sábado, 22 de julio de 2017

¿Beneficiaría la paz en Siria a Israel y Turquía?


por Thierry Meyssan

El fin de la guerra contra Siria se acerca sin que los anglosajones hayan podido completar ninguno de los objetivos que se habían trazado. La Hermandad Musulmana no sólo fracasó con las primaveras árabes sino que hoy aparece como perdedora en todos los países de la región, con excepción de Qatar y Turquía. Como país, Siria ha sufrido una destrucción tremenda pero la sociedad siria y su modelo multiconfesional han resistido. Y todo indica que por fin se va a restablecer la «ruta de la seda». En cuanto a Israel y Turquía, esos dos países parecen estar a punto de lograr sacar las castañas del fuego y beneficiarse, a su manera, con la agresión contra Siria.

Todos preveían que la crisis surgida entre Arabia Saudita y Qatar facilitaría el resurgimiento del eje Riad-Damasco-El Cairo, que dominó la vida política del mundo árabe hasta el inicio de las «primaveras árabes». Pero no ha sido así.

Es posible que el príncipe Mohammed ben Salman conserve aún la esperanza de lograr la victoria en Yemen y que por eso crea inútil intentar un acercamiento a Siria. También es posible que los sauditas, que en el pasado encabezaron la rebelión árabe contra los otomanos, consideren que hoy resulta demasiado peligroso ponerse del lado de Siria, en contra de Turquía. Lo cierto es que la semana pasada, en las negociaciones de Crans-Montana, la ONU, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Unión Europea de hecho respaldaron la ocupación militar turca en el norte de Chipre, a pesar de ser esta totalmente ilegal. Aunque en Occidente se ha puesto de moda criticar la dictadura de Erdogan, es evidente que la OTAN apoya sin reservas el despliegue militar turco en Chipre, en Siria y en Qatar.

Según la sabiduría popular, «a la Naturaleza le horroriza el vacío» y parece ser cierto porque fue Qatar el que acabó por ponerse en contacto con Damasco. Para el presidente sirio Bachar al Assad, el acercamiento de Qatar es menos importante que si hubiese sido Arabia Saudita… pero aún así es un logro porque siempre será un Estado menos en contra de Siria, cuando en realidad en este momento ya sólo se mantienen en guerra contra Siria –además de algunas transnacionales estadounidenses– el Reino Unido, Turquía e Israel.

El encuentro del 7 de julio de 2017, en la cumbre del G20 realizada en Hamburgo, entre los presidentes Vladimir Putin y Donald Trump parece haber cambiado muchas cosas. La reunión entre Trump y Putin, que debía durar sólo media hora, finalmente duró 4 veces ese tiempo, obligando a los demás jefes de Estado y de gobierno a esperar a que Putin y Trump terminaran su conversación. Todavía no se conocen las decisiones que tomaron los dos presidentes y sus respectivos ministros de Relaciones Exteriores… pero sí se sabe lo que negociaron.

Israel, Egipto y los Emiratos Árabes Unidos han propuesto poner fin a la guerra contra Siria, lo cual corrobora la victoria de Tel Aviv sobre la resistencia palestina. Esta última se ve actualmente dividida entre al Fatah, que gobierna Ramalah, y el Hamas, al mando en Gaza.

Pero al Fatah, hoy encabezado por Mahmud Abbas, ha ido hundiéndose en la corrupción y está colaborando abiertamente con Israel, mientras que el Hamas, creado por la Hermandad Musulmana, con la bendición inicial de los servicios secretos israelíes para debilitar a al-Fatah, se ha desacreditado, primeramente por sus actos de terrorismo contra los civiles, así como por su increíble comportamiento en la guerra contra Siria. De hecho, sólo Turquía e Irán mantienen su apoyo al Hamas, ahora rechazado por todos los demas Estados.

Sin ningún pudor, el Hamas, que ya en 2012 se alió a los servicios secretos israelíes y a al-Qaeda para masacrar a los dirigentes del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) en el campamento palestino de Yarmuk, en Damasco, ha implorado nuevamente el perdón de Tel Aviv.

Es ese el origen del increíble plan que consiste en reunir a las dos principales facciones palestinas, quitar el mando al viejo Mahmud Abbas –de 82 años–, reconocer un Estado palestino títere y ponerlo bajo la dirección… del general Mohammed Dahlan.

Mohammed Dahlan, es el líder de al-Fatah que se convirtió secretamente en agente de Israel, luchó contra el Hamas de forma salvaje y luego envenenó a Yasser Arafat. Al ser descubierto, Dahlan fue excluido de al-Fatah, huyó a Montenegro y la justicia palestina lo condenó en ausencia. Durante los últimos años, Dahlan residió en los Emiratos Árabes Unidos, donde administraba una fortuna de 120 millones de dólares malversados de los fondos de la Autoridad Palestina. En Gaza, ahora lo recibirían sus enemigos históricos miembros del Hamas, como Yahya Sinwar, el nuevo «primer ministro» de esa organización, un amigo de la infancia del propio Dhalan. Olvidando el pasado, el Hamas pondría a Dhalan, para empezar, a la cabeza de la lucha contra el Ejército del Islam, la rama palestina del Emirato Islámico (Daesh).

