viernes, 21 de julio de 2017

El primer corrupto suicidado





Fernando López Agudín

A una semana de la declaración de Mariano Rajoy ante la Audiencia Nacional, la aparición del cadáver de Miguel Blesa con un tiro en el pecho es la peor noticia que podía recibir el presidente del Gobierno.  Probablemente no es más que el suicidio de un delincuente que se creyó tan inmune como impune, pero no son pocos los que sugieren que el que fuera presidente de Bankia fue ayudado a pasar a mejor vida. No parece verosímil, pero el ambiente siciliano que envuelve al Partido Popular hace que no se pueda descartar esta hipótesis, tal como no lo descartan los investigadores. Es lo que le faltaba a la Moncloa. De la interminable cuerda de presos nombrados desde la sede del Gobierno- una buena parte ya enchironados , imputados o procesados– es el primero que ha sido sacado del escenario judicial con los pies por delante.

Blesa fue el símbolo del capitalismo de amiguetes del primer gobierno del PP, en 1996.  Junto con Juán Villalonga, otro íntimo de José María Aznar, impulsó ese tipo de emprendedor castizo que combinaba a Friedrich Hayek con los siete niños de Ecija. Mucha teoría neoliberal con una práctica delincuencial, aprovechando la apresurada sustitución de la peseta por el euro,– desaconsejada en su día por el presidente italiano Romano Prodi al presidente Aznar– que les permitió vender el marketing publicitario, sintetizado por aquella consigna castiza de “España va bien.”  Mal acompañado por Granados, González y Aguirre, convirtieron Madrid en una ciudad hermana del Chicago de los años treinta. La capital de España junto con Valencia fueron los laboratorios donde el PP ensayó la línea delincuencial que aplica desde 2011 en la Moncloa.

Caja Madrid fue, avant la lettre, la primera coalición del Partido Popular con el viejo PSOE , la vieja Izquierda Unida  e incluso con la vieja Comisiones Obreras, liderada entonces por José María Fidalgo, asiduo hoy de la FAES de José María Aznar. Sin estas siglas, el suicidado no hubiera podido protagonizar las tropelías que cometió. Miguel Blesa actuó en todo momento como la conexión bancaria que engrasaba la complicidad de estas organizaciones con el peculiar modo de gestión de este parvenu banquero, llegado al oficio de la mano de Aznar. Ni siquiera el golpe de talón bancario,  aquel famoso tamayazo que llevó fraudulentamente a Esperanza Aguirre a la presidencia del Gobierno de Madrid, pudo quebrar estas relaciones contra natura de las tres viejas direcciones de los dos partidos de izquierda y de un sindicato de clase con el PP.

Gracias a la ceguera de Fernández Ordóñez, nombrado gobernador del Banco de España por el presidente Rodríguez Zapatero, Blesa pudo hacer de su capa un sayo sin  que, tampoco,  Julio Segura, nombrado simultáneamente presidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores por ZP,  percibiera el cúmulo de irregularidades que envolvían la gestión bancaria de Blesa. Su asombro posterior, cuando estalló el escándalo de Bankia, recuerda al capitán Renaud, en la película Casablanca, manifestando su sorpresa ante el Casino ilegal del Café Rick mientras recogía los beneficios del juego. Blesa no era más que el continuador de aquella política del enriqueceos, de Carlos Solchaga, aplicada asimismo por sus discípulos, el vicepresidente Pedro Solbes y la vicepresidenta Elena Salgado

Ni Aznar, pese a que lo intentó denodadamente, pudo conseguir el apoyo abierto de la vieja Izquierda Unida, como Miguel Blesa en Bankia. Su bastante estrecha relación con Moral Santín, todo un antiguo dirigente del Partido Comunista de los Pueblos de España, liderado por el prosoviético Ignacio Gallego, le pudo permitir alcanzar algo parecido a un cierto compromiso histórico bancario con aquella Izquierda Unida. Pacto implícito, doblado por el acuerdo  con María Jesús Paredes, dirigente de la Federación de Banca de Comisiones Obreras, cuando el amigo de Aznar, José María Fidalgo, dirigía CCOO. Este doble aval , proporcionado por una izquierda radical, le facilitaba una paz social en el seno de la entidad bancaria y alguna respetabilidad política, como figura emblemática de una supuesta derecha civilizada.

El suicidio de Blesa se lleva a la tumba todos los secretos que rodearon esas muchas complicidades, sin las que  Miguel Blesa no hubiera podido ser Blesa. Esos acuerdos, que serán enterrados junto con su cadáver, son los que que hoy confluyen en un común denominador contrario a la consecución de una alternativa progresista en torno al PSOE y Podemos. Con retórica de derecha e izquierda, desde ángulos opuestos de un mismo triángulo de intereses, se argumenta por qué es mejor que siga gobernando Rajoy con apoyo de Rivera. Todo vale con tal de impedir que Sánchez e Iglesias puedan levantar las mullidas alfombras de la Moncloa. El cadáver de Miguel Blesa viene a recordarnos hoy que si el PP es una organización criminal, según la Guardia Civil, lo es porque desde entonces unas llamadas izquierdas, moderada y radical, miraron al tendido. Son ese viejo PSOE y esa vieja Izquierda Unida quienes compiten con el PP por romper la relación entre el PSOE y Podemos.
A una semana de la declaración de Mariano Rajoy ante la Audiencia Nacional, la aparición del cadáver de Miguel Blesa con un tiro en el pecho es la peor noticia que podía recibir el presidente del Gobierno.  Probablemente no es más que el suicidio de un delincuente que se creyó tan inmune como impune, pero no son pocos los que sugieren que el que fuera presidente de Bankia fue ayudado a pasar a mejor vida. No parece verosímil, pero el ambiente siciliano que envuelve al Partido Popular hace que no se pueda descartar esta hipótesis, tal como no lo descartan los investigadores. Es lo que le faltaba a la Moncloa. De la interminable cuerda de presos nombrados desde la sede del Gobierno- una buena parte ya enchironados , imputados o procesados– es el primero que ha sido sacado del escenario judicial con los pies por delante.

