lunes, 17 de noviembre de 2014

Brasil: la gran división

 

FABELAS EN RÍO DE JANEIRO

 

Las elecciones de Brasil suscitaron una gran atención en los medios de comunicación a nivel mundial. En gran medida, estos hicieron una cobertura hostil de la candidata Dilma Rousseff, en lo que fueron celosamente acompañados por los “grandes media” brasileños. El paroxismo del odio contrario al PT llevó a una revista de amplia circulación, Veja, a encaminarse por una vía probablemente ilegal. El New York Times en ninguna ocasión se refirió  a la candidata del PT sin el epíteto de “exguerrillera”. Con la misma inconsistencia de siempre, no se le ocurriría a este periódico, o a tantos otros que siguen su línea, referirse a la “excomunista” Ángela Merkel o al “exmaoísta” Durão Barroso, o incluso al “comunista” Xi Jinping, presidente de China. Los intereses que sustentan a esta prensa corporativa esperaban y querían que la candidata del PT fuese derrotada. El terrorismo económico de las agencias de rating, de The Economist, del Financial Times y de la bolsa de valores buscó condicionar a los electores brasileños y asumió una virulencia sorprendente, tomando en cuenta la moderación del nacionalismo desarrollista brasileño y el hecho evidente de que son sobre todo factores mundiales (léase, China) los que afectan el ritmo de crecimiento de países como Brasil.

¿Por qué razón tanta y tan desesperada hostilidad?

Los factores externos: la nueva Guerra Fría

Hay razones externas e internas que solo parcialmente se sobreponen. De ahí la necesidad de analizarlas por separado. Las razones externas son mucho más profundas que el mero apetito del capital internacional por las grandes privatizaciones del presal y de Petrobras, o que la violencia de la respuesta del capital financiero ante cualquier límite a su voracidad, por muy moderado que sea. Brasil es hoy el ejemplo internacionalmente más  importante y consolidado de la posibilidad de regular el capitalismo para garantizar un mínimo de justicia social e impedir que la democracia sea totalmente capturada por los dueños del capital, como sucede hoy en Estados Unidos y está ocurriendo un poco en todas partes. Y Brasil no está solo. Solo es el país más importante de un continente donde muchos otros países (Venezuela, Argentina, Chile, Bolivia, Ecuador, Uruguay) buscan soluciones con la misma orientación política general, aunque diverjan en la dosis de nacionalismo o de populismo (tal y como Ernesto Laclau, no condeno en bloque ni a uno ni a otro). Además, estos países han procurado construir formas de solidaridad regional que no pasan por la bendición norteamericana, al contrario de lo que sucedía antes.

¿Cuál es el significado global de esta rebeldía? Ella configura una nueva Guerra Fría. Una Guerra Fría ya no entre el capitalismo y el socialismo, sino entre el capitalismo neoliberal global, sin vestigio nacionalista o popular, y el capitalismo con alguna dimensión nacional y popular, o capitalismo socialdemócrata o socialdemocracia capitalista. Este último capitalismo puede asumir muchas formas y puede llegar a estar presente tanto en Rusia como en China, en India o en África del Sur, o sea, en los llamados BRICS. El fin de la Guerra Fría histórica no fue solo el fin del socialismo en su versión histórica; fue también el fin de la socialdemocracia europea, la única entonces existente, pues a partir de ese momento el capitalismo se sintió liberado de su obligación de sacrificar sus lucros inmediatos para garantizar la paz social siempre amenazada por la existencia de una  alternativa potencialmente más justa. En ese momento terminó el capitalismo del breve siglo XX y se buscó reconstruir  El Dorado, más mítico que real, de la acumulación del siglo XIX. Fue entonces solemnemente declarado el fin de la historia y la ausencia de alternativa al capitalismo neoliberal.

Fue así que la Guerra Fría desarmó a la socialdemocracia europea. Pero, contradictoriamente, hizo posible la emergencia de la socialdemocracia latinoamericana. No olvidemos que América Latina fue una de las grandes víctimas de la Guerra Fría histórica. Durante este periodo, el capitalismo solo hacía concesiones socialdemócratas en Europa, pues a ello obligaba la tragedia de dos grandes guerras. Fuera de Europa, en cambio, las zonas de influencia del capitalismo eran tratadas con la máxima violencia para liquidar cualquier posibilidad de alternativa. Esa violencia contemplaba guerra financiera, ajuste estructural, desestabilización social y política, e intervención militar. En África, todos los países que pretendieron una solución socialista fueron llamados al orden, desde Gana a Tanzania y Mozambique. En América Latina, el “patio trasero” del Imperio, Cuba había sido una distracción imperdonable. La respuesta fue inmediata. Como decía poco tiempo después de la Revolución cubana el enviado de Fidel Castro a varios países de América Latina, Regis Debray, los Estados Unidos aprendieron más rápidamente la lección de Cuba que la izquierda latinoamericana. También aquí los mecanismos de intervención fueron varios, unos menos violentos que otros, de la Alianza para el Progreso a las dictaduras brasileña, chilena y argentina.

