“Yo juré sobre la Constitución, no sobre el Evangelio”, contestó Renzi, cortante, a las protestas de los obispos (Filippo Monteforte / AFP) |
Siempre se dijo que en Italia, durante decenios la
campeona mundial de las crisis de gobierno, el único factor político
permanente era la influencia de la Iglesia católica y del Vaticano. Su
poder, sin embargo, no impidió que perdieran de forma clamorosa grandes
batallas como la del divorcio y del aborto. Eran realidades sociales
imparables, incluso para muchos creyentes.
El último pulso que libra el mundo católico militante –y
parte de la jerarquía– parece más difícil de ganar y crea aliados muy
incómodos. La recién aprobada ley sobre las uniones entre homosexuales,
pese a que no puede equipararse legalmente al matrimonio heterosexual,
ha encrespado a un sector de los obispos. Durante la reciente sesión
plenaria de la Conferencia Episcopal Italiana (CEI), su presidente,
Angelo Bagnasco, expresó el temor de que el Parlamento acabe dando un
“golpe final” y autorice los úteros de alquiler, una práctica que la
Iglesia considera la expresión más escandalosa de una transformación
antropológica que condena sin reparos.
El primer ministro, Matteo Renzi –que se confiesa
católico y fue monaguillo–, tuvo una reacción que hubiera sido
considerada algo extrema en otros tiempos. “Yo juré sobre la
Constitución, no sobre el Evangelio”, contestó Renzi, cortante, a las
protestas de los obispos.
La Iglesia católica, donde conviven sensibilidades muy
diversas sobre la materia, se halla en un brete porque, por un lado, se
siente obligada a criticar con dureza la nueva ley y a defender la
familia tradicional, pero sabe al mismo tiempo que entre los fieles
también hay división. Peor aún son los potenciales aliados
circunstanciales que tendría la Iglesia si prospera la petición de un
referéndum para anular la ley. En el mismo bando estaría también la
derecha más reaccionaria y xenófoba, con la Liga Norte y su secretario
general, Matteo Salvini, a la cabeza. La formación de un frente que
algunos ya llaman teocon (religioso y conservador) entrañaría riesgos,
crearía malestar y tensiones en el seno de las parroquias. Los
referéndums contra el divorcio, en 1974, y contra el aborto, en 1981, no
son un buen augurio. En ambos casos venció por una mayoría muy clara la
posición contraria a la que defendía la Iglesia.
Francisco, desde que fue elegido papa, ha sido muy
cauteloso y ha evitado meterse en el lodazal de la política italiana. Él
predica criterios universales y no quiere dar la impresión de que
interfiere en la acción del Gobierno y del Parlamento Oltretevere (al
otro lado del Tíber). En su discurso ante la CEI y en una entrevista,
pasó de puntillas sobre el asunto de los homosexuales y se limitó a
decir que debe aceptarse la objeción de conciencia de los funcionarios
públicos.
Para los sectores conservadores, la ambigüedad y la
cautela de Francisco es un motivo más para atacarle y para acusarle,
como hizo hace unos días un influyente blog católico, de promover “una
Iglesia líquida y multicultural en la que cada uno hace lo que quiere”.
Fuente: La Vanguardia