Si realmente llega a ponerse en práctica, ese plan marcaría la liquidación definitiva de la resistencia palestina, al cabo de 70 años de lucha.

Es en ese contexto que tenemos que ver el anuncio del acuerdo entre Putin y Trump sobre 3 regiones del sur de Siria. Se autorizaría en ellas el despliegue de tropas estadounidenses, supuestamente para mantener la paz, pero sería en realidad para crear una zona desmilitarizada entre el Golán sirio y el resto del país. Las tropas iraníes no estarían autorizadas a acercarse a Israel. De esa manera, el Golán, territorio sirio que Israel ocupa ilegalmente desde hace 40 años, sería considerado de hecho, y aunque nadie pronuncie esa palabra, como territorio anexado por la potencia ocupante. En octubre de 2018, se eligirían allí los consejos locales de las poblaciones, según la legislación de Israel. Rusia no se opondría… a cambio de que Estados Unidos olvide su actual obsesión con la cuestión de Crimea.

En el resto de Siria podría concluirse la paz, exceptuando la franja que los kurdos han arrebatado al Emirato Islámico y la que ocupan los turcos. Washington y Moscú permitirían que los turcos ajustaran cuentas a los kurdos, lo cual implica que estos últimos serían masacrados. Sucedería entonces exactamente lo mismo que cuando Henry Kissinger apoyó a los kurdos iraquíes contra Saddam Hussein… para acabar abandonándolos de la noche a la mañana, echando por tierra el sueño de creación de un Kurdistán. En definitiva, el ejército turco mantendría la ocupación de la región siria de Al-Bab, como ya ocupa el norte de Chipre y la región de Baachiqa en Irak.

Palestinos y kurdos pagarían así el error de haber luchado por obtener territorios que están fuera de sus tierras históricas –en Jordania y en Líbano, en vez de Palestina, y en Irak y Siria, en vez del Kurdistán.

Israel y Turquía serían así los dos únicos países en sacar alguna ganancia de los 6 años de guerra contra el pueblo sirio.

Thierry Meyssan

Red Voltaire

Artículo bajo licencia Creative Commons

La Red Voltaire autoriza la reproducción de sus artículos a condición de que se cite la fuente y de que no sean modificados ni utilizados con fines comerciales (licencia CC BY-NC-ND).

Fuente : Red Voltaire

viernes, 21 de julio de 2017

El primer corrupto suicidado





Fernando López Agudín

A una semana de la declaración de Mariano Rajoy ante la Audiencia Nacional, la aparición del cadáver de Miguel Blesa con un tiro en el pecho es la peor noticia que podía recibir el presidente del Gobierno.  Probablemente no es más que el suicidio de un delincuente que se creyó tan inmune como impune, pero no son pocos los que sugieren que el que fuera presidente de Bankia fue ayudado a pasar a mejor vida. No parece verosímil, pero el ambiente siciliano que envuelve al Partido Popular hace que no se pueda descartar esta hipótesis, tal como no lo descartan los investigadores. Es lo que le faltaba a la Moncloa. De la interminable cuerda de presos nombrados desde la sede del Gobierno- una buena parte ya enchironados , imputados o procesados– es el primero que ha sido sacado del escenario judicial con los pies por delante.

Blesa fue el símbolo del capitalismo de amiguetes del primer gobierno del PP, en 1996.  Junto con Juán Villalonga, otro íntimo de José María Aznar, impulsó ese tipo de emprendedor castizo que combinaba a Friedrich Hayek con los siete niños de Ecija. Mucha teoría neoliberal con una práctica delincuencial, aprovechando la apresurada sustitución de la peseta por el euro,– desaconsejada en su día por el presidente italiano Romano Prodi al presidente Aznar– que les permitió vender el marketing publicitario, sintetizado por aquella consigna castiza de “España va bien.”  Mal acompañado por Granados, González y Aguirre, convirtieron Madrid en una ciudad hermana del Chicago de los años treinta. La capital de España junto con Valencia fueron los laboratorios donde el PP ensayó la línea delincuencial que aplica desde 2011 en la Moncloa.

Caja Madrid fue, avant la lettre, la primera coalición del Partido Popular con el viejo PSOE , la vieja Izquierda Unida  e incluso con la vieja Comisiones Obreras, liderada entonces por José María Fidalgo, asiduo hoy de la FAES de José María Aznar. Sin estas siglas, el suicidado no hubiera podido protagonizar las tropelías que cometió. Miguel Blesa actuó en todo momento como la conexión bancaria que engrasaba la complicidad de estas organizaciones con el peculiar modo de gestión de este parvenu banquero, llegado al oficio de la mano de Aznar. Ni siquiera el golpe de talón bancario,  aquel famoso tamayazo que llevó fraudulentamente a Esperanza Aguirre a la presidencia del Gobierno de Madrid, pudo quebrar estas relaciones contra natura de las tres viejas direcciones de los dos partidos de izquierda y de un sindicato de clase con el PP.

