martes, 31 de enero de 2017

Donald Trump disuelve la organización del imperialismo estadounidense

Reunión del Consejo de Seguridad Nacional bajo la presidencia de Barack Obama.

por Thierry Meyssan

Donald Trump acaba de realizar la reforma más importante de las estructuras administrativas de Estados Unidos en los últimos 69 años. Acaba de poner fin al proyecto imperial y está comenzando a rehacer su país, convirtiéndolo en un Estado como los demás.


Modificando el sistema de gobierno establecido en 1947, el presidente Donald Trump publicó un Memorándum sobre la organización del Consejo de Seguridad Nacional y del Consejo de Seguridad de la Patria (Homeland Security) [1].

El principio adoptado en el pasado consistía en manejar la «Seguridad Nacional» bajo la autoridad conjunta de la Casa Blanca, del Estado Mayor Conjunto y de la CIA, que fue creada en aquella época.

Desde 1947 y hasta el 2001, el Consejo de Seguridad Nacional fue el centro del Ejecutivo estadounidense. En su seno, el presidente compartía el poder con el director de la CIA –nombrado por él– y con el jefe del Estado Mayor Conjunto, seleccionado por sus pares de este órgano estrictamente militar. Desde el 11 de septiembre de 2001, el Consejo de Seguridad Nacional se hallaba de facto bajo la supervisión del «Gobierno de Continuidad» de Raven Rock Mountain.

En lo adelante, a raíz de las decisiones de Donald Trump, el jefe del Estado Mayor Conjunto no estará sistemáticamente representado en las reuniones del Consejo de Seguridad Nacional. Sólo estará presente si el tema a discutir exige su presencia. Además, la CIA pierde el asiento que ocupaba en el Consejo de Seguridad Nacional, donde será eventualmente representadA por el director de la Inteligencia Nacional.

La CIA, que fue hasta ahora el brazo armado del presidente para la realización de las acciones secretas, finalmente se convierte en una agencia de inteligencia en el verdadero sentido de la palabra, o sea en una agencia encargada de estudiar los actores internacionales, de anticipar las acciones de dichos actores y de aconsejar al presidente.

Según un informe de su actividad anual, el Consejo de Seguridad Nacional ordenó en 2015 asesinatos políticos en 135 países.

Durante el periodo de transición y traspaso del poder, el presidente Trump anunció solemnemente que Estados Unidos ya no organizará cambios de régimen, como lo hizo o trató de hacerlo desde 1989 recurriendo a las técnicas de Gene Sharp, el fabricante de «revoluciones de colores».

El presidente Trump asignó además un puesto permanente en el Consejo de Seguridad Nacional a su estratega en jefe, en condiciones de igualdad con su jefe de gabinete.



La ex consejera de seguridad nacional de Barack Obama, Susan Rice, reaccionó duramente ante esos cambios a través de su cuenta de Twitter. La mayoría de los ex directores de la CIA también han saltado a la palestra para protestar.

Thierry Meyssan

[1] “Presidential Memorandum: Organization of the National Security Council and the Homeland Security Council”, por Donald Trump, Voltaire Network, 28 de enero de 2017.

Thierry Meyssan
Thierry Meyssan Intelectual francés, presidente-fundador de la Red Voltaire y de la conferencia Axis for Peace. Sus análisis sobre política exterior se publican en la prensa árabe, latinoamericana y rusa. Última obra publicada en español: La gran impostura II. Manipulación y desinformación en los medios de comunicación (Monte Ávila Editores, 2008).


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Fuente : «Donald Trump disuelve la organización del imperialismo estadounidense », por Thierry Meyssan, Red Voltaire , 30 de enero de 2017, www.voltairenet.org/article195138.html

Alarma en el nuevo equipo de Interior por el descontrol en un sector de la Policía

Jorge Fernández Díaz entrega la cartera de Interior a Juan Ignacio Zoido


Zoido da carta blanca al comisario Florentino Villabona para "poner orden" como director operativo en los 10 meses que tiene hasta su jubilación
La guerra entre los mandos de la 'policía política' de Fernández Díaz amenaza con provocar la nulidad de causas contra la corrupción, entre ellas el caso Pujol
El comisario jubilado Villarejo se revuelve contra su imputación con notas a los juzgados contra sus rivales en la policía y el CNI 


Pedro Águeda

 Zoido preside mañana el acto de toma de posesión de la nueva cúpula de Interior

El recurso a una 'policía política' para enfrentarse al desafío soberanista en Cataluña durante los cuatro primeros años de gobierno de Rajoy tiene a día de hoy consecuencias imprevisibles. Los mandos a los que recurrió el Ministerio del Interior para esa misión, enfrentados ahora en bandos, son protagonistas casi a diario de informaciones que dibujan un poder paralelo asentado en la cúpula de la Policía.

La alarma está instalada en el nuevo equipo del Ministerio del Interior, que ha encomendado al próximo director adjunto operativo, Florentino Villabona, una misión para los diez meses que restan antes de su jubilación, “poner orden” en el Cuerpo, aseguran fuentes del Ministerio.

La Dirección Adjunta Operativa (DAO) es la sala de mando de la Policía. En una perversión de sus funciones, el anterior DAO, Eugenio Pino, organizó en su seno el grupo que investigó con fondos reservados y sin control judicial a los líderes del proceso soberanista y después a Podemos.

Los resultados de sus trabajos servían para cebar las portadas de determinados medios de comunicación y pocas veces prosperaban en los tribunales. El que presumían había sido su mayor logro, el caso Pujol, corre ahora el riesgo de acabar en nulidad por la incorporación a la causa de la Audiencia Nacional de un 'pen drive' con información obtenida presuntamente de forma irregular. Una maniobra que fuentes jurídicas atribuyen a los propios autores de aquellas investigaciones prospectivas.

Pino se jubiló el pasado mes de junio y fue sustituido de forma interna por el comisario Antonio Rodríguez, desafecto a la cruzada de su antecesor. Pero el relevo definitivo se ha ido retrasando en las últimas semanas según el nuevo equipo de Interior tomaba constancia del descontrol instalado en un sector de la cúpula policial y la dificultad para encontrar al comisario que pudiera poner fin al mismo.

El nuevo DAO tenía que ser alguien ajeno a la actuación de la 'policía política' en los últimos años y contar con la determinación necesaria para prescindir de mandos policiales que vienen sobreviviendo a cambios de gobierno y de ministros, parapetados en unas supuestas habilidades imprescindibles, disposición para hacer cualquier trabajo e información susceptible de comprometer a cualquiera que ose enfrentarse a ellos.

En el caso de Antonio Rodríguez, su tibia gestión en el esclarecimiento de la operación contra una falsa célula yihadista en Madrid las pasadas Navidades provocó que quedara descolgado de la carrera por alcanzar la Dirección Adjunta Operativa, a pesar de haber estado colocado en la mejor posición.

Rodríguez se limitó a abrir una investigación interna y esquivó el cese de Germán Castiñeira, el jefe de la Brigada Provincial de Información.  Este es el grupo que se empeñó en llevar adelante la destinada a ser la operación más importante contra un grupo yihadista desde el 11-M. Las advertencias de la Comisaría General del Cuerpo y el CNI no sirvieron de nada, los detenidos han quedado en libertad y la sombra del montaje se cierne sobre el operativo. Precisamente, el propio comisario Castiñeira era uno de los que había presentado su candidatura oficial a DAO.

En las últimas semanas, otros aspirantes han sido sondeados sobre su disposición a acometer reformas contundentes en el Cuerpo, según las fuentes consultadas. Ninguno de ellos mostró la determinación que buscaba el equipo de Zoido, que tiene como pieza fundamental al secretario de Estado de Seguridad, José Antonio Nieto. Finalmente, ha sido el ministro del Interior quien ha optado por Florentino Villabona.

Villabona integró la cúpula policial de Fernández Díaz. Como comisario general de Seguridad Ciudadana fue el máximo responsable de contener la protesta callejera. La actuación policial frente a los disturbios posteriores a las primeras Marchas de la Dignidad, en marzo de 2014, provocó críticas de la oposición y también internas, con las primeras concentraciones de miembros de la Unidad de Intervención Policial (UIP) de la historia en contra de sus jefes. A pesar de ello, Fernández Díaz y Pino optaron por  condecorar a casi todos los miembros de la escala de mando responsable, empezando por Villabona.

El comisario principal está considerado próximo al PP andaluz. Siendo jefe superior en Melilla, dejó la Policía en 2007 para trabajar a las órdenes de un alcalde de la formación conservadora en el Ayuntamiento de Málaga. Cuando ya se divisaba la victoria de Mariano Rajoy, en 2011, regresó al Cuerpo en un puesto de segunda fila. Con el PP en el Gobierno, recibió la responsabilidad de dirigir la Comisaría General de Seguridad Ciudadana.

Villarejo y los casos en peligro

La guerra policial a la que tendrá que hacer frente Villabona se libra en buena parte en los tribunales. En casi todos los frentes aparece el comisario jubilado José Manuel Villarejo, imputado por haber grabado presuntamente de forma ilegal a un grupo de policías y agentes del CNI mientras conversaban sobre la investigación al Pequeño Nicolás.

Desde su imputación el pasado verano, Villarejo ha revelado en los juzgados detalles de la Operación Cataluña, en la que participó activamente. Lo ha hecho ante el juez que le investiga, Arturo Zamarriego, y también por escrito ante la Justicia andorrana, que persigue las presuntas presiones de su gran enemigo, el comisario Marcelino Martín-Blas, a los dueños del banco BPA, el banco del que salió la primera información de las cuentas de los Pujol.

La intervención de Villarejo, con notas escritas por él sobre la actuación policial, podría derivar en la nulidad de la causa contra los hermanos Cierco, investigados por varios delitos relacionados con el presunto blanqueo de capitales desde la entidad que dirigían. La actuación de la 'policía política' en Andorra ya ha causado el primer conflicto entre los ministerios de Exteriores e Interior por las quejas a Madrid de uno de sus diplomáticos.

