de sí misma, en conflicto consigo misma- y esta vez sí, logre conectar no con lo que de ella misma se espera, sino con lo que el país necesita.

Tengámoslo en cuenta; la tendencia natural de las vacas es a moverse en círculos, con lo cual es mucho más fácil dirigirlas cuando van pegadas a un muro –y no tienen para donde girar- que a través de un campo abierto. Así pues, y aunque mientras tanto habrá que dejarla descansar, -y ser el arreador quien se adapte a su ritmo- es buen momento para aprovechar, -ahora que yace en el barro- para sembrar de estacas y alambre allá por donde no queramos que vaya; los maderos más firmes marcarán el sendero de la vaca sencillamente con que nos pongamos detrás, y las lindes de paja, -por altas que sean- serán pisoteadas bajo el ánimo desinteresado, tosco y cansado de nuestra torpe vaca.

Fuente: Rebelión

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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