La osadía de América Latina en los últimos quince años consistió en construir una nueva Guerra Fría, aprovechando, como en la anterior, un momento de flaqueza del capitalismo hegemónico. Entrampado desde los años noventa del siglo pasado en el Oriente Medio para saciar el insaciable complejo industrial militar y su avidez de petróleo, el Imperio dejó que avanzasen en su patio formas de nacionalismo y de populismo que, al contrario de las anteriores, ya no buscaban las exiguas clases medias urbanas, sino la gran masa de los excluidos y marginados. Tenían, pues, una fuerte vocación de inclusión social. Esta emergencia fue también posible gracias a un descubrimiento copernicano hecho por un gran líder mundial llamado Lula da Silva. Ese descubrimiento, simple como todos los descubrimientos genuinos, consistió en ver que el ímpetu democratizador que venía desde la lucha contra la dictadura había preparado a la sociedad brasileña para una opción moderada por los pobres, como el mismo Lula en sus orígenes. Se trataba de una opción que la Iglesia católica había asumido durante un tiempo y luego abandonó cobardemente. No se trataba de socialismo, sino tan solo de un capitalismo sujeto a algún control político con el objetivo de realizar políticas de Estado relativamente desvinculadas de los intereses directos e inmediatos de la acumulación capitalista. Este descubrimiento transformó la naturaleza de la hegemonía en Brasil y se convirtió rápidamente hegemónica en el continente. Digo hegemónica porque los propios adversarios tuvieron que usar sus términos para boicotearla y porque su vocación inclusiva se expandió rápidamente hacia otras áreas, especialmente a la inclusión étnico-racial. La sociedad brasileña se hacía más inclusiva en el preciso momento en que se reconocía no solo como sociedad injusta, sino también como sociedad racista, y se disponía a minimizar tanto la injusticia social como la injusticia histórica étnico-racial.

El hecho de que este descubrimiento no haya quedado confinado a Brasil y se haya propagado a otros países, cada uno con trazos específicos de sus trayectorias históricas, combinado con el hecho de que en otros continentes, por otras vías, surgieron formas convergentes de rebeldía al capitalismo neoliberal supuestamente sin alternativa, dio origen a una nueva Guerra Fría. Esta sufriría un golpe fuerte si el país que más avanzó en este campo decidiese volver al redil neoliberal y se comportara como un buen rebaño, tal como está sucediendo en Europa, que durante algún tiempo resistió al destino que le fue dictado por la caída del Muro de Berlín.

De ahí la enorme inversión hecha para derrotar a la presidenta Dilma. Al final, el descubrimiento brasileño reveló una vitalidad que, quizá, ni sus propios protagonistas esperaban. Pero obviamente no se espere que el capitalismo neoliberal global desista. Se siente suficientemente fuerte para no tener que convivir con el statu quo europeo anterior a la caída del Muro. Recurrirá pues al boicot sistemático de la alternativa, por más moderada e incompleta que sea. Tal vez no incluya las formas más violentas que en el pasado llevaron a intervenciones de “cambio de régimen” en países grandes de América Latina y que hoy se limitan a países pequeños como Haití (2004), Honduras (2009) y Paraguay (2012). Serán acciones de desestabilización social y política, aprovechando el descontento popular, financiando ONG con posiciones “amigas”, proveyendo consultoría técnica para el control de las protestas, y así obteniendo informaciones cruciales. Esta intervención será más evidente en países como Venezuela y Argentina, dada la urgencia de poner fin al antiimperialismo chavista o peronista. Pero en todos los países con gobiernos de centroizquierda se esperan acciones de desestabilización interna.

Los factores internos: el colonialismo interno

Como señalé, la superposición entre los factores externos e internos existe, aunque no sea total. La agresividad de los grandes medios de comunicación, la desesperación que llevó a algunos de ellos a cometer actos probablemente criminosos, se asienta en el interés de la gran burguesía por recuperar el control pleno de la economía y obtener los lucros extraordinarios de las privatizaciones a ejecutar. En esa medida, la gran burguesía brasilera no es más que el brazo brasileño de una burguesía transnacional bajo la égida del capital financiero. No habiendo sido capaz de derrotar a la candidata del PT, seguirá presionando abiertamente (y es probable que tenga éxito) para que se conforme un equipo económico instalado en el corazón del gobierno que satisfaga los “imperativos de los mercados”.