Otras notas escritas por Villarejo señalan al CNI, al que el comisario está abiertamente enfrentado, como protagonista de una conjura para acabar con el caso Pujol a cambio de que el expresident guarde silencio sobre los supuestos fondos del rey Juan Carlos en Suiza, según El Mundo. Sin embargo, fue uno de los hijos de los Pujol quien declaró en la Audiencia Nacional, ante el juez José de la Mata, que el comisario Villarejo le había ofrecido tumbar el caso a cambio de que frenaran la escalada independentista.

Otro comisario, Enrique García Castaño, es objeto de una investigación interna después de que fuera grabado sin saberlo por publico.es hablando del presunto chantaje de Villarejo para divulgar información comprometedora del rey Juan Carlos y la comisionista Corinna Zu-Wittgenstein en el caso de que continúen las investigaciones contra el policía.

El juez De la Mata mantiene abierta una pieza separada para investigar el origen de las informaciones de origen presuntamente irregular introducidas en el proceso por policías de los que también trata de determinar la identidad. El magistrado ya ha tomado declaración a Eugenio Pino y Marcelino Martín-Blas, entre otros mandos, según fuentes jurídicas.

Asimismo, el nuevo DAO deberá culminar la investigación sobre las grabaciones realizadas en el despacho de Jorge Fernández Díaz en las que se evidencian la existencia de la Operación Cataluña y que, según fuentes del propio departamento, pudieron ser realizadas y difundidas por elementos de la 'policía política'.

Fuente: eldiario.es

Montoro causa un caos con su primera medida para los autónomos

 El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, en una comparecencia en wel Congreso. EFE



Las medidas de Hacienda provocan la incertidumbre en más de tres millones de trabajadores por cuenta propia, que no saben si pueden o no aplazar el pago del IVA cobrado a lo largo de 2016
El Gobierno sube impuestos por unos 5.000 millones
La patronal baraja llevar al Tribunal Constitucional la subida del Impuesto de Sociedades de Montoro
Los impuestos al tabaco y al alcohol suben desde hoy entre un 2,5% y un 5%
El FMI pide a España subir el IVA, un contrato único y el copago sanitario
Montoro dice que la rebaja del IRPF y de Sociedades ha superado en 2.500 millones lo estimado


EDUARDO BAYONA

ZARAGOZA.- Hacienda ha provocado el caos entre los autónomos con su primera medida de presunto apoyo: algo más de tres millones de trabajadores por cuenta ajena desconocían este lunes (cuando finalizaba el plazo para liquidarlo con el Modelo 390) si podían, o no, aplazar la liquidación del IVA que cobraron durante el pasado ejercicio, una de las medidas de presunto apoyo al sector que manejaba el Gobierno.

Los decretos aprobados el 2 de diciembre, que incluían una subida del Impuesto de Sociedades entre otras medidas, no llevaban, sin embargo, el esperado aplazamiento, algo que provocó las quejas de los autónomos al ir acompañado, además, de un aumento de las exigencias para justificar las deudas que tenían pendientes de cobro.

El retraso en el pago de la liquidación es una medida, ya aplicable con el IVA no ingresado, que, de aplicarse, iba a permitir ganar algo de liquidez a los trabajadores por cuenta propia. La solución, sin embargo, provocó mayor incertidumbre, ya que la instrucción dictada a mediados de enero por la directora de Recaudación de la Agencia Tributaria, Soledad García, no dejaba claro si el pago a Hacienda del IVA ya ingresado por los autónomos era aplazable al tiempo que excluía de esa posibilidad a las pymes.

Una posibilidad eliminada


La web de la Agencia Tributaria, por su parte, deja claro que el decreto “eliminó la posibilidad de conceder aplazamientos o fraccionamientos” de tributos como el IVA, “salvo que se justifique que las cuotas repercutidas no han sido efectivamente pagadas” y siempre que se aporten garantías cuando superen los 30.000 euros. Así, añade, “la principal modificación para los autónomos será que deberán acreditar que no han cobrado las cuotas de IVA” cuyo pago pretenden aplazar.

Es decir, las mismas condiciones que antes aunque con un nivel mayor de exigencia para que pudieran beneficiarse de ellas.

“El decreto ley que reguló el aplazamiento del pago del IVA no permitió aplazar los pagos y después una circular determinó que sí podía hacerse con determinadas condiciones”, explica Álvaro Bajén, secretario general de UPTA (Unión de Pequeños Trabajadores Autónomos) en Aragón, que llama la atención sobre el hecho de que “en Derecho Tributario una circular no es interpretativa de las normas”.

“No saben si pueden aplazar o no”

Así, “los autónomos no saben si pueden aplazar o no los pagos”, explica Bajén, doctor en Derecho especializado en trabajo autónomo, que considera que las normas dictadas por Hacienda suponen “una incongruencia”.

Esa laguna ha hecho que en el sector cundiera el temor, ya que, si bien Hacienda se muestra hoy aparentemente partidaria de tolerar los aplazamientos, también es cierto que dispone de varios años para inspeccionar las liquidaciones. Y nadie sabe cuál el criterio en el futuro. “Mi consejo a los autónomos es que pidan aplazar el pago”, explica Bajén, quien considera que “si se lo conceden inicialmente no creo que luego vaya a haber sanciones”.

La exigencia con la aportación de los autónomos llama la atención cuando, según indica la última Memoria de Recaudación ( ) de la Agencia Tributaria, el IVA pendiente de cobro al final de los últimos cuatro ejercicios ha oscilado –sin incluir el afectado por procesos sancionadores- entre los 1.476 y los 3.037 millones de euros.

Subida de cuotas para autónomos con empresa

La polémica comenzó con el mismo decreto con el que el Gobierno pretendía acercarse a los postulados de Bruselas, que le exige aumentar los ingresos y recortar los gastos de la Administración para cumplir sus objetivos de déficit, algo que no acaba de casar con una medida que conlleve el aplazamiento de ingresos tributarios.

Por el contrario, el ejecutivo sí está estudiando un nuevo aumento de las cuotas de cotización mínima de los autónomos. Esta, no obstante, no afectaría a todos ellos, sino que se centraría en los que actúan como administradores de sociedades, que superan los dos millones.

PP y Ciudadanos incluyeron en sus acuerdos previos a la investidura de Mariano Rajoy medidas sobre los autónomos como ampliar las bonificaciones, extender la llamada tarifa plana o permitir cotizar solo por los días efectivamente trabajados. “Ninguna resulta sustancial ni será efectiva”, señala Bajén, que destaca la necesidad de otras como la regulación de la segunda oportunidad o asuntos relacionados con la formación.
Fuente: Público.es

lunes, 23 de enero de 2017

Donald Trump y el nuevo orden mundial que se avecina



Gabriela Simon

Con su orientación nacionalista, Trump abandona las estrategias hegemonialistas de la política estadounidense y deja el camino expedito a quienes estén dispuestos a cargar con responsabilidades globales. Este texto versa sobre las oportunidades y los riesgos que ofrece el cambio que se avecina en la política mundial.

Como muy tarde después de la desaparición de la Unión Soviética, quedó en el aire la cuestión sobre el modo en que los EEUU, la superpotencia sobreviviente, abdicaría y saldría de escena. Había al respecto diversas teorías. La mayoría se inclinaban por los desbordantes déficits económicos de los EEUU, el déficit comercial y el endeudamiento público. Podría ocurrir, según una tesis particularmente estimada, que un buen día esos déficits llevaran a un desplome, en el transcurso del cual el dólar perdería su función de moneda de reserva mundial y los EEUU, su supremacía política planetaria.

O bien, esta otra tesis: en caso de conflicto, Rusia y China podrían lanzar al mercado sus considerables reservas de títulos del Tesoro norteamericano y desencadenar un desplome de los bonos estadounidenses y del dólar.

Nada de todo eso ocurrió. Ni siquiera la grave crisis financiera de 2008 logró afectar a la hegemonía estadounidense. A despecho de una deuda pública rayana en los 20 billones de dólares, los inversores siguieron considerando los bonos del Tesoro norteamericano y el dólar inversiones seguras, particularmente apetecibles en tiempos de crisis.

Con la elección de Donald Trump como nuevo Presidente de los EEUU las cosas están ahora claras. Análogamente a como hizo su otrora contraparte a fines de los años 80, la superpotencia EEUU se despide con una suerte de implosión. Debilitada y dividida internamente como está, no puede ya seguir sus estrategias imperiales. Y como le ocurrió a la Unión Soviética, no hay desplome a la vista que precipite el fin, sino que se trata de un cambio político inesperado que, bien mirado, no resulta en absoluto tan sorprendente.

Decidiéndose por Trump, los electores norteamericanos han sacado el foco de la política estadounidense encumbrada en su papel de dirección global para bajarlo a las llanuras de la sociedad norteamericana, a las realidades menos lustrosas de la vida cotidiana en las regiones económicamente deprimidas y en las comunidades socialmente desarboladas.

Visto así, tiene cierta lógica que también hayan echado por la borda la fe en el progreso y las pretensiones de modernidad y liberalidad con que los EEUU habían fundamentado su papel dirigente y hayan hecho Presidente a un nacionalista reaccionario que promete dar marcha atrás a la rueda de la historia y que en campaña electoral se ciscó a calzón quitado en los valores de la nación norteamericana moderna y globalizada.

La hegemonía global se funda en la capacidad de integrar en el propio poder y en los propios intereses estratégicos a otros Estados de modo tal, que esos Estados vean también en ello ventajas para sí mismos y terminen, más o menos voluntariamente, cooperando.

Los países industrializados occidentales necesitan mantener su posición hegemónica para asegurarse a escala planetaria el acceso a mercados comerciales, recursos minerales, empresas estatales, tierras fértiles y fuerza de trabajo barata. Por eso en su modelo de dominación las estrategias de libre comercio y permanente apertura de mercados y sociedades a los intereses de los negocios del capital mueble juegan un papel central.

Pero para que ese modelo de dominación funcione, los países industriales rectores tienen que pagar un precio. Los puestos de trabajo se marchan a países con salarios más bajos. Más y más desarraigados procedentes del Sur cruzan hacia el Norte las fronteras en busca de mejores oportunidades vitales. En la campaña electoral estadounidense, esos asuntos jugaron un papel importante, y no sólo para Trump. También el candidato de la izquierda, Bernie Sanders, criticó las estrategias de libre comercio de los EEUU y sus consecuencias para los trabajadores norteamericanos.