Gracias a la ceguera de Fernández Ordóñez, nombrado gobernador del Banco de España por el presidente Rodríguez Zapatero, Blesa pudo hacer de su capa un sayo sin  que, tampoco,  Julio Segura, nombrado simultáneamente presidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores por ZP,  percibiera el cúmulo de irregularidades que envolvían la gestión bancaria de Blesa. Su asombro posterior, cuando estalló el escándalo de Bankia, recuerda al capitán Renaud, en la película Casablanca, manifestando su sorpresa ante el Casino ilegal del Café Rick mientras recogía los beneficios del juego. Blesa no era más que el continuador de aquella política del enriqueceos, de Carlos Solchaga, aplicada asimismo por sus discípulos, el vicepresidente Pedro Solbes y la vicepresidenta Elena Salgado

Ni Aznar, pese a que lo intentó denodadamente, pudo conseguir el apoyo abierto de la vieja Izquierda Unida, como Miguel Blesa en Bankia. Su bastante estrecha relación con Moral Santín, todo un antiguo dirigente del Partido Comunista de los Pueblos de España, liderado por el prosoviético Ignacio Gallego, le pudo permitir alcanzar algo parecido a un cierto compromiso histórico bancario con aquella Izquierda Unida. Pacto implícito, doblado por el acuerdo  con María Jesús Paredes, dirigente de la Federación de Banca de Comisiones Obreras, cuando el amigo de Aznar, José María Fidalgo, dirigía CCOO. Este doble aval , proporcionado por una izquierda radical, le facilitaba una paz social en el seno de la entidad bancaria y alguna respetabilidad política, como figura emblemática de una supuesta derecha civilizada.

El suicidio de Blesa se lleva a la tumba todos los secretos que rodearon esas muchas complicidades, sin las que  Miguel Blesa no hubiera podido ser Blesa. Esos acuerdos, que serán enterrados junto con su cadáver, son los que que hoy confluyen en un común denominador contrario a la consecución de una alternativa progresista en torno al PSOE y Podemos. Con retórica de derecha e izquierda, desde ángulos opuestos de un mismo triángulo de intereses, se argumenta por qué es mejor que siga gobernando Rajoy con apoyo de Rivera. Todo vale con tal de impedir que Sánchez e Iglesias puedan levantar las mullidas alfombras de la Moncloa. El cadáver de Miguel Blesa viene a recordarnos hoy que si el PP es una organización criminal, según la Guardia Civil, lo es porque desde entonces unas llamadas izquierdas, moderada y radical, miraron al tendido. Son ese viejo PSOE y esa vieja Izquierda Unida quienes compiten con el PP por romper la relación entre el PSOE y Podemos.
A una semana de la declaración de Mariano Rajoy ante la Audiencia Nacional, la aparición del cadáver de Miguel Blesa con un tiro en el pecho es la peor noticia que podía recibir el presidente del Gobierno.  Probablemente no es más que el suicidio de un delincuente que se creyó tan inmune como impune, pero no son pocos los que sugieren que el que fuera presidente de Bankia fue ayudado a pasar a mejor vida. No parece verosímil, pero el ambiente siciliano que envuelve al Partido Popular hace que no se pueda descartar esta hipótesis, tal como no lo descartan los investigadores. Es lo que le faltaba a la Moncloa. De la interminable cuerda de presos nombrados desde la sede del Gobierno- una buena parte ya enchironados , imputados o procesados– es el primero que ha sido sacado del escenario judicial con los pies por delante.

Blesa fue el símbolo del capitalismo de amiguetes del primer gobierno del PP, en 1996.  Junto con Juán Villalonga, otro íntimo de José María Aznar, impulsó ese tipo de emprendedor castizo que combinaba a Friedrich Hayek con los siete niños de Ecija. Mucha teoría neoliberal con una práctica delincuencial, aprovechando la apresurada sustitución de la peseta por el euro,– desaconsejada en su día por el presidente italiano Romano Prodi al presidente Aznar– que les permitió vender el marketing publicitario, sintetizado por aquella consigna castiza de “España va bien.”  Mal acompañado por Granados, González y Aguirre, convirtieron Madrid en una ciudad hermana del Chicago de los años treinta. La capital de España junto con Valencia fueron los laboratorios donde el PP ensayó la línea delincuencial que aplica desde 2011 en la Moncloa.

