JUAN CARLOS ESCUDIER
Debido a la herencia recibida, es decir la de Zapatero, Rajoy no podrá cumplir de nuevo su promesa electoral más importante: bajar los impuestos. A este hombre le persigue la fatalidad y el fantasma de las cejas circunflejas porque su determinación era inquebrantable. Poco antes de que se repitieran las elecciones se lo dijo al señor corresponsal del Financial Times y no a los chicos de la prensa: si todo seguía como hasta ahora, volvería a bajar el IRPF y lo que se le pusiera por delante porque España era mucha España y en ningún lado estaba escrito que él no pudiera acometer una rebaja fiscal, cumplir con el déficit y seguir durmiendo la siesta a pierna suelta, pese a las amenazas de Bruselas.
Ni aquella fue una promesa electoral ni fue electoralista la reforma tributaria anterior por la que se dejaron de recaudar cerca de 8.000 millones de euros, de los que 4.800 millones procedían del IRPF y el resto, en su mayor parte, de reducir el adelanto a cuenta del impuesto de sociedades, una medida que después de los comicios hubo de ser corregida a toda prisa sin que nuestro dúo sacapuntas económico se pusiera rojo de vergüenza. Nada extraño por otra parte ya que para Montoro ponerse rojo es un imposible metafísico y para Guindos el imposible es físico: por poco sol que tome adquiere un barnizado tipo sapelly que no admite ninguna otra gama de colores.
Descartada la estafa electoral en toda regla, la mala suerte ha querido que del “podemos acometer otra rebaja de impuestos” se haya pasado a “no subiré los impuestos más importantes”, con lo que da cumplimiento una vez más a la primera ley de la física, cuyo enunciado reza así: todo impuesto alejado de un período electoral experimenta una fuerza hacia arriba proporcional a la cara dura del que gobierna. Obviamente, no vamos a pedir ahora que el Ejecutivo escape a las leyes de la física, sobre todo a la de la inercia en la mentira.
Como hay que cumplir sí o sí el objetivo de déficit, que para eso la Comisión Europea ha desbloqueado los fondos estructurales y ha suspendido la multa por el desequilibrio excesivo de las cuentas, el Gobierno se dispone a seguir a rajatabla las instrucciones de Rajoy, que no dejan lugar a dudas: salvo el IRPF y el IVA -y está por ver- aumentarán todos los impuestos y, como no será suficiente, se crearán otros para poder subirlos en el futuro.
Curiosamente –y en esto sí que sonreirá la fortuna a nuestro desdichado guía- no es de esperar una gran oposición del resto de partidos, que en algún momento han planteado alternativas similares. El menú que se prepara incluye eliminar deducciones en el impuesto de sociedades, elevar el de los hidrocarburos y el del alcohol y el tabaco, que es muy ecológico y muy sano, gravar las bebidas azucaradas, que es más sano todavía, y, posiblemente, armonizar con un tipo mínimo el de Patrimonio y Sucesiones.
Lo normal sería acometer de una vez por todas una reforma integral que asegure las funciones primordiales de la fiscalidad, esto es, que pague más el que más tiene y que se redistribuya adecuadamente la riqueza. Y eso no pude pivotar sobre la imposición indirecta, que es tan igualitaria que hace pagar lo mismo a un banquero que a un limpiador de ventanas. Tan racional parece que está descartado a priori.
Pese al episodio de Fernández Díaz, con el que se ha dado la impresión de que la oposición atenaza al Gobierno y que ha obligado al PP a una argucia para asegurar al exministro el aumento de sueldo prometido, la geometría variable permitirá que salgan adelante el techo de gasto y los Presupuestos, subidas de impuestos incluidas. Lo contrario abocaría a nuevas elecciones, que es un escenario que detestan el PSOE y C’s, sobre todo por el tapizado de los sofás y las cortinas. Donde Rajoy no llegue con la mano llegará con la punta de su espada, que es la de Damocles.
Fuente: Público.es
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