Así, por ejemplo, el tratado de libre comercio para América del Norte (NAFTA) suscrito por EEUU, Canadá y México habría costado cerca de 700.000 puestos de trabajo a los EEUU. Desde la incorporación de China a la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 2001, se han perdido más de 2 millones de empleos industriales. Mientras que las grandes empresas estadounidenses pudieron construir y afianzar su papel dirigente a escala planetaria, los trabajadores de su propio país perdieron puestos de trabajo estables y poder de negociación sindical.

A lo que hay que añadir otro efecto lateral indeseado. El conjunto de países en el umbral del desarrollo, señaladamente China, ha conseguido sacar provecho de los mercados mundiales, armar su fortaleza económica y poner en cuestión el dominio global de los países industriales occidentales.

Pronto será China –por su PIB— la mayor potencia económica del mundo. En algunos grandes países en vías de desarrollo los estratos medios han experimentado un auge sin precedentes, mientras que, en cambio, la situación de los trabajadores y de las capas medias bajas en los países industriales hasta ahora dirigentes no mejoró o empeoró. Mientras en los EEUU de la crisis financiera muchas personas de clase media se quedaron sin techo, en China un simple trabajador podía convertirse en multimillonario.

La agenda hegemonial de los EEUU se ve, pues, confrontada, por un lado, con la creciente insatisfacción de los trabajadores y los estratos medios desclasados y, por el otro, con el creciente poder de los países en vías de desarrollo robustecidos económicamente, los cuales pretenden ahora –sobre todo los BRICS: Brasil, Rusia, India, China, Suráfrica— codeterminar las reglas del juego de la economía mundial y sus instituciones.

En ese telón de fondo, la victoria electoral de un político nacionalista como Donald Trump representa un punto de inflexión. Trump ha anunciado en su campaña electoral que los EEUU no seguirán pagando el precio de sus estrategias hegemónicas. Ni pérdida de puestos de trabajo, ni inmigración procedente del Sur, ni transferencias de poder en desfavor de los EEUU.

Trump y el final de un proyecto antidemocrático

“Podemos darle la vuelta a todo, y podemos hacerlo rápido”, prometió Trump con la vista puesta en la masiva perdida de puestos de trabajo en industrias tradicionales como el acero y la producción automovilística. Trump quiere “traer de vuelta” los puestos de trabajo y “hacer grande de nuevo a América”.

Para conseguir darle la vuelta a todo, Trump se propone, entre otras cosas, llevar a cabo un giro radical en la política comercial. Un giro que convertiría la actual arquitectura de la política estadounidense de libre comercio en una escombrera.

El Tratado de Asociación Transpacífica (TPP), ya firmado, es según Trump, “un desastre potencial para el país”, razón por la cual quiere rescindirlo desde el comienzo mismo de su mandato. El Tratado de Libre Comercio para América del Norte (NAFTA) –“el peor negocio de todos los tiempos”— deberá ser renegociado. El TTIP, el planeado tratado entre la UE y los EEUU, ha sido discretamente congelado por la UE desde el triunfo electoral de Trump. Contra China procederá Trump con aranceles punitivos y pleitos en la OMC.

Lo cierto es que en nada de lo que se propone puede estar más seguro Trump de que encontrará un amplio apoyo en la sociedad norteamericana. Hasta Hillary Clinton tuvo que distanciase –ya fuera retóricamente— del TPP en la campaña electoral. Dennis Williams, presidente del sindicato obrero automovilístico United Automobil Workers (UAW) –400.000 afiliados—, que apoyó a Clinton en la campaña electoral, ofreció a Trump inmediatamente después de su victoria colaboración en este punto. De modo parecido se manifestó Richard Trumka, jefe de la poderosa federación sindical AFL-CIO.

La perspectiva de un final abrupto del gran proyecto occidental de libre comercio propició desconcierto e inseguridad en el otro lado del Atlántico, no menos que en el otro lado del Pacífico. Porque el TPP y el TTIP eran mucho más que meros tratados de libre comercio. Con ellos quería defender Occidente su poder para determinar las reglas de la globalización.

Los países industriales dirigentes habían venido teniendo cada vez más problemas para imponerse en la OMC. Porque la situación había cambiado fundamentalmente gracias al robustecimiento de países en el umbral de desarrollo como India, China y Brasil. Los países del Sur global tenían ahora, en conjunto, más poder negociador. Les fue, por ejemplo, posible, disponiendo de suficiente personal calificado y de representantes en todas las comisiones de trabajo, observar y percatarse de los distintos riesgos que podían correr. En suma: la OMC se convirtió en una organización relativamente democrática.

Demasiado democrática para el gusto de occidente. La “Ronda de Doha” puesta en marcha por la OMC en 2001 con gran alarde publicitario, y en la que tenía que negociarse un ambicioso programa global de libre comercio, fracasó porque no pudieron ponerse de acuerdo en torno a las propuestas de los países industrializados. Los EEUU pasaron entonces a formar coaliciones con sus partidarios promoviendo los proyectos TTIP y TPP, a fin de poner bajo presión al resto del mundo.

Complementariamente, la UE negoció con Canadá el Tratado CETA. Los Estados africanos y caribeños fueron forzados por la UE a firmar tratados de libre comercio bajo la amenaza de retirarles los beneficios aduaneros para sus exportaciones existentes desde hacía décadas. También con –hasta ahora— tres Estados de la Comunidad andina (Perú, Colombia y Ecuador) logró este tipo de tratado la UE.

Si todos esos tratados entraran en vigor, estaría ya una parte considerable del planeta sometida a un régimen de libre comercio que afecta a ámbitos vitales de prestación de servicios, seguridad alimentaria y acceso a medicamentos, lo que redundaría en el ulterior robustecimiento del poder de las empresas que actúan a escala global frente a los Estados y las sociedades.

El acceso a los mercados de los Estados que no participaran empeoraría notablemente. De modo que incluso Estados ya en el umbral del desarrollo, como India y China, pueden ser presionados para firmar tratados de este tipo o para sumarse a acuerdos ya existentes.

“Nosotros” deberíamos determinar las reglas de juego de la globalización, ha repetido también una y otra vez el gobierno alemán, y no deberíamos dejárselo a “los chinos”. Efectivamente, TPP, TTIP y compañía siguieron desde el comienzo un curso antidemocrático. Se proponían instalar un régimen global de libre comercio contra la voluntad de la mayoría de los miembros de la OMC.

Que ahora precisamente un magnate económico neoliberal como Donald Trump se proponga impedir ese proyecto antidemocrático, parece una ironía de la historia. Pero acaso se trate también de una astucia de la historia. Pues precisamente éste sería el papel que habría tenido que jugar el candidato de la izquierda, Bernie Sanders. Sanders ya había pronosticado acertadamente en 1993 los efectos desastrosos del Tratado NAFTA, y ha convertido la crítica al TPP en uno de los temas importantes de la precampaña electoral Demócrata. Pero fracasó como candidato a Presidente ante Hillary Clinton.

Sanders es sin la menor duda el crítico más solvente y más creíble de la política de libre comercio. Pero, como Presidente de los EEUU, ¿habría podido imponerse con una desviación tan radical de las estrategias hegemónicas de los EEUU? ¿No habría estado en una posición todavía más desventajosa que la de un Barak Obama que tenía tras de sí a todo su Partido?

No es difícil de imaginar la concertada cacería contra un Sanders Presidente a la que se habrían librado Wall Street, los medios de comunicación “respetables”, los Republicanos, el establishment de los Demócratas y el habitual séquito de economistas apoltronados. Se le habría reprochado un vétero-socialismo rancio y tan ajeno a la realidad como cabezonamente dispuesto a arruinar la economía y a poner en riesgo la creación de puestos de trabajo. En caso de que hubiera osado simplemente a rescindir el acuerdo TPP firmado por Obama, se lo habría declarado una peligrosísima amenaza para el conjunto de la economía mundial.

Por loco que ello pueda parecer, lo cierto es que el crudo nacionalista Donald Trump parece ser el hombre adecuado para esta tarea. Tiene con su Partido mayoría en ambas cámaras del Congreso. Con su obstinación, su rudeza, sus deliberados juegos de confusión y su consecuente desprecio por la corrección política, Trump ha demostrado tener una independencia y una fuerza que ya le permitieron imponerse electoralmente a los medios de comunicación y al conjunto del establishment.

Tal vez se necesite a alguien como Trump para sacar a los EEUU de su papel de superpotencia. A alguien que pueda transmitir creíblemente que así les irá mejor a los ciudadanos estadounidenses y que América recuperará su vieja grandeza.

Vuelta a la política clásica de la gran potencia

En la mentalidad empresarial de Trump, los tratados multilaterales de libre comercio a largo plazo tienen la desventaja de que los EEUU no pueden hacer valer plenamente su poder económico y geoestratégico en cada momento y en cada país concreto, porque quedan atados por acuerdos engorrosamente generales.

Tampoco la política exterior instigadora de cambios de régimen político con la que Obama y sus precursores han intervenido a fuego en guerras civiles interminables ha tenido para las grandes empresas estadounidenses más que una utilidad muy limitada. La estrategia de confrontación con Rusia no fue, desde luego, un buen negocio. Putin no cayó, sino que intensificó su colaboración con China y los otros Estados BRICS, con el resultado final de que los cambios en las relaciones de fuerza global dieron un impulso adicional a los Estados BRICS. Para el mundo norteamericano de los negocios, Trump puede darles probablemente más consiguiendo el acceso a las inmensas riquezas rusas en materias primas a través de una política de acuerdos y cooperación.

Para “recuperar la grandeza” de la economía estadounidenses y, con ella, de América, Trump se sitúa en un formato político-mundial más reducido. Se aparta de las estrategias de dirección global y configuración económica del mundo y regresa a la política clásica de gran potencia.