Caja Madrid fue, avant la lettre, la primera coalición del Partido Popular con el viejo PSOE , la vieja Izquierda Unida  e incluso con la vieja Comisiones Obreras, liderada entonces por José María Fidalgo, asiduo hoy de la FAES de José María Aznar. Sin estas siglas, el suicidado no hubiera podido protagonizar las tropelías que cometió. Miguel Blesa actuó en todo momento como la conexión bancaria que engrasaba la complicidad de estas organizaciones con el peculiar modo de gestión de este parvenu banquero, llegado al oficio de la mano de Aznar. Ni siquiera el golpe de talón bancario,  aquel famoso tamayazo que llevó fraudulentamente a Esperanza Aguirre a la presidencia del Gobierno de Madrid, pudo quebrar estas relaciones contra natura de las tres viejas direcciones de los dos partidos de izquierda y de un sindicato de clase con el PP.

Gracias a la ceguera de Fernández Ordóñez, nombrado gobernador del Banco de España por el presidente Rodríguez Zapatero, Blesa pudo hacer de su capa un sayo sin  que, tampoco,  Julio Segura, nombrado simultáneamente presidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores por ZP,  percibiera el cúmulo de irregularidades que envolvían la gestión bancaria de Blesa. Su asombro posterior, cuando estalló el escándalo de Bankia, recuerda al capitán Renaud, en la película Casablanca, manifestando su sorpresa ante el Casino ilegal del Café Rick mientras recogía los beneficios del juego. Blesa no era más que el continuador de aquella política del enriqueceos, de Carlos Solchaga, aplicada asimismo por sus discípulos, el vicepresidente Pedro Solbes y la vicepresidenta Elena Salgado

Ni Aznar, pese a que lo intentó denodadamente, pudo conseguir el apoyo abierto de la vieja Izquierda Unida, como Miguel Blesa en Bankia. Su bastante estrecha relación con Moral Santín, todo un antiguo dirigente del Partido Comunista de los Pueblos de España, liderado por el prosoviético Ignacio Gallego, le pudo permitir alcanzar algo parecido a un cierto compromiso histórico bancario con aquella Izquierda Unida. Pacto implícito, doblado por el acuerdo  con María Jesús Paredes, dirigente de la Federación de Banca de Comisiones Obreras, cuando el amigo de Aznar, José María Fidalgo, dirigía CCOO. Este doble aval , proporcionado por una izquierda radical, le facilitaba una paz social en el seno de la entidad bancaria y alguna respetabilidad política, como figura emblemática de una supuesta derecha civilizada.

El suicidio de Blesa se lleva a la tumba todos los secretos que rodearon esas muchas complicidades, sin las que  Miguel Blesa no hubiera podido ser Blesa. Esos acuerdos, que serán enterrados junto con su cadáver, son los que que hoy confluyen en un común denominador contrario a la consecución de una alternativa progresista en torno al PSOE y Podemos. Con retórica de derecha e izquierda, desde ángulos opuestos de un mismo triángulo de intereses, se argumenta por qué es mejor que siga gobernando Rajoy con apoyo de Rivera. Todo vale con tal de impedir que Sánchez e Iglesias puedan levantar las mullidas alfombras de la Moncloa. El cadáver de Miguel Blesa viene a recordarnos hoy que si el PP es una organización criminal, según la Guardia Civil, lo es porque desde entonces unas llamadas izquierdas, moderada y radical, miraron al tendido. Son ese viejo PSOE y esa vieja Izquierda Unida quienes compiten con el PP por romper la relación entre el PSOE y Podemos.
Fuente: Público.es



lunes, 10 de julio de 2017

Donald Trump ante el «Cuarto Poder»



por Thierry Meyssan

Al arrogarse el título de «Cuarto Poder», la prensa estadounidense se sitúa en un plano de igualdad con los 3 poderes democráticos reconocidos, a pesar de que los medios de prensa no gozan de ningún tipo de legitimidad otorgada por el Pueblo. Tanto en Estados Unidos como en el extranjero, esa prensa está desarrollando una gran campaña contra el presidente Trump, para desacreditarlo y provocar su destitución. Esa campaña comenzó la noche misma de la elección del actual presidente, o sea mucho antes de su llegada a la Casa Blanca, y está teniendo gran eco entre los electores favorables al Partido Demócrata y en los países aliados de Washington, donde la población está convencida de que el actual presidente de Estados Unidos no está en su sano juicio. Pero los electores que votaron por Donald Trump resisten a esa gigantesca campaña mientras que el ahora presidente logra luchar eficazmente contra la pobreza.
Red Voltaire | Damasco (Siria) | 4 de julio de 2017
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Se mantiene la campaña internacional de prensa para desestabilizar al presidente Trump. La máquina de injuriar que David Brock armó durante la etapa de transición entre la administración saliente de Barack Obama y la de Donald Trump [1] resalta cada vez que puede el carácter apresurado y la frecuente grosería de los tweets presidenciales. La Entente de medios difusión creada por la misteriosa ONG First Draft [2] repite incansablemente que la justicia está investigando presuntos vínculos entre el equipo de campaña del ahora presidente y los tenebrosos complots que se atribuyen al Kremlin.

