MOSUL
Por Andre Vltchek*
Este artículo está dedicado a Serena Shim. Porque los dos estuvimos cubriendo una historia casi idéntica. Porque ella está muerta y yo sigo vivo. Porque era valerosa. Porque incluso cuando la amenazaban y estaba atemorizada no detuvo su fervorosa búsqueda de la verdad y porque mientras existan personas como ella que trabajen, luchen y mueran por la humanidad, no estará todo perdido, ¡todavía!
El tiempo es sombrío; llovizna y una densa niebla cubre todo el campo. Después de salir de Erbil, capital de la Región Autónoma Kurda de Irak, aparecen grandes y pequeños puestos de control militares y policiales; como fantasmas, a ambos lados y en medio de una vieja y gastada autopista que se construyó en los años de Sadam Hussein.
Inmensas banderas kurdas ondean en los puestos de control. Hay otras más pequeñas en los parachoques de los coches.
“No podemos desacelerar, a menos que los guardias ordenen que nos detengamos”, explica mi conductor, mientras pasamos cerca de montañas de sacos de arena y de los agresivos cañones de las ametralladoras. “Tienen órdenes de disparar sin previo aviso”.
No nos detenemos, pero fotografío cada vez que puedo, incluso a través del parabrisas.
Conducimos por la carretera que lleva directamente a Mosul, la ciudad tomada por el Estado Islámico [EI) o como se conoce aquí, en árabe, Da’ish, en junio de 2014.
Mi conductor está asustado. Toda la región está tensa y esta vez incluso la ciudad de Erbil (también conocida como Arbil) tampoco se ha librado. El 19 de noviembre, un coche bomba estalló frente a la oficina del gobernador matando a 6 personas e hiriendo a docenas. Casi de inmediato el EI asumió la responsabilidad, declarando que su objetivo es propagar la inseguridad en el enclave kurdo del norte de Irak, que es prooccidental.
Nuestro coche vuela literalmente sobre baches y pozas, al lado derecho de la carretera hay inmensas instalaciones de perforación de petróleo y refinerías apenas visibles, pertenecientes a KAR, la compañía petrolera kurda. Las llamas de las refinerías arden confiadamente y hay innumerables camiones cisterna con placas turcas estacionados o circulando a lo largo de carreteras principales y secundarias.
Pronto pasamos Kalak Town, también conocida como Khabat. Fue un importante puestode control a través del cual los refugiados de Mosul huían hacia la región kurda, miles cada día, después de la ofensiva sorpresa del EI. Había puestos de varias agencias de las Naciones Unidas, así como personal de todo tipo de ONG, espías de innumerables países y fuerzas armadas con diferentes uniformes.
Ahora solo está la carretera y algunos puestos de frutas. La carretera está destruida, destrozada, como casi todo el país de Irak que ha sido desbaratado, ensangrentado y descorazonado.
Un poco más adelante hay un inmenso puesto de control que termina con un muro de bloques de hormigón. Ahora es el fin de la autopista. Alrededor hay antenas y torres de vigilancia, todoterrenos y vehículos militares.
“No podemos ir más lejos”, dice mi conductor. “El EI está solo a algunos kilómetros. Nadie puede ir más lejos”.
Pero lo tengo todo organizado. Unos minutos de conversación, unas tazas de té caliente y sigo más allá del puesto en un Toyota Land Cruiser conducido personalmente por un comandante de batallón kurdo de la policía militarizada Zeravani (parte de las fuerzas armadas peshmergas), el coronel Shaukat.
Conducimos hacia el gran muro de hormigón y al llegar muy cerca me doy cuenta de que hay un pequeño túnel suficientemente ancho para vehículos militares. Pasamos a través de él y el campo se abre ante nosotros, se vuelve abierto y ancho, y aceleramos hacia la ciudad de Mosul.
La carretera está totalmente vacía y es espectral. Hay unas ametralladoras distribuidas holgadamente alrededor de la cabina del todoterreno. Hay una bajo mis pies; en realidad tengo que apoyar el pie sobre ella. Mecánicamente, me aseguro de que esté bloqueada.