Qué aspecto concreto cobrará esto, está por ver. Lo claro es que Trump no actúa precisamente como alguien inclinado a rehuir los conflictos. Cuando no deja de proclamar que pasará la factura a México por la construcción de un muro fronterizo, eso suena a amenaza de un señor colonial que exige a sus tributarios que pasen por caja. Los países latinoamericanos fuertemente vinculados económicamente a los EEUU son quienes particularmente más razones tienen para temer la política de robustecimiento económico y militar de Trump.

Difícilmente podrá conseguir Trump por esta vía una reversión de las cambiadas relaciones de fuerza globales. Su ruido de sables frente a China, por ejemplo, la amenaza con aranceles punitivos y pleitos en la OMC, no es nada substancialmente nuevo.

Desde la entrada de China en la OMC, los EEUU y la UE han planteado más de 20 pleitos contra China. Nunca han dejado de utilizar el arancel punitivo: contra los neumáticos de automóvil chinos en 2009, contra los tubos de acero chinos en 2010, contra las células solares chinas en 2012: ¡y con tasas de hasta el 250%! Sólo el año pasado, 27 países llegaron a promover un total de 119 causas jurídicas contra las exportaciones chinas. Nada de eso pudo frenar el auge de China y el poderío exportador chino.

Se abre un espacio político

En vez de eso, lo que parece anunciarse es un efecto muy distinto e imprevisto de la orientación de Trump hacia una política de gran potencia tradicional. Con su nacionalismo y su rechazo de las estrategias de hegemonía global, Donald Trump abre un espacio político para la configuración de un nuevo orden internacional. Deja la vía libre para quien quiera asumir la responsabilidad global.

Por paradójico que ello pueda sonar, un giro nacionalista inducido por Trump en la política estadounidense ofrece al resto del mundo una oportunidad para configurar más democráticamente el mundo multipolar y enfrentarse conjuntamente a los grandes problemas globales: la regulación de la globalización económica, la defensa global del medio ambiente, la mejora de la situación y de las perspectivas de los 60 millones de refugiados que hay en el planeta, un procedimiento internacionalmente acordado contra el terrorismo islámico radical.

Una anticipación de eso se dio ya antes de la toma de posesión del Presidente electo. En la cumbre climática de Marrakech del pasado noviembre imperaba al comienzo un gran desconcierto tras las elecciones estadounidenses y el anuncio de Trump de que se descolgaría del Acuerdo de París. Hasta que el representante de Pekín anunció que China seguirá colaborando. India, Brasil y Rusia se sumaron, salvando así el encuentro de alto nivel. Erik Solheim, el jefe del programa medioambiental de NNUU, habló entonces de un "nuevo orden mundial general". China y otros países en el umbral de desarrollo habrían “tomado la dirección de la política climática”.

Qué aportarán China y los otros Estados BRICS a la configuración de las relaciones económicas globales, está por ver. En cualquier caso, hasta ahora, el estilo de los chinos no ha sido el de extorsionar económicamente a otros países y forzarlos a desmantelar aranceles u otros sectores de prestación de servicios básicos para abrirlos a la concurrencia exterior, como, en cambio, sí hizo la “democrática” UE con los Estados africanos.

China siempre ha apoyado en las organizaciones internacionales las inquietudes del grupo de los 77 en que se han coaligado los países del Sur global. Cuando Argentina fue atacada hace un par de años por los fondos buitres norteamericanos quedando insolvente, fueron los chinos quienes la ayudaron a llegar a fin de mes con generosos créditos y permutas de divisas, mientras que el ministerio estadounidense de finanzas intervino a favor de los fondos buitres.

Los Estados BRICS vienen exigiendo desde hace mucho tiempo una modernización de los organismos de NNUU y –por ejemplo en el caso del FMI y del Banco Mundial— su democratización. Son, una vez más paradójicamente, países gobernados no democráticamente como China y Rusia los que quieren regular democráticamente la globalización, mientras que los representantes de Occidente, que siempre presumen de “valores occidentales”, se aferran a escala global a estructuras antidemocráticas.

Un nuevo comienzo democrático de la política mundial no sólo desequilibraría la balanza del poder a favor de los países ya en el umbral del desarrollo. También los países del Sur dispondrían de mejores oportunidades para hacer que pesaran más sus inquietudes –seguridad alimenticia, protección medioambiental, asistencia sanitaria básica— que la libertad del comercio y de los inversores. Se discutiría abiertamente en los organismos internacionales sobre la configuración de la globalización, lejos de esas negociaciones secretas del TTIP, del TPP o del CETA, en las que los intereses de las grandes empresas globalizadas pueden ser discretamente atendidos y servidos.

Aquí hay sobre todo un problema: todo esto sólo es posible, si Europa colabora. Y hasta ahora no parece que la UE haya reconocido los signos del tiempo. Aquí estamos aferrados a la idea de que sólo los países industriales occidentales pueden definir las reglas de la globalización. En una mezcla de cabezonería y delirio de grandeza, los europeos se empeñan en seguir como si nada los pasos de Obama. “La UE es una superpotencia”, declaró Frederica Mogherini pocos días después de las elecciones en EEUU. Y el ministro luxemburgués de exteriores, Jean Asselborn, la secundó: “Somos una superpotencia”.

Así que la UE se ve ahora como el motor principal del régimen de libre comercio global. La mayoría de los “Tratados de asociación económica” con la UE a que fueron forzados los Estados africanos se hallan todavía en proceso de ratificación. En América Latina, la UE aspira a negociar nuevos tratados. Luego de que en Brasil y en Argentina las viejas elites reaccionarias hayan logrado recuperar el poder, hay buenas posibilidades de llegar a un acuerdo de libre comercio con la alianza económica que es el Mercosur. Las negociaciones comenzarán inmediatamente, a comienzos de este año. Y para facilitar las cosas, ya se ha excluido a la recalcitrante Venezuela del Mercosur.

Quiere hacerse ahora del CETA la regla de oro de todos los futuros tratados de libre comercio. Porque, igual que estaba previsto para el TTIP, el CETA ofrece una jurisdicción particular para los inversores extranjeros, así como una “cooperación reguladora” que permite a los lobistas económicos bloquear de antemano nuevas iniciativas legislativas.

El CETA tiene, además, una peculiar ventaja. Puesto que todas las grandes empresas estadounidenses tienen filiales en Canadá, también ellas podrían aprovecharse del tratado. Las empresas estadounidenses lograrían a través del CETA mejor acceso a los mercados europeos, a los sectores de servicios, a las licitaciones públicas, y todo eso con las correspondientes posibilidades de litigar y pleitear, sin que las empresas europeas tuvieran, en contraprestación, los mismos derechos en los EEUU. Una acuerdo perfecto para Donald Trump.

Gabriela Simon es una especialista en política internacional, columnista habitual en la revista alemana de izquierda Telepolis.
Fuente: Sinpermiso
Telepolis, 16 enero 2017
Traducción: Amaranta Süss



La era Trump



Gregorio Morán

La era Trump no empezó el viernes. Viene anunciándose desde hace años. ¿La respuesta a la crisis bancaria? Era auténtico Trump. ¡Qué paguen los ciudadanos! Los ricos estamos para ganar dinero, no para repartirlo. Un pequeño repaso a su campaña electoral demostraría que la sociedad, ese término que detestaba Margareth Thacher, verdaderamente ha dejado de existir.

Me admira la gente que encuentra esta nueva situación como si fuera algo insólito. En España la llevamos viviendo desde hace casi una década. Les regalo un ejemplo. El frío ha alcanzado cotas insólitas, las compañías de electricidad han subido sus tarifas hasta el 80%. ¿Y saben las propuestas de los radicales? Boicotear durante 20 minutos el uso eléctrico; teoría que se resumía cuando era joven en cornudo y apaleado.

Se acabaron los sindicatos salvo para sus nóminas y los recursos que les suministra ese Estado de la era Trump: te pago para que te calles o digas tonterías que todo el mundo ya conoce antes de que las pronuncies. Volvemos a tiempos muy antiguos, cuando el movimiento obrero incipiente aseguraba que el sindicato era una invención patronal. ¿Que hace más frío que nunca? Pues sube las tarifas. Han comprado los medios de comunicación, los sindicatos y hasta ese puñado de ciudadanos siempre dispuestos a decir que sí. Al fin y al cabo, qué más da el sí que el no. ¿No hubo un político español que pasará a la historia por decir cuando digo no es que no, y lo que quería decir es que sí? Nadie le escupe en la cara, porque ya hemos alcanzado ese nivel de civilización que permite insultarte y que tú le respondas en caballero y no le des dos hostias. Respuesta única ante el cinismo. El día que alguien le parta la boca a Mariano Rajoy se romperá un tópico, no una educación. Es la cosa más equilibrada desde hace siglos, cuando eso podía costarte la vida. En un momento de indignación, Pablo Iglesias, aquel, que no este, amenazó físicamente a don Antonio Maura. ¿Tenía razones? Nunca se citan las razones, solo el gesto.

Volvemos a situaciones similares. Sube el frío, sube la cuota eléctrica; te estafan los bancos y debes negociar como la fiera se come al pato, y el pato, que eres tú, no tiene otra opción que los aplazamientos. ¡Cómeme mañana! La paciencia y la asunción de delitos que jamás cometiste, se han convertido en un juego entre los poderes fácticos -aquellos mismos de los que tanto hablábamos en tiempos remotos y de los que no teníamos ni idea- y unos tipos constituidos en familias, nada de sociedades, que deben negociar en incómodos plazos cómo pagar las deudas de quienes detentan el poder. ¿Por qué no lo planteamos a lo macho, mexicano puro, y preguntamos si es más importante hablar con Mariano Rajoy o con Florentino Pérez, sin el cual la familia mafiosa Pujol-Ferrusola-Prenafeta apenas hubiera alcanzado tal nivel?

Estamos en plena era Trump. Solo un idiota podría votarle, a menos que sea rico. ¿Y hay tantos ricos como para votarle? Por supuesto, ¿acaso no se acuerdan de Franco, que era un moderado en la economía y un jaguar en el ejercicio del poder? ¡Pero cómo le visitaban los moderados de hoy!

