lunes, 24 de noviembre de 2014

Del populismo y otros demonios

 

MADRID, EL POPULISMO DEL LADRILLO

Augusto Zamora R.

La irrupción inesperada de Podemos en el panorama político español ha puesto otra vez en boga el término “populismo”. Dado que no existe definición académica del mismo, es necesario indagar sus orígenes, para saber de qué se habla o hablamos. El diccionario de la RAE nos dice que populista “es perteneciente o relativo al pueblo”. Una primera aproximación al término indica que el populismo lleva como nota general la invocación, convocación o recurso al pueblo. Desde esa perspectiva, todos los partidos, grupos o personas que militan en política son populistas, pues sus labores y objetivos buscan convencer al mayor porcentaje de población de que sus propuestas son las correctas y que, por tanto, lo inteligente, prudente y acertado es votarles a ellos.

La presencia del pueblo (‘populus’) es tan potente, que casi todos los partidos políticos o agrupaciones similares y sociales, hacen referencia directa o indirecta al pueblo. Así, el PP es partido ‘popular’, es decir, un partido del pueblo, no de élites, lo que no deja de ser un sarcasmo. El PP nació como Alianza Popular, una denominación con auras de izquierda, vaya usted a saber por qué. El PSOE es –era- ‘obrero’ y ‘español’, el partido de los obreros españoles, los olvidados (¡ay, quién te ha visto y quién te ve, camarada Pablo Iglesias!). Los partidos comunistas crearon democracias ‘populares’. Podemos ha utilizado la primera persona plural del Presente del Indicativo, para transmitir la idea de que “[nosotros] podemos”, nosotros, la gente común, el ‘populus’. Izquierda Unida es una forma de llamar a la unidad de las dispersas y mal avenidas fuerzas progresistas. UGT y CCOO convocan a trabajadores y obreros. En suma, no hay política sin pueblo.

A partir de aquí penetramos en una densa jaula de grillos, donde partidos y políticos ‘serios’ usan ballestas, catapultas y mosquetones para descalificar a otras fuerzas políticas, tildándolas de ‘populistas’, sin explicarle al ‘populus’ qué quieren decir con el manoseado término. Lo emplean con gestos despectivos, haciéndolo sinónimo de demagogia, mentiras baratas y manipulación perversa de masas descerebradas. Calificar a un partido o persona de ‘populista’ aspira a situarlo en el más tenebroso de los infiernos. En su mensaje, ser populista es ser mendaz, demagogo, embaucador de pueblos, payaso, escribidor de horóscopos y otros perifollos o cantinfladas al uso.

En términos históricos modernos, el populismo surge en Latinoamérica de la mano del peruano Víctor Raúl Haya de la Torre, político de izquierdas que, influenciado por las revoluciones mexicana y rusa, funda en México, en 1924, la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA). El APRA nace como un movimiento político latinoamericanista, antioligárquico, antiimperialista, unionista y popular, con influencia marxista, pero separado del comunismo. El APRA tuvo gran influencia, de México a Argentina. De aquella Alianza Popular (medio siglo anterior a la española) derivó el término populismo, una mezcla singular de ideas de izquierda, pensamiento iconoclasta y tradición caudillista latinoamericana. Ese manantial nutrió al populismo de los años 40 y 50. Juan Domingo Perón es, quizás, el dirigente latinoamericano que mejor ha encarnado la figura del político populista. Pero esto es ya historia en la región. El populismo fundado por Haya de la Torre es parte de una etapa histórica digna de reconocimiento, tanto por su papel movilizador de las fuerzas progresistas, como por haber contribuido a sacudir las anquilosadas sociedades de América Latina, atrapadas en el caduco bipartidismo de conservadores y liberales. Las dinámicas surgidas desde la década de los 80 superaron al viejo populismo, gestando nuevas formas de organización popular, adaptadas a las realidades del siglo XXI. El APRA sigue existiendo como partido político en Perú, pero vaciado de la herencia sustantiva de Haya de la Torre.

En España, con Podemos, el término ‘populista’ se utiliza de forma recurrente con el fin de descalificar a la naciente organización política. El uso del vocablo es proporcional al temor que Podemos inspira en partidos políticos tradicionales. Hasta este año de gracias de 2014, el término ‘populista’ se prodigaba exclusiva y generosamente contra políticas y políticos latinoamericanos. Casi sin excepción, los movimientos de izquierda que tomaban el poder en Latinoamérica, aupados por las masas populares, eran tachados de populistas, sobre todo cuando nacionalizaban los recursos naturales en manos de oligopolios extranjeros o hacían lo mismo con empresas nacionales privatizadas. Era ‘populista’ nacionalizar empresas porque, decían, esas medidas ahuyentaban las inversiones extranjeras (lo que resultó falso). Era ‘populista’ recuperar el papel del Estado en la economía, porque el Estado era ineficaz comparado con la empresa privada (otra falsedad). Eran ‘populistas’, en fin, las medidas que favorecían a los desheredados, porque éstas fomentaban la vagancia, endeudaban al Estado e hipotecaban los recursos del país, recursos que, por supuesto, debían ir a la siempre eficiente iniciativa privada.

El uso y abuso del término lleva a obviar análisis serios del tema, como el hecho de que partidos políticos que dicen rechazar toda forma de populismo han ganado elecciones recurriendo intensamente al populismo, si discurrimos que ser populista es seducir a la población con promesas que nunca se cumplirán. No hay partido político libre de ese pecado, aunque algunos hayan batido, una o varias o siempre, los listones más altos en cuanto a incumplimientos. En1982, un partido de cuyo nombre no quiero acordarme, presentó un programa electoral que es, posiblemente, el mejor ejemplo de populismo español: “luchar contra la inaceptable desigualdad social, cultural y económica”; 800.000 puestos de trabajo; rebajar la edad de jubilación a 64 años; jubilaciones anticipadas a los 59 años; luchar frontalmente contra el fraude y la evasión fiscal; defensa de las empresas públicas “como instrumentos fundamentales para la creación de puestos de trabajo y el logro de un desarrollo estable”; “filosofía contraria a la política de bloques militares” y separación de España de la OTAN, etc.

Todos, o casi todos, sabemos en qué terminó aquello. No hubo 800.000 empleos nuevos, sino que se perdieron en dos años 600.000 empleos más; la política del “pelotazo” dio lugar a corrupciones generalizadas; las desigualdades se dispararon; se privatizaron buena parte de las mejores empresas públicas y España entró en la OTAN. Mayor engaño, imposible. Esto es historia y lo usamos a título de ejemplo, pero sirve para recordar aquello de que quien esté libre de pecados, que tire la primera piedra.

Los años de prosperidad en la década de los 90 y primera del siglo XXI fueron una fantasía, de la que España despertó perpleja, confundida y arruinada. Las reformas económicas, con marcado carácter ideológico, en vez de fortalecer al Estado y al país, habían corroído sus cimientos. La euforia de aquellos años hizo que muy pocos se preguntasen o pusieran en duda lo que parecía el milagro económico que España llevaba siglos esperando. Así, pocos inquirían por qué, de repente, después de la entrada del euro, en España empezó a construirse más que en toda la Unión Europea. Un delirio popular y populista barrió el país, como reflejarían centenares de megaconstrucciones: aeropuertos sin aviones, centros culturales ciclópeos, autovías a ninguna parte… Era la versión moderna de las ciclópeas festividades circenses de los emperadores romanos, de los primeros en hacer del circo y las megaconstrucciones una política de Estado.

La paranoica fiebre inmobiliaria arrastró al país y, al final, terminó devorándolo. ¿Qué era aquello sino populismo del peor signo elevado a dogma económico y político? Porque detrás de la acusación de populismo subyace otro concepto: la irracionalidad. Se dice que los populismos conducen al desastre económico porque no saben administrar la economía. Lo sucedido en España ¿qué fue sino la irracionalidad dirigiendo los bienes públicos? ¿Pueden decir esos gobernantes que supieron administrar la economía?

La euforia estalló como bomba de neutrones: bancarrota general del Estado, autonomías y ayuntamientos; endeudamiento astronómico del país, cinco millones de desempleados, desahucios masivos, indigencia, una generación entera condenada al exilio económico, al paro o a trabajos basura y una corrupción rampante, por mencionar sólo los resultados más terribles de aquellos colosales disparates. Sin olvidar el involucramiento de España en cuatro criminales guerras de agresión, de Yugoslavia a Libia, que dejaron centenares de miles de muertos, decenas de millones de refugiados y cuatro países destruidos hasta los cimientos. Como guinda, la expansión fatal del terrorismo islamista, de Afganistán a Nigeria. Si eso es gobernar con seriedad, prudencia y capacidad, más vale persignarse.

De guinda, han convertido a España en una plutocracia, donde veinte multimillonarios disponen de más recursos que 14 millones de ciudadanos (30% de la población). La concentración acelerada de riqueza en un puñado de manos nos está arrastrando al totalitarismo capitalista más brutal, donde la democracia será, como en el siglo XIX, un ramplón y simple sainete. La ciudadanía podrá votar lo que sea, pero será un puñado de plutócratas los que, en última instancia, decidan y marquen los destinos del país.

La descalificación por la descalificación tiene otra consecuencia: evitar la discusión a fondo, sin subterfugios, de las propuestas de gobierno de cada partido político. La postración actual de España es prueba de que las políticas practicadas durante más de dos décadas, además de estar agotadas, han fracasado estrepitosamente. Frente a ese fracaso ¿qué ofrecen los partidos tradicionales? Hasta la fecha un más de lo mismo, pidiendo a la población que imite a Job y espere a que Yavé Dios-FMI dicte desde su cielo las soluciones. Pero lo dice el refrán: no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista. Y los refranes, según la RAE, son expresiones de la sabiduría popular.

