martes, 21 de abril de 2015

La caída de Rodrigo Rato, el Partido Alfa y la batalla electoral

 

CARMENA (MADRID)                       AGUIRRE (MADRID)

 

Enric Juliana

1) Rodrigo y el Partido Alfa

Rodrigo Rato reformuló la relación orgánica entre poder económico y poder político sobre el eje de las grandes privatizaciones. Expansión de un nuevo capitalismo popular con la venta masiva de acciones de las nuevas/viejas corporaciones y reconfiguración a fondo de los organigramas. Tú al frente de este consejo, tú en el otro, tú en aquel de más allá... Una nueva nomenclatura, formalmente autónoma del Estado, pero fuertemente vinculada a la política. La fortificación de la clase dirigente. Esa es la labor más importante llevada a cabo por Rodrigo Rato durante su carrera política. Organizó el gran despegue y ahora cae estrepitosamente. No hay experto en comunicación política en el mundo capaz de desvincular su figura del Partido Alfa. Van cayendo los mitos, así en el centro como en las periferias, y tanto derrumbe alimenta la sideral indignación.

Basta un pequeño detalle para captar la importancia que ha tenido Rodrigo Rato en la consagración del Partido Alfa de las clases medias españolas. Hasta hace muy poco tiempo, en Madrid, en los desayunos de trabajo, a la hora del aperitivo, en las cenas entre amigos de buen tono y nivel, Rodrigo Rato era, simplemente, Rodrigo. Rodrigo por aquí. Rodrigo por allá. Rodrigo, el principal conductor de la turbo-economía española. Así en el centro como en las periferias.

Rodrigo, el joven dirigente de Alianza Popular que estudió economía en California y se presentó a bordo de un Porsche a su primera cuna electoral: Cádiz. Los militantes gaditanos de AP pusieron los ojos como platos, pero el joven enviado de Madrid no tuvo problemas para ser elegido diputado en las segundas elecciones generales de la democracia. Año 1979. Cádiz es hoy la capital del desempleo estadístico y el primer fortín electoral de Podemos en Andalucía. Todo empezó con un Porsche Cunero.

Veinte años después, el joven estudiante de Berkeley que se cortó la melena para ingresar por arriba y con recomendación paterna en el partido de Manuel Fraga Iribarne ponía su firma en el denominado "milagro económico" español, vigilado por el profesor Barea, aquel sabio gruñón al que José María Aznar encargó algunas funciones de control, muy bien interpretadas en público. Barea vigilaba la contabilidad y Rodrigo sentaba las bases de la nueva nomenclatura.

Dicho en otras palabras, mientras el anciano profesor José Barea Tejeiro, malagueño, sugería la imagen de un cierto calvinismo español desde la Oficina Presupuestaria de la Presidencia del Gobierno, Rodrigo reformulaba la relación orgánica entre poder económico y poder político sobre el eje de las grandes privatizaciones. Expansión de un nuevo capitalismo popular con la venta masiva de acciones de las nuevas/viejas corporaciones y reconfiguración a fondo de los organigramas. Tú al frente de este consejo, tú en el otro, tú en aquel de más allá... Una nueva nomenclatura, formalmente autónoma del Estado, pero fuertemente vinculada a la política. La fortificación de la clase dirigente. Esa es la labor más importante llevada a cabo por Rodrigo Rato durante su carrera política. Bajo su mandato, el capital vasco perdió la hegemonía en el BBVA, segundo banco más importante del país. En su mirada, entre astuta y reflexiva -mirada y gestos de autocontrol propios de un buen practicante de yoga- el capital financiero catalán leyó a principios de siglo, en 2003, que no tenía margen político para la fusión de Gas Natural e Iberdrola. Un gigante energético en manos de catalanes y vascos, ¡ni en broma! Dos años más tarde, cuando Gas Natural lanzó su opa sobre Endesa, un representante mediano de la nueva nomenclatura madrileña -un hombre también hoy caído en desgracia- me comentó lo siguiente: "Los catalanes y los socialistas no han entendido que ya nada es como antes. Para llevar a cabo una operación como esta ya no basta con el apoyo del Gobierno. Esta opa no triunfará sin el apoyo de los nuevos poderes económicos". Así fue. Rodrigo Rato, a las órdenes de Aznar, sin ser un autómata al servicio de Aznar, remasterizó las relaciones de poder.

La privatización de la mayoría de los antiguos monopolios del Estado, más el proceso de concentración bancaria, más el ladrillo, más el despliegue de los grandes canales de televisión privada, más los planes para construir una vasta y ambiciosa red radial de ferrocarriles de alta velocidad, dieron una nueva dimensión al poder económico e hicieron de Madrid la capital indiscutible de España -ahora sí-. Una capital con fuertes texturas latinoamericanas. Una capital en sí misma. Pasqual Maragall lo intentó explicar con su lenguaje denso y oblicuo y escribió en El País un artículo titulado "Madrid se va". Le trataron de loco. (También en Catalunya. "Maragalladas").