A unos kilómetros del puesto, hay un inmenso muro de arena y luego, un poco más lejos, uno más. Los muros cortan a través de 4 pistas de la autopista, dejando solo un estrecho pasadizo.
“Solían ser las líneas fronterizas entre nosotros y el EI”, explica el coronel. “Puede ver cómo estamos empujándolas más lejos y más atrás, hacia Mosul”.
Hay recuerdos de la guerra a lo largo de la autopista:
“Este coche explotó destruido por un atacante suicida”, sigue diciendo el coronel. “El EI también destruyó el camión cisterna que está por allá, mientras lo forzábamos hacia Mosul y los montes”.
Y repentinamente la carretera termina. Hay un río y un puente totalmente destruido.
“¡El río Khazer!” el coronel se emociona. “Ellos –el EI– estaban por doquier en esta área. Volaron el puente… Destruyeron mi puesto de control, ¿lo ve allá lejos?”
Todo se ve triste por aquí, totalmente arruinado. Pero hay un nuevo puente militar, de metal, de una sola pista. Unos pocos combatientes se acercana nosotros.
“Forzamos a retroceder al EI”, me dicen nuevamente.
“¿A qué distancia estamos de Mosul?” pregunto.
“A 7 kilómetros”, dicen, "máximo 10”.
No lo creo. Tengo un sistema de navegación en mi teléfono y parece que estamos por lo menos a 15 kilómetros de la ciudad arruinada.
“¿Y dónde está ahora la posición más cercana del EI?
Los militares kurdos me llevan al puente militar provisorio y agitan las manos hacia los montes, al sudoeste de nuestra posición.
“Están allí, en esos montes. Y nos siguen disparando día y noche.”
“¿Morteros?” pregunto.
“Esos no. Los morteros no llegan tan lejos. Están disparando obuses de artillería calibre 155. Los reciben de Irán”.
“¿Estáis seguros de que vienen de Irán?” pregunto.
“Nos lo dicen…” No pregunto quién lo hace.
Cerca del puente está la aldea Sharkan, totalmente vacía y despoblada.
El coronel vuelve a hablarme: “Lo conduciré a través de las aldeas”, dice. “Tomaremos un desvío. Los estadounidenses bombardearon al EI destruyendo todo aquí el 9 de septiembre. Entonces nosotros atacamos y recuperamos este territorio. Perdimos algunos hombres… Perdimos al capitán Rashid… Perdimos a un soldado al que conocía, su nombre era Ahmad. El EI también mató a numerosos soldados peshmergas. Varios soldados murieron porque todo por aquí estaba minado”.
Conducimos directamente a esas ruinas: aldea Sharkan, luego Hassan Shami.
“Esta es la aldea del exministro de Defensa, me dice el coronal. “Esta era su casa”.
Casi todo está arrasado, pero la mezquita sigue en pie. Las bombas cayeron en innumerables casas y hay escombros por todas partes.
“¿Cuántos civiles murieron?” pregunto por instinto.
“Ni uno”, me dicen. “¡Lo juro! Les proporcionamos mucha inteligencia, de modo que las fuerzas de EE.UU. sabían qué bombardear”.
Me extraño… Casa tras casa: todo está destruido.
Los soldados del ejército kurdo salen continuamente de la niebla mientras conducimos por esa tierra desolada. Aquí hay muchos uniformes diferentes, pero todos saludan al coronel. Algunos incluso vienen y lo besan.
Nadie vive en las aldeas, ya no. Las aldeas fueron "liberadas", pero destruidas. La gente murió o huyó. O quizá a los supervivientes les ocurrieron otras cosas, no pregunto porque sé que no me lo dirían.
“¿Tienen planes de liberar Mosul?” pregunto.
“No vamos a tomar Mosul”, dice el coronel en uno de los puestos de detención y después de algunas reuniones con militares. Otros asienten. “No tenemos nada que hacer con esa ciudad… Solo queremos recuperar lo que es nuestro.”