Augusto Zamora R. es Profesor de Relaciones Internacionales

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

El conflicto que Occidente ha provocado en Ucrania

 

KIEV; LOS ORÍGENES DEL CRISTIANISMO RUSO
 
Rafael Poc
La Vanguardia
Curso impartido el 15 de noviembre en el Seminario para profesorado de Historia de IES. Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.
No son las fracturas y diversidades regionales de Ucrania, sino la geopolítica lo que explica el actual conflicto. Veinticinco años de incumplimiento del espíritu que acabó con la guerra fría y el avasallamiento hacia Rusia practicado desde entonces, provocaron una reacción defensiva e irreversible de Moscú que se presenta como ofensiva y esquizofrénica. Esa reacción supone un precedente de desafío intolerable para Occidente y es lo que suscita y motiva las sanciones contra Moscú, cuyo efecto va a ser, a la vez, dañino y estimulante de cambios para el sistema ruso. En esta partida Rusia no tiene marcha atrás sin arriesgarse a un derrumbe de su régimen de consecuencias incalculables. La torpe política exterior alemana, cuyo papel en los Balcanes ya fue nefasto hace una década, tiene una gran responsabilidad.
I) Pueblos hermanos
Se dice que rusos y ucranianos son “pueblos hermanos”, y es verdad. Siglos de vida en común, dos lenguas bien parecidas y una geografía sin obstáculos físicos, de llanuras surcadas por ríos mansos, que complica y difumina todo concepto de frontera. Al mismo tiempo, el parentesco fraternal no es incompatible con fuertes diferencias de carácter. Cuando una abuela dice sobre sus nietos, “¡Qué diferentes son, parece mentira que sean hermanos!” está formulando un tópico familiar de los más recurrentes. Veamos algunas de esas diferencias.
Como tantos otros países, Ucrania contiene una considerable diversidad regional entre el Oeste y el Este. Simplificando: cuanto más hacia Rusia, más ruso se habla, mayor influencia del cristianismo oriental adscrito al Patriarcado (ortodoxo) de Moscú y menos perceptible se hacen las diferencias fraternales. Cuanto más al Oeste mas fuerte es la identidad nacional ucraniana, el carácter mixto (oriental-occidental) del cristianismo, etc., etc.
A lo largo de su historia, Ucrania vivió varios procesos de integración, bien en la órbita rusa, bien en la polaca. Al colisionar con el poder superior ruso, el nacionalismo burgués ucraniano se vio condenado a colocarse bajo patronazgo extranjero. En el siglo XX sus efímeros gobiernos se afirmaron bajo la protección militar alemana (el del atamán Skoropadski) o polaca (Petliura). El nacionalismo popular ucraniano fue más antipolaco y antijudío que anti ruso. Políticamente fue frecuentemente socialista o social-revolucionario y al final, en un contexto de grandes convulsiones como los de la guerra civil rusa, tuvo que decantarse entre blancos y rojos en beneficio de los segundos.
El espacio ucraniano ha sido frecuente campo de batalla. En el siglo XVII conoció la revuelta de Bogdan Jmenitski contra la unión polaco-lituana, en el XVIII el zar Pedro I se impuso a los suecos en Poltava, y en el siglo XX fue uno de los principales escenarios bélicos tanto de la guerra civil rusa como de la Segunda Guerra Mundial.
El periodo 1917-1922 contiene en Ucrania un sinfín de conflictos. Parte de los nacionalistas ucranianos lucharon junto con los alemanes y austro-húngaros y otra parte contra ellos. La población ucraniana pro rusa se dividió en su lucha a favor de una Rusia unida, unos con los rojos y otros con los blancos. Otras fuerzas, como la del ejército campesino de Nestor Majno, con un gran componente social libertario y nacional ucraniano, lucharon tanto contra los rojos como contra los blancos.
Para comprender el actual mapa de Ucrania es ineludible hablar de tres regiones. En primer lugar Galitzia, zona occidental de claro dominio de la lengua ucraniana, con influencia católica mestiza (greco-católicos o “uniatas”), que en su mayoría nunca formó parte del resto de Ucrania ni estuvo sometida a Rusia hasta Stalin en los años cuarenta, después de dos siglos de sometimiento a regímenes polacos o austro-húngaros opresivos. De Galitzia partió en el siglo XIX el más fuerte impulso nacionalista. Ya en la época postsoviética desde allí se ha irradiado hacia el resto del país la ideología nacionalista más fuerte, con su particular narrativa histórica sobre la URSS: la revolución bolchevique como asunto “ruso” o “judío” (ignorando la larga lista de ucranianos presente en la dirección bolchevique), la mortífera hambruna de los años treinta con varios millones de muertos como “genocidio comunista-ruso contra el pueblo ucraniano” (ignorando que la misma hambruna de esos años devastó igualmente zonas rusas en el Don, Kubán,Volga, etc. y que esas mismas hambrunas eran crónicas en la época zarista), todo ello aspectos de la nueva historia adecuada a la nueva estatalidad adquirida en 1991 que debía enmendar la historia oficial soviética, igualmente repleta de omisiones y manipulaciones.
Desde sus orígenes a principios de siglo XX, las organizaciones armadas del nacionalismo ucraniano en Galitzia (que entonces actuaban contra el dominio polaco) estuvieron financiadas y teledirigidas por el Abwehr, el espionaje alemán. Durante la Segunda Guerra Mundial los invasores alemanes fueron recibidos como libertadores por muchos ucranianos occidentales que habían sufrido la cruda represión estalinista y las hambrunas. Una vez más, la invasión hitleriana dividió a los ucranianos en dos bandos; el mayoritario que luchó con el ejército soviético contra el fascismo, y el minoritario de nacionalistas de Ucrania Occidental que fue utilizado por los nazis como fuerza de choque, creó una división SS específica y actuó frecuentemente de una forma aún más cruel que sus amos contra judíos y comunistas, empuñando la bandera de la liberación nacional ucraniana.
Hay que decir que los ucranianos occidentales no fueron los únicos “colaboracionistas”: también los rusos del ejército de Vlasov, tártaros, chechenos, cosacos, etc. tuvieron representantes en el ejército alemán.
A los colaboracionistas de Ucrania Occidental, cuya relación con los nazis no fue fluida e incluyó episodios de enfrentamientos armados, se les conoce como “banderovski” por el nombre de su principal líder, Stepan Bandera. Con la victoria soviética y la incorporación definitiva de Galitzia a la URSS en 1945, los banderovski mantuvieron una guerrilla muy brava contra el NKVD de Stalin, recibiendo apoyo de la CIA en armas y lanzamiento de paracaidistas. Su cuartel general en Europa estaba en Munich, donde Bandera fue eliminado por un agente de Stalin en 1959…
Esta corriente, con la que en la época de la Perestroika solo se identificaba un sector minoritario del nacionalismo ucraniano, es reconocida hoy por un sector mucho más amplio como símbolo de la liberación nacional, o por lo menos como inspiradora de su principal ideología y narrativa nacionalista.
En el sur y el Este de Ucrania, la llamada Novorossia, siempre se rechazó con toda claridad cualquier glorificación de los fascistas banderovski. Se trata de un arco que va desde Járkov, en el norte, hasta la región de Odesa en el sur-oeste, mayoritariamente ruso parlante y con gran población que se define como “rusa”. Ese arco no formó parte de Ucrania hasta la guerra civil de los años veinte (era la parte más industrial y a los bolcheviques les interesaba tener una base obrera en el gran universo campesino que era Ucrania), conserva una fuerte memoria soviética de la Segunda Guerra Mundial, y, al mismo tiempo, desde la nueva independencia de 1991 tendía hacia una cierta lenta ucrainización, o, por lo menos, a acentuar sus diferencias sutiles y difusas con Rusia. A grandes rasgos, Novorossia (la “Rusia nueva”) fue objeto de la reconquista imperial rusa en los siglos XVII y XVIII.
Mención especial merece la península de Crimea, tierra ancestral rusa, poblada por rusos y rusoparlante en un 80%, por donde llegó el primer cristianismo a la Rus de Kiev (¿el primer estado ruso fue ucraniano, o es el primer estado ucraniano se llamaba Rusia?, eh aquí un interesante objeto de disputa entre besugos), reconquistada por Catalina II a los tártaros deljanato Crimea -el último vestigio de la Horda de Oro heredero del imperio de Chingiz Jan, para entonces un satélite del Imperio Otomano. Crimea fue escenario de glorias militares rusas y soviéticas, tanto durante la guerra de Crimea del XIX (todos contra Rusia) como durante la Segunda Guerra Mundial, con heroicas batallas en Sebastopol, Kerch y Odesa. La caprichosa entrega de Crimea a Ucrania por Jruschov en 1954, desgajándola de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia (RSFSR) en una época en la que las diferencias entre repúblicas era completamente irrelevante, tuvo un carácter simbólico. A partir de la disolución de la URSS eso se convirtió en un problema.
Otra diferencia entre rusos y ucranianos tiene que ver con su tradición política, con las formas, símbolos y héroes en los que unos y otros se sienten identificados. Aquí el contraste entre los hermanos es importante. Ucrania fue un país situado geográficamente en el límite y la confluencia de grandes imperios (turcos, polacos, rusos). Su propio nombre, “U-kraine”, significa algo así como “junto al límite”, “en la frontera”, un espacio al que la autoridad imperial de unos y otros, y sus relaciones de servidumbre, apenas llegan o se perciben como algo lejano y difuminado. Esa posición determinó cierta holgura y libertad, un “arréglatelas tu mismo como puedas y sin gobierno” que asociamos al espíritu de frontera del “Far West”.
Los héroes de esa tradición política son líderes cosacos “libres” que luchan; ahora contra los turcos, ahora contra los polacos o contra los rusos, absorbiendo rasgos de unos y otros (Maidán -plaza- es una palabra turca). Todo eso es muy diferente de la tradición rusa, que es una galería llena de cuadros de grandes zares y caudillos absolutistas tanto más grandes cuanto más Estado e Imperio construyen.
Esa diferencia ha influido en la diferente evolución que ha tenido la formación de los estados postcomunistas pese a su común régimen oligárquico.
Mientras en Rusia tras una época turbulenta se ha recuperado la “vertical de poder” con su vector tradicional autocrático con considerable facilidad (eso es lo que representa Putin), en Ucrania el Estado ha sido mucho más débil. Eso ha hecho que la sociedad haya sido mucho más suelta, incontrolada e independiente hacia el poder que en Rusia, lo que ha tenido ciertas ventajas para la autonomía social y también serios inconvenientes para estabilizar un gobierno efectivo independiente de intereses externos…
Dicho todo esto y situados ya un poco ante el mapa, hay que decir que por más que esas semejanzas y diferencias sean importantes para comprender el universo ruso-ucraniano y para entender la diversidad interna de Ucrania, apenas aportan una explicación concreta a lo que tenemos hoy encima de la mesa: una verdadera fractura que explota en una guerra civil. ¿Cómo ha podido podrirse tanto la situación para que los hermanos se tiroteen y bombardeen?
Para comprender eso, no hay más remedio que fijarse en los regímenes políticos -igualmente emparentados- de Rusia y Ucrania.
II) Privatización y regímenes
En los años noventa, Rusia y Ucrania sufrieron el mismo proceso de saqueo de su economía, sus recursos, su patrimonio material nacional, a manos del mismo estrato administrativo-burocrático-oligárquico del antiguo régimen comunistoide, la Estadocracia (Cheskov). Eso que se conoce como “privatización” dio lugar al mismo tipo de sistema de capitalismo oligárquico. La diferencia con Rusia ha sido “el factor Putin”.
Si en Rusia con el cambio de siglo acabó emergiendo un poder político que restableció la vertical de poder y sometió a los magnates de la privatización a unas reglas de juego en las que era obligatorio reconocer la primacía del Estado, en Ucrania eso no ocurrió. Después de los años noventa, la política ucraniana continuó siendo la lucha entre, fundamentalmente, dos grupos de magnates. Unos vinculados industrialmente a Rusia y por tanto que tendían geopolíticamente hacia ella, y otros mucho más en la órbita occidental.