Rodrigo Rato organizó el gran despegue y ahora cae estrepitosamente. No hay experto en comunicación política en el mundo capaz de desvincular su figura del Partido Alfa. Van cayendo los mitos, así en el centro como en las periferias, y tanto derrumbe alimenta la sideral indignación.

2) Con la papeleta entre los dientes

El 'caso Rato' acentúa la batalla electoral en la ciudad de Madrid, que tendrá como grandes antagonistas Esperanza Aguirre y Manuela Carmena

Si alguien ha tenido la idea de sacrificar a Rodrigo Rato en el altar de los dioses de la Ira para proteger al Partido Popular de un castigo electoral inmediato, no está en sus cabales. Durante los cambios de época se producen accidentes de este tipo. La cuestión es simple. Pese a los poderosos resortes de que dispone el actual Gobierno para influir en la opinión pública, el discurso oficial no tiene fuelle suficiente para convertir a Rodrigo Rato, gran capitán del Partido Popular, en un hombre sin atributos. Ese es hoy un objetivo inalcanzable para las artes de la manipulación política.

Como ya ocurrió en octubre del 2014, un mes muy importante para la comprensión del actual momento español –recordemos: escándalo de las tarjetas black de Caja Madrid, reaparición del caso Bárcenas, detención del ex número dos de la Comunidad de Madrid, registro del domicilio y las oficinas de Oleguer Pujol Ferrusola...–, de nuevo vuelve a oírse estos días el crujido de la indignación. ¡Basta ya! Tarjeta negra.

Mariano Rajoy tuvo que corregir el tiro ayer por la mañana en la pedanía murciana de Cabezo de Torres, admitiendo que el escándalo de esta semana afecta de manera muy especial al Partido Popular. Como escribía José Antonio Zarzalejos enLa Vanguardia, Rato es un holograma permanente del PP en tanto que sistema de poder. Las noticias que atribuyen al exvicepresidente del Gobierno y exdirector gerente del Fondo Monetario Internacional el intento de camuflar cuantiosos fondos a través de Gibraltar –¡Gibraltar!–, para eludir las posibles responsabilidades derivadas de la ruina de Bankia, dan pie al más sórdido relato de la crisis española. Ni en sueños los fundadores de Podemos podían imaginar algo parecido en víspera de elecciones. El concepto "crisis de régimen" se entroniza. Un regalo para los de Pablo Iglesias y un regalo, también, para Ciudadanos, que se dispone a a practicar un butrón en la caja fuerte de los votos del PP, aprovechando el túnel excavado por Podemos. La casta en cueros. Gran espectáculo piromusical a cuarenta días de la cita electoral del 24 de mayo. ¡Oooooohhhhhhhhh!

El escándalo Rato va a tener una especial inci­dencia en las elecciones ­municipales y regionales en Madrid. El núcleo de la investigación ­señala que Rato estaba intentando escabullirse de las posibles responsabilidades pecuniarias por la ruina de Bankia. Y basta mencionar ese nombre para que mucha gente se ponga nerviosa en Madrid. Bankia es la principal úlcera de la derecha capitalina desde mayo del 2012, cuando el Estado se vio obligado a intervenir el banco en el que miles de familias de la clase media madrileña tenían depositados sus ahorros, con fe y confianza en Rodrigo. Muchos votantes del PP compraron acciones de Bankia en aquella salida a bolsa que ahora parece más falsa que un duro sevillano. Ahí está la úlcera.

La batalla electoral en el municipio de Madrid se va perfilando como un apasionante duelo entre dos damas de más de sesenta años, lo cual no deja de ser significativo en unos tiempos en los que se habla tanto de la nueva política. La principal contrincante de Esperanza Aguirre Gil de Biedma (Madrid, 1952) será la magistrada emérita Manuela Carmena Castillo (Madrid, 1944), candidata de la coalición Ahora Madrid, apoyada por Podemos y otros grupos de izquierda, incluyendo a destacados dirigentes locales de Izquierda Unida que han abandonado la formación. Las encuestas empiezan a señalar que Ahora Madrid se coloca por delante del PSOE, cuyo ­cabeza de lista, Antonio Miguel Carmona (Madrid, 1963), personaje tenaz y bullanguero que ha adquirido popularidad gracias a las tertulias televi­sivas, puede ­estar cometiendo el error de querer robar votos a la derecha con un discurso acentuadamente castizo. En ese terreno a Esperanza Aguirre no le gana nadie. El escándalo Rato no convoca al casticismo.
Carmena, que no Carmona, es la más peligrosa antagonista que podía encontrar Aguirre en las actuales circunstancias. Superviviente de la matanza de los abogados laboralistas de Atocha en 1976, exmilitante del PCE, respetable carrera profesional en la judicatura, vivaz, independiente y poco amiga del espectáculo mediático. Aguirre-Carmena, ese será el combate principal.
Faltan 35 días para que abran los colegios electorales y se oyen crujidos en Madrid. Mucha gente está en casa con la papeleta entre los dientes.

Enric Juliana, uno de los analistas más ecuánimes y profundos de la actual coyuntura política española, es el corresponsal en Madrid del diario conservador catalán La Vanguardia.

La Vanguardia, 18 y 19 abril 2015

FUENTE: SINPERMISO

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