No se crean una palabra sobre Putin y los chinos, y el cambio estratégico del país que se cae en pedazos, los EE.UU, pero estén muy atentos a que cuando vengan mal dadas, ustedes pagarán los gastos del inmueble y eso que jamás se les ocurrió invertir o trabajar o colaborar con una de esas grandes casas de seguros que le garantizan todo, antes de la ruina. Se acabó la broma. Vivimos en la era Trump, y no saldremos de ella sin una catástrofe que caerá sobre nuestra cabeza, y que los cientos y cientos de expertos en la materia le explicarán que la culpa era tuya. ¡Idiota, se repite la historia bancaria¡ ¿Acaso no querías ganar más dinero? Te engañaron. El dinero ya está repartido y es territorio dominado por los buitres. Y tú eres palomo que no llega ni a cojo; zureas en las plazas públicas.

Gregorio Morán Columnista habitual en el diario barcelonés La Vanguardia y amigo desde el principio del proyecto SinPermiso, fue un resistente político en el clandestino Partido Comunista de España bajo el franquismo. Periodista de investigación e insobornable crítico cultural, ha escrito libros imprescindibles para entender el proceso que llevó en España de la dictadura franquista a la Segunda Restauración borbónica. Su último libro: El cura y los mandarines (Madrid: Akal, 2014)

Fuente: http://www.bez.es/156172549/era-Trump.html - sinpermiso



domingo, 22 de enero de 2017

Descentralizar Podemos para ganar y transformar un país



Teresa Rodríguez, Joan Giner, Laura Pérez, Kiko Garrido y Román Sierra

Coordinadora de Podemos Andalucía, Secretario Político y diputado de Catalunya Sí que es Pot, Secretaria General y diputada de Navarra, Secretario General de La Rioja, y Secretario de Organización y diputado de Aragón

 El pasado martes Podemos cumplió tres años. Quién nos iba a decir entonces lo que íbamos a lograr en tan poco tiempo. Un tiempo en el que Podemos ha sido un revulsivo a la hora de construir fórmulas organizativas y políticas innovadoras. Y a la muestra está nuestra independencia económica respecto a los bancos, los Círculos como espacios abiertos de participación popular, nuestra potencia en redes sociales o nuestra capacidad comunicativa. Pero estos logros esconden varios reversos tenebrosos: el riesgo de claudicar ante la tentación de la auto-satisfacción o que lo alcanzado nos impida ver lo que se podría haber hecho mejor o lo que directamente se hizo mal y podría continuarse por mera inercia.

Porque también hemos visto cómo Podemos se ha ido perfilando en estos años como un partido abierto en lo formal pero bastante cerrado en la práctica. Las listas planchas, la falta de pluralismo o la preponderancia de los cargos en la vida interna de la organización son, sin duda, malas prácticas que erradicar. El “estado de excepción” en forma de “máquina de guerra electoral” aprobada en aquel primer Vistalegre ha mostrado su capacidad electoral, cierto, pero también ha borrado la frescura y la irreverencia de aquel Podemos que quería tomar el cielo por asalto, de aquel movimiento político decidido a reinventar las instituciones para ponerlas al servicio de la mayoría social que está sufriendo la crisis.

Y en esa que llega la inminente Asamblea Estatal de Podemos. Dos años después del primer Vistalegre, toca repensarnos, debatir y construir en común un proyecto capaz de desafiar a los partidos del régimen y a sus poderes. En estos dos años nos han pasado muchas cosas. Hemos conseguido avances, pero aún estamos lejos de nuestros objetivos. Tenemos que pensar colectivamente qué ha funcionado mal y que podría funcionar mejor para cambiarlo y corregirlo.

Más allá de las distintas luces y sombras, hoy parece de consenso que el modelo que salió de Vistalegre no sirve para la nueva etapa en la que entramos. Tenemos pues que superarlo para poder construir con garantías un instrumento útil para el empoderamiento de las clases populares. Pero desde Podemos en Movimiento tenemos claro que antes de entrar en medidas concretas, debemos dejar atrás de una vez por todas el elemento central que marcó la propuesta ganadora de aquella primera asamblea: tenemos que superar el miedo a nuestra gente.

Durante los primeros meses de vida de Podemos, Pablo Iglesias solía referirse a una idea fundamental: “el poder no tiene miedo a la izquierda, sino a la gente haciendo política”. Podemos nació (no deberíamos olvidarlo) como una herramienta para el “empoderamiento popular”. De esta forma, es fundamental que Podemos se siga reinventando y camine hacia un tipo de partido-movimiento abierto, participativo y democrático. Porque si algo caracterizó a aquel primer Podemos y al “espíritu de las Europeas” que ahora tanto se recuerda y reivindica por unas y otros, fue el desborde. Podemos como herramienta de auto-organización popular para que las y los de abajo hiciesen política en primera persona del plural. El primer Vistalegre cortocircuitó ese desborde popular, encorsetando a Podemos en lógicas organizativas y políticas más parecidas a una trampa que al trampolín que pretendía ser.

Pensemos si no cómo es que en estos dos años por Podemos y sus círculos han pasado decenas de miles de personas, si bien la mayoría, a pesar de haber votado a Podemos, no se han quedado a participar regularmente. Más allá del agotamiento del efecto novedad, debemos preguntarnos por las causas y, sobre todo, por las consecuencias de que Podemos haya sido capaz de fundar una política de lo “excepcional”, movilizando a millones de personas en momentos puntuales (como unas elecciones o un congreso), pero se haya mostrado menos capaz de proponer una política de lo “cotidiano”, que genere comunidad, solidaridades y redes de apoyo mutuo. Y esa pregunta no podemos responderla en solitario, ni desde los órganos de dirección ni desde Podemos en su conjunto. Pero tampoco habrá respuesta sin que Podemos adopte un papel central en encontrar soluciones a ese desafío.

En el próximo periodo nos toca territorializar la política, que no significa otra cosa que involucrarse en la creación de comunidad, en tejer movimiento en todos los espacios de la vida social, trabajando con otros actores para generar instituciones de clase autónomas. Este es uno de los principales retos que tenemos desde Podemos en el próximo periodo para no quedarnos en un partido “relámpago” ni, sobre todo, convertirnos en un partido más. Para nosotros y nosotras, confiar en nuestra gente es apostar por la descentralización y la “desmadrileñización” de la dirección y del aparato de la organización. Esto implica reforzar y generar órganos más cercanos y ligados a sus respectivos territorios, con consejeros elegidos directamente por asambleas ciudadanas autonómicas que eviten que los órganos estatales estén formados mayoritariamente por personas procedentes de una única región. Necesitamos un Podemos con implantación sectorial y con raíces en los territorios. Y ambas tareas van de la mano y se retroalimentan.

La descentralización es una de las claves del documento organizativo que hemos presentado desde Podemos en Movimiento. Queremos que Podemos eche raíces en los territorios para que los territorios florezcan en Podemos. Solo así tendremos una organización y un modelo organizativo que se parezca a ese país plurinacional que defendemos hacia fuera. Sabemos que, afortunadamente, no estamos solos en este frente. Esta es una idea compartida por muchas y muchos. Valgan los ejemplos recientes recogidos en documentos como Descentralización y Autonomía para ganar el país, presentado desde Asturias, o la propuesta del Consejo Ciudadano Andaluz de formar una organización autónoma y federable. La propuesta que presentamos desde Podemos en Movimiento garantiza ese “derecho a decidir” para los territorios, abriendo la puerta a una mayor independencia política y legal a escala autonómica. En lo concreto, esto se traduce en algunas medidas específicas:

Establecer que los máximos órganos de Podemos tengan un componente territorial al estilo del CCE y una Comisión de Garantías con representación de los territorios en su último nivel de apelación.
Trabajar por la autonomía política de los espacios autonómicos, restándole atribuciones sobre los mismos a los espacios estatales, como el CCE o el Coordinador o Secretario General. Nadie “por encima” puede revocar decisiones de las asambleas autonómicas. La dirección que lleve, por ejemplo, Podemos Andalucía la van a decidir las y los andaluces, y la de Aragón, las y los aragoneses.
Acabar con la circunscripción única en los procesos electorales.
Permitir a los territorios tener libertad de crear estructuras (provinciales, comarcales) entre el nivel municipal y autonómico.
Por último, frente a una estructura como la actual, que no deja ninguna autonomía a los municipios, que le ha negado a los Círculos cualquier capacidad de decisión real y que replicaba en todos los ámbitos de la organización, incluso en el más local o barrial, una estructura profundamente vertical, desde Podemos en Movimiento proponemos repensar cómo se participa a partir de ahora en Podemos. Necesitamos portavocías compartidas y paritarias también en los municipios, y en los más pequeños, donde la cercanía es mayor y las distancias menores, hacen falta estructuras que le devuelvan a los Círculos el protagonismo que no debieron perder nunca. Necesitamos como el comer retomar la organización horizontal, el diálogo y el trabajo colectivo y abierto como base y señas de identidad de Podemos. Es fundamental volver a hacer de los Círculos un espacio de interacción con un protagonismo específico.

Porque las elecciones no son la única “hora de la gente” y el cambio no termina en las instituciones, necesitamos un Podemos en movimiento, popular, con raíces y encantado de desbordar y desbordarse. Es hora de que suba la marea.
Teresa Rodríguez
Tenemos otra forma de entender la política porque tenemos otra forma de entender la vida. Venimos de abajo y en la calle nos encontramos, nos miramos, nos enamoramos en primera del plural, más allá del dual. Confluimos, aprendemos rápido y de repente se nos ocurre que llevamos riendas y que las queremos llevar nosotras y nosotros. Y si metemos un pie en las instituciones es para darles la vuelta, demostrar que sí se puede hacer política de otra manera y reforzar los otros miles de pies que seguimos manteniendo en las calles. Yo soy el resultado de las luchas que me tocó dar, de las victorias que arrancamos y de las que nos robaron: anticapitalista, feminista, antimilitarista, ecologista y defensora de todas las libertades que no pasan por preferir lo injusto. Soy profe de instituto, eventualmente diputada de PODEMOS en el parlamento andaluz. Lo que sigue es parte de ese camino que recorremos colectivamente.
Twitter: @TeresaRodr_
Fuente: Público.es

Empieza la era Trump...