Esos grupos apenas se diferenciaban internamente en su programa socio-económico, maltrataban exactamente igual la aparición de cualquier manifestación social o de izquierda, y mantenían una cruda lucha subterránea por el poder. Ambos grupos se disputaron ese poder y alternaron en él, con incidentes pero sin llegar a un enfrentamiento abierto y militar como el de octubre de 1993 en Moscú.
Cada uno de los dos bandos de este sistema clánico-oligárquico con fuertes anclajes en la descrita diversidad regional ucraniana, era demasiado débil para imponerse definitivamente a sus adversarios. Esa debilidad hizo que cada uno de ellos aumentara la conexión y dependencia clientelista hacia el elemento geopolítico exterior. Los intereses de los grandes vecinos se mezclaron cada vez más en una amalgama, junto con los intereses económicos, industriales e ideologicos, “orientales” u “occidentales” de cada bando. Sobre esa lógica de poder actuaron tanto subvenciones rusas al suministro de gas, como la compra y financiación de ONG, medios de comunicación e instituciones con los 5000 millones de $ reconocidos por la señora Nuland, vicesecretaria de Estado norteamericana, o por su vector correspondiente alemán, polaco y europeo en general.
Diferencia fundamental entre esos dos vectores externos era que si Moscú era desde el principio consciente de la diversidad interna de Ucrania y de la imposibilidad de imponer por completo sus intereses allá sin romper el país, en Washington, Bruselas y Berlín se buscaba, cada vez más, una victoria total y definitiva, ignorando los peligros de una fractura.
Ese sentido común acerca de la necesidad de cierto equilibrio interno había regido la política ucraniana de los dos bandos oligárquicos enfrentados desde 1991 hasta 2014. Siempre que uno u otro bando llegaba al poder en Kiev, ambos gobernando sobre el mismo fondo de corrupción y parasitismo (muy superior al de Rusia), había conciencia de que el país sería ingobernable y se rompería si se ignoraban por completo los intereses del otro. La propia población, socialmente muy descontenta con el poder tanto en el Este como en el Oeste del país, dependía de la apertura y el acceso a los grandes vecinos orientales y occidentales. De los 45 millones de ucranianos, unos seis millones respondieron a la pobreza emigrando a trabajar en el extranjero, unos 3 millones hacia Rusia (ucranianos de Novorossia) y otros tres hacia Polonia y la Unión Europea, mayormente ucranianos occidentales.
III) La revuelta del Maidán y su secuestro.
En este contexto de debilidad del poder ucraniano que acentúa el recurso de los dos grupos oligárquicos enfrentados a padrinazgos geopolíticos exteriores, apareció la provocativa y desestabilizadora oferta de la Unión Europea de un acuerdo de “Asociación oriental” con Ucrania. Hay que decir que a diferencia de la Unión Aduanera propuesta por Moscú, esa oferta europea se planteó desde el principio como excluyente, no compatible y no negociable con cualquier interés ucraniano vinculado a Rusia. Dada la permeabilidad existente entre los mercados ruso y ucraniano, abrir el segundo a la UE significaba perjudicar directamente la economía rusa. En materia de seguridad, la Unión Europea dejaba claro en aquel tratado que Ucrania debía ponerse en sintonía con “Europa” en su política exterior y de seguridad, fundamentalmente adversa a la de Moscú.
Mientras Moscú y Kíev pedían a la Unión Europea una negociación a tres bandas para solucionar el entuerto, la canciller Merkel se negó rotundamente a admitir a Rusia en cualquier negociación con Ucrania. Eso hizo que la jugada de la adhesión a “Europa” se convirtiera en una bomba desestabilizadora que transformaba equilibrios y diferencias, territoriales y de intereses, hasta ahora gobernables en una verdadera fractura.
Esa circunstancia, unida a las improvisadas contraofertas y fuertes presiones de Moscú, alimentó las más que razonables vacilaciones del Presidente Viktor Yanukovich. El no de Yanukovich al tratado con la UE hizo estallar el descontento social contra la corrupción, la oligarquía, contra el gobierno inefectivo, opaco y socialmente injusto, aspectos que el polo popular occidentalista ucraniano asocia con el modelo ruso.
El primer Maidán fue un movimiento surgido de un impulso genuinamente popular que expresaba elementales deseos de regeneración democrática, civil y nacional. Pero a diferencia de, digamos, el 15-M, tenía detrás a uno de los dos bandos oligárquicos y a los socios exteriores americanos y europeos (particularmente polacos y alemanes), con apoyo de medios de comunicación locales e internacionales, por lo que desde el principio estaba bien cargado de ambigüedad social y geopolítica.
El gobierno de Yanukovich respondió a ese desafío con gran inseguridad, represión y juego sucio: movilizando bandas de lumpen que apalizaban a activistas, etc., lo que aún indignó más a la gente.
Por si solo, el sujeto que formaba la infantería de este Maidan (la intelligentsia creativa, los grandes y pequeños hombres de negocios del sector servicios, estudiantes, profesiones liberales y funcionarios apoyados por los clanes oligárquicos “alternativos”), no era capaz de tomar el poder y tumbar al desprestigiado régimen -por otra parte electo y completamente legítimo desde el punto de vista formal. Para derribarlo se necesitaba una fuerza de choque, disciplinada, y dispuesta a jugarse el físico. Una caballería pesada. Esa fuerza fue la extrema derecha armada con la ideología nacionalista de tradición banderovski, apoyada por los oligarcas y los padrinos geopolíticos occidentales. Si la trama subterránea de complicidades, financiación, asesoramientos y adiestramiento de servicios secretos occidentales (americanos, polacos y alemanes) apenas ha trascendido, cuarenta políticos occidentales de primera fila, entre ellos primeras figuras de Estados Unidos y los ministros de exteriores de Alemania, Polonia, países bálticos, etc. pasaron por la plaza de Kiev repartiendo solidaridades y pastelitos. Fue esesegundo Maidán el que ejecutó el cambio de régimen en las jornadas de febrero en un contexto de batallas campales con incendio y toma de sedes ministeriales en medio de una masacre indiscriminada de manifestantes y policías (en total un centenar, además de más de una decena de policías) a cargo de tiradores de precisión el 20 de febrero, lo que precipitó la caída del gobierno y la huida del presidente.
El único estudio académico sobre aquella masacre, obra del profesor Ivan Katchanovski, de la School of Political Studies de la Universidad de Otawa concluye lo siguiente:
The evidence indicates that an alliance of elements of the Maidan opposition and the far right was involved in the mass killing of both protesters and the police, while the involvement of the special police units in killings of some of the protesters cannot be entirely ruled out based on publicly available evidence. The new government that came to power largely as a result of the massacre falsified its investigation, while the Ukrainian media helped to misrepresent the mass killing of the protesters and the police. The evidence indicates that the far right played a key role in the violent overthrow of the government in Ukraine.”
Obviamente si todo eso hubiera ocurrido con los vectores y escenarios invertidos -un gobierno favorable a los intereses occidentales, en México o Canadá, con políticos rusos, chinos y venezolanos de primera fila repartiendo pastelitos entre los manifestantes- no se habría celebrado como progreso democrático, sino como escandaloso y sangriento golpe de estado, terrorismo y demás…
El cambio de régimen en Kiev precipitó la revuelta del Este de Ucrania con padrinazgo ruso. Primero en Crimea, donde las declaración de soberanía y el posterior ingreso del territorio en Rusia, fue fácil por el amplio apoyo de la población y la presencia de la flota rusa, y luego en las regiones de Lugansk y Donetsk, con movimientos menores en todo el arco de Novorossia. Todas esas regiones, temerosas de las primeras disposiciones de un gobierno con participación de banderovski en materia de lengua, etc., y ante la evidencia de que sus derechos e intereses iban a ser atropellados, pidieron federalismo en pequeños antimaidanes prorusos, sin el menor apoyo de oligarcas locales (todos se pasaron a Kiev), que expresaban el mismo genuino descontento social y temor popular que el de Kíev desde un vector identitario y geopolítico distinto. La respuesta del nuevo gobierno de Kiev fue el envío del ejército en misiónantiterrorista -lo que el presidente Yanukovich no se había atrevido a hacer- y que dio paso a la militarización y al actual escenario de guerra civil con 3700 muertos y decenas, sino centenares de miles de refugiados y desplazados. El horizonte más optimista sería una congelación del conflicto, y la creación de nuevos limbos jurídicos como ha ocurrido en Abjazia o en Transnistria.
Una vez más: si cambiamos las fichas, toda esta utilización de aviación y artillería contra ciudades habría sido valorado en Occidente como intolerable crimen contra la humanidad, etc., etc.
Dicho esto, se impone la evidencia de que todo lo que hubo y hay de genuinamente popular y liberador, tanto en el primer Maidán de Kiev como en la revuelta de Novorossia, importa muy poco a fin de cuentas en este conflicto en el que lo determinante es su dimensión geopolítica. Nada se entiende sin poner el zoom de nuestra observación en posición de gran angular.
IV) El Imperio del caos y la “arquitectura de la seguridad europea”.
La propaganda occidental achaca el conflicto de Ucrania a la maldad de Putin, al nuevo expansionismo ruso y propone cronologías tan descaradas como la película que comienza con la invasión rusa de Crimea. (Lamentablemente esa versión se lee también en órganos alternativos españoles manifiestamente desinteresados por la política internacional:
Vamos a explicar que Rusia no ha desencadenado este conflicto y que su actitud ha sido claramente defensiva y reactiva. Antes déjenme aclarar un aspecto:
El régimen oligárquico ruso tiene intereses correspondientes (aunque mucho más legítimos, desde el punto de vista de la historia y de la geografía) a los occidentales por: 1- Mantener su control y acceso a buena parte de los recursos naturales e industriales de Ucrania, 2- Ampliar su influencia geopolítica y 3- Por consolidar el régimen autocrático de Putin y la unión autoritaria de burócratas y magnates que lo sustenta, con medidas de tanta carga patriótica como el regreso de Crimea a Rusia.
Desde ese punto de vista, tal como afirma el profesor Mijaíl Buzgalin, la recuperación de Crimea es tan progresista como el intento de los militares de Argentina por hacerse con las Islas Malvinas ante Inglaterra.
Todo esto hay que tenerlo en cuenta -sobre todo a efectos de la imprevisible evolución interna de Rusia en los próximos años- pero es bastante secundario e irrelevante al lado del hecho principal: por primera vez en un cuarto de siglo una gran potencia regional, como es Rusia ahora, le ha parado los pies a la superpotencia hegemónica del conglomerado imperial Estados Unidos-OTAN-Unión Europea. Es este desafío que crea un precedente, lo que es visto como intolerable y es contestado con sanciones y escenarios de nueva guerra fría.
La situación lanza señales a la correlación de fuerzas global y a la recomposición de las alianzas del mundo multipolar en formación. El siempre interesante Pepe Escobar se lanza a la piscina y ya anuncia un eje euroasiático Pekín-Moscú-Berlín para dentro de 20 o 30 años. Personalmente soy bastante escéptico no ya en este tipo de construcciones, sino sobre algo mucho más básico: sobre la mera posibilidad de pronosticar cualquier cosa de esa envergadura a 20 años vista en el actual mundo revuelto. Por eso, antes que perderse en inciertas proyecciones futuras más vale repasar la película que ha conducido hasta el conflicto ucraniano.