Este brazo brasileño del capital transnacional arrastró consigo importantes sectores de la clase media tradicional e incluso de la nueva clase media, que es un producto de las políticas de inclusión de los gobiernos del PT. Y también estos sectores asumieron el discurso de la agresividad que convierte al adversario en enemigo. Este discurso no puede explicarse únicamente por razones de clase. Hay factores que son específicos de una sociedad forjada en el colonialismo y la esclavitud. Son funcionales a la dominación capitalista, pero operan a través de marcadores sociales, formas de subjetividad y sociabilidad que poco tienen que ver con la ética del capitalismo weberiano. Se trata de la línea abismal que separa al pobre del rico y que, por estar lejos de ser sólo una separación económica, no puede ser superada con medidas económicas compensatorias. Puede, por el contrario, ser intensificada por ellas.

Desde la óptica de los marcadores sociales colonialistas, el pobre es una forma de subhumanidad, una forma degradada de ser que combina cinco formas de degradación: ser ignorante, ser inferior, ser atrasado, ser vernáculo o folklórico y ser perezoso o improductivo. El rasgo común a todas ellas es que el pobre no tiene el mismo color de piel que el rico. Estamos hablando, por tanto, de colonialismo inscrito en las relaciones sociales que a menudo se desdobla en colonialismo en las relaciones entre regiones (sur versus norte), la forma más conocida de colonialismo interno (del norte de Italia con relación al sur; del sur de Brasil en relación con el norte).

En los términos de este colonialismo de la sociabilidad, las condiciones naturales de inferioridad pueden suscitar lo más noble que hay en los seres superiores, pero siempre bajo la condición de que los inferiores en ningún caso pretendan ser iguales que ellos. Esta subversión sería más impensable y destructiva que la subversión comunista. Claro que los seres inferiores pueden creer en el principio de igualdad que escuchan de la boca de los superiores (nunca de su corazón) y luchar por la igualdad. Les beneficia luchar solos porque ello los vuelve más civilizados, y es bueno para la sociedad porque obviamente nunca conseguirán sus objetivos y acabarán reconociendo el carácter natural de la desigualdad.

El hecho de que el poder político de la época Lula identificara esta línea abismal y tratara de superarla mediante políticas compensatorias y de antidiscriminación racial que ayudaran a los inferiores al abandono de su condición de inferioridad es un insulto a la nación biempensante y un desperdicio criminal de recursos. En este caso concreto, tuvo también otra consecuencia: el encarecimiento inoportuno del servicio doméstico que, tal y como está organizado en Brasil, es una herencia directa del mundo de Los maestros y los esclavos [1].

Vale la pena tener en cuenta que el ideario colonialista no es el monopolio de las clases dominantes y sus aliados. Habita en las mentes de quienes más sufren sus consecuencias. Y habita, sobre todo, en las mentes de aquellos que fueron ayudados a salir de su estatuto de inferioridad, pero que activa y rápidamente se olvidan de la ayuda para pensar tan bien como piensa la sociedad biempensante, la sociedad de este lado de la línea abismal en la que acaban de integrarse. Me refiero a los sectores de la llamada nueva clase media.

La mejor respuesta

Las razones anteriores no pretenden explicar las diferencias jugadas en la disputa electoral. Únicamente pretenden explicar su agresividad. Una vez ganadas las elecciones, el gobierno tiene que centrarse en las diferencias sin olvidarse de la agresividad. No es fácil definir la mejor respuesta, pero es fácil prever cuál será la peor. La peor respuesta será pensar que, como la victoria fue estrecha, el PT sólo consiguió retrasar cuatro años su paso a la oposición y que, siendo así, no vale la pena el esfuerzo de cambiar las políticas seguidas hasta ahora e incluso tal vez resulte conveniente rebajar el nivel de confrontación con la derecha. Esta será la peor respuesta porque, con ella, el PT no sólo podría retrasar cuatro años su pasaje a la oposición, sino que quizá podría tardar muchos más en salir de ella.

Veamos, pues, posibles líneas de respuesta que no retrasen derrotas, sino que consoliden la hegemonía de la sociedad más inclusiva y diversa y obligue a la derecha a cambiar los términos de la disputa electoral en los próximos años y en función de esa nueva sociedad.