Un estudio del profesor Thomas E. Patterson, de la Harvard Kennedy School, muestra que la prensa de Estados Unidos, del Reino Unido y de Alemania ya ha citado a Donald Trump el triple de veces que a los anteriores inquilinos de la Casa Blanca y que en los primeros 100 días de su mandato el 80% de los artículos eran claramente desfavorables a él [3].

Durante la campaña del FBI para forzar la renuncia del presidente Nixon [4], la prensa estadounidense se atribuyó el título de «Cuarto Poder», con lo cual implicaba que los propietarios de los medios de difusión tenían más legitimidad que el Pueblo mismo. Lejos de ceder a la presión, Donald Trump, consciente del peligro que representa la alianza entre los medios de difusión y el 98% de altos funcionarios que votaron contra él, declaró «la guerra a la prensa» en su discurso del 22 de enero de 2017, una semana después de su investidura. Por su parte, su consejero especial Steve Bannon declaraba al New York Times que la prensa se ha convertido de hecho en «el nuevo partido de oposición».

Pero lo más interesante es que los electores del actual presidente no le han retirado su confianza.

Recordemos aquí cómo empezó todo. Fue durante el periodo de transición, o sea antes de la investidura de Donald Trump. Una ONG llamada Propaganda or Not? lanzó la idea de que Rusia tenía previsto difundir, durante la campaña electoral estadounidense, una serie de informaciones falsas para torpedear a la candidata demócrata Hillary Clinton y favorecer la elección de Donald Trump. En aquel momento, nosotros subrayamos los vínculos de esa ONG con Madeleine Albright y Zbigniew Brzeziński [5]. La acusación contra Rusia, ampliamente repetida por el Washington Post, incluía una “lista de agentes” del Kremlin, entre los que se hallaba Red Voltaire. Pero nada, absolutamente nada, ha demostrado en ningún momento esta tesis del complot ruso.

Todos han podido comprobar que los argumentos que se esgrimen contra Donald Trump no son solamente los que habitualmente se manejan en la lucha política sino que vienen, evidentemente, del arsenal de la propaganda de guerra [6].

El premio a la mala fe podría otorgársele a la CNN, cuyo tratamiento de ese tema alcanza proporciones francamente obsesivas. CNN se vio incluso obligada a presentar excusas por haber transmitido un reportaje donde acusaba al banquero Anthony Scaramucci, estrechamente vinculado a Trump, de estar indirectamente a sueldo de Moscú. Pero CNN se encontró esta vez con la horma de su zapato porque Scaramucci es lo suficientemente rico como para darse el lujo de llevar a ese canal de televisión ante los tribunales por haberlo difamado con la transmisión de una acusación completamente inventada. Así que CNN tuvo que presentar excusas y los 3 periodistas de su grupo de investigación «dimitieron».
Posteriormente, el Project Veritas, del periodista James O’Keefe publicó 3 secuencias de videos grabados con cámara oculta [7]. En el primero de esos videos se ve a un supervisor de CNN declarar entre risas en un ascensor que las acusaciones de colusión del presidente Trump con Rusia son sólo «estupideces» que se transmiten «para la audiencia». En el segundo video, un presentador estrella de CNN y ex consejero del presidente Obama reconoce que toda esa historia es completamente absurda y en el tercero un productor de CNN declara que Trumo es un enfermo mental y que sus electores son «estúpidos como la mierda» (sic).
En respuesta, el presidente Trump colgó en la red un montaje de imágenes de sus tiempos de responsable de la WWE (la Federación estadounidense de lucha, espectáculo muy popular en Estados Unidos) donde él mismo aparece dándole una paliza a su amigo Vince McMahon –esposo de la secretaria de la administración Trump a cargo de las pequeñas empresas–, cuyo rostro es reemplazado por el logo de CNN. El montaje termina con la presentación de un logo modificado de CNN, sigla que se convierte en Fraud News Network, algo así como “Red de Noticias Fraudulentas”.

Todo este episodio nos muestra que en Estados Unidos, Donald Trump no tiene la exclusividad de la grosería y confirma que CNN –que en sólo 2 meses ha abordado la cuestión de la injerencia rusa más de 1 500 veces– no se dedica al periodismo y se burla de la verdad. Esto ya lo sabíamos desde hace tiempo, por haber seguido su tratamiento de los temas de política internacional, pero ahora se descubre que hace lo mismo en materia de política doméstica.

Aunque resulta mucho menos significativa, una nueva polémica ha surgido entre el presidente y los presentadores del programa matinal de MSNBC Morning Joe, que desde hace meses han venido criticando implacablemente al inquilino de la Casa Blanca. Uno de ellos, Joe Scarborough, es un ex abogado y parlamentario por el Estado de La Florida que aboga contra el derecho al aborto y por la disolución de los ministerios «inútiles», que según él son los de Comercio, Educación, Energía y Vivienda. Su compañera, tanto en sentido recto como en sentido figurado, Mika Brzezinski es una simple lectora de teleprompter que apoyaba a Bernie Sanders. En un tweet, el presidente los insultó identificándolos como «Joe el sicópata» y «Mika, la del bajo coeficiente intelectual». Nadie duda que tales calificativos estén cerca de la realidad, pero formularlos así no tiene más objetivo que herir el amor propio de ambos periodistas. En definitiva, los dos presentadores de Morning Joe publicaron en el Washington Post un texto donde ponen en duda la salud mental del presidente.