Durante la Perestroika, el pacto que Gorbachov acabó ofreciendo a Occidente fue el de cancelar la guerra fría a cambio de una arquitectura europea de seguridad integrada. Esa fue la oferta implícita de Moscú a Alemania y así fue entendida y aceptada por todos los actores. A nivel contractual todo eso quedó reflejado en la Carta de París de la OSCE para una nueva Europa, firmada en el Elíseo en noviembre de 1990, es decir aún en vida de la URSS. Las implicaciones de tal esquema eran enormes. La integración soviética en Europa habría dado lugar a un gran conglomerado político-económico, con un gran mercado, una enorme potencia energética y cierto eje político París-Berlín-Moscú. Por mal que se jugase, aquella partida acababa con la hegemonía de Estados Unidos en Europa, a todas luces innecesaria una vez disuelto el enemigo. Todo esto no funcionó por varias razones.
Sin duda Washington lo percibió enseguida como una amenaza a sus intereses generales y actuó en consecuencia. Gorbachov pecó también de ingenuidad al no amarrar aquellos pactos en acuerdos y contratos sólidos, confiándose en acuerdos entre caballeros. Pero en Moscú sucedieron también cosas que facilitaron mucho que este escenario fracasara.
En agosto de 1991 se produjo el golpe de estado de quienes consideraron que se había ido demasiado lejos. El golpe fracasó, porque sus autores no dispararon contra la gente, como luego haría en octubre de 1993 Boris Yeltsin con el aplauso de Occidente, y sobre todo porque la estadocracia ya estaba muy metida en la perspectiva de una entrada en el mercado global con privatización etc. Con todo, el proyecto de Gorbachov para Europa, lo que llamaba la “Casa común europea”, podría haber sobrevivido a aquello. Pero en diciembre la emancipación y degeneración de la estadocracia rusa liderada por Yeltsin, disolvió la URSS. Ya sin Gorbachov siguieron diez años de juerga en la que las energías de los dirigentes de Moscú se centraron en el saqueo del patrimonio nacional (privatización), renunciando a toda política exterior autónoma. Eso hizo que Occidente le perdiera por completo el respeto a Rusia y se convenciera de que podía tratar con ella como con un vasallo. En cualquier caso, Rusia ya no daba miedo: recordemos que era la época en la que 5000 guerrilleros chechenos batían al ejército ruso en el Cáucaso del Norte.
En ese contexto las actitudes cambiaron radicalmente. Si Rusia era tan débil podía hacerse con ella cualquier cosa. Un conocido estratega americano -hoy asustado por lo que se ha visto en Ucrania y partidario de la “finlandización”- propuso en aquella época desmembrar Rusia en cuatro o cinco estados, con una república de Extremo Oriente, otra siberiana, una Rusia europea, una confederación caucásica, etc., etc.
Esa fiesta se acabó cuando, una vez concluido el asalto al supermercado, en Moscú decidieron poner orden. Putin ha sido eso: el restablecedor de un orden elemental.
En 2001, mientras los americanos se deshacían de algunos de los acuerdos de desarme más importante de la guerra fría (PRO- ABM) y descafeinaban otros, y mientras tras la caída de Milosevic en una de esas revoluciones de colores el Washington Post editorializaba anunciando que la siguiente jugada sería en Bielorusia y Ucrania, Putin propuso su colaboración a Bush en el esfuerzo “antiterrorista” posterior al 11-S. Cedió acceso a Afganistán por la puerta trasera de Asia Central ex soviética y cooperó en logística e inteligencia todo lo que pudo. Todo eso no sirvió para nada. En Europa las cosas siguieron igual.
Mientras las bombas calientes de la OTAN caían sobre Yugoslavia, Javier Solana venía a Moscú a mediados de los noventa a convencer a los rusos de que la ampliación hacia el Este del bloque occidental, rompiendo todas las promesas, no tenía nada que ver con seguridad ni confrontación: “ya no estamos en los pulsos militares de la guerra fría”, decía. Evidentemente nadie le tomaba en serio. Fue así como, a partir de mediados de los noventa, se decide ampliar la OTAN.
En la primera etapa ingresaron, en 1999, Republica Checa, Polonia y Hungría. En la segunda, (2004) Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumanía, Eslovaquía y Eslovenia. Este proceso se hizo paralelamente a las intervenciones en Yugoslavia (1995 Bosnia, 1999 Kósovo), cuya lectura externa era anular el único espacio no sometido a la nueva disciplina continental tras la guerra fría, y entre sucesivas advertencias rusas sobre “líneas rojas” (avances del bloque que serían considerados inadmisibles en Moscú) que fueron ignoradas. En la cumbre de abril de 2008 en Bucarest la OTAN se plantea el ingreso de Ucrania y Georgia, con la oposición de Francia y Alemania. Sigue en agosto el ataque de Georgia a Osetia del Sur y la respuesta militar rusa. Pese a aquella señal la OTAN sigue sin renunciar a la integración de ambos países y prosigue su ampliación, en 2009, con Albania y Croacia.
A lo largo de todo el proceso, la Unión Europea ha sido un claro actor y comparsa de esta expansión, sugiriendo siempre que el ingreso en la OTAN es antesala al ingreso en la UE. En mayo de 2008 se da un paso cualitativo con la “Asociación Oriental”, un acuerdo económico diseñado para excluir a Rusia de su entorno más vital, cuyo rechazo desencadenará el cambio de régimen en Kiev.
A lo largo de 25 años, mientras se le iba avasallando, Moscú no ha dejado de insistir en el esquema de Gorbachov: reclamando un esquema de seguridad continental integrado. Entre 2008 y 2013 seguí esa situación desde la Conferencia de Seguridad de Munich, el foro atlantista más importante al que se invita a Rusia. El discurso ruso siempre fue muy claro en ese foro. (http://blogs.lavanguardia.com/berlin-poch/munich-el-occidente-autista)
En 2007 Putin denunció directamente el juego sin reglas en el que se había convertido el intervencionismo occidental. Dijo, “el hermano lobo no pide permiso a nadie y come donde quiere”, o algo así. En 2008 advirtió que “si Ucrania ingresa en la OTAN dejará de existir” porque se partirá. En 2009 el Presidente Dmitri Medvedev propuso celebrar en Berlín, “una cumbre paneuropea, abierta a Estados Unidos (fíjense en el detalle) para “preparar un acuerdo sobre seguridad europea jurídicamente vinculante” que ponga fin a las actuales tensiones. En lugar de globalizar la OTAN, usurpando el papel de la ONU, Europa debe recrear la Organización de Seguridad y Cooperación en Europa (aquella OSCE de la Carta de París de 1990), dijo. Todo eso se ha venido repitiendo hasta la saciedad pero nunca fue motivo de titular de prensa o de telediario en Europa Occidental. En la visión que se nos ofrecía, el “problema de Rusia” no era su exclusión, manifiesta y provocadora, del sistema europeo, sino la esquizofrenia de sus “percepciones de amenaza”, se nos decía en los raros momentos en que alguien se interesaba.
Con Ucrania toda esta arrolladora serie acumulada a lo largo de 25 años ha explotado y los motivos son claros. El alineamiento euroatlántico de Ucrania (en eso consistía el cambio de régimen inducido por Occidente en Kiev) significaba una amenaza directa a Rusia:
A- Se truncaba el proyecto de un gran mercado integrado y con ello un aspecto crucial de la consolidación de Rusia en su espacio.
B- La red de oleoductos y gaseoductos por las que Rusia exporta energía y genera el grueso de su ingreso -las venas de Rusia- pasan en una gran parte por Ucrania. Su privatización las ponía en manos de multinacionales americanas.
C- En las bases de Crimea (Sebastopol ciudad de glorias militares rusas y soviéticas), se habrían abierto bases de la OTAN.
D- Los 20 millones de rusos y rusófilos de Ucrania, se quedaban en una situación probablemente parecida a la de los rusos de Letonia: ciudadanos de segunda.
E- Naturalmente, todo eso se habría vivido en Rusia como una derrota enorme, una especie de 1905, y, por supuesto el régimen de Putin se habría tambaleado.
Así que la reacción rusa estaba cantada. Y solo a un imbécil le pudo sorprender: el mismo imbécil que ha estado sembrando el caos desde el fin de la guerra fría entre Afganistán, Irak, Libia, Siria, Yemen, Irak de nuevo, etc.: Ese imbécil peligroso es el Imperio del Caos.
Veamos ahora lo que tenemos sobre la mesa y lo que se vislumbra.
V) Conclusiones
1-Por ahora se constata el fracaso de Kiev en el intento de vencer militarmente a Novorossia. También la definitiva orientación hacia occidente del Estado ucraniano de Kíev, antes bicéfalo. El cambio de régimen se ha reducido a un cambio de figuras oligárquicas. Todo lo que podía haber de social y popular en el Maidán se ha perdido por el camino.
2- Partición irreversible de Ucrania y definitiva separación de Crimea de ese Estado, lo que, teóricamente, complica e impide que Ucrania entre en la OTAN (los documentos de la Alianza, exigen entrar sin pleitos territoriales).
3- Eso significa para Moscú la pérdida de Ucrania -menos parte de Novorossia- a cambio de ganar Crimea. Una victoria rusa más que relativa. Sin embargo lo que cuenta y determina sanciones occidentales, es el desafío y el precedente de respuesta que se ha establecido desde Moscú.
4-Depende como –en condiciones de fuerte desgobierno en Kiev con mas peso de los proamericanos de Yatseniuk y Parubi y menos de los alemanes Poroshenko/Klichkó- posibilidad de ampliar el ámbito separatista en Ucrania. (Poroshenko ha perdido mucho en las últimas elecciones, con solo un 40% de participación en Odesa, y alta participación en las elecciones separatistas del Este). Moscú no está interesado en tal ampliación que hoy equivaldría a meterse en un avispero.
5-Sobre las regiones rebeldes de Lugansk y Donetsk: dudas europeas e interés alemán en un alto el fuego y una congelación de la situación. Pésima gestión de Merkel de ese dubitativo interés alemán, mientras los medios de comunicación alemanes se suman a la personalización-denigración (“Putin”) y caricaturización del conflicto, ignorando sus verdaderos motivos, igual que el resto de los medios europeos.
6- Rusia ha acabado en Crimea con el monopolio americano-occidental a destruir el derecho internacional: “Cuando me acorralan, yo también me apunto a ese juego sin normas”, es el mensaje que lanza Moscú. Rusia afirma el principio de no consentir más intromisión en su territorio (la celebre “defensa de la taigá” practicada por el oso polar que no se siente a gusto en latitudes cálidas, la alegoría evocada por Putin en el foro de Valdai, el 24 de octubre aquí en inglés: http://www.voltairenet.org/article185864.html. En cualquier caso, clara voluntad de Moscú de no ceder posiciones.
7-Probable efecto múltiple, dañino y estimulante de cambios productivos y de línea política, de las sanciones occidentales contra Rusia. A este respecto hay que tener en cuenta que a lo largo del siglo XX, Rusia siempre estuvo sometida a sanciones. Que a diferencia de entonces, ahora está inserta en la red de la economía mundial y que por tanto puede sufrir más. Que Rusia es un país grande y muy autosuficiente y que el castigo podría contribuir a que modifique sustancialmente su modelo económico en dirección hacia algún tipo de nueva y exótica síntesis rusa, revitalizando su complejo industrial-militar, corrigiendo su política monetaria e incrementando el estatismo de su economía.
8- Abundancia de expertos americanos, desde halcones como Henry Kissinger y Zbigniew Brzezinski, hasta el ex embajador John Matlock, partidarios de la “finlandización” de Ucrania, es decir de tener en cuenta los intereses de seguridad de Moscú configurando un estatuto de neutralidad geopolítica para Ucrania.
9- Europa en recesión (también algo tocada por las sanciones de respuesta rusa) y dividida sobre su apuesta geoestratégica fundamental: reformar o no la jugada tradicional de Estados Unidos por separar a la Unión Europea de Rusia, utilizando para ello a Inglaterra, Suecia, Polonia, Rumania y los países bálticos. Hay reticencias ante ese escenario, en Italia, Hungría, Chequia, y Eslovaquia, más abiertos hacia Moscú, con la torpe y fundamental Alemania pensando y con Francia ausente.
10- El precedente del desafío al Imperio del Caos, le da a Rusia cierta posición de liderazgo moral en todo ese mundo emergente “no occidental”, BRIC´s etc.
11-Improbabilidad de un bloque chino-ruso.
12-Probable consecuencia de toda la partida. La apuesta de Putin sigue siendo la de Gorbachov: la Casa común europea. En la hipótesis más optimista, el resultado del conflicto de Ucrania podría retrasar unos cuantos años más la integración de Rusia en un esquema europeo de seguridad. En la más pesimista, la guerra de Ucrania consolida y anticipa el escenario de un conflicto global de grandes proporciones.