Mientras conducimos de vuelta a la base Khazer, me dicen que el contingente del EI que combate por aquí es verdaderamente "internacional". Recientemente las fuerzas kurdas mataron a tres combatientes chechenos, cuatro afganos, dos alemanes y dos o tres libaneses.
Repentinamente me doy cuenta de que el coronel habla un perfecto inglés, algo muy poco usual en esta parte del mundo. Y se identifica con un solo nombre.
“Coronel Shaukat”, pregunto, “¿Dónde aprendió a hablar tan bien inglés?”
Muesta una amplia y radiante sonrisa: “En EE.UU. y en el Reino Unido. Pasé 2 años en el Reino Unido y 14 años en EE.UU., donde me entrenaron. También recibí entrenamiento en Austria…”
“¿Dónde exactamente fue entrenado en EE.UU.?”
“En Carolina del Norte”, responde.
En la base, nos sentamos en unas alfombras con unos 10 oficiales kurdos. De nuevo bebemos té. Distribuyo mis tarjetas de visita, pero el coronel solo me da su número de teléfono: “No hay tiempo para internet, ¡pero vuelva cuando quiera! Aquí nos gustan los verdaderos corresponsales de guerra”.
Entrevisto a dos doctores en Mosul, mediante un llamado de larga distancia, mientras vamos de camino a Erbil; los teléfonos celulares siguen funcionando.
“El EI ya no mata”, me dicen. “Los que tenían que morir ya están muertos. Ahora uno fuma y le cortan un dedo. Si trabaja durante la hora de la plegaria lo castigan. Han matado a musulmanes chiíes, kurdos, y cristianos… Tenían una lista de la gente a la que debían asesinar… Ahora Mosul grita de dolor: no tenemos medicinas, leche, pañales para niños, alimentos…”
Por la noche tomo una taza de té con un viejo científico, un físico nuclear llamado Ishmael Khalil, originalmente de la Universidad de Tikrit, ahora refugiado. Estamos en el antiguo salón de té del centro de Erbil. Habla:
“Destruyeron todo lo que tenía… Los estadounidenses son el principal motivo de esta locura, por la destrucción total de Irak. No lo digo solo yo, pregunte a cualquier niño y le dirá lo mismo… Todos pertenecíamos a una gran y orgullosa nación. Ahora todo está fragmentado y arruinado. No tenemos nada, todos nos hemos convertido en mendigos y refugiados en nuestro propio país”.
Machko Chai Khana es una verdadera institución: un viejo y tradicional salón de té incrustado en los muros de la antigua Ciudadela de Erbil. Es donde se reúnen muchos pensadores y escritores locales, donde toman el té y juegan a los naipes.
Ahora los intelectuales locales se codean con refugiados provenientes de todo Irak y de tan lejos como Siria.
“Me dedicaba a enseñar y a crear, contribuía a la construcción de mi país. Entonces invadieron y destruyeron Irak. No puedo hacer nada, ahora… No tengo nada… Ahora solo duermo y como. Y es exactamente lo que quiere Occidente, ¡quieren destruir nuestras mentes!”
Mientras, el profesor Khalil revisa su Smartphone, mostrándome fotos de su universidad, de su oficina y de sus exalumnos.
“Escapé hace cinco meses, después de que mi universidad fuera devastada por el EI. Todos sabemos quienes le respaldan: los aliados de Occidente: Arabia Saudí, Catar y otros… A menudo sueño con mi país como era antes, bajo Sadam Hussein. La infraestructura era excelente y la gente era rica. Había mucha electricidad, agua… Había educación y cultura para todos…”
Ahora la Región Autónoma Kurda de Irak (con Erbil como capital) trata de presentarse como relativamente estable y crecientemente próspera, "no como el resto de Irak". Posee parte de las mayores reservas de petróleo del mundo y por eso atrae inmensas inversiones de Occidente. Mientras el resto de Irak está bañado en sangre, descomponiéndose económica y socialmente, "no se permite" que esta parte del país "colapse", debido a la importancia estratégica que tiene para EE.UU. y Europa.
