viernes, 4 de noviembre de 2016

Un Gobierno para resolver los problemas internos del PP


 El "nuevo" Ejecutivo de Rajoy

El Consejo de Ministros sigue cortado por el mismo patrón, los criterios no cambian. Prima más la lealtad y la amistad con el líder que la valía en el cargo. Pesan más los problemas internos del PP que los problemas de los españoles. Lo importante es que nadie le haga sombra a Rajoy.


Ignacio Escolar

Quienes esperaban en el nuevo Ejecutivo de Rajoy algún guiño a la regeneración, al diálogo, a la apertura o a la moderación se han quedado tan decepcionados como tan pancho se queda Rajoy. El presidente solo evita un colmo, el que habría supuesto la renovación de Jorge Fernández como ministro del Interior. Y solo añade una relativa sorpresa: la entrada de Íñigo de la Serna a Fomento. Nada más cambia para que Rajoy siga igual.

No hay en todo el Gobierno ni un solo nombramiento que justifique por qué, después de diez meses en funciones, el presidente necesitó todo el puente y un día y medio más para nombrar a sus ministros. No hay grandes cambios organizativos, ni vicepresidencia económica, ni ningún independiente de relumbrón al que a Rajoy le haya costado convencer. Solo hay dos dificultades aparentes en esta nueva Ejecutiva. La primera: cómo despedir a dos amigos íntimos del Consejo de Ministros: a Jorge Fernández Díaz y José Manuel García Margallo. La segunda: cómo equilibrar las fuerzas entre Soraya y De Cospedal, entre la vice y la secretaria general. Los dos escollos tienen algo en común: son problemas internos del partido o problemas personales de Rajoy.

De la despedida a Fernández Díaz pronto tendremos nuevas noticias: la vida mejor que le espera como compensación. Trillo está en Londres. Wert, en París. Y mal se tiene que dar la cosa para que Fernández no acabe vistiendo santos en Roma, a pesar de que el Vaticano no está por la labor. Si el Consejo de Ministros está supeditado a los problemas personales de Rajoy o de su partido, ¡cómo no lo va a estar la diplomacia española!

En cuanto a la pelea entre la vicepresidenta y la secretaria general, ninguna gana ni ninguna queda tampoco derrotada. Soraya Sáenz de Santamaría pierde la portavocía, pero consigue Administraciones Públicas –importante para la cuestión catalana– y se quita de encima a García Margallo, su principal opositor en el Gobierno anterior. Con el cambio en Exteriores, queda completamente desarticulado el G8: el grupo de ministros que rivalizaba internamente con la vicepresidenta, y del que formaban parte otros caídos, como José Manuel Soria o José Ignacio Wert.

María Dolores De Cospedal logra Defensa, un ministerio potente del que no sabe absolutamente nada –¿recuerdan lo que se dijo sobre Chacón?–, pero donde es fácil mejorar la popularidad. De Cospedal también coloca a un íntimo en Interior, Juan Ignacio Zoido, pero ella queda bajo el mando de la vicepresidenta. Ambas son los pesos políticos más fuertes del Ejecutivo y ambas son enemigas juradas, a pesar de que ninguna de las dos parece tener muchas posibilidades de heredar a Mariano Rajoy.

Por lo demás, el presidente ha preferido no meterse en líos y hacer su vida más fácil. Mantiene a Cristóbal Montoro, el ministro de Hacienda que arrastró por los suelos la imagen de la Agencia Tributaria. Mantiene a Luis de Guindos, un ministro que se supone se quería marchar. Sustituye a Margallo con un diplomático experimentado pero sin perfil político, Alfonso Dastis. Promociona como relevo de Alfonso Alonso y Ana Mato a Dolors Montserrat una diputada con la misma experiencia que sus antecesores en el tema de sanidad (ninguna). Y asciende a ministro popurrí –¿Energía, Turismo y Agenda Digital?– a su jefe de la oficina económica, Álvaro Nadal.

El Consejo de Ministros sigue cortado por el mismo patrón que en 2011. Da igual que Rajoy tenga mayoría absoluta o la minoría más endeble con la que jamás un presidente español gobernó; sus criterios no cambian. Prima más la lealtad y la amistad con el líder que la valía en el cargo. Pesan más los problemas internos del PP que los problemas de los españoles. Lo importante es que nadie le haga sombra a Rajoy, no vayamos a tener otro Gallardón al que matar. Rajoy se rodea de sus fieles, de aquellos que se lo deben todo a él, de aquellos que nunca le discutirán.

Muchos dan por hecho que esta legislatura, la segunda, será la última; que no se volverá a presentar. Lo dudo mucho: en este Gobierno, el delfín del presidente también se llama Mariano Rajoy. Como le dijo a la mujer de Luis Bárcenas en uno de sus sms, “La vida es resistir”. Cual percebe en la roca, porque el que resiste en esta España siempre acaba por ganar.

Fuente: eldiario.es

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