Fuente: http://blogs.lavanguardia.com/paris-poch/?p=43

jueves, 20 de noviembre de 2014

Tango para tres: Li, Putin y Obama

 

 

TANGO….para tres.

 

 

La Cumbre de la APEC en Pekín

 

Norman Pollack

CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

La Cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC, por sus siglas en inglés) está ya en marcha. El subtexto de la reunión es la transformación de la política internacional y, el sub-subtexto, el acercamiento directo de Rusia y China en medio del dominio global militar-político-económico de EEUU, potencia hegemónica unilateral desde la II Guerra Mundial frente a una descentralización lentamente emergente, hasta hace muy poco, que sacude los cimientos del sistema del poder mundial e impulsa de forma rápida y veloz un cambio cualitativo hacia un nuevo juego de poderes en el que EEUU no es ya el centro exclusivo o el arquitecto-jefe del orden internacional. Obama, el tigre de papel, todo él sonrisas, se mete, por sus propias obras (el Pivote de Pacífico Ante Todo Y el Acuerdo Trans-Pacífico de Asociación Económica -TPP, por sus siglas en inglés-; la primera en un intento de cambiar los activos militares de la región, y la segunda, con un pacto negociado comercial que excluye a China) en el cubil del Enemigo Público Número 1 de EEUU: China. Desde luego, Rusia sigue de cerca a China como Número 2, y tanto Li como Putin estarán presentes en Pekín asistiendo a la cumbre. Putin tiene ya calado a Obama. Li casi. Me temo que no van a permitir que se una a su propio tango, el mismo que Obama y EEUU tratan de romper; tendrá que bailar cada vez más solo mientras el mundo va captando su rollo totalitario. (Reprende a Li por ciberespionaje en un intento de que se pase por alto la vigilancia masiva al pueblo estadounidense, ampliada al espionaje a los dirigentes extranjeros; reprende a Putin por Ucrania para cambiar de tema sobre la intervención de EEUU en Iraq y Afganistán, sobre las operaciones encubiertas de cambio de régimen –incluido el de Kiev- por todo el mundo, y por la guinda, los asesinatos con aviones no tripulados.)

Hay mucho sobre la mesa en Pekín, canapés de esferas de influencia, sopa de modernización nuclear (de letalidad mejorada), el plato principal a base de contrarrevolución de inspiración estadounidense y, de postre, la posibilidad de romper el control del FMI y del Banco Mundial en la configuración del desarrollo mundial con la propuesta del Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura. En todos los casos, Obama va a encontrarse, para su propia frustración, con un frente unido de Li y Putin, que van a intentar arrancar el eje del poder de las manos de EEUU y Europa, con Rusia claramente mirando hacia oriente en respuesta al régimen de sanciones EEUU-UE, a las amenazas, bravatas y toda esa hostilidad a su alrededor. Europa necesita a Rusia más que Rusia necesita a Europa, mientras que a EEUU, al percibir que China se ha convertido en la primera potencia económica del mundo, sólo le cabe retorcerse sobre el militarismo, la agresividad en todas sus formas y quizá una comprensión furtiva y llena de zozobra de declive. Sea lo que sea lo que brotó del Siglo Estadounidense (American Century), ahora está todo muerto y enterrado sin pesar alguno (especialmente en Asia, Latinoamérica y quizá África).

Obama puede por tanto sonreír, dar palmaditas en el hombro, ponerse a charlar, pero representa un orden moribundo, amarrado al alambre de embalar de los tejemanejes financieros y liado en el envoltorio del poder militar. China puede permitirse ser un anfitrión caritativo y amable, pero eso sólo sirve para destacar el siguiente mensaje: EEUU tiene que dejar de volver el mundo del revés en beneficio propio, tiene que poner fin a los juegos y divertimentos de la CIA, a su control del sistema financiero internacional. Ya habéis tenido vuestros bombardeos estilo conmoción y pavor, vuestras masacres de My Lai, vuestros despliegues de contraterrorismo como medios para conseguir conformidad frente a la maquinaria bélica estadounidense, vuestro catastrófico record de distribución de la riqueza (que apenas se ajusta a la definición y expectativas de una sociedad democrática). Por tanto, ¿qué hay, Sr. Obama, es que va a ofrecer todo eso en la cumbre de la APEC? Qué poquita cosa, mientras que Asia, a pesar de sus acciones personales y la planificación geopolítica de su país, se está desarrollando con Rusia, que mira ahora hacia oriente con un espíritu de progreso cooperativo.

* * *

En cuanto al contexto, déjenme echar primero un vistazo al artículo de opinión de Nicholas Kristof en el New York Times: “A Changed China Awaits Mr. Obama” [Una China cambiada espera al Sr. Obama] (9 noviembre), Kristof, paradigma del humanitario en el periódico, que cada vez parece moverse más hacia la derecha. (“Humanitario”, como en la versión Samantha Power del humanitarismo liberal extrañamente conducente a la búsqueda del egoísmo estadounidense). Inmediatamente salta sobre China, su puñetazo a Xi es intercambiable con nuestra habitual demonización de Putin. Antes de la visita, “ya se han burlado” de Obama, afirmaba el estatal Global Times, “Ha hecho un trabajo insípido, sin ofrecer nada a sus partidarios. La sociedad de EEUU ha crecido cansada de su banalidad”. (Desearía haber dicho yo esa frase, pero el Global Times ¡me la ha pisado!). Y Kristof exclama: “¡Menuda bienvenida! El Global Times es a menudo gritón, pero ese tono refleja la forma en que el Presidente Xi Jinping está remolcando su régimen en una dirección nacionalista, firme y radical”. Como por ensalmo, nacionalista, firme y radical son términos descriptivos estándar aplicados también a Putin y Rusia, y, presumiblemente, a cualquiera que sea lo suficientemente grande como para llamar la atención si se cruza en el camino de EEUU. No hay que culpar a Kristof; está en el ADN del periodismo estadounidense actual. O estás con nosotros o contra nosotros, el etnocentrismo entretejido en la cultura política e ideológica de EEUU.

Lamentablemente, el artículo es también interesado: “Y hay algo un poco más personal: China no parece querer darme un visado”. Después recupera su aplomo, lo suficiente como para contraatacar: “Xi lleva dos años gobernando China y ha mostrado alguna inclinación por las reformas sociales y económicas. Hace dos años, pensé que Xi podría abrir las cosas un poco. ¡Chico, me equivoqué! En cambio, parece que Xi, cada vez más, puede profundizar con las reformas en algunas áreas, pero, ante todo, es un nacionalista nada sentimental que adopta una línea dura en múltiples frentes desafiando casi todo lo que Obama defiende”. (Eso no debería ser difícil de entender para cualquier persona en el continuo que va desde socialdemócratas a marxistas. Sin embargo, cuando uno se aproxima al Centrismo y después gira a la Derecha, es difícil desafiarle –y no hay razón para hacerlo así-. ¿Cuáles son esos múltiples frentes? Una postura agresiva respecto a las disputas marítimas en el Este de China y los Mares del Sur de China; represión de disidentes: Xu Zhiyong y Liu Xiaobo; y control de Internet. Uno no tiene que ser un apologista de la represión de la disidencia en China (Kristof tiene razón), pero ¿por qué ignorar lo que hay peor o igualmente malo en EEUU, como el Acta de Espionaje para perseguir a los denunciantes de Obama? Tal vez lo más grave, a juicio de Kristof, sea que China no lo está haciendo tan mal: “Xi da la impresión de ser tan arrogante y sentirse tan orgulloso de que China sea fuerte y esté progresando, que está dispuesto a meterle el dedo en el ojo a EEUU”.

Pobre Presidente de EEUU, las cartas se amontonan en su contra: “Todo esto supone un reto para Obama. EEUU no tiene muchos expertos en China en puestos importantes, y ni en Pekín ni en Washington hay muchos funcionarios que luchen para mejorar las relaciones”. Tenemos también una guerra cibernética, que no va a desaparecer. Kristof quiere que China “dé un paso adelante y juegue un papel constructivo [alaba mucho su trabajo sobre el Ébola en Liberia]… especialmente en la cuestión del cambio climático”. Pero, a fin de cuentas, parece estar listo para la confrontación: “Así pues, para aquellos de nosotros que amamos el Reino del Medio, es triste ver que con Xi se encamina hacia una línea represiva y nacionalista. Obama no puede cambiar China, pero demasiado a menudo ha comunicado debilidad en Oriente Medio y en Ucrania. En China, debería mantenerse firme”. ¿Comunicado debilidad? Aquí Kristof vuelve a la posición de partida sobre Rusia e, implícitamente, respecto al acercamiento entre Rusia y China, frente al cual Obama también debe mantenerse firme.