Ignacio Ramonet
Rebelión


Unos días después del acuerdo entre Rusia y Turquía que permitió acabar con la interminable batalla de Alepo, leí en un célebre semanario francés el comentario siguiente : «La permanente crisis de Oriente Medio está lejos de resolverse. Unos piensan que la solución pasa obligatoriamente por Rusia, mientras otros creen que todo depende de Turquía. Aunque lo que queda claro ahora es que, de nuevo y definitivamente –por lo menos cabe desearlo-, Rusia tiene en sus manos los argumentos decisivos para poner punto final a esa crisis.» ¿Qué tiene de particular este comentario ? Pues que se publicó en la revista parisina L’Illustration... el 10 de septiembre de 1853.
O sea, hace ciento sesenta y tres años, la crisis de Oriente Medio ya era calificada de «permanente». Y es probable que lo siga siendo... Aunque un parámetro importante cambia a partir de este 20 de enero : llega un nuevo Presidente de Estados Unidos a la Casa Blanca : Donald Trump. ¿Puede esto modificar las cosas en esta turbulenta región ? Sin ninguna duda porque, desde final de los años 1950, Estados Unidos es la potencia exterior que mayor influencia ejerce en esta area y porque, desde entonces, todos los presidentes estadounidenses, sin excepción, han intervenido en ella. Recordemos que el caos actual en esta zona, es, en gran parte, la consecuencia de las intervenciones militares norteamericanas decididas, a partir de 1990, por los presidentes George H. Bush, Bill Clinton y George W. Bush, y por el (más reciente) azorado apoyo a las « primaveras árabes » estímuladas por Barack Obama (y su secretaria de estado Hillary Clinton).

Aunque globalmente la línea que defendió el candidato republicano durante su campaña electoral fue calificada de « aislacionista », Donald Trump ha declarado en repetidas ocasiones que la organización Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) es el « enemigo principal » de su país y que, por consiguiente, su primera preocupación será destruirlo militarmente. Para alcanzar ese objetivo, Trump está dispuesto a establecer una alianza táctica con Rusia, potencia militarmente presente en la región desde 2015 como aliada principal del gobierno de Bachar El Asad. Esta decisión de Donald Trump, si se confirma, representaría un cambio de alianzas espectacular que desconcierta a los propios aliados tradicionales de Washington. En particular a Francia, por ejemplo, cuyo gobierno socialista -por extrañas razones de amistad y negocios con Estados teocráticos ultrareaccionarios como Arabia Saudita y Qatar- ha hecho del derrocamiento de Bachar El Asad, y por consiguiente de la hostilidad hacia el presidente ruso Vladimir Putin, el alfa y el omega de su política exterior [i] .

Donald Trump tiene razón : las dos grandes batallas para derrotar definitivamente a los yihadistas del ISIS –la de Mosul en Irak, y la de Raqqa en Siria- aún están por ganar. Y van a ser feroces. Una alianza militar con Rusia es, sin duda, una buena opción. Pero Moscú tiene aliados importantes en esa guerra. El principal de ellos es Irán que participa directamente en el conflicto sirio con hombres y armamento. E indirectamente pertrechando a las milicias de voluntarios libaneses chiitas del Hezbollah.

El problema para Trump es que también repitió, durante su campaña electoral, que el pacto con Irán y seis potencias mundiales sobre el programa nuclear iraní, que entró en vigor el 15 de julio de 2015, y al que se habían opuesto duramente los republicanos en el Congreso, era “un desastre”, “el peor acuerdo que se ha negociado”. Y anunció que otra de sus prioridades al llegar a la Casa Banca sería desmantelar ese pacto que garantiza la puesta bajo control del programa nuclear iraní durante más de diez años a la vez que levanta la mayoría de las sanciones económicas impuestas por la ONU contra Teherán.

Romper ese pacto con Irán no será sencillo, pues se firmó con el resto de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (China, Francia, Reino Unido, Rusia) y Alemania, a los que Washington tendría que enfrentarse. Pero es que, además, como se ha dicho, el aporte de Irán en la batalla contra el ISIS, tanto en Irak como en Siria, resulta fundamental. No es el momento de enemistarse de nuevo con Teherán. Moscú, que ve con buenos ojos el acercamiento de Washington, no aceptará que esto se haga a costa de su alianza estratégica con Teherán.

Uno de los primeros dilemas del presidente Donald Trump consistirá pues en resolver esa contradicción. No le resultará facil. Entre otras cosas porque su propio equipo de halcones, que acaba de nombrar, parece poco flexible en lo que concierne las relaciones con Irán [ii] .

Por ejemplo el general Michael Flynn, su asesor de Seguridad Nacional (lo que Henry Kissinger fue para Ronald Reagan), está obsesionado con Irán. Sus detractores le definen como "islamófobo" porque ha publicado opiniones que  muchos consideran abiertamente racistas. Como cuando escribió en su cuenta de Twitter : "El temor a los musulmanes es perfectamente racional." Flynn participó en las campañas para desmantelar las redes insurgentes en Afganistán e Irak. Asegura que la militancia islamista es una « amenaza existencial a escala global ». Igual que Trump, sostiene que la organización Estado Islámico es la « mayor amenaza » que enfrenta EE.UU. Cuando fue director de la Agencia de Inteligencia de la Defensa (AID), de 2012 a 2014, dirigió la investigación sobre el asalto al consulado estadounidense de Bengasí, en Libia, el 11 de septiembre de 2012, en el que murieron varios ‘marines’ y el embajador norteamericano Christopher Stevens. En aquella ocasión, Michael Flynn insistió en que el objetivo de su agencia, como el de la CIA, era « demostrar el rol de Irán en ese asalto » [iii] . Aunque jamás haya habido evidencia de que Teherán tuviera cualquier participación en ese ataque. Curiosamente, a pesar de su hostilidad a Irán, Michael Flynn está a favor de trabajar de manera más estrecha con Rusia. Incluso, en 2015, el general viajó a Moscú donde fue fotografiado sentado al lado de Vladimir Putin en una cena de gala para el canal estatal de televisión, Russia Today (RT), donde ha aparecido regularmente como analista. Posteriormente, Flynn admitió que se le pagó por hacer ese viaje y defendió al canal ruso diciendo que no veía « ninguna diferencia entre RT y el canal estadounidense CNN ».

Otro anti-iraní convencido es Mike Pompeo, el nuevo director de la CIA, un ex-militar graduado de la Academia de West Point y miembro del ultraconservador Tea Party. Tras su formación militar, fue destinado a un lugar de extrema tensión durante la Guerra Fría: patrulló el ‘Telón de Acero’ hasta la caída del Muro de Berlín en 1989. En su carrera como político, Mike Pompeo formó parte del Comité de Inteligencia del Congreso, y se destacó en una investigación que puso contra las cuerdas a la candidata demócrata Hillary Clinton por su pretendido papel durante el asalto de Bengasi. Ultraconservador, Pompeo es hostil al cierre de la base de Guantánamo (Cuba), y ha criticado a los líderes musulmanes de Estados Unidos. Es un partidario decidido de dar marcha atrás al tratado nuclear firmado con Irán, al que califica de « Estado promotor del terrorismo ».

Pero quizas el más rabioso enemigo de Irán, en el entorno de Donald Trump, es el general James Mattis, apodado 'Perro Loco', que estará a cargo del Pentágono [iv] , o sea ministro de la Defensa. Este general retirado de 66 años, demostró su liderazgo militar al mando de un batallón de asalto durante la primera guerra del Golfo en 1991 ; luego dirigió una fuerza especial en el sur de Afganistán en 2001 ; después comandó la Primera División de la Infantería de Marina que entró en Bagdad para derrocar a Sadam Husein en 2003 ; y, en 2004, lideró la toma de Faluya en Irak, bastión de la insurgencia suní. Hombre culto y lector de los clásicos griegos es también apodado el ' Monje Guerrero' , alusión a que jamás se casó ni tuvo hijos. James Mattis ha repetido infinitas veces que Irán es la « principal amenaza » para la estabilidad de Oriente Medio , por encima de organizaciones terroristas como el ISIS o Al Qaeda : "Considero al ISIS como una excusa para Irán para continuar causando daño. Irán no es un enemigo del ISIS. Teherán tiene mucho que ganar con la agitación que crea el ISIS en la región."

En materia de geopolítica, como se ve, Donald Trump va a tener que salir pronto de esa contradicción. En el teatro de operaciones de Oriente Próximo, Washington no puede estar –a la vez- a favor de Moscú y contra Teherán. Habrá que clarificar las cosas. Con la esperanza de que se consiga un acuerdo. De lo contrario, hay que temer la entrada en escena del nuevo amo del Pentágono, James Mattis ‘Perro Loco’, de quien no debemos olvidar su amenaza más famosa, pronunciada ante una asamblea de notables bagdadíes durante la invasión de Irak: " Vengo en paz . No traje artillería. Pero con lágrimas en los ojos, les digo esto: si me fastidian, ¡os mataré a todos!"

Notas:
[i] Aunque, como se sabe, hay eleciones en mayo próximo en Francia, a las cuales el actual presidente socialista François Hollande, muy impopular, ha decidido no representarse. El candidato conservador con mayores posibilidades de ganar, François Fillon, ha declarado por su parte que reorientará la política exterior francesa para normalizar de nuevo las relaciones con Moscú.

[ii] Léase, Paul Pillar, « Will the Trump Administration Start a War with Iran ? », The National Interest, 7 de diciembre de 2016. http://nationalinterest.org/blog/paul-pillar/will-the-trump-administration-start-war-iran-18652

[iii] Léase, The New York Times, 3 de diciembre de 2016. http://www.nytimes.com/2016/12/03/us/politics/in-national-security-adviser-michael-flynn-experience-meets-a-prickly-past.html?_r=0

[iv] James Mattis necesitará que el Congreso le conceda una excepción para esquivar la ley que exige que pasen siete años entre salir del Ejército y acceder a la jefatura del Pentágono.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Las confesiones del criminal John Kerry


La guerra contra Siria es la primera que se prolonga por más de 6 años en plena era numérica. Numerosos documentos que deberían haberse mantenido en secreto ya han sido publicados. Aunque han aparecido en diferentes países, de manera tal que la opinión publica no tiene conciencia de ello, esos documentos ya permiten en este momento reconstruir la secuencia de los acontecimientos. La publicación de una grabación de declaraciones que John Kerry hizo en privado, en septiembre de 2016, revela la política del Departamento de Estado y obliga a todos los observadores –incluyéndonos a nosotros– a revisar sus análisis anteriores.