Políticas sociales. La victoria se logró gracias a los pobres que por primera vez se sintieron apoyados para cruzar la línea abismal y gracias a la militancia aguerrida de quienes se solidarizaron con ellos después de haber visto la línea abismal y disgustarse con lo que vieron. La primera orientación consiste en no frustrar las expectativas de quienes lucharon por la victoria de la candidata Dilma Rousseff. Contrariamente a lo que pensaron algunos analistas del PT en estado de pánico, las manifestaciones de junio del año pasado no fueron un caldo de cultivo de la derecha. En el frente de lucha por Dilma, hubo algunos movimientos que protagonizaron las manifestaciones. Esto muestra que el descontento fue real, aunque a veces su intensidad haya sido manipulada. Y también muestra que el beneficio de la duda dado al Gobierno del PT por los manifestantes de ayer y hoy no volverá a repetirse. La expectativa es ahora más fuerte que nunca. Si no es satisfecha, particularmente en las áreas de la educación, la salud, la calidad de vida urbana, medio ambiente, economía campesina y demarcación de las tierras indígenas, la frustración será irreversible y corrosiva.

La reforma política. La reforma política es el objetivo más reclamado por las fuerzas progresistas y el más bloqueado por un Congreso que, gracias a la patología de la representación generada por el sistema actual, no es el espejo de la diversidad social, política y cultural del país. Casi ocho millones de brasileños exigieron un plebiscito popular para la convocatoria de una asamblea constituyente exclusiva. En situaciones tan distintas como las de Ecuador y Colombia, esta fue la solución encontrada para desbloquear un impasseinstitucional semejante al que amenaza Brasil. Es muy importante acabar con la financiación corporativa de los partidos o aplicar efectivamente el principio consagrado por la “ley de la ficha limpia” (no haber sido nunca incriminado  por corrupción) para los cargos públicos. Pero no es suficiente. Todo el sistema de gobernabilidad tiene que cambiarse. ¿Cómo se puede explicar que dos de los partidos que apoyaron a la candidata Dilma Rousseff hayan sido los oponentes más feroces del candidato a gobernador, Tarso Genro, cuya propuesta de gobierno representa lo más genuino que hay en el horizonte del PT? Sin una profunda reforma política, no habrá reforma tributaria y, sin ésta, Brasil continuará siendo un país injusto a pesar de todas las políticas de inclusión.

La participación popular. Dado el bloqueo institucional que se avecina, los movimientos sociales probablemente tendrán que volver a la calle y ejercer presión política para que el gobierno de Dilma se sienta apoyado en las reformas que quiere acometer. Será este el test decisivo para la presidenta Dilma. Para ser llevado a cabo con éxito, son necesarios dos aprendizajes recíprocos, ambos cruciales. Los movimientos populares tienen que aprender a no dejarse manipular por los grandes medios de comunicación, interesados en radicalizar sus demandas siempre que se circunscriban al gobierno y no incluyan el sistema económico y financiero, este último uno de los más depredadores del mundo en las sociedades democráticas. Y tienen igualmente que aprender a detectar y denunciar a los agitadores profesionales infiltrados en su interior, una realidad con la que sin duda hay que contar dado el contexto internacional que he mencionado. A su vez, la presidenta Dilma tiene que aprender a hablar con quien no habla el lenguaje tecnocrático. Tiene que superar la impactante distancia mantenida con los movimientos sociales en su primer mandato. Tiene que saber lidiar con el hecho de que la participación popular oscilará entre dos formas, la institucional y la extrainstitucional (en calles y plazas), y debe tener la lucidez de saber que la segunda forma será más fuerte mientras más débil y partidarizada sea la primera.

Justicia y tierras indígenas y quilombolas. El sistema judicial tiene una misión democrática que cumplir en la que el gobierno no debe interferir. Pero el gobierno puede crear condiciones que faciliten o, por el contrario, obstaculicen esa misión. La Presidenta se ha ganado la credibilidad necesaria para asumir su parte de responsabilidad en la lucha contra la corrupción. Pero también tiene que asumir la defensa de la ley cuando favorece a sectores históricamente marginados y excluidos, como los pueblos indígenas, los afrodescendientes y campesinos en general. Mantener al actual ministro de Justicia es un acto de hostilidad respecto a los pueblos indígenas cuyas tierras dependen de firmas que el ministro ha pospuesto ostensiblemente.