Peter Baker, el paradigma del sabio político del The New York Times, cuando está en vena, como parece ser el caso ahora, nos escribe un artículo “As Russia Draws Closer to China, U.S. Faces a New Challenge” [A medida que Rusia se acerca a China, EEUU se enfrenta a nuevos desafíos] (8 noviembre), que va directo al grano sobre la política de poder mostrando la preocupación de Washington sobre un posible punto de inflexión en la política mundial. Durante décadas, EEUU confió en que China y Rusia no iban a encontrar nunca terreno común suficiente para poder pergeñar un desafío colectivo ante la supremacía mundial estadounidense. Y con razón: Mao y Stalin estaban siempre enzarzados en luchas fratricidas por proclamas ideológicas rivales y una codiciada expansión territorial. Pero esa época ya pasó, no sólo por el cambio de dirigentes en ambos lados y por las trayectorias de desarrollo que contienen significativos elementos capitalistas en cada una de ellas, sino también porque EEUU, en su arrogante búsqueda de la supremacía global, ha actuado facilitando que las dos naciones se acercaran inevitablemente por la desconfianza xenófoba que EEUU siente hacia cualquier sistema social que no sea una réplica del suyo. La contención estadounidense hacia Rusia y China, de décadas de antigüedad y de hecho la piedra angular de su política exterior cristalizada en la Guerra Fría, tuvo siempre potencial para culminar en una guerra ante la que los otros dos países no podrían ser nunca indiferentes. Finalmente, el matrimonio entre el borscht y el chow mein, al igual que el cacareado matrimonio entre el hierro y el centeno de Alemania, tiene el predecible esplendor de anunciar una nueva configuración del poder en el escenario mundial.

Nada de esto aparece en el artículo de Baker (para suerte suya), excepto la preocupación estadounidense de que esa configuración se traduzca en el eclipse del poder de EEUU. De ahora en adelante, el unilateralismo global es una ideología quimérica. Sin embargo, la nación parece estar sorda como una tapia ante la realidad. Obama va a Pekín, escribe, “para renovar los esfuerzos de reorientar la política estadounidense hacia Asia”, donde Putin, “quien últimamente ha hecho tanto para que se sienta frustrado”, está también presente. Baker cita también al embajador ruso en Washington: “Vds. están pivotando hacia Asia, pero nosotros estamos ya allí”. (Debería añadirse que el giro de EEUU fue militar en sus inicios, y en gran media sigue aún siéndolo tanto en la concepción como en la práctica, mientras que el giro de Rusia es diplomático y económico, una relación fraternal en lugar de una de confrontación). Baker reconoce lo obvio, que Obama va a Asia “porque Rusia se acerca cada vez más a China”, lo que “representa un profundo desafío para EEUU y Europa”. Putin, “distanciado de Occidente a causa de Ucrania”, está en Pekín buscando “apoyo político y económico, tratando de CAMBIAR DRASTICAMENTE EL ORDEN INTERNACIONAL, fabricando una coalición que resista lo que ambos países consideran como arrogancia estadounidense”. (Las mayúsculas son mías)

Los funcionarios y los especialistas se muestran escépticos de que esa coalición sea viable, cuestión que ha motivado “un vigoroso debate en Washington”, pero otros piensan que “la administración Obama debería tomar en serio la amenaza de que Moscú esté buscando acuerdos energéticos, financieros y militares con Pekín, por orden de importancia, por ejemplo, adaptando a los ejércitos para una posición de defensa común. Kislyak, el embajador ruso en Washington, interpreta el giro como un cambio de dirección más amplio: “Estamos cada vez más interesados en nuestra región vecina en Asia. Son buenos socios para nosotros”. El reciente acuerdo sobre el gas natural entre los dos países es un anuncio de lo que está por venir en el futuro: “Es sólo el principio, y cada vez verán más y más proyectos entre nosotros y China”. Aquí, Baker tiene el buen sentido de reconocer que, desde la perspectiva estadounidense y en su política exterior, Rusia y China deben abordarse como temas interrelacionados: “El giro ruso hacia China necesita de un análisis más global que el que la Casa Blanca está haciendo con la política puesta ahora en marcha en relación con Moscú”.

Llegar a Moscú vía Pekín. No es ese el pensamiento de Baker, pero resulta evidente que sí es el de los asesores de la seguridad nacional. EEUU quiere su pastel y quiere comérselo, en oposición a lo que se llama “Putinismo… mientras sigue la búsqueda de silos de cooperación, especialmente en cuestiones como Irán, el terrorismo y la proliferación nuclear”. Necesitamos a esos tipos, pero sólo bajo las condiciones estadounidenses, la imaginería del silo –oída cada vez con mayor frecuencia en los círculos políticos- como almacén sellado por el que no circula el aire, sugiere la cuestión de la compartimentación aunque dejando intacto el statu quo/contexto global. Lo ideal para ellos sería una continuación de la Guerra Fría, aunque por invitación; apoyaríamos las causas que consideráramos apropiadas, sin hacer promesas ni manifestar deseo alguno de trabajar por unas mejores relaciones. (Del mismo modo que la política de ocupación israelí acepta una ocasional cooperación con los palestinos cuando Israel lo considera necesario pero confinando a la gente en un silo más amplio cuya situación no cambia.)

¿Y qué hay de Rusia? “Aunque no hay mucha divergencia de opinión dentro de la administración sobre cómo considerar a Putin”, escribe Baker, “se está debatiendo qué hacer”. El alcance del desacuerdo es absurdamente pequeño: compromiso frente a contención (desde luego, la última contiene un fuerte elemento del primero), aunque Baker no se da cuenta; a nivel operacional, “el problema principal es cómo la disputa alrededor de Ucrania va a definir la relación y va a afectar a otras áreas donde los dos países comparten intereses”. Pero si eso es así, si la prioridad es Ucrania, entonces el Equipo de Obama (Brennan, Rice, Power y sus homólogos del ejército) han estado cavando resueltamente en aras a la Gran Confrontación. Y ahora, “dentro de la administración, los esfuerzos de Putin para llegar a acuerdos con China se consideran un golpe a Washington”. ¿Qué otra cosa podrían ser si no? Aunque la palabra “golpe” subestima la realidad. En Washington todavía no se lo acaban de creer: la relación entre Rusia y China está “cargada de una historia complicada, desconfianza mutua y subyacente disparidad económica, todo lo cual la hace finalmente insostenible”. Alguien de dentro (como es normal, de forma anónima) ha comentado: “Se utilizarán uno a otro. Y cuando uno de ellos se canse o vea un negocio mejor [¿dónde?] se largará”. ¡Eso quisieras tú, cínico proverbial!

En realidad, algunos académicos estadounidenses encuentran potencial para un buen acuerdo. Gilbert Rozman, de Princetown, que escribió “El desafío chino-ruso ante el Orden Mundial”, afirma, “Hay muchas evidencias de que la relación está fortaleciéndose… [empezó antes de lo de Ucrania y ahora existe el] sentimiento de que no hay vuelta atrás”. Graham Allison, de Harvard, especula, sobre la relación Li-Putin: “Puede apreciarse que hay química personal entre ellos. Se gustan y pueden relacionarse bien entre sí. Hablan entre ellos con franqueza y con un nivel de cooperación que no encuentran en otros socios”. Y ahora el meollo del asunto: en mayo, en el tiempo en que EEUU y la UE imponían sus sanciones, Putin negociaba un acuerdo de tres años por valor de 400.000 millones de dólares para suministrar gas natural a China y, en octubre, el premier chino, Li Keqiang, “firmó un paquete de 38 acuerdos en Moscú, que incluía uno de canje de divisas y un tratado fiscal”. Y la pasada semana, Putin anunció que están trabajando con China en otro acuerdo sobre el gas. China es ahora el mayor socio comercial de Rusia. Sergei Rogov, del Instituto para Estudios de EEUU y Canadá de Moscú, resume para nosotros: “La campaña de sanciones económicas contra Rusia y las presiones políticas están alienando a Rusia de Occidente y empujándola hacia China. En Rusia perciben a China como sustituta de los créditos y la tecnología de Occidente”.

En honor de Baker hay que decir que también ofrece argumentos racionales sobre los aspectos negativos del acuerdo, en especial la gran desventaja económica para Rusia: “En Moscú, algunos temen que Rusia, por debilidad, se haya convertido en un socio menor de una China en ascenso. Aunque China es ahora el socio comercial más grande de Rusia, Rusia es sólo el décimo socio de China, y EEUU sigue siendo el primero. Además, las grandes compañías estatales rusas pueden hacer ofertas, pero China no puede sustituir a Europa en la mayoría de las corporaciones y bancos, porque en China no se ha desarrollo un mercado de bonos comerciales para extranjeros similar a los eurobonos”. Sin embargo, de nuevo el embajador Kislyak: “Dado que EEUU y la UE, como socios a largo plazo, están presentándoles problemas, le ha llegado el turno a China: ‘Confiamos en ellos y esperamos que China confíe en nosotros’”. Después de Pekín, tenemos también la reunión del G-20 en Brisbane, donde Obama y Putin estarán de nuevo presentes: la TPP de Obama, que excluye tanto a Rusia como a China, no se ha creado para aliviar sentimientos o engendrar respeto.

***

En esta evaluación preliminar de la APEC y las futuras relaciones entre las Tres Potencias, me vuelvo al artículo de los periodistas del Washington Post David Nakamura y Steven Mufson: “Obama, Xi to meet in Beijing amid political and economic strains” [Obama y Xi se reúnen en Pekín entre tensiones políticas y económicas] (9 noviembre), en el que se muestran fríamente realistas cuando describen los previstos fuegos artificiales de la apertura: “Pero hay poco que celebrar. En los 18 meses transcurridos desde que se reunieron por vez primera Obama y Xi”, los dos países “se han enfrentado uno a otro por la seguridad asiática, las reclamaciones territoriales, el ciberespionaje económico y la oposición estadounidense a la propuesta de China de un nuevo Banco Asiático de Inversión en Infraestructura”. Esta última, sobre la que se pasa a menudo por encima, revela no sólo las presiones estadounidenses en nombre del Banco Mundial y el FMI, sino también un remedio parcial para las preocupaciones empresariales rusas sobre las instituciones financieras desarrolladas en China. Y llegan directamente a lo crucial: “Por debajo de estos problemas, yace una cuestión más importante que plantea cómo EEUU va a adaptarse a una China más próspera y abierta, y si el ascenso de China va a chocar contra EEUU y sus aliados en el Pacífico o si todas las naciones saldrán beneficiadas”.

