Augusto Zamora R.
Profesor de Relaciones Internacionales
El acuerdo sobre el programa nuclear de Irán, alcanzado agónicamente en Lausana, es, ciertamente, histórico, como lo calificara el presidente de EEUU, Barack Obama. Si no se frustra en los próximos tres meses, en los que deberá quedar operativo, el acuerdo está llamado a cambiar significativamente la situación política y geopolítica en Oriente Medio y Próximo y más allá. Como buen acuerdo, todos se sienten ganadores porque, en realidad, lo son. EEUU obtiene de Irán garantías suficientes de que su programa nuclear no terminará en bombas atómicas. Irán consigue el levantamiento del régimen de sanciones, que mantiene ahogada su economía y limita gravemente su acceso a recursos, medios y tecnologías en el mercado mundial, al tiempo que mantiene su derecho a desarrollar tecnología nuclear pacífica. Irán, además, lograría la liberación de unos 100.000 millones de dólares, retenidos en el exterior a causa de las sanciones. Libre de las mismas, podrá rehacer su economía y fortalecer todas sus estructuras, lo que, a su vez, redundaría en un mayor peso en el sistema regional y mundial. En ese sentido, el acuerdo para Irán es estratégico, pues su economía podría aspirar a ser una de las mayores de la región, dado el enorme potencial en recursos que tiene el país.
EEUU estaba necesitado de un acuerdo con el país más determinante de la región. Con 1.745.150 kilómetros cuadrados, 80 millones de habitantes y fronteras terrestres con Afganistán, Iraq y Paquistán –tres países en efervescencia permanente-, controlando el Estrecho de Ormuz y con el avance islamista de postre, era costoso y contraproducente mantener a Irán fuera de las crisis, peor aún mantenerlo como enemigo. EEUU arrastra dos duros fracasos militares en Afganistán e Iraq que, además de mellar su prestigio castrense, ha golpeado severamente las arcas del país. Todo podría querer, menos embarcarse en otra guerra, ahora contra el EI y, seguramente, contra Siria. EEUU tiene claro que su reto es ahora China y Asia del Este. Para dedicarle recursos y atención a esa inmensa región reducir el lastre de Oriente Medio y Próximo, cuyos conflictos quitan mucho y dan poco, más ahora que es autosuficiente en petróleo y gas. Un paso táctico para EEUU, pues lo estratégico en las próximas décadas es ‘la batalla del Pacífico’. Tiene claro Washington que en ese océano se decidirá el futuro del mundo.
Rusia ha hecho valer su peso. Como ha expresado el Ministerio de Exteriores en un comunicado, “Este compromiso político está basado en el principio formulado por el presidente de la Federación de Rusia, Vladímir Putin, a saber: el reconocimiento del derecho incondicional de Irán a llevar a cabo su programa nuclear pacífico, incluidas las actividades de enriquecimiento de uranio, a condición de que el programa sea controlado internacionalmente y se anulen todas las sanciones impuestas a la República Islámica de Irán”. Claro y conciso. China garantizaría mayores suministros de hidrocarburos iraníes y ampliaría su presencia en una región cada vez más estratégica para su desarrollo. Europa, por su parte, ganaría pues empezaría a ver la luz de una solución a la atroz espiral de terrorismo abierta por las criminales y estúpidas guerras de agresión de la OTAN contra países musulmanes. Todos contentos.
El acuerdo tiene hondas repercusiones políticas. De entrada, abriría paso a una cooperación más amplia y pública entre Irán y EEUU para combatir al Estado Islámico (EI), estabilizar Iraq, resolver la sangrienta crisis siria y aumentar la presión sobre los irreductibles talibanes en Afganistán. Daría, así mismo, mayor legitimidad a la presencia iraní en Siria e Iraq, donde viene apoyando a los gobiernos en la lucha contra el EI, Al Qaeda y otros grupos fundamentalistas violentos. Irán vería asentada –y reconocida- su ascendencia en esos dos países, para dolor de Israel, Turquía y Arabia Saudita, los tres aliados empeñados en destruir al régimen sirio y expulsar a Irán.
Irán aparece, en el desbarajuste de la región, como el “aliado necesario”. No puede ser Arabia saudita, responsable, con Qatar, de la ola fundamentalista que barre el mundo árabe. No puede serlo Turquía, un país excéntrico, prohijador del EI, enemigo de Siria y del chiismo y aliado de Israel. No puede Egipto, enemigo de Hamás y Hezbolá, amigo de Israel, en guerra contra la mitad de su pueblo y sin nadie que pueda emular a Nasser. Queda Irán, país estable y en orden que, pese al severo sistema de sanciones, ha logrado el mayor desarrollo científico-técnico de la región y posee la población más educada.
A diferencia de otros países, Irán cuenta con el respaldo de China y Rusia, potencias determinantes en el nuevo orden multipolar. Rusia, sobre todo, se lleva uno de los mejores premios, pues queda como garante informal de los acuerdos y proveedor de tecnología y uranio. Fortalecer los vínculos con Irán es esencial para Moscú, si quiere ser protagonista de primera línea de los avatares de esa región, donde sólo le queda la arruinada Siria de Asad. Para Teherán, obtener recursos, tecnologías y armamento de Rusia y China es básico para consolidar su renovado papel de potencia regional en alza. Entre esas armas estarían los deseados sistemas antiaéreos S-300. Rusia ha propuesto recientemente a Irán los sistemas Antey-300, versión modernizada de los S-300. Para Israel, la adquisición por Irán de esos sistemas sería una catástrofe, pues anularían la eficacia de su fuerza aérea, en caso de que recibiera luz verde para un ataque a Irán.
Dos grandes perdedores se avizoran en el panorama: Israel y Arabia Saudita. No escatimó esfuerzos Israel para frustrar cualquier acuerdo. Benjamín Netanyahu voló a dar un discurso ante el Congreso de EEUU, para pararle los pies a Obama, pero lo único que obtuvo fue ganar un adversario político en Obama. Arabia Saudita se ve devaluada en su trono de vigía y guardián de EEUU en la región. Al final, su visión radical y fundamentalista del Islam le pasa factura, pues sus resultados han sido desastrosos.
Lo que más resienten ambos países es la legitimación internacional obtenida por Irán, cristalicen o no los acuerdos de Lausana. Irán ha demostrado al mundo que está dispuesto a colaborar y a resolver pacíficamente los conflictos con Occidente, renunciando a cuestiones fundamentales de su programa nuclear. Si el Senado de EEUU deja en ridículo a Obama y rechaza los acuerdos, el responsable del fracaso será EEUU, no Irán. Preparando el terreno para la batalla política en ciernes, el presidente Obama ha declarado que “Éste no es solo un acuerdo entre mi Gobierno y el de Irán; es un acuerdo entre las grandes potencias e Irán”. Pase lo que pase con el acuerdo, Irán ya ganó.
FUENTE: PUBLICO.ES
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