La difusión en The Last Refuge de la grabación completa del encuentro que el secretario de Estado John Kerry sostuvo con miembros de la Coalición Nacional (oposición siria en el exterior) el 22 de septiembre de 2016, en los locales de la delegación de los Países Bajos ante la ONU [1], pone en tela de juicio todo lo que todos creían haber entendido sobre la posición de Estados Unidos hacia Siria.
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Primeramente, creímos que si bien Washington había iniciado la operación conocida como «Primavera Árabe» para derrocar los regímenes laicos en beneficio de la Hermandad Musulmana, luego había dejado a sus aliados emprender solos la Segunda Guerra contra Siria, a partir de julio de 2012. Y que estos aliados perseguían sus propios objetivos –la recolonización, en el caso de Francia y Reino Unido; la conquista del gas, para Qatar; expansión del wahabismo y venganza posterior a la guerra civil libanesa, para Arabia Saudita; anexión del norte de Siria, para Turquía, según el modelo chipriota; etc.– porque se había renunciado al objetivo inicial. Pero John Kerry dice en esa grabación que Washington nunca dejó de tratar de derrocar la República Árabe Siria, lo cual implica que controló en cada etapa lo que hacían sus aliados. De hecho, durante los 4 últimos años, los yihadistas han sido dirigidos, armados y coordinados por el Allied LandCom, el mando de las fuerzas terrestres de la OTAN, con sede en la ciudad turca de Esmirna (Izmir).
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En segundo lugar, John Kerry reconoce que Washington no podía ir más lejos por causa de 2 factores: el Derecho Internacional y la posición de Rusia. Entendámonos bien: Estados Unidos no dejó nunca de ir demasiado lejos. Destruyó la mayor parte la infraestructura siria vinculada a la industria del petróleo y el gas, usando como pretexto la lucha contra los yihadistas (lo cual corresponde al Derecho Internacional), pero lo hizo y sin invitación ni autorización del presidente Assad (lo cual viola el Derecho Internacional). Sin embargo, Estados Unidos no se atrevió a desplegar sus tropas en suelo sirio ni a combatir abiertamente, como lo hizo en Corea, en Vietnam y en Irak. Para eso, optó por poner a sus aliados en primera línea –aplicando el leadership from behind, o sea el «liderazgo desde atrás»– y apoyar, sin mucha discreción, grupos de mercenarios, como hizo en Nicaragua en los años 1980, aún exponiéndose a ser condenado por la Corte Internacional de Justicia –el tribunal interno de la ONU. Washington no quiere embarcarse en una guerra contra Rusia. Y esta última, que no se opuso a la destrucción de Yugoslavia y Libia, esta vez se levantó y rechazó la línea que supuestamente debía limitar su acción. Moscú está en condiciones de defender el Derecho con la fuerza si Washington se lanza abiertamente en una nueva guerra de conquista.
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Tercero, John Kerry atestigua en esa grabación que Washington esperaba una victoria de Daesh (el Emirato Islámico) sobre la República Árabe Siria. Hasta ahora –basándonos en el informe del general Michael Flynn (fechado el 12 de agosto de 2012) y en el artículo de Robin Wright publicado en el New York Times el 28 de septiembre de 2013– habíamos entendido que el Pentágono aspiraba a crear un «Sunnistán» en territorios de Siria e Irak para cortar la ruta comercial terrestre de China hacia Occidente («Ruta de la Seda»). Pero Kerry confiesa que el plan iba mucho más lejos. Probablemente, Washington contaba con que Daesh tomara Damasco, de donde después debía expulsarlo Tel Aviv, con lo cual los yihadistas se replegarían hacia el «Sunnistán», cuyo control se les atribuiría. Siria habría quedado entonces dividida, con el sur bajo la ocupación de Israel, el este bajo control de Daesh y el norte para Turquía.
Esto permite entender por qué Washington proyectaba la imagen de que ya no controlaba nada, como si estuviese limitándose a permitir que sus aliados actuaran a su antojo: lo que hizo fue enrolar a Francia y Reino Unido en la guerra haciéndoles creer que podrían recolonizar el Levante, cuando en realidad tenía previsto dividir Siria sin ellos.
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Cuarto, al reconocer que «apoyó» a Daesh, John Kerry admite que lo armó, con lo cual hace polvo la retórica de la «guerra contra el terrorismo».
- Sabíamos, desde el atentado del 22 de febrero de 2006 contra la mezquita al-Askari, en Samarra, Irak, que Daesh –inicialmente denominado «Emirato Islámico en Irak»– había sido creado por el director nacional de la inteligencia estadounidense, John Negroponte, y por el coronel James Steele –siguiendo el esquema de lo que ya habían hecho a principios de los años 1980 en Honduras– para acabar con la resistencia iraquí y desatar una guerra civil.
- Sabíamos, desde que el diario del PKK Ozgur Gundem publicó el acta de la reunión de planificación realizada en Amman el 1º de junio de 2014, que Estados Unidos organizó la ofensiva conjunta de Daesh contra la ciudad iraquí de Mosul y del gobierno regional del Kurdistán iraquí contra Kirkuk.
- Ahora sabemos con certeza que Washington nunca cesó su apoyo a Daesh.
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Quinto, el conflicto entre el clan Allen/Clinton/Feltman/Petraeus y la administración Obama/Kerry lo habíamos interpretado como un desacuerdo sobre si había o no que apoyar a Daesh. Nada de eso. Ninguno de esos dos grupos tiene el menor escrúpulo en organizar y apoyar a los yihadistas más fanáticos. El desacuerdo reside única y exclusivamente en cuanto a recurrir a la guerra abierta –y el conflicto con Rusia que ello podría provocar– u optar por la acción secreta. El general Michael Flynn –actual consejero de seguridad nacional de Donald Trump– es el único que se opuso al yihadismo.
Si, dentro de algunos años, Estados Unidos se derrumbara, como sucedió con la URSS, esta grabación de John Kerry, podría servir de prueba acusatoria contra él y contra Barack Obama ante una jurisdicción internacional –pero no ante la Corte Penal Internacional, ya demasiado desacreditada.
Como ya reconoció la autenticidad de los fragmentos anteriormente publicados por el New York Times, Kerry no podría impugnar la autenticidad de la grabación íntegra. El apoyo a Daesh que Kerry expresa en esa grabación viola varias resoluciones de la ONU y prueba su responsabilidad personal, y la del aún presidente de Estados Unidos Barack Obama, en los crímenes contra la humanidad perpetrados por esa organización terrorista.
[1] “Absolutely Stunning – Leaked Audio of Secretary Kerry Reveals President Obama Intentionally Allowed Rise of ISIS…”, The Last Refuge (The Conservative Tree House), 1º de enero de 2017.


domingo, 15 de enero de 2017

El final del neoliberalismo “progresista”



Nancy Fraser

La elección de Donald Trump es una más de una serie de insubordinaciones políticas espectaculares que, en conjunto, apuntan a un colapso de la hegemonía neoliberal. Entre esas insubordinaciones, podemos mencionar, entre otras, el voto del Brexit en el Reino Unido, el rechazo de las reformas de Renzi en Italia, la campaña de Bernie Sanders para la nominación Demócrata en los EEUU y el apoyo creciente cosechado por el Frente Nacional en Francia. Aun cuando difieren en ideología y objetivos, esos motines electorales comparten un blanco común: rechazan la globalización gran-empresarial, el neoliberalismo y al establishment político que los ha promovido. En todos los casos, los votantes dicen “¡No!” a la letal combinación de austeridad, libre comercio, deuda predatoria y trabajo precario y mal pagado que resulta característica del actual capitalismo financiarizado. Sus votos son una respuesta a la crisis estructural de esta forma de capitalismo, crisis que saltó por primera vez a la vista de todos con la casi fusión del orden financiero global en 2008.

Sin embargo, hasta hace poco, la repuesta más común a esta crisis era la protesta social: espectacular y vívida, desde luego, pero de carácter harto efímero. Los sistemas políticos, en cambio, parecían relativamente inmunes, todavía controlados por funcionarios de partido y elites del establishment, al menos en los estados capitalistas poderosos como los EEUU, el Reino Unido y Alemania. Pero ahora las ondas electorales de choque reverberan por todo el planeta, incluidas las ciudadelas de las finanzas globales. Quienes votaron por Trump, como quienes votaron por el Brexit o contra las reformas italianas, se han levantado contra sus amos políticos. Burlándose de las direcciones de los partido, han repudiado el sistema que ha erosionado sus condiciones de vida en los últimos treinta años. Los sorprendente no es que lo hayan hecho, sino que hayan tardado tanto.

No obstante, la victoria de Trump no es solamente una revuelta contra las finanzas globales. Lo que sus votantes rechazaron no fue el neoliberalismo sin más, sino el neoliberalismo progresista. Esto puede sonar como un oxímoron, pero se trata de un alineamiento, aunque perverso, muy real: es la clave para entender los resultados electorales en los EEUU y acaso también para comprender la evolución de los acontecimientos en otras partes. En la forma que ha cobrado en los EEUU, el neoliberalismo progresista es una alianza de las corrientes principales de los nuevos movimientos sociales (feminismo, antirracismo, multiculturalismo y derechos de los LGBTQ), por un lado, y, por el otro, sectores de negocios de gama alta “simbólica” y sectores de servicios (Wall Street, Silicon Valley y Hollywood). En esta alianza, las fuerzas progresistas se han unido efectivamente con las fuerzas del capitalismo cognitivo, especialmente la financiarización. Aunque maldita sea la gracia, lo cierto es que las primeras prestan su carisma a este último. Ideales como la diversidad y el “empoderamiento”, que, en principio podrían servir a diferentes propósitos, ahora dan lustre a políticas que han resultado devastadoras para la industria manufacturera y para las vidas de lo que otrora era la clase media.