El ajuste vía militar y expansión comercial no es ajuste, la expectativa de beneficios universales desafía el paradigma estadounidense de penetración comercial, financiera e industrial, con la que EEUU busca superar a China y a todos los que aparezcan de un modo poco realista, porque en una miríada de mercados en Asia y en todo el mundo, China ha superado ya a EEUU. Los periodistas no son excesivamente optimistas acerca de la cumbre de la APEC, señalando: “Recientemente han aparecido en los blogs y en los medios estatales toda una serie de artículos desagradables sobre las fuerzas extranjeras que han animado el ambiente político”. No obstante, ven que ambas partes se están esforzando de buena fe (por ejemplo, la administración de EEUU no apoyó abiertamente a los manifestantes de Hong Kong) y en China se han silenciado las críticas a Obama; las elecciones de medio mandato han reducido su talla política pero se considera que aún tiene cierto peso en la política exterior. Hay que evitar, dicen, los malentendidos semánticos, el uso de “pivote hacia Asia” lo han interpretado los chinos (pienso que correctamente) como una provocación de guerra, por tanto, la administración Obama tiene ahora una nueva frase, “reequilibrio” estratégico de la región. ¿Por qué no? Y la luna está hecha de queso verde.

La idea de Obama de lograr un equilibrio entre “reconciliación y firmeza” parece un galimatías de las condiciones anteriores (el mismo efecto de silo): Haz tu parte en lo del Ébola, pero no desafíes el poder estadounidense en sus diversas formas y en ningún lugar del mundo. Sí, China se muestra firme; pero al habérsele asignado un estatus de grado menor que contradice la dinámica global dominante, su propio ascenso, y el declive estadounidense, hace que la situación propicie que puedan desafiar al poder estadounidense. El año pasado por esta época, la ex Secretaria Rice, en una charla en Georgetown, dejaba claras las gradaciones de un poder aceptable, EEUU debía gestionar “una inevitable competición a la vez que debía llegar a una cooperación más profunda en las cuestiones donde nuestros intereses convergen”, i.e., China como gran recadera para mantener a raya a Irán y Corea del Norte. No es sorprendente que dos días después de esa charla, China surcara los cielos anunciando una zona de defensa aérea sobre las Islas Senkaku en el Mar Oriental de China, que notificó a Japón y Corea del Sur para que comprendieran que China tenía la plena intención de actuar en defensa de sus intereses (su audiencia real era por supuesto EEUU), a lo cual EEUU, como respuesta, envió a la zona dos B-52. La fricción entre los dos países no va a disiparse con la exhibición de fuegos artificiales de la pasada noche, pero el punto interesante, con EEUU sin duda rechinando los dientes, es el amistoso encuentro Xi-Abe, posiblemente preparado desde hace mucho tiempo en el APEC, frustrando la estrategia estadounidense de divide y vencerás entre Japón y China.

Los periodistas indican que en abril, cuando Obama visitó Tokio, a pesar de que no adoptó una posición sobre la disputada soberanía de las islas, subrayó que EEUU “iba a defender a Japón de cualquier ataque en virtud de su prolongado tratado de seguridad, siendo la primera vez que un presidente estadounidense dijo eso”. Es precisamente este pescar en aguas revueltas (perdón por el juego de palabras) el que puede hacer que la creciente influencia de China en la región pueda poner un punto final a todo eso. No obstante, intuyo que este ojo por ojo esconde otras cuestiones subyacentes. Aunque el comercio bilateral EEUU-China es de unos 562.000 millones de dólares, EEUU utiliza como prueba de buena conducta internacional la aceptación del Banco Mundial y el FMI (a fin de estructurar a su favor el comercio, las finanzas) mientras China no oculta que etiqueta a esas instituciones de “agentes de EEUU que persiguen mantener las ventajas de Occidente”. Que Obama aparezca en la APEC con la TPP en el bolsillo, que excluye a China, es pura desfachatez.

No soy un determinista económico de la vieja escuela sino que me siento intrigado por el banco propuesto y lo que pueda significar para socavar el poderío y la influencia de EEUU en la región. Nakamura-Mufson parecen haberlo captado. Escriben: “El mes pasado, China aventajó a EEUU como la mayor economía mundial pero Pekín se siente frustrado por el fracaso de EEUU a la hora de darles una voz mayor en el FMI, donde sólo cuenta con un 3,81% de la cuota de voto, menos aún que Francia”. Para un imperialista/colonialista estadounidense, Francia puede parecerle más grande y más importante que China, pero en lo que yo percibo, el APEC, al ser meramente sintomático, es, como en la frase citada con mayúsculas con anterioridad, el transformador del orden internacional en perspectiva y en la agenda histórica, exactamente lo que EEUU más teme y bien poco puede hacer para cambiar eso, a excepción de actuaciones militares extravagantes. El fin del Imperio Estadounidense: una perspectiva excitante para gran parte del resto del mundo, incluso para algunos “amigos y aliados” forzosos de EEUU. He ahí, pues, que ante tal actitud displicente (el FMI es un barómetro especialmente sensible de las valoraciones de la política estadunidense: quiénes son los chicos buenos y los chicos malos), China contraataca: “En respuesta, Pekín trata de establecer sus instituciones multilaterales propias, ante todo un nuevo banco asiático de infraestructura con sede en Pekín, financiado inicialmente por China con 50.000 millones de dólares.

Con tanto crujir de dientes espero que el siguiente paso no sea provocar deliberadamente una guerra. Se cita a un funcionario japonés diciendo (en cierto modo, la imagen especular de lo que EEUU ha logrado hacer, agudizar la rivalidad entre EEUU y China): “La idea del banco es que China ayudaría al desarrollo, pero lo que realmente quieren es que el banco proyecte una Asia organizada por China”. (Los chinos están demostrando ser estudiantes aplicados de la política estadounidense.) Las cosas se mueven rápido. “El 24 de octubre”, escriben, “China firmó un memorándum con 21 países, excluyendo a Corea del Sur, Australia e Indonesia, para establecer el banco de inversiones para infraestructuras. La Australian Financial Review informaba de que Kerry había pedido personalmente al Primer Ministro australiano Tony Abbott QUE DEJARA FUERA A AUSTRALIA”. (Las mayúsculas son mías.) Kerry, siervo obediente del poder. Los periodistas: “Pero muchos expertos dicen que la administración Obama está emprendiendo una batalla perdida”. Y citan a Wing Thye Woo de UC, Davis, quien hace esta observación de sentido común: “Para el Tesoro estadounidense ir a decirle a la gente que no haga lo va en beneficio de sus intereses es como dispararse uno mismo en el pie”. Obama haría bien en llevar suelas gruesas en Pekín.

Un punto final: Obama aterrizó en Pekín poniéndose manos a la obra respecto a su desafío inmediato, cómo abrir por la fuerza el mercado chino a las empresas estadounidenses. (Señor de la estupidez, ¿no te da vergüenza?) El TPP, al excluir a China, algo obviamente imposible según los rumores, por tanto, según el artículo de Marc Landler del New York Times “Obama Arrives in China on Trip With Complex Agenda” [Obama se va de viaje a China con una agenda compleja] (10 noviembre): “El principal objetivo comercial de Obama respecto a los chinos será un nuevo tratado bilateral de inversiones entre los dos países. Los economistas dicen que podría ser la apertura más importante del mercado chino para las empresas estadounidenses desde que China se incorporó a la Organización Mundial del Comercio en 2001”. Un acuerdo unilateral, una desfachatez a la máxima potencia. Los empresarios estadounidenses ven el tratado como una prueba de las intenciones de Xi. “Sería necesario que los chinos”, escribe Landler, “abrieran docenas de mercados sensibles, algunos de los cuales permanecen cerrados a las empresas estadounidenses o exigen socios chinos”. El Consejo Empresarial EEUU-China, puede que sea la nueva pareja de baile de Obama en caso de que se quede solo en Pekín.

Mi comentario sobre el artículo de Kristof en el New York Times, de la misma fecha, prosigue:

“Me siento decepcionado de que China invitara a Obama, sobre todo tras su ‘pivote’ de activos militares hacia el Pacífico, una indicación muy clara de que EEUU trata de contener y aislar, cuando no desmembrar, a China (precisamente la misma política que aplica a Rusia). EEUU ha adoptado una posición hostil hacia China, como animar al Primer Ministro Abe a rearmarse en contra de lo que dice la Constitución japonesa. Las maniobras conjuntas EEUU-Filipinas van también dirigidas contra China, al igual que los esfuerzos para coordinar políticas con Australia, el mismo objetivo.

EEUU busca la confrontación, convirtiendo en farsa la visita de Obama. Xi debería adoptar la misma actitud escéptica de Putin hacia EEUU, y con Putin buscando una estructura global descentralizada desaparecerá la hegemonía global unilateral de EEUU que hemos estado viendo. Obama no tiene posibilidades ni para la guerra ni para la intervención. Estoy seguro de que China se da cuenta de ello y está dispuesta a hacerle el vacío para que no alberguen la idea de considerarla como una presa fácil de la política internacional (la apertura que persigue no es más que renovar tensiones). La prueba de la visita del pasado lunes es si renunciará o no al TPP, a lo que no está dispuesto. El comercio, para Obama, no es más que una modalidad de cerco).”

Normal Pollack ha escrito sobre Populismo. Centra sus trabajos en la teoría social y en el análisis estructural del capitalismo y del fascismo. Puede contactarse con él en: pollckn@msu.edu

Fuente: http://www.counterpunch.org/2014/11/12/apec-summit-in-beijing/

LULA POSIBLE SECRETARIO GENERAL DE NACIONES UNIDAS

 

 

Lula tiene posibilidades reales de ser secretario general de la ONU

 