Una política de los media. La derecha nunca es agradecida con los gobiernos que no salen de su base socioeconómica, por más favores que le hagan. A diferencia de otros gobiernos progresistas del continente, el gobierno popular brasileño no quiso luchar por una nueva normativa que impidiese a los grandes medios ser el principal elector de la derecha. Si el gobierno espera que esta actitud benevolente fuese interpretada como una rama de olivo enviada a ellos para auspiciar una convivencia civilizada, estaba rotundamente equivocado, como bien mostró la campaña electoral. El caso de Río Grande do Sul es quizá uno de los más representativos de este estado de cosas que convierte a los medios de comunicación corporativos en los principales electores de la derecha. Hay, pues, que seguir adelante con tanta determinación como moderación en esta área. El apoyo a los medios comunitarios y alternativos será un buen comienzo.

Notas

[1] Casa-Grande e Senzala (1933) es una obra del antropólogo y escritor Gilberto Freyre que trata sobre la formación de la sociedad brasileña.

Boaventura de Sousa Santos

Boaventura de Sousa Santos es sociólogo. Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra. Sus últimos libros en español: Si Dios fuese un activista de los derechos humanos (Madrid, Trotta 2014) y, de próxima aparición, con Maria Paula Meneses, Epistemologías del Sur (Madrid, Akal).

FUENTE: PUBLICO.ES

jueves, 6 de noviembre de 2014

¿Cómo será la política de Estados Unidos después de la elección parlamentaria de medio término?

 

por Thierry Meyssan

Desde mayo de 2014, la Casa Blanca ha venido posponiendo la publicación de su estrategia de seguridad nacional. En realidad, el presidente Obama se da cuenta de que su equipo –aunque logra lidiar con los acontecimientos mejor que el anterior– es incapaz de presentar un análisis coherente de la situación mundial y de definir su doctrina. En todo caso, la previsible pérdida de la mayoría demócrata en ambas cámaras del Congreso debería obligarlo a buscar nuevos colaboradores.

RED VOLTAIRE | DAMASCO (SIRIA) | 3 DE NOVIEMBRE DE 2014

 

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El presidente Obama con el jefe de su equipo de trabajo McDonough

Los electores estadounidenses votarán el 4 de noviembre una renovación en la composición del Congreso. Es evidente que el Partido Demócrata saldrá derrotado. Se prevé que los republicanos lograrán incrementar su mayoría en la Cámara de Representantes y obtener en el Senado la mayoría que ahora ostentan los demócratas, lo cual reducirá el margen de maniobra del presidente Barack Obama.

Ese cambio no ayudará a esclarecer el comportamiento de Washington en materia de relaciones internacionales. Las relaciones de la administración Obama con su socio israelí están atravesando una grave crisis de confianza en momentos en que Washington se prepara para la conclusión de un acuerdo con la República Islámica de Irán. Existe además una grave división en el seno de la administración Obama sobre los principales temas del momento: la crisis con la Federación Rusa resultante de la cuestión ucraniana, la guerra contra el Emirato Islámico (o Daesh) y la manera de abordar la posible epidemia de ébola en el mundo occidental.

Durante la formación de su segunda administración, Barack Obama excluyó a todos aquellos que –aunque defendían públicamente su política– en realidad la saboteaban con sus actos. Y sustituyó a aquellos rivales por individuos fieles, que obedecieron sus orientaciones dando muestras de lealtad pero que al parecer carecen de imaginación y creatividad.

En todo caso, el resultado es que hasta este momento, y contrariamente a sus obligaciones, la Casa Blanca todavía no ha redactado y dado a conocer su doctrina de seguridad nacional, doctrina que debería haber presentado al Congreso en el pasado mes de mayo.

A la hora de tomar sus decisiones, el presidente parece apoyarse en un equipo cada vez más restringido: su consejera en materia de seguridad nacional Susan Rice y el jefe de su equipo de trabajo cuando se trata de cuestiones diplomáticas y el jefe del Estado Mayor Conjunto, general Martin Dempsey, en lo tocante a los temas militares. Aunque mantiene una relación de confianza con sus secretarios de Estado y de Defensa, John Kerry y Chuck Hagel, el presidente Obama parece verlos sólo como simples ejecutores.

Los principios de la Casa Blanca

Este reducido equipo actúa siguiendo varios principios.

- En primer lugar, sus miembros estiman que Washington debe tener más cuidado al escoger sus socios. En el pasado, recibían el visto bueno quienes defendían en sus países los intereses de las transnacionales y se comprometían a votar en las instituciones internacionales como quería Washington. Hoy no basta con eso. Ahora hay que demostrar ser capaz de mantenerse en el puesto y de desempeñar por largo tiempo el papel asignado.

- En segundo lugar, los miembros del actual equipo presidencial consideran que no hay que desplegar los grandes medios para resolver detalles. Por ejemplo, en materia de contraterrorismo lo que hay que hacer es concentrarse en evitar acciones masivas en vez de perder tiempo en la búsqueda de hipotéticos «lobos solitarios».