Hay extranjeros por doquier. Me detienen en un puesto de control, durante una hora, antes de la ciudad de Kirkuk, supuestamente para un interrogatorio de rutina y "por mi propia seguridad"; veo un convoy de varios Toyota Land Cruiser blancos del Gobierno, que aceleran hacia Erbil, con un hombre occidental con gafas de sol sentado detrás de una enorme ametralladora montada en la parte trasera del primer vehículo.
En un hotel de lujo, el Rotana, comparto ascensor con un tipo británico que camina descalzo, un mayordomo lleva sus botas inmundas.
“¡Arruiné mis botas en el desierto! confiesa el occidental sonriendo a su sirviente. “Enseño a disparar a la gente, ¿sabe? ¿Le gusta disparar?”
“¡Oh sí, señor!” responde el hombre que lleva las botas sucias. Probablemente es de Siria, un refugiado. Se muestra muy ansioso de complacer. “¡Me gusta tanto disparar, señor!”
Los extranjeros controlan la producción de petróleo, se "ocupan de los temas militares", dirigen los hoteles e incluso trabajan aquí como masajistas, meseros y trabajadores domésticos. Los occidentales están a cargo de los negocios y hay turcos, libaneses, egipcios, sirios, indonesios, y gente del subcontinente haciendo todo tipo de trabajos de administración, calificados, así como de ínfima importancia.
Turquía está invirtiendo considerablemente y ha estado construyendo de todo aquí, desde torres para oficinas con brillantes cristales y acero hasta el nuevo aeropuerto internacional en las afueras de Erbil. Es el socio comercial más importante del Kurdistán Iraquí, seguido de Israel y EE.UU.
Turquía, incondicional aliada de Occidente y de Israel, también está profundamente involucrado "políticamente". Algunos de mis amigos académicos en Estambul realmente afirman que dirige casi todo el Kurdistán Iraquí.
A pesar de toda esa propaganda positiva y exagerada que difunden sobre el Kurdistán iraquí los medios de masas occidentales, el lugar se siente caótico e incluso deprimente. Como cualquier país o región del mundo que se encuentra bajo el control total de intereses empresariales y geopolíticos occidentales, el Kurdistán Iraquí se orienta sobre todo a la explotación de recursos naturales y al abandono de su propio pueblo. Mientras crecen las desigualdades en los ingresos, se hace muy poco para mejorar los niveles de vida de la mayoría empobrecida, sin educación y profundamente frustrada.
Como explicó un importante gerente (proviene de un país árabe, y no se atreve a revelar su identidad oficialmente) de uno de los hoteles de lujo de Erbil:
“Éramos jóvenes y dispuestos a cualquier aventura; queríamos vivir el mundo. Y nos dijeron: ‘¡aprovechad la oportunidad y venid a Erbil! ¡Pronto se convertirá en otro Dubai! Pero mírelo ahora después de todos estos años: la gente es muy pobre y no existe infraestructura alguna. Básicamente no hay alcantarillado y la electricidad falla constantemente, tenemos apagones durante largas horas cada día y todos los hoteles tienen que usar sus propios generadores. ¿Se puede imaginar un país con tanto petróleo y constantes apagones? Quieren ser independientes de Irak, pero han terminado en el abrazo letal de los extranjeros, occidentales, turcos e israelíes dirigen su país. Es perfecto para los ricos, para las elites. Solo los ricos y los corruptos se benefician de la manera en que está estructurado este país. Aquí no hay ni una fábrica sólida… Siempre me pregunto qué van a comer cuando se les acabe el petróleo.”
Conduzco a la refinería Erbil, que pertenece a KAR (un conglomerado petrolero local), ubicada en el distrito Khabat, en la ciudad Kawrkosek (también conocida como Kawergosk), a solo 40 km al oeste de la ciudad Erbil. El ejército, la policía y los paramilitares están por doquier, protegiendo las instalaciones. Hay camiones cisterna turcos estacionados a todo lo largo de la carretera. Pero al conducir solo unos minutos más, subiendo un cerro, la miseria me grita estruendosamente a la cara.
