miércoles, 9 de noviembre de 2016

Trump, un ejemplo y un acicate para el fascismo mundial

Donald Trump. EFE


La incógnita está en saber cómo y cuánto influirá esa fuerza en el devenir político de otros países; sobre todo a la luz de que movimientos similares o coincidentes en muchos puntos con el de Trump crecen sin parar en el resto del mundo

Carlos Elordi

Los medios de comunicación vinculados al establishment, en Europa y en todas partes, llevan meses en campaña contra Donald Trump. La prensa francesa cercana a la oligarquía y a la derecha, y la alemana y británica, se emplean con mucho más ardor contra el candidato norteamericano del nuevo fascismo que contra sus correligionarios locales, la señora Le Pen, los instigadores xenófobos del Bréxit o la Allianz fur Deutschland. Más allá de algún papanatismo, tanta pasión por algo que pasa en un país que no es el suyo, sólo indica una cosa: que Estados Unidos sigue siendo el centro del mundo, que lo que allí ocurre determina, como ha venido haciéndolo desde hace décadas, el devenir del resto del planeta.

Se habla, sobre todo lo dice Trump, de la decadencia de Norteamérica en el mundo. No es un puro invento para movilizar a las decenas de millones de estadounidenses descontentos con su suerte, una nueva versión de los mensajes de Hitler y de todos los fascismos que en el mundo han sido, incluidos los de nuestros días. Estados Unidos ha perdido parte de su capacidad de decisión en los asuntos mundiales, en buena medida por los errores que han cometido sus dirigentes. Su economía tiene que hacer frente, no siempre con éxito, a poderosos rivales comerciales. El mensaje imperial de la época de Bush ha sido arrumbado porque ya no tiene eco.

Pero en un mundo que está cambiando a marchas forzadas y cuyas dinámicas y posiciones de fuerza tienen cada vez menos que ver con las que había hace un cuarto de siglo, el poder de Estados Unidos sigue mandando en las cuestiones más decisivas e influyendo como nunca en la formación del pensamiento colectivo, de los hábitos y tendencias de todo el resto del planeta.

No sólo porque las norteamericanas son las fuerzas armadas más poderosas del mundo, con enorme diferencia sobre cualquier otro rival. Sino porque los sectores punteros de la economía mundial –el de la tecnología y comunicación, el químico, el farmacéutico o el alimentario, para empezar– están dominados por empresas norteamericanas. Porque buena parte de las innovaciones, científicas, tecnológicas, y también intelectuales, particularmente las que se refieren a las maneras de trabajar, de dirigir y controlar a los trabajadores, a los consumidores, a la gente, salen de laboratorios estadounidenses. Por no hablar del poderío incontestado y creciente de su industria cultural.

Desde el final de II Guerra Mundial, hace ya 70 años, todos los grandes cambios de orientación de la ideología dominante, todas las novedades importantes en este terreno, han surgido en Estados Unidos o no han sido realmente influyentes hasta que los norteamericanos las han recogido e impulsado. La última, el neoliberalismo, y su secuela social más determinante, la obsesión por enriquecimiento por encima de cualquier otro valor, que ha modificado sustancialmente las bases de la política y del desarrollo social en todo el mundo. Por no hablar de los modos de la política misma: hoy en todas partes se copia el modelo norteamericano de lucha por el poder, de las campañas electorales, su concepto de liderazgo.

Por eso las elecciones presidenciales norteamericanas se siguen en todo el mundo con tanto interés. Los mercados financieros y los gobiernos las consideran un asunto prioritario y desde hace unos días el más importante, al menos hasta que se sepa su resultado. Y mucha de la gente corriente se apunta. Entre otras cosas porque son un espectáculo que atrae y mucho, que los norteamericanos han inventado eso y lo hacen como nadie. Y también porque los medios estadounidenses dominan el mundo de la comunicación y buena parte del resto no puede sino utilizar el material que éstos le proporcionan.

Es obvio que la cuestión decisoria en este martes es la de quién obtendrá la presidencia. Pero a la luz de todo lo anterior surge otra que no es secundaria. Todos los analistas que merecen ser atendidos coinciden en que, gane o pierda, el movimiento que ha impulsado Donald Trump ha llegado para quedarse y que la política norteamericana de los próximos años estará determinada por la influencia de un muy amplio electorado aglutinado en torno a muy claras pulsiones xenófobas, anti-liberales, de derecha radical y de vuelta atrás en el camino de la democracia social y de la tolerancia hacia lo diverso.

La incógnita está en saber cómo y cuánto influirá esa fuerza en el devenir político de otros países. Sobre todo a la luz de que movimientos similares o coincidentes en muchos puntos con el de Trump crecen sin parar en el resto del mundo, particularmente en Europa. La experiencia de lo que ha ocurrido desde hace ya demasiado tiempo lleva a concluir que influirá. Y no poco.

Fuente: eldiario.es

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