- Y, finalmente, aunque este equipo persiste en mantener el respaldo estadounidense a la colonia judía de Palestina, ya no considera confiable a la administración israelí y prefiere tratar directamente con sus Fuerzas de Defensa [1] .

Las posiciones de la Casa Blanca

En cuanto a los temas “calientes”, esos principios llevan la Casa Blanca a priorizar las siguientes posiciones:

- Hay que reconocer que Ucrania es un Estado fallido y que sus dirigentes son incapaces y corruptos. El presidente Petro Porochenko elogió públicamente a conocidos colaboradores de la ocupación nazi y su primer ministro, Arseny Yatseniuk, fue atrapado en el aeropuerto cuando trataba de huir con dinero robado gracias al puesto que ocupa. Así que no son socios en los que Estados Unidos pueda confiar tanto como para desafiar a Rusia. Por lo tanto, para conservar una carta en la manga hay que dejar que siga agravándose la situación en la región de Donbass… pero también hay que renunciar a la idea de empujar Moscú a la guerra.

- Luego de 3 años de guerra, la Coalición Nacional Siria sólo cuenta con el apoyo de una reducidísima minoría de sirios. Así que no está en condiciones de gobernar y tarde o temprano habrá que restablecer relaciones normales con el presidente sirio Bachar al-Assad. La prioridad, en este momento, es crear un entorno regional que obligue a Siria e Irak a no perturbar el Orden Mundial cuando cesen las hostilidades. Por lo tanto hay que destruir las instalaciones chinas en Irak –Pekín se había convertido en el cliente más importante del petróleo iraquí– y garantizar que el Ejército Árabe Sirio se mantenga por lo menos durante una década tan ocupado con los problemas internos que no pueda estar en condiciones de enfrentarse a Israel. Y también habrá que buscar la manera de conservar el control sobre los yihadistas, que parecen demasiado envalentonados con la victoria que se les regaló en bandeja de plata.

- Para terminar, el ébola no representa de ninguna manera una amenaza para Occidente. No pasa de ser un pretexto para justificar el despliegue de las tropas del AfriCom [2] en África occidental. Pero ahora habrá que hacer frente a la histeria que se ha apoderado del público estadounidense. El Centro para el Control de Enfermedades (CDC) basado en Atlanta (Georgia) ha demostrado su ineficacia y tendrá que sufrir las consecuencias.

El problema es que esas posiciones son simples reacciones antes los acontecimientos en vez de anticiparse a ellos. Permiten manejar la situación pero no constituyen una política. Así que el presidente Obama está en busca de nuevos colaboradores que le propongan nuevas formas de ver el mundo.

La Casa Blanca y el Estado Profundo

Queda por ver si cuando la Casa Blanca llegue a trazar una estrategia podrá insertarla o no en el margen de maniobra que le deja la estructura del Estado Profundo. Por el momento, el presidente Obama ha tenido que echarse atrás en los dos objetivos que se había trazado durante su campaña electoral: la tortura y el tema nuclear.

- Seis años después, todavía no se sabe qué es lo que impide el cierre del campo de prisioneros de Guantánamo ni qué impide la publicación del informe senatorial sobre el uso de la tortura bajo la administración Bush. Parece, por lo pronto, que ese informe contiene elementos que podrían provocar la apertura de investigaciones sobre otras cuestiones. Denis R. McDonough, el ya mencionado jefe del equipo de trabajo de la Casa Blanca, viajó a California para discutir el asunto con la senadora Dianne Feinstein y tratar de llegar a una solución.

- Lo más importante es que Barack Obama se ha visto obligado a reactivar la carrera armamentista, a pesar de que había prometido a sus electores un mundo sin armas atómicas. Pero el Estado Profundo no está dispuesto a renunciar a la superioridad que ya tenía. Y el Premio Nobel de la Paz ha decido modernizar el arsenal nuclear de Estados Unidos.

Thierry Meyssan

 

[1] Un colaboradorador de Obama calificó hace poco a Benyamin Netanyahu de «gallina», cf. “The Crisis in U.S.-Israel Relations Is Officially Here”, por Jeffrey Goldberg, The Atlantico, 28 de octubre de 2014.