Mika Brzezinski es la hija del recientemente fallecido Zbigniew Brzezinski, uno de los personajes que manejan desde la sombra la ONG Propaganda or not? anteriormente mencionada.

La grosería de los tweets presidenciales no es un síntoma de locura. Dwight Eisenhower y sobre todo Richard Nixon fueron mucho más obscenos que Donald Trump y no por ello dejaron de ser grandes presidentes.

Trump no es tampoco un individuo impulsivo. En realidad, sobre cada tema, Donald Trump reacciona de inmediato con tweets agresivos. Después, lanza ideas en todos los sentidos, sin vacilar en contradecirse en diferentes declaraciones, y observa detenidamente las reacciones que estas suscitan. Finalmente, luego de haber llegado a crearse una opinión personal, se reúne con la parte adversa y generalmente llega a un acuerdo con ella.

Donald Trump ciertamente no tiene la buena educación puritana de un Barack Obama o una Hillary Clinton. Es más bien portador de la rudeza del Nuevo Mundo. A lo largo de su campaña electoral se presentó siempre como el hombre capaz de poner fin a las innumerables formas de deshonestidad que esa buena educación permite esconder en Washington. Y finalmente fue a él –no a la señora Clinton– a quien los estadounidenses pusieron en la Casa Blanca.

Por supuesto, cada cual está en su derecho de tomar en serio las declaraciones polémicas del presidente, encontrar que algunas son chocantes e ignorar las que dicen lo contrario. Pero no debe confundirse el estilo de Trump con su política. Al contrario, hay que analizar con precisión sus decisiones y sus consecuencias.

Veamos, por ejemplo, su decreto para impedir que entren a Estados Unidos los extranjeros cuya identidad el Departamento de Estado no tiene posibilidades de verificar.

Se observó que la población de los 7 países a cuyos ciudadanos se limitaba el acceso a Estados Unidos es mayoritariamente musulmana. De inmediato se vinculó ese factor a algunas declaraciones que el presidente había hecho durante su campaña electoral y se completó así el proceso de construcción del mito sobre un Trump racista. Se orquestaron una serie de procedimientos judiciales para obtener la anulación del «decreto islamófobo», hasta que la Corte Suprema confirmó que la medida era legal. Ante ese veredicto, se decidió pasar la página afirmando que la Corte Suprema se había pronunciado sobre una segunda versión del decreto que incluía una serie de concesiones. Y es cierto, sólo que esas concesiones ya figuraban en la primera versión, aunque redactadas de diferente manera.

Al llegar a la Casa Blanca, Donald Trump no privó a los estadounidenses de su seguro social, ni desató la Tercera Guerra Mundial. Lo que ha hecho es, al contrario, abrir numerosos sectores económicos que antes estaban tremendamente cerrados, lo cual favorecía a las grandes transnacionales. Está viéndose, además, un reflujo de los grupos terroristas en Irak, Siria y Líbano y una disminución palpable de la tensión en el conjunto del Medio Oriente ampliado, con excepción de Yemen.

¿Hasta dónde llegará este enfrentamiento entre la Casa Blanca y los medios de difusión, entre Donald Trump y ciertas potencias del dinero?
Thierry Meyssan


[1] «El “aparato Clinton” para desacreditar a Donald Trump», por Thierry Meyssan, Al-Watan (Siria), Red Voltaire, 28 de febrero de 2017.

[2] «El nuevo Orden Mediático Mundial», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 7 de marzo de 2017.

[3] «News Coverage of Donald Trump’s First 100 Days», Thomas E. Patterson, Harvard Kennedy School, 18 de mayo de 2017.

[4] Al cabo de 30 años de los hechos finalmente se supo que el misterioso personaje que se hacía llamar «Garganta profunda» y que alimentó con sus revelaciones el escándalo del Watergate era nada más y nada menos que W. Mark Felt, antiguo ayudante de J. Edgard Hoover y número 2 en la jerarquía del FBI.

[5] «La campaña de la OTAN contra la libertad de expresión», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 5 de diciembre de 2016.

[6] «Contra Donald Trump, la propaganda de guerra», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 7 de febrero de de 2017.

[7] «Project Veritas destapa una campaña de mentiras de CNN», Red Voltaire, 2 de julio de 2017.
Thierry Meyssan

Red Voltaire

Voltaire, edición Internacional

POR QUÉ MACRON FRACASARÁ

POR QUÉ MACRON FRACASARÁ








 Rafael Poch

 Grandes ambiciones, enérgico voluntarismo y poco apoyo popular. Son la base sobre la que el nuevo presidente de Francia quiere aplicar, con una nueva imagen, todo lo que ha fracasado en las últimas décadas. Para llegar a su engañosa victoria electoral, el joven Macron ha tenido que abolir la alternancia y casi el pluralismo institucional en Francia. Para hacer su tortilla ha incendiado la cocina. Esta victoria, que se va a defender con métodos autoritarios, será, seguramente, su mayor factor de derrota a medio y largo plazo.

