D. Felipe VI
Juan Gabriel Rodríguez Laguna
Rebelión
Una vez más la rebelión de la clase burguesa se ha puesto en marcha y no se puede detener de forma trágica
La situación que atraviesa España actualmente no es muy halagüeña si hablamos de estabilidad política. El rey se muestra en los diferentes medios de comunicación con el semblante serio, rostro de preocupación y medias sonrisas como si conociera su futuro: ser el último Borbón en reinar. Su padre, obligado a abdicar por presión mediática, le ha dejado una herencia salpicada de grandes problemas políticos.
Según nos muestran las evidencias de la historia, como heredero legitimador de la democracia tiene que seguir dando autenticidad al bipartidismo corrupto en momentos de escasa popularidad, pero tan necesario para que pueda continuar siendo quien es. Tiene que mostrar, como monarca joven y renovador, atención a las fuertes reivindicaciones de las clases populares, que necesitan soluciones en un marco político estancado en el triunfo de la democracia de los años 80. Tiene que integrar en este reticente marco político, como lo haría en su momento su bisabuelo y su padre, nuevas fuerzas políticas en ascenso y fuerzas independentistas que pedirán, antes o después, otras formas de estructura de gobierno para el conjunto del país que no se basará únicamente en un relevo generacional o voluntad de olvidar, como se haría para dejar atrás la herencia franquista.
El nuevo monarca entiende, sin duda alguna, que hay que renovar la vida política en todos sus órdenes y dotarla de vitalidad social de la cual carece en la actualidad, como consecuencia de mirar hacia otro lado y ubicar el foco de los problemas en la vitalidad económica del país, con la constante preocupación sobre la causa europea de los españoles, amantes de la neutralidad, que tanto ha enriquecido y enriquece a la burguesía oligarca de este país.
El monarca conoce la solución a la insuficiencia del sistema pero no puede hacer nada porque se juega su plaza. En el contexto político donde nos hallamos actualmente el precio por solucionar los problemas del país sería excesivamente alto para la unidad nacional, mantener las garantías constitucionales y él al frente de todo ello. Por ahora no hay marcha atrás en los planteamientos hipotéticos de un futuro separatista en el país, porque una vez más la rebelión de la clase burguesa se ha puesto en marcha y no se puede detener de forma trágica. Es la burguesía regional la que pide respuestas, como en otras ocasiones a lo largo de la historia de España, y no la burguesía de transición monárquica. Hay que entender que no hablamos de separatismo, sino de lucha de clases burguesas por su supervivencia política, económica y social en un marco que va más allá del estadio nación.
Por tanto, no son tiempos de fulanismos sino de propuestas verdaderas que creen alianzas y diálogo, donde los poderes de un estado tienen que cumplir las funciones para los que fueron creados y no para mantener impuestos e involucionistas sistemas políticos como la monarquía y su corte de transición, que se perpetúa a costa de guardarse los puestos constitucionalmente y dejar en manos de la oligarquía, mercado y Europa el futuro del pueblo.
Con este panorama político y la contienda burguesa, los dos grandes partidos políticos luchan desesperadamente por salvar el turno e impedir a toda costa, que adquieran poder electoral los nuevos partidos políticos de ideales que estén fuera del marco pactado por la Transición, sin tener en cuenta que ellos fueron útiles por aprender de la propia sociedad del momento. No sin fuertes acusaciones e intenciones de achantar, vemos en la actualidad que la democracia y la política gozan de buena salud al no llegar a posturas de fuerza radical y revolucionaria. Por este motivo emergen micros gobiernos de carácter civil encarnados en varias alcaldías españolas, que muestran un posible ejemplo de dirección hacia el cambio o nuevas formas de entender e interpretar las necesidades sociales de nuestros días.
Con los últimos resultados de las elecciones autonómicas en Cataluña y las futuras elecciones generales, entre anís y emotivas fechas, se vislumbra un clima de incertidumbre sobre el futuro de España que deja entrever el continuismo político degradador e inmovilista de la oligarquía española o un plebiscito hacia un cambio profundo en su estructura.
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