[2] El AfriCom, creado en 2007, es el Mando de las tropas de Estados Unidos en África. Nota de la Red Voltaire.

lunes, 3 de noviembre de 2014

LA INANIDAD DAÑÍNA DE LA UE


LOS PADRES FUNDADORES

La actual crisis ha puesto en evidencia las graves carencias y contradicciones de la Unión Europea (UE). Es por ello que a nuestro parecer sus causas hay que buscarlas más allá de la coyuntura económica a partir de 2007, sino en su propia configuración como proyecto neoliberal. Las grietas abiertas en la UE no son solo el resultado ante los estragos de una crisis, sino también consecuencia de las respuestas para enfrentarla. Una respuesta que, como veremos, resulta carente de argumentos democráticos que la legitimen.
Punto de partida. El fracaso de un modelo neoliberal
Sin ánimo de idealizar el período precedente, la creación de la Unión Europea (UE) supone un punto de inflexión en el proceso de construcción europea. La firma del Tratado de Maastricht en 1992 implicaba una institucionalización del neoliberalismo en Europa. Pero en realidad podemos fijar una fecha alternativa, el 1 de julio de 1990, cuando se firma la libre circulación de capitales como significativo primer paso hacia ese modelo de Europa neoliberal.
La viabilidad de la UE implicaba la capacidad de hacer converger en un mismo espacio a economías con importantes asimetrías en sus especializaciones y capacidades productivas, en niveles de renta, protección social… Esto no supone en sí mismo un problema, pero exige articular una serie de mecanismos y políticas comunes en materia de inversiones, equiparación de necesidades sociales básicas, etc. Todo ello coordinado en unas instituciones comunitarias democráticas. Sin embargo, al anteponer la liberalización financiera, se coloca el carro por delante de los bueyes, siendo los mercados quienes pasan a ser considerados en sí mismos como instituciones a cuyo criterio los Estados han de supeditarse disciplinariamente. Resulta significativo al respecto que el símbolo de la nueva ciudadanía europea quedase reducido a una moneda.
El punto de partida de la UE es pues el de unas importantes asimetrías entre sus Estados miembros y los esperados automatismos de mercado su principal elemento vertebrador. Además, las instituciones europeas se conforman en un complejo aparato burocrático sin control democrático y un Parlamento Europeo muy limitado en sus funciones.
En consecuencia, si bien la crisis se evidencia en la UE a partir de 2008 procedente del crac financiero en Estados Unidos, sus determinantes se remontan más atrás en el tiempo. Coincidimos así con otros autores, cuando señalan que la crisis iniciada en el verano de 2007 al otro lado del Atlántico constituye más un punto de llegada que de partida. La crisis no surge en la UE pero pone en evidencia sus graves fallas estructurales. De igual modo, aunque nos centremos aquí en el caso europeo, éste ha de encuadrarse en un contexto más amplio de crisis internacional, que obedece a múltiples causas pero que evidencia el fracaso del régimen neoliberal imperante a escala global.
Tras una fugaz primera respuesta vía gasto público, el discurso oficial cambió, sobre todo a partir de la crisis griega en 2010, para responsabilizar a la deuda pública como factor causante de la recesión. Se obvia con ello que el endeudamiento precrisis se concentraba mayormente en el sector privado, sobre todo empresas y bancos. También en Grecia. La liberalización de la cuenta de capital y los desequilibrios financieros, tanto en la eurozona como a escala global, propiciaron un modelo de crecimiento impulsado por el crédito privado canalizado por la banca, sobre todo en Europa, donde los bancos tienen un mayor protagonismo sobre el conjunto del sector financiero. El rescate bancario no comenzó en la periferia, sino en el núcleo de la eurozona y Reino Unido, dada su elevada exposición en EE.UU.
Los problemas para la banca periférica vinieron por otro lado. No tenían una elevada exposición en los mercados estadounidenses, pero dependían sobremanera de la financiación externa para ofrecer sus préstamos. La caída de Lehman Brothers en 2008 cortó los mercados internacionales de crédito y dejó a estos bancos sin acceso a financiación mayorista. En esta situación carecían de capacidad para prestar y como la demanda interna se mantenía vía crédito, al caer éste la demanda sencillamente se desplomó. El problema en la periferia revertía en los bancos de las principales economías de la UE porque una parte de su actividad financiera se hallaba precisamente en prestar a esos bancos de la periferia que buscaban financiación externa.
El problema de gobernabilidad en la UE se complicó especialmente en la eurozona. Sin duda por las múltiples carencias de su unificación monetaria pero sobre todo, y vinculado a ello, el hecho de que acreedores y deudores compartan una misma área. La lentitud en la toma de decisiones en las autoridades europeas, ya sea la Comisión en Bruselas o el BCE en Fráncfort tiene a nuestro juicio mucho que ver con este hecho. También la naturaleza de la respuesta en forma de medidas de “austeridad”. El tiempo no es una variable neutral. La falta de decisiones y el bloqueo liderado por Alemania permitían que esos bancos, especialmente germanos y franceses, se deshiciesen de activos de las economías periféricas en dificultades.