 Kremlinología en el Elíseo

 Los gobiernos franceses suelen estar llenos de ministros que quieren ser presidentes. Personajes que conspiran y maniobran para ello desde sus cargos. Con François Hollande había unos cuantos cuyas ambiciones eran manifiestas; Arnaud Montebourg, Manuel Valls y el propio Emmanuel Macron, el más listo y discreto de todos ellos que acabó haciéndose con el trono. En el gobierno de Macron no hay rastro de esos “conspiradores ambiciosos”. El Presidente se ha vacunado contra el papel que él mismo jugó como ministro de Hollande. Si se exceptúa a Bruno Le Maire, un peso ligero de la derecha al frente de la economía (por si acaso, Macron le ha puesto como segundo a su más fiel colaborador Benjamin Griveaux), en el nuevo gobierno francés no hay políticos. Solo tecnócratas obedientes.

 En la foto de grupo que Macron se hizo el miércoles con sus ministros en el jardín del Elíseo, el Presidente rompió la tradición y se colocó no al frente, sino en medio de ellos. Parece más democrático, pero no es más que una cuestión de imagen: todo el mundo tiene claro quien es ahí “el jefe”, como se le llama en su entorno. Macron quiere ser un presidente “total”. Mandar mucho y hablar poco (“La palabra presidencial será rara”, ha dicho). Sus ministros serán disciplinados, no se admitirán filtraciones y si las hubiera serán sancionados. “Este gobierno tiene vocación de durar”, dijo después de la foto.

 Los medios de comunicación, en un 80% en manos de magnates que le apoyan, no han prestado gran atención al hecho de que han bastado treinta días para que el nuevo gobierno “irreprochable y ejemplar” sufriera su primera crisis: cuatro ministros salpicados por irregularidades económicas que han saltado de sus cargos. Pese a la corrupción estructural en la que están sumidos, a los medios de comunicación franceses les encanta derribar los ídolos que ellos mismos contribuyeron a crear. ¿Cuánto durará en su actual forma esta corrupta indulgencia mediática?

 Programa y objetivos

 Presentado como innovador y original, a menudo con fórmulas “nórdicas” y sofisticaciones conceptuales para camuflar simples y viejas políticas neoliberales de recorte social, el programa de Macron no tiene gran cosa de original: se trata de aplicar de una vez por todas en Francia el catálogo completo de Bruselas/Berlín.

 La narrativa habitual afirma que esa involución socio-laboral nunca se ha podido aplicar en Francia, país “conservador” con “exceso de Estado” y de funcionarios, y que esas reformas, “liberarán las energías del país”. En realidad se trata de imponer a la fuerza un recorte de pensiones del 20%, una bajada de salarios, un recorte de la función pública (120.000 funcionarios menos) y una “flexibilidad” que de alas a la precariedad.

 “Es el político anglófono y filo germano que Europa necesita”, dijo de él la revista Foreign Affairs. “Su ascenso pinta bien para los accionistas y empresarios que piden una reestructuración urgentemente necesaria del mercado laboral francés”, señala un comentarista de la agencia Bloomberg. “El salvador de Europa” delira en portada The Economist con un punto de interrogación. Y detrás de ellos, la habitual cacofonía de todo un ejército de papagayos.

 El objetivo es emular el “modelo alemán”, incrementando la franja de salarios bajos que en Alemania afecta al 22,5% de los asalariados (7,1 millones) y en Francia solo al 8,8% (2,1 millones). Con estas fórmulas se podrá llegar a los “satisfactorios” niveles de desempleo alemanes. El paro en Alemania es del 3,9% según Eurostat, y del 5,8% según la oficina federal de estadística alemana, que usa una contabilidad diferente a la europea. Pero desde hace años se conoce que, gracias a diversos trucos contables que barren debajo de la alfombra a sectores enteros de la población laboral, la cifra real de paro es bien superior, del 7,8% actualmente. Es decir, solo dos puntos menos que en Francia y con más precariado entre los asalariados y más pobreza entre los jubilados, un problema apenas existente en Francia. Alemania, que tiene una demografía languideciente, no es un modelo para Francia con su dinámica tasa de natalidad y su mayor necesidad de servicios públicos.

 Que Francia no ha hecho reformas en esa dirección, forma parte del mito. La intentona de Macron es la radical culminación de treinta años de hegemonía neoliberal en la política y en los medios de comunicación de Francia, algo que comenzó en 1974 Valéry Giscard d´Estaing, fue proseguido por Mitterrand (traicionando su programa inicial en 1983) y continuado desde entonces por todos los presidentes de “izquierda” y de derecha que ha conocido el país. La globalización quiere destruir una tradición nacional de estado fuerte particularmente apreciada por los franceses y que económicamente funciona mucho mejor de lo que se dice.