Blesa fue el símbolo del capitalismo de amiguetes del primer gobierno del PP, en 1996.  Junto con Juán Villalonga, otro íntimo de José María Aznar, impulsó ese tipo de emprendedor castizo que combinaba a Friedrich Hayek con los siete niños de Ecija. Mucha teoría neoliberal con una práctica delincuencial, aprovechando la apresurada sustitución de la peseta por el euro,– desaconsejada en su día por el presidente italiano Romano Prodi al presidente Aznar– que les permitió vender el marketing publicitario, sintetizado por aquella consigna castiza de “España va bien.”  Mal acompañado por Granados, González y Aguirre, convirtieron Madrid en una ciudad hermana del Chicago de los años treinta. La capital de España junto con Valencia fueron los laboratorios donde el PP ensayó la línea delincuencial que aplica desde 2011 en la Moncloa.

Caja Madrid fue, avant la lettre, la primera coalición del Partido Popular con el viejo PSOE , la vieja Izquierda Unida  e incluso con la vieja Comisiones Obreras, liderada entonces por José María Fidalgo, asiduo hoy de la FAES de José María Aznar. Sin estas siglas, el suicidado no hubiera podido protagonizar las tropelías que cometió. Miguel Blesa actuó en todo momento como la conexión bancaria que engrasaba la complicidad de estas organizaciones con el peculiar modo de gestión de este parvenu banquero, llegado al oficio de la mano de Aznar. Ni siquiera el golpe de talón bancario,  aquel famoso tamayazo que llevó fraudulentamente a Esperanza Aguirre a la presidencia del Gobierno de Madrid, pudo quebrar estas relaciones contra natura de las tres viejas direcciones de los dos partidos de izquierda y de un sindicato de clase con el PP.

Gracias a la ceguera de Fernández Ordóñez, nombrado gobernador del Banco de España por el presidente Rodríguez Zapatero, Blesa pudo hacer de su capa un sayo sin  que, tampoco,  Julio Segura, nombrado simultáneamente presidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores por ZP,  percibiera el cúmulo de irregularidades que envolvían la gestión bancaria de Blesa. Su asombro posterior, cuando estalló el escándalo de Bankia, recuerda al capitán Renaud, en la película Casablanca, manifestando su sorpresa ante el Casino ilegal del Café Rick mientras recogía los beneficios del juego. Blesa no era más que el continuador de aquella política del enriqueceos, de Carlos Solchaga, aplicada asimismo por sus discípulos, el vicepresidente Pedro Solbes y la vicepresidenta Elena Salgado

Ni Aznar, pese a que lo intentó denodadamente, pudo conseguir el apoyo abierto de la vieja Izquierda Unida, como Miguel Blesa en Bankia. Su bastante estrecha relación con Moral Santín, todo un antiguo dirigente del Partido Comunista de los Pueblos de España, liderado por el prosoviético Ignacio Gallego, le pudo permitir alcanzar algo parecido a un cierto compromiso histórico bancario con aquella Izquierda Unida. Pacto implícito, doblado por el acuerdo  con María Jesús Paredes, dirigente de la Federación de Banca de Comisiones Obreras, cuando el amigo de Aznar, José María Fidalgo, dirigía CCOO. Este doble aval , proporcionado por una izquierda radical, le facilitaba una paz social en el seno de la entidad bancaria y alguna respetabilidad política, como figura emblemática de una supuesta derecha civilizada.

El suicidio de Blesa se lleva a la tumba todos los secretos que rodearon esas muchas complicidades, sin las que  Miguel Blesa no hubiera podido ser Blesa. Esos acuerdos, que serán enterrados junto con su cadáver, son los que que hoy confluyen en un común denominador contrario a la consecución de una alternativa progresista en torno al PSOE y Podemos. Con retórica de derecha e izquierda, desde ángulos opuestos de un mismo triángulo de intereses, se argumenta por qué es mejor que siga gobernando Rajoy con apoyo de Rivera. Todo vale con tal de impedir que Sánchez e Iglesias puedan levantar las mullidas alfombras de la Moncloa. El cadáver de Miguel Blesa viene a recordarnos hoy que si el PP es una organización criminal, según la Guardia Civil, lo es porque desde entonces unas llamadas izquierdas, moderada y radical, miraron al tendido. Son ese viejo PSOE y esa vieja Izquierda Unida quienes compiten con el PP por romper la relación entre el PSOE y Podemos.
Fuente: Público.es



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