Salvo Montalbano |
Luis Matías López
A nadie le gusta envejecer, y el comisario Salvo Montalbano no es una excepción. En Una voz en la noche (Salamandra), el policía siciliano creado por Andrea Camilleri se da cuenta de que va perdiendo facultades, su memoria le traiciona en ocasiones, ya no es el de siempre, se hunde en el sueño “como si fuera un cadáver”, extravía pruebas, sufre esporádicas alucinaciones y le repatea que le feliciten por su cumpleaños. “¿Por qué antes nunca me equivocaba con un nombre”, se pregunta, “ y ahora me parezco cada vez más a Catarella?”
Obsesiones aparte, Montalbano es casi el de siempre. Aún hace excepcionalmente bien su trabajo, no ha perdido la intuición y osadía que le ayudan a resolver casos intrincados, pero el esfuerzo para lograrlo es mayor. Eso le irrita y le agria el genio, pero no puede permitir que se note. Que él se percate, pase, pero que lo perciban los demás sería trágico.
Pero, ¿tan mayor se ha hecho Montalbano? Pues no: solo tiene 58 años cuando se publica la novela en Italia (en 2012), en tanto que su creador, el escritor más popular de su país y que ha vendido 36 millones de ejemplares en todo el mundo, anda ya entonces por los 86. Tiene 66 cuando, en 1994, sale la primera entrega de la serie (La forma del agua), que le catapulta al éxito que ya no le abandonará. Veintitantos libros después, ya con 90, por fin dice basta. Lo deja cuando sus textos aún no han perdido frescura.
La diferencia de edad entre el autor y su criatura de ficción es tan notable que resulta inevitable sospechar que la preocupación un tanto exagerada de Montalbano por los indeseados efectos de su edad responde a la que debe asaltar a Camilleri sobre la suya. Una inquietud que, por biológicas y obvias razones, sería comprensible. Pero no se puede descartar que se trate de un artificio literario para empatizar con muchos lectores que se han ido haciendo mayores a un ritmo similar al del comisario y a los que gusta verlo evolucionar un tanto, aunque eso le haga más gruñón e intolerante.
Esta de la edad es la novedad más relevante de Una voz en la noche, donde se repite la galería de personajes de anteriores novelas del ciclo, familiares compañeros para los lectores fieles, que los sienten como suyos, desde una novia, Livia, que vive lejos de Sicilia y que cada vez más frustrada pierde la paciencia con Montalbano, hasta su donjuanesco segundo Mimi Augello y el resto del equipo habitual –incluido el inefable Catarella-, sin olvidar a una asistenta y una trattoria de cabecera que le conquistan por el estómago pero que castigan sus excesos con malas digestiones.
Por ahí, por la gastronomía, llega uno de los puntos de influencia en Montalbano del Pepe Carvalho de Vázquez Montalbán, un personaje al que Camilleri, para definir sarcásticamente al fiscal y obseso sexual Tommaseo (otro habitual de la serie), mete en la batidora junto a Sherlock Holmes, Poirot, Maigret, Marlowe, Derrick, Colombo y Perry Mason.
Por lo demás, Camilleri no se sale de su sempiterno guion, en el que coexisten tramas intrincadas son trasfondo social, peripecias personales que hacen entrañables a los personajes, una superficial antropología siciliana y un pasar de puntillas sobre la realidad del crimen organizado que condiciona aspectos esenciales de la vida en la isla.
Montalbano choca a veces con la mafia, pero nunca frontalmente. En cierto sentido, convive con ella, y tiene una relación casi siempre indirecta con los capos de las diversas familias que a veces se parece a un mutuo respeto que exige no forzar los límites y mantener las distancias. El argumento no del todo convincente del autor para justificar la ausencia de un compromiso más rotundo con la denuncia en su obra del crimen organizado es que, de hacerlo, contribuiría a realzarlo.
Con todo, en Una voz en la noche , la sombra de la mafia es relevante, y Montalbano/Camilleri no deja dudas respecto a su opinión del cáncer que corroe Sicilia, aunque sea en el contexto de una condena a la clase política que envenena Italia. “¿En qué país se había visto”, reflexiona el comisario, “que un senador, condenado en primera instancia por connivencia con la mafia volviera a presentarse y fuera reelegido? ¿En qué país se había visto que un diputado regional, condenado en primera instancia por haber ayudado a mafiosos, fuese nombrado senador? ¿En qué país se había visto que alguien que había sido ministro, y primer ministro unas cuantas veces viera que se confirmaba de manera definitiva su delito de connivencia con la mafia, por mucho que hubiera prescrito, y siguiera ejerciendo de senador vitalicio?” Puede que a los lectores españoles se les ocurra algún otro país, aparte de Italia, en el que son posibles escándalos no tan diferentes.
Fuente: Público.es