por Juan Carlos Monedero
En la España democrática, por fortuna, nadie puede decir que una víctima del terrorismo recibió un tiro en la nuca porque se lo había buscado. Saltaríamos con la indignación a punto de reventar en el cuello. Nadie entendería cualquier rebaja de responsabilidad de un asesino endosándole a un guardia civil, un militar, un político o un niño que pasaba por ahí culpa alguna en su muerte. En esa esquina del dolor algo hemos avanzado.
Sin embargo, día tras día, hay necios que escriben con puñal que se atreven a decir que a las mujeres asesinadas les cabe su parte de culpa en su muerte. Amparados en ese lugar que entregan los anuncios a las mujeres, en ese humor repartido en bares y dormitorios sobre las mujeres, en esa ausencia en grandes empresas, iglesias, rectorados, generalatos, secretarías generales, de mujeres. No puedes tuitear sobre asesinos de la dictadura pero puedes echar palas de estiercol sobre los cadáveres de las víctimas del machismo.
Algunos matan a las mujeres dos veces. Hoy, otro sucedáneo de escritor ha vuelto a vomitar -y unos cuantos periódicos, algunos financiados con esos dineros que no quieren fiscalizarse, se lo han publicado – que hay mujeres asesinadas que, en verdad, lo que han hecho ha sido suicidarse.
Escupe Manuel Molares, comentando el asesinato en Rivas Vaciamadrid con el que empezamos dolorasemente el año, que ” Mujeres así se convierten voluntariamente en esclavas sexuales de posibles asesinos. Los siguen suicidamente por el placer físico que les proporcionan”. Por si no queda claro, lo titula así: “Víctimas de su sexismo”. La mujer asesinada en Rivas se lo merecía, porque era “estúpida”. Asesinada y asesina.
Hay algo quizá aún más terrible en estas opiniones indignas y contrarias a la convivencia democrática: la negación de fondo de que una mujer que decide necesita un castigo. La basura que escribe Molares se asienta en una idea extendida que reposa en la cotidianeidad de nuestras sociedades: las mujeres no pueden tener la libertad de los hombres. Una mujer que toma decisiones sobre el placer sexual tiene que estar dispuesta a cargar con la culpa. Incluido el asesinato. Quien piensa así, es, como se decía después de la barbarie nazi, un asesino de escritorio. Esas opiniones no se amparan en la libertad de expresión, sino en la impunidad de sociedades patriarcales que siguen considerando a las mujeres como se consideraba a los esclavos en la Grecia clásica. Horrorizan. No nos las merecemos.
Y si el título de este artículo no nos escandaliza, tendremos que hacérnoslo mirar.
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