Nicolas Chernavsky

Está configurándose en el Consejo de Seguridad de la ONU una situación bastante particular que posibilitaría la elección del expresidente brasileño para el cargo; electo, Lula sería el primer líder popular mundial institucional de la historia, pues tendría el cargo más importante de la ONU y expresiva legitimidad popular global.
Para analizar las posibilidades de que Lula sea electo secretario general de la ONU, primero hay que saber cómo se elige a la persona para este cargo. El mecanismo es básicamente que el Consejo de Seguridad de la ONU debe indicar un nombre y la Asamblea General de la ONU debe aprobarlo. El Consejo de Seguridad de la ONU tiene 15 miembros, de los cuales los cinco miembros permanentes (Estados Unidos, China, Rusia, Reino Unido y Francia) tienen derecho a veto. Con relación a una candidatura de Lula, en la práctica esto significa que la clave para su elección sería que ningún miembro del Consejo de Seguridad vetara su nombre, pues numéricamente, tanto entre los 15 países del Consejo de Seguridad como en la Asamblea General de la ONU, Lula difícilmente no consiguiría aprobación.
El mandato del actual secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, va hasta el final de 2016. De esta forma, la elección formal de quien va a sucederlo ocurrirá a mediados de 2016, dentro de aproximadamente 1 año y medio. El mandato es de 5 años renovables por más 5, pues a pesar de formalmente no haber un límite de mandatos consecutivos, el límite de dos mandatos es una tradición muy fuerte con relación al cargo. De esta forma, los próximos 10 años del cargo más importante de la ONU pueden estar en juego, y en este caso, incluso 1 año y medio antes de la decisión final, las negociaciones con relación a las candidaturas ya están ocurriendo con relativa intensidad.
Si el desafío principal de la eventual candidatura de Lula es que no haya el veto de ninguno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, hay que analizar las condiciones políticas de cada uno de estos cinco miembros. Es en este punto que está la gran particularidad de este momento histórico que favorece la elección de Lula. En Estados Unidos, es Barack Obama, del Partido Demócrata, y no un presidente del Partido Republicano, que será el jefe de Estado del país durante todo el proceso de negociación y elección. En Francia, es François Hollande, del Partido Socialista, que en 2012 venció a Nicolas Sarkozy y terminó con 17 años seguidos en que los conservadores estuvieron en la presidencia del país, que será el jefe de Estado en el proceso. En el Reino Unido, habrá elecciones generales en mayo de 2015, y el favorito para ser electo primer ministro es el actual líder del Partido Laborista, Ed Miliband, que disputará el cargo con el actual primer ministro del Partido Conservador, David Cameron. Si Miliband vence, estará en el cargo desde un año antes de la elección del próximo secretario general de la ONU, o sea, será el liderazgo decisivo del Reino Unido con relación a la posición de este país. En Rusia, el presidente durante todo el proceso será Vladimir Putin, que muy difícilmente vetaría el nombre de Lula, no sólo por la cuestión de los BRICS, sino también por cuestiones geopolíticas todavía más amplias. Con relación a China, el nombre de Lula atendería a requisitos importantes del país, como el aumento de la inserción de China en la economía mundial a través de las alianzas globales que el país está estableciendo con países de todos los continentes, incluso fuertemente Latinoamérica y África.
¿Y cuál es la importancia de ser secretario general de la ONU? Hoy día, hay diversos temas de enorme importancia que por su naturaleza necesitan una instancia global de administración, porque afectan necesariamente a todos de una forma intensamente difusa e interrelacionada. Como ejemplo puedo mencionar tres asuntos, importantísimos. La preservación del medio ambiente (dentro de la cual se incluye el calentamiento global) la gestión del armamento nuclear (que tiene el potencial de destruir a la civilización humana) y la administración de Internet (por la exponencial interconexión que genera entre las poblaciones de los países). El mundo necesita una ONU que cumpla con su necesario papel, y por eso un secretario general que la haga funcionar con legitimidad popular y poder institucional relativamente efectivo es fundamental en este momento de la historia.
¿Y cuál sería el camino concreto más efectivo para que Lula sea electo secretario general de la ONU en 2016? Obviamente, el propio Lula tendría que aceptar candidatearse. La única posibilidad de que esto ocurra me parece que es la formación de un movimiento mundial alrededor de su nombre compuesto de dos vertientes esenciales: 1) la formación y divulgación de una lista de más de 100 jefes de Estado y de gobierno del mundo apoyando la elección de Lula como el próximo secretario general de la ONU. 2) la expresión, organización y articulación popular en todo el mundo, especialmente en Internet y particularmente en las redes sociales, espacios en que los pueblos de la Tierra podrán comunicarse y organizarse más eficazmente para ayudar a poner en el principal cargo de la institución que es el embrión del país Planeta Tierra a una persona que ya comprobó que es capaz de volverse el primer líder genuinamente mundial de la historia de este pálido punto azul de nuestra galaxia.


Fuente: http://culturapolitica.info/?p=98

Juegos Asiáticos: Putin 2, Obama 0

 

JPEG - 26.8 KB
G20 EN BRISBANE, AUSTRALIA

La imagen mediática que nos presentaron en los últimos días fue la de un Putin al que Obama supuestamente puso contra la pared, tanto en Pekín como en Brisbane, al extremo de haberse visto obligado a irse antes de tiempo de la cumbre del G20. Exactamente lo contrario de lo sucedido.

En Pekín, en ocasión de la cumbre de la APEC [1], Obama concluyó con China un acuerdo –tan «histórico» como nebuloso– que prevé la reducción de las emisiones de gases con efecto invernadero de aquí al año 2030. Por su parte, Putin concluyó con China 17 acuerdos operativos de importancia estratégica, siendo el más importante el acuerdo –válido por 30 años– en virtud del cual Rusia garantizará a China entre 30 000 y 40 000 millones de gas de metros cúbicos de gas natural a través de un corredor energético que se extenderá desde la Siberia oriental hasta la China noroccidental. La realización de ese proyecto convertirá a China en el principal importador de gas ruso.

También se firmaron acuerdos sobre proyectos energéticos conjuntos en la región de Arkangels y en el extremo oriente ruso. Las mayores compañías energéticas rusas –Gazprom, Rosneft y Lukoil– están a punto de comenzar a cotizar sus acciones en la Bolsa de Hong Kong, y no en dólares sino en monedas asiáticas como el yuan chino, el dólar de Hong Kong y el dólar de Singapur. El proceso de desdolarización de los intercambios comerciales, al que mucho teme Estados Unidos, da un nuevo paso adelante con el acuerdo entre el Banco Central de Rusia y el Banco Popular de China. Además, el Exim Bank, que financia la exportaciones e importaciones de la República Popular China, ha efectuado inversiones en varios bancos rusos –como Vnesheconombank, Vtb y Rosselkhozbank– afectados por las sanciones de Estados Unidos y la Unión Europea.

Otro acuerdo importante tiene que ver con la creación en China y Rusia de grandes centros dedicados a la alta tecnología, destinados particularmente al desarrollo de los sistemas satelitales de navegación internacional –el Glonass ruso y elBeidu chino– que representan alternativas al uso del sistemaGPS estadounidense. Ese acuerdo incluye la instalación en China de varias estaciones terrestres del sistema ruso Glonass.

El jefe del estado mayor ruso, Valeri Gerasimov, anunció además que Pekín y Moscú han llegado a acuerdos sobre «numerosos proyectos de cooperación militar». Uno de ellos tienen que ver con el caza furtivo chino J-31, análogo al F-35estadounidense. Ese interceptor, dotado de 2 motores rusos, pudo ser visto en vuelo durante la Feria Aeroespacial de Zhuhai, en la China meridional, mientras el presidente estadounidense Obama se hallaba de visita en Pekín.

Los vínculos entre los dos países «representan una tendencia irreversible», declaró el presidente Xi en su décimo encuentro con el presidente Putin desde su entrada en funciones, en marzo de 2013. Como prueba de ello, los dos presidentes anunciaron que China y Rusia celebrarán juntos, en 2015, el 70º aniversario de la victoria en la Segunda Guerra Mundial. Un clima análogo pudo verse en Brisbane (Australia), donde se desarrolló un G20 inconcluso, que anunció como objetivo un crecimiento de 2,1% de aquí al año 2018 (esa cifra es la media estadística entre una China cuyo PIB crece en un 8% anual y una Italia prácticamente paralizada).

Pero lo más importante fue lo que sucedió en Brisbane al margen del G20: la reunión de los jefes de Estado y de gobierno de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). El PIB total de esos 5 países, a la par con el poder adquisitivo, es más alto que el del G7. Esos 5 países representan más del 20% del producto bruto y del comercio mundial y el comercio interno de los BRICS se ha multiplicado por 2 en 5 años, alcanzando los 300 000 millones de dólares.

En Brisbane, los cinco líderes confirmaron la creación, dentro del grupo BRICS, de un Banco para el Desarrollo con un capital de 100 000 millones de dólares (en los que China aporta 41 000 millones) y de un Fondo de Reserva de otros 100 000 millones de dólares destinados a garantizar liquidez de respaldo a los países miembros.

El «liderazgo estadounidense en la region Asia-Pacífico» que Obama proclamó en Brisbane tendrá que contar con los cambios del mundo.

Manlio Dinucci

Fuente
Il Manifesto (Italia)

por Manlio Dinucci

Un hombre de fe

 

FRANCISCO; UN HOMBRE DE FÉ

Raúl Zibechi

“Disculpe Pepe, pero Bergoglio es un conservador”. No recuerdo si dije “facho”.
José María Di Paola, padre Pepe para los del barrio, pelo largo, ropa informal, 46 años de edad de los cuales diez en la villa 21 o villa de Barracas, me miró con aire de desconcierto, como si no terminara de creerse aquella frase.
Sentado en la iglesia Nuestra Señora de Caacupé, construida por los emigrantes paraguayos en minga los fines de semana, me respondió con la misma serenidad y parsimonia con la que me había relatado cómo construyeron el templo. Cada domingo, las mujeres preparaban la comida mientras los varones levantaban la iglesia, ladrillo por ladrillo, hasta que un buen día decidieron ponerle el nombre de “su” virgen, como para decirle a la ciudad que era parte de sus vidas.
“Bergoglio”, dijo refiriéndose al entonces arzobispo de Buenos Aires, “viene a la villa en micro, baja en la parada, camina hasta la iglesia y toma mate con los vecinos. No viene en el coche del arzobispado. Conoce nuestro trabajo, apoya a los curas villeros que vinimos a aprender de la gente, no a decirles lo que tienen que hacer”. Mientras hablaba, los muros de la parroquia despedían la sonrisa eterna del padre Mujica, el cura-mártir de todos los pobres de la ciudad porteña, asesinado por la Triple A hace cuatro décadas.
Cinco años después de aquella lección de humildad de Pepe, no me pareció nada sorprendente que Francisco recibiera a los movimientos sociales del mundo, entre ellos al Movimiento Sin Tierra de Brasil, que los militares brasileños y la prensa derechista del Uruguay (como El País y El Observador), consideran como subversivos.
No sólo los recibió. Dijo: “No se contentan con promesas ilusorias, excusas o coartadas. Tampoco están esperando de brazos cruzados la ayuda de ONGs, planes asistenciales o soluciones que nunca llegan o, si llegan, llegan de tal manera que van en una dirección o de anestesiar o de domesticar. Esto es medio peligroso. Ustedes sienten que los pobres ya no esperan y quieren ser protagonistas, se organizan, estudian, trabajan, reclaman y, sobre todo, practican esa solidaridad tan especial que existe entre los que sufren, entre los pobres, y que nuestra civilización parece haber olvidado, o al menos tiene muchas ganas de olvidar”.
Les propuso “luchar contra las causas estructurales de la pobreza”, advirtió contra “estrategias de contención que únicamente tranquilicen y conviertan a los pobres en seres domesticados e inofensivos” y terminó con un “sigan con su lucha”, porque nos hace bien a todos.
Francisco Bergoglio no es un revolucionario. Es un hombre de fe, conservador, que se diferencia de los políticos de izquierda en un pequeño detalle: pisa el barro, no le teme a los pobres, se siente feliz con ellos, no los quiere domesticar ni utilizar, confía que en la pobreza, y sólo en ella, puede haber dignidad y comunión.
Pepe tenía razón
.
Fuente: http://www.alainet.org/active/78893

Seguidores