Hablo con el señor Harki, cuya casa está frente a la refinería. Está indignado, como la mayoría de los ciudadanos comunes:
“Todo esto es para los ricos… Todo esto es para las corporaciones y nada para la gente. Esta compañía petrolera se ha apoderado de nuestra tierra. Dijo que recibiríamos compensación: dinero, combustible, puestos de trabajo… ¡Pero hasta ahora no hemos recibido nada! Estoy muy enojado. Ahora mi familia está enferma: tenemos problemas respiratorios, el aire es simplemente terrible”.
Unos kilómetros más allá, lejos de la carretera, toda el área está contaminada con basura e inmundos cementerios de coches. Todo tipo de cercas, incluso algunas de alto voltaje, dividen la tierra, tal como sucede en el resto del Kurdistán Iraquí.
En la ciudad de Kawergosk veo a varias mujeres musulmanas recogiendo algunas raíces, al lado de la carretera, obviamente para llenar los estómagos de sus familias.
No lejos de ellas, diviso una escuela pública primaria. Está muy deteriorada y es extremadamente simple.
Obviamente esta comunidad musulmana está desatendida a pesar de los pozos de petróleo y las refinerías cercanas. No es sorprendente: el régimen prooccidental de Erbil es abiertamente antiárabe y prooccidental. El presidente Barzani habla repetidamente del carácter eurasiático de su enclave, rebatiendo que tenga nada que ver con un indeseable carácter árabe propio de Medio Oriente.
Una directora de escuela alta, hermosa y orgullosa, lleva un pañuelo. Entro rápidamente en su oficina, y luego voy más despacio y me disculpo. Le hago solo una pregunta: "¿Llegan aquí, a su escuela, al sector educacional, algunos de los ingresos de todas esos campos petroleros y refinerías?"
Su respuesta es breve y precisa, como mi pregunta: “¡No, nada! ¡Nuestra gente y nuestros escuelas no reciben absolutamente nada!”
Pero la cantidad de millonarios kurdos aumenta, así como la cantidad de limusinas de lujo y vehículos todoterreno, así como los ostentosos centros comerciales para las elites, así como los ejércitos de arrogantes guardias de seguridad, locales e importados.
Como en tantos otros estados "clientes" de Occidente, en el Kurdistán Iraquí no es seguro si todos esos hombres que exhiben sus ametralladores protegen realmente al país de los terroristas o defienden a las elites de las masas empobrecidas.
No lejos de los campos petroleros hay un inmenso campo de refugiados; es para los exiliados sirios,
Después de negociar mi entrada logro preguntar al director del campo –Khawur Aref– ¿cuántos refugiados están acogidos aquí?
“14.000”, responde, “y cuando lleguen a 15.000, será imposible administrar este lugar”.
Yo quería saber si todos los refugiados que viven allí provienen realmente de Siria.
“Son todos de la parte norte de Siria; de la Siria kurda. Casi todos son kurdos; hay muy pocos árabes.”
Me dicen que no haga entrevistas, pero en todo caso logro hablar con varios refugiados, incluyendo a Ali y su familia, quienes llegaron de la ciudad siria de Sham.
Quiero saber si se interroga a todos los recién llegados. Así es. Les hacen preguntas, sobre si están a favor o contra el presidente Bashar al-Asad. Sí, lo están: todos los que responden esas preguntas y más… Y si una persona –una persona verdaderamente desesperada, necesitada y hambrienta– responde que apoya el gobierno de Bashar al-Asad y que llegó porque Occidente está destruyendo su país, ¿qué pasaría? Jamás se permitiría que su familia se quedara en Kurdistán Iraquí.