El neoliberalismo progresista se desarrolló en los EEUU durante estas tres últimas décadas y fue ratificado por el triunfo electoral de Bill Clinton en 1992. Clinton fue el principal ingeniero y portaestandarte de los “Nuevos Demócratas”, el equivalente estadounidense del “Nuevo Laborismo” de Tony Blair. En vez de la coalición del New Deal entre obreros industriales sindicalizados, afroamericanos y clases medias urbanas, Clinton forjó una nueva alianza de empresarios, suburbanitas, nuevos movimientos sociales y juventud: todos proclamando orgullosos su bona fides moderna y progresista, amante de la diversidad, el multiculturalismo y los derechos de las mujeres. Aun cuando la administración Clinton hizo suyas esas ideas progresistas, cortejó a Wall Street. Pasando el mando de la economía a Goldman Sachs, desreguló el sistema bancario y negoció tratados de libre comercio que aceleraron la desindustrialización. Lo que se perdió por el camino fue el Cinturón del Óxido, otrora bastión de la democracia social del New Deal y ahora la región que ha entregado el Colegio Electoral a Donald Trump. Esa región, junto con nuevos centros industriales en el Sur, recibió un duro revés cuando la financiarización más desatada campó a sus anchas en el curso de las pasadas dos décadas. Continuadas por sus sucesores, incluido Barak Obama, las políticas de Clinton degradaron las condiciones de vida de todo el pueblo trabajador, pero especialmente de los empleados en la producción industrial. Para decirlo sumariamente: Clinton tiene una pesada responsabilidad en el debilitamiento de las uniones sindicales, en el declive de los salarios reales, en el aumento de la precariedad laboral y en el auge de las familias con dos ingresos que vino a substituir al difunto salario familiar.

Como sugiere esto último, al asalto a la seguridad social le dio lustre un barniz de carisma emancipatorio prestado por los nuevos movimientos sociales. Durante todos los años en los que los se abría un cráter tras otro en su industria manufacturera, el país estaba animado y entretenido por una faramalla de “diversidad”, “empoderamiento” y “no-discriminación”. Identificando “progreso” con meritocracia en vez de igualdad, con esos términos se equiparaba la “emancipación” con el ascenso de una pequeña elite de mujeres “talentosas”, minorías y gays en la jerarquía empresarial del quien-gana-se-queda-con-todo, en vez de con la abolición de esta última. Esa comprensión liberal-individualista del “progreso” vino gradualmente a reemplazar a la comprensión anticapitalista –más abarcadora, antijerárquica, igualitaria y sensible a la clase social— de la emancipación que había florecido en los años 60 y 70. Cuando la Nueva Izquierda menguó, su crítica estructural de la sociedad capitalista se marchitó, y el esquema mental liberal-individualista tradicional del país se reafirmó a sí mismo al tiempo que se contraían las aspiraciones de los “progresistas” y de los sedicentes izquierdistas. Pero lo que selló el acuerdo fue la coincidencia de esta evolución con el auge del neoliberalismo. Un partido inclinado a liberalizar la economía capitalista encontró su compañero perfecto en un feminismo empresarial centrado en la “voluntad de dirigir” del leaning in o en “romper el techo de cristal”.

El resultado fue un “neoliberalismo progresista”, amalgama de truncados ideales de emancipación y formas letales de financiarización. Fue esa amalgama la que desecharon in toto los votantes de Trump. Prominentes entre los dejados atrás en este bravo mundo cosmopolita eran los obreros industriales, desde luego, pero también ejecutivos, pequeños empresarios y todos quienes dependían de la industria en el Cinturón Oxidado y en el Sur, así como las poblaciones rurales devastadas por el desempleo y la droga. Para esas poblaciones, al daño de la desindustrialización se añadió el insulto del moralismo progresista, que se acostumbró a considerarlos culturalmente atrasados. Rechazando la globalización, los votantes de Trump repudiaban también el liberalismo cosmopolita identificado con ella. Algunos –no, desde luego, todos, ni mucho menos— quedaron a un paso muy corto de culpar del empeoramiento de sus condiciones de vida a la corrección política, a las gentes de color, a los inmigrantes y los musulmanes. A sus ojos, las feministas y Wall Street eran aves de un mismo plumaje, perfectamente unidas en la persona de Hillary Clinton.

Lo que hizo posible esa combinación fue la ausencia de cualquier izquierda genuina. A pesar de arrebatos periódicos como Occupy Wall Street, que se rebeló efímero, no ha habido una presencia sostenida de la izquierda en los EEUU desde hace varias décadas. Ni se ha dado aquí una narrativa abarcadora de izquierda que pudiera vincular los legítimos agravios de los votantes de Trump con una crítica efectiva de la financiarización, por un lado, y con la visión antirracista, antisexista y antijerárquica de la emancipación, por el otro. Igualmente devastador resultó que se dejaran languidecer los potenciales vínculos entre el mundo del trabajo y los nuevos movimientos sociales. Divorciados el uno del otro, estos indispensables polos de cualquier izquierda viable se alejaron indefinidamente hasta llegar a parecer antitéticos.

Al menos hasta la notable campaña de Bernie Sanders en las primarias, que bregó por unirlos luego del relativo pinchazo de la consigna “Las Vidas Negras Cuentan”. Haciendo estallar el sentido común neoliberal reinante, la revuelta de Sanders fue, en el lado Demócrata, el paralelo de Trump. Así como Trump logró dar el vuelco al establishment Republicano, Sanders estuvo a un pelo de derrotar a la sucesora ungida por Obama, cuyos apparatchiks controlaban todos y cada uno de los resortes del poder en el Partido Demócrata. Entre ambos, Sanders y Trump, galvanizaron una enorme mayoría del voto norteamericano. Pero sólo el populismo reaccionario de Trump sobrevivió. Mientras que él consiguió deshacerse fácilmente de sus rivales Republicanos, incluidos los predilectos de los grandes donantes de campaña y de los jefes del Partido, la insurrección de Sanders  fue frenada eficazmente por un Partido Demócrata mucho menos democrático. En el momento de la elección general, la alternativa de izquierda ya había sido suprimida. La opción que quedaba era un tómalo o déjalo entre el populismo reaccionario y el neoliberalismo progresista: elijan el color que quieran, mientras sea negro. Cuando la sedicente izquierda cerró filas con Hillary, la suerte estaba echada.

Sin embargo, y de ahora en más, este es un dilema que la izquierda debería rechazar. En vez de aceptar los términos en que las clases políticas nos presentan el dilema que opone emancipación a protección social, lo que deberíamos hacer es trabajar para redefinir esos términos partiendo del vasto y creciente fondo de revulsión social contra el presente orden. En vez de ponernos del lado de la financiarización-cum-emancipación contra la protección social, lo que deberíamos hacer es construir una nueva alianza de emancipación y protección social contra la finaciarización. En ese proyecto, que construiría sobre terreno preparado por Sanders, emancipación no significa diversificar la jerarquía empresarial, sino abolirla. Y prosperidad no significa incrementar el valor de las acciones o el beneficios empresarial, sino la base de partida de una buena vida para todos. Esa combinación sigue siendo la única respuesta de principios y ganadora en la presente coyuntura.

En lo que a mí hace, no derramé ninguna lágrima por la derrota del neoliberalismo progresista. Es verdad: hay mucho que temer de una administración Trump racista, antiinmigrante y antiecológica. Pero no deberíamos lamentar ni la implosión de la hegemonía neoliberal ni la demolición del clintonismo y su tenaza de hierro sobre el Partido Demócrata. La victoria de Trump significa una derrota de la alianza entre emancipación y financiarización. Pero esta presidencia no ofrece solución ninguna a la presente crisis, no trae consigo la promesa de un nuevo régimen ni de una hegemonía segura. A lo que nos enfrentamos más bien es a un interregno, a una situación abierta e inestable en la que los corazones y las mentes están en juego. En esta situación, no sólo hay peligros, también oportunidades: la posibilidad de construir una nueva Nueva Izquierda.

Mucho dependerá en parte de que los progresistas que apoyaron la campaña de Hillary sean capaces de hacer un serio examen de conciencia. Necesitarán librarse del mito, confortable pero falso, de que perdieron contra una “panda deplorable” (racistas, misóginos, islamófobos y homófobos) auxiliados por Vladimir Putin y el FBI. Necesitarán reconocer su propia parte de culpa al sacrificar la protección social, el bienestar material y la dignidad de la clase obrera a una falsa interpretación de la emancipación entendida en términos de meritocracia, diversidad y empoderamiento. Necesitarán pensar a fondo en cómo podemos transformar la economía política del capitalismo financiarizado reviviendo el lema de campaña de Sanders –“socialismo democrático”— e imaginando qué podría ese lema significar en el siglo XXI. Necesitarán, sobre todo, llegar a la masa de votantes de Trump que no son racistas ni próximos a la ultraderecha, sino víctimas de un “sistema fraudulento” que pueden y deben ser reclutadas para el proyecto antineoliberal de una izquierda rejuvenecida.

Eso no quiere decir olvidarse de preocupaciones acuciantes sobre el racismo y el sexismo. Pero significa molestarse en mostrar de qué modo esas inveteradas opresiones históricas hallan nuevas expresiones y nuevos fundamentos en el capitalismo financiarizado de nuestros días. Rechazando la idea falsa, de suma cero, que dominó la campaña electoral, deberíamos vincular los daños sufridos por las mujeres y las gentes de color con los experimentados por los muchos que votaron a Trump. Por esa senda, una izquierda revitalizada podría sentar los fundamentos de una nueva y potente coalición comprometida a luchar por todos.



Nancy Fraser es una profesora de filosofía y política en la New School for Social Research de Nueva York. Su último libro: Fortunes of Feminism: From State-Managed Capitalism to Neoliberal Crisis (Londres, Verso, 2013).
Fuente:
https://www.dissentmagazine.org/online_articles/progressive-neoliberalism-reactionary-populism-nancy-fraser
Traducción: María Julia Bertomeu



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