 En términos generales el modelo político de Macron es la “marktkonforme Demokratie” (la democracia adecuada al mercado) de la Señora Merkel, incluida la marginalización de la oposición parlamentaria. La empresa y la meritocracia nunca habían estado tan presentes en el gobierno. Los sectores privilegiados nunca habían pesado tanto (por encima del 70%) en el cuerpo de diputados.

 Ideológicamente Macron es, según la definición del fundador de Attac Peter Wahl, “una mezcla programática de relato liberal de izquierda-verde-alternativo (cuestiones de género, minorías sexuales, medio ambiente, europeísmo y cosmopolitismo), modernismo start-upista digital en la línea “uber para todos”, un subidón make France great again, y un neoliberalismo casi a la Margaret Thatcher con rostro humano”.

 Su hoja de ruta es “gaidarista” (por Yegor Gaidar, el autor de la “terapia de choque” rusa): introducir rápidamente y por decreto una involución socio-laboral a partir del verano, y contener la contestación social que seguirá mediante la introducción en el derecho común, a partir del otoño, de los preceptos liberticidas de las medidas de excepción contenidas desde noviembre de 2015 en el “estado de urgencia” aún vigente.

 En Rusia, la “terapia de choque” de Gaidar (1991) precisó de un golpe de estado (1993). Francia no es Rusia, pero Macron tiene muchas posibilidades, y todas las posiciones, para ser el Presidente autoritario de Francia.

 También tiene muchas posibilidades de fracasar, por su política socio-laboral errada e impuesta, y porque su base social y electoral (la Francia de los de arriba y el voto del 16% del censo) es reducida. La suma de ambas cosas arroja una legitimidad débil (que contrasta mucho con su aplastante mayoría absoluta en las instituciones y medios de comunicación) y convierte en temeraria su autoritaria ambición de enderezar a Francia acabándola de destrozar.

 Las ambiciones y los riesgos

  Solo un joven de 39 años, convencido de su propia genialidad y de que no debe nada a nadie, y que desconoce el fracaso, puede aunar tal explosiva relación entre ambiciones y riesgos. La devaluación  salarial y de pensiones del 20% que se busca, fracasará porque hundirá la demanda interna y aumentará el paro en Francia. Macron debería incrementar los salarios, pero incluso si quisiera no podría, porque está aprisionado por el esquema alemán que domina Europa. Su consigna europea, “La Europa que protege”, está en contradicción directa con el programa neoliberal, es decir con el proyecto europeo. La situación de las cuentas públicas francesas para cumplir con el dogma alemán del 3% de déficit y los otros requisitos, se anuncia complicada. En el remoto supuesto de que el macronismo intentara una política alternativa en Europa, debería renegar del actual proyecto europeo. Si no hace nada, continuará alimentando todo eso que hoy hace soberanistas a más de la mitad de los franceses. El ministro de Economía francés, el peso ligero Bruno Le Maire, es totalmente incapaz de enfrentarse al peso pesado alemán Wolfgang Schäuble.

 Macron tiene grandes ambiciones. Dice que su presidencia supondrá, “un renacimiento de Francia y espero que de Europa”. La simple realidad es que su fracaso sembrará el caos en Francia, donde la indignación tomará el relevo a la indiferencia y a la sorda decepción actuales, y por extensión agravará la situación en esa Unión Europea que busca salidas a su complicado embrollo en la militarización y el belicismo, la “Europa de la defensa”.

 El primer adversario de Macron será, una repetición, aumentada, de lo que se vio la pasada primavera: una alianza de la juventud y del sindicalismo radicalizado que podría empujar hacia una gran revuelta. Para valorar si eso puede dar lugar a serias convulsiones, basta comprender una cosa: que la situación actual no tiene alternativa institucional.

  Para llegar a donde ha llegado, Macron y las fuerzas oligárquicas que lo auparon en el último ciclo electoral han tenido que dinamitar la alternancia y casi el pluralismo institucional en el país (el incendio de la cocina). En las instituciones francesas ya no hay más que un solo partido. El conglomerado macronista, ampliado a sus satélites (socialistas y conservadores “constructivos” hacia el Presidente), tiene el 80% de los diputados cuando obtuvo el voto real del 16% de los franceses.

 Esta victoria, será a medio y largo plazo su mayor factor de derrota, porque esa abolición condena a la oposición a un estatuto “antisistema”: cualquier fuerza social que se oponga al macronismo tendrá que cambiar el régimen. Un escenario muy ruso, que recuerda al drama de la autocracia, pero en Francia.

El autoritarismo macronista que se anuncia es el último cartucho del establishment para disolver/cambiar Francia. Su fracaso no tendrá alternativa en el actual marco institucional, la V República, y probablemente, tampoco en el actual sistema. A partir de este pronóstico, se admiten todas las apuestas…
Fuente: La Vanguardia

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