Dentro de la magnífica ciudadela, uno de los sitios habitados desde hace más tiempo en la Tierra, que es ahora Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, Sarhang, restaurador del impresionante Museo textil kurdo, está tan descontento de su país, como casi toda la gente de Ebril y alrededores:
“Supuestamente estamos seguros, pero hace solo unos días, el 19 de noviembre, una bomba mató a 6 personas a solo unos minutos a pie desde aquí. El EI reivindicó la responsabilidad. Ahora, como puede ver, nadie se atreve a caminar por aquí y el museo está vacío. Pero no es el único problema que enfrentamos. Mire los suburbios de Erbil: están construyendo nuevos apartamentos de lujo para las elites locales y para extranjeros. ¡Un apartamento vale unos 500.000 dólares! ¿Quién puede pagar eso? El dinero que se gana aquí desaparece, se lo llevan los extranjeros y nuestros corruptos funcionarios y hombres de negocios. Casi no hay transporte público, y la infraestructura es extremadamente mala…”
De vuelta en Machko Chai Khana, el profesor Ishmaeal Khalil eleva la voz mientras el propietario del salón de té toca antiguas canciones del gran cantor egipcio Am Khalthom:
“Los kurdos hacen un doble juego: dicen una cosa a Occidente, otra al Gobierno iraquí. Francia, Alemania o EE.UU. apuestan claramente por un Kurdistán ‘independiente’. Occidente quiere dividir Irak de una vez por todas. Ya han creado una profunda división entre chiíes y suníes e irán mucho más lejos. Arabia Saudí, Catar, Jordania, Egipto, Turquía, todos son aliados de EE.UU. y están involucrados en el proyecto. Quien habla contra el plan es hombre muerto.”
Repentinamente deja de hablar y mira alrededor. Luego cambia de tema: “Hoy, otra vez, no hay electricidad en Erbil”.
Recuerdo algunas de las últimas palabras del coronel kurdo Shaukat, pronunciadas cerca del frente con el EI: “Nuestros aliados son EE.UU., el Reino Unido, Francia y otros países occidentales”.
Como para confirmar sus palabras, a unos 40 kilómetros, en las puertas del Aeropuerto Internacional de Erbil, hay jets que acaban de llegar directamente de Frankfurt, Viena, Ankara, Estambul y muchas otras "ciudades amigas": Lufthansa, Austrian Airlines, Turkish Airlines y algunos 747 sin identificación.
Hay un creciente nerviosismo en los alrededores y en la ciudad de Kirkuk, que se encuentra sobre inmensos depósitos de petróleo y está gobernada desde hace unos meses por los kurdos y el Gobierno iraquí de Bagdad.
Me dicen: “Algunas fuerzas antioccidentales operan allí, ahora mismo”.
Parece que a casi nadie le gusta el gobierno de Bagdad y a nadie, excepto a algunos kurdos en el Kurdistán Iraquí le gustan los occidentales.
No es ningún secreto que el EI fue bienvenido en Mosul y otros sitios, por los ciudadanos desesperados. Pero muchos, o la mayoría de los ciudadanos iraquíes educados, los ven como una especie de pesadilla cotidiana, un vástago de los movimientos clientes de EE.UU. y Europa, creados y armados a fin de destruir la Siria del presidente al-Asad.
Todo esto es un juego extremadamente peligroso. Millones de personas han muerto durante las últimas décadas en todas partes de Medio Oriente víctimas de los bárbaros juegos geopolíticos occidentales, víctimas de los aliados de Occidente: en Irak, Irán, Siria, Líbano, Palestina y en todo el mundo árabe.
A personas personas como Serena Shim, una periodista libanesa-estadounidense que cubrió esos horrendos eventos para Press TV, las amenazan. Si no dejan de trabajar y de decir la verdad, los asesinan, exactamente lo que le ocurrió a ella.
Mientras tanto los hombres de negocios y funcionarios locales corruptos, pero sobre todo extranjeros, están desvalijando el Kurdistán Iraquí, sistemáticamente.
Y queda muy poco en el resto de Irak.
Como se ha hecho extremadamente común, los ladrones y asesinos se autodenominan "liberadores" y buenos samaritanos.
Irak sangra, pero no se permite que casi nada de la verdad penetre en el resto del mundo sobre el terrible destino de este país que otrora fue conocido como cuna de nuestra civilización.
Andre Vltchek es novelista, cineasta y periodista de investigación. Ha cubierto guerras y conflictos en docenas de países. El resultado es su último libro: “ Fighting Against Western Imperialism”.
Fuente: Counterpunch
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