De igual modo, las políticas de recortes son para rescatar a los pretendidos rescatadores. En este sentido, la dinámica del proceso recuerda a la de América Latina. Dos son al menos los factores comunes a destacar: uno, el problema de impago se niega durante años mientras los bancos prestamistas reparan sus balances; y dos, la aplicación de severos programas de ajuste exigidos por los acreedores precisamente para maximizar la recuperación de sus empréstitos.
Resulta especialmente elocuente la actitud del BCE. A menudo las críticas se centran en su prohibición de financiar directamente a los Estados miembros. Al respecto coincidimos con la necesidad de un banco central que actúe también como prestamista de último recurso para los gobiernos y no solo para los bancos. Pero cabe advertir que esta misma restricción la tienen los principales bancos centrales del mundo, incluida la Reserva Federal, el Banco de Inglaterra o el Banco de Japón, entre otros. El elemento distintivo y llamativo del BCE está en su actitud con las compras de deuda soberana en los mercados secundarios. Nada se lo impide y forma parte normal de las operaciones de mercado abierto en cualquier banco central como mecanismo para regular la liquidez en los mercados financieros. Pero la posición de algunos países, de nuevo encabezados por Alemania, consideró que esto era un rescate encubierto a Estados. Ante la agudización de los problemas en dos economías periféricas de gran tamaño, como son España e Italia, a partir de 2011 las compras se hicieron inevitables ante el riesgo de que su acceso a los mercados financieros se hiciera inasumible, como ya pasara con Grecia, Portugal e Irlanda.
Pero la novedad era que, para realizar esas compras, el BCE imponía medidas de condicionalidad exigiendo compromisos en materia de recortes y reformas estructurales. Obviamente la verdadera preocupación del gobierno alemán o el de otras economías del núcleo no estaba en los límites jurídicos del BCE, sino que su intervención permitiría relajarse a los deudores en las medidas exigidas por los acreedores para maximizar la devolución de sus deudas. Sin embargo, con esa condicionalidad el BCE se extralimitaba claramente de sus funciones. Nada en sus estatutos le permitía tal chantaje a los gobiernos. Ello plantea el hecho de que el sobreendeudamiento causado por su inacción hasta entonces pueda ser considerado como ilegal y dicha deuda haya de ser entonces anulada.
Las grietas sociales, laborales y sociales del ajuste
«Es duro pero no hay más remedio». Es el mantra recurrente a la hora de justificar los ajustes. Sin embargo, hace ya muchos años que incluso desde la economía más ortodoxa quedó evidenciada la falacia de la austeridad. Es decir, los efectos perniciosos de estas políticas se conocen desde hace mucho tiempo, y su pretendida justificación “técnica” es solo ideológica y afín a determinados intereses de clase.
Básicamente, ante una situación de sobrendeudamiento de los agentes privados (bancos, empresas y hogares) la demanda se hunde porque priorizan el pago de deuda. En esa situación una política de recortes del gasto público solo agrava la situación y ahí el Estado es el único capaz de aumentar su gasto para remontar la demanda y revertir la situación. Por supuesto no cualquier gasto público tiene el mismo efecto. Por ello entendemos que esa política fiscal expansiva ha de tener la creación de empleo como objetivo prioritario y aprovecharse para una verdadera transformación del tejido productivo y energético con criterios ecológicos, equidad y de equilibrio territorial.
La creación de empleo estable y con equidad de género es una urgencia en la UE. En apenas cinco años, entre 2008 y 2013, el número de personas desempleadas en la UE-28 ha aumentado en más de 9,5 millones de personas hasta superar los 26 millones de parados.
Aproximadamente una de cada tres personas que han perdido empleo en estos años procede de España. O una de cada dos si consideramos solo la eurozona. En el caso del paro juvenil España y Grecia tienen tasa superiores al 50%.
En cuanto a la eurozona, la mitad del desempleo era en 2013 de larga duración, es decir, de uno o más años. Un porcentaje similar al de España, pero que en el caso de Portugal supera el 56%, en Irlanda el 60% y 67,5% en Grecia. Esta larga duración del paro aumenta evidentemente los riesgos de pobreza y exclusión social. Al respecto, la UE-28 contaba en 2012 con cerca de 124,5 millones de personas (24,8% de la población) en tal situación, casi 6,5 millones de personas más que apenas dos años antes, en 2010. En el caso de la eurozona el número de personas en riesgo de pobreza y exclusión superaba en 2013 los 77 millones (23,4% de la población).
Y si conseguir un empleo se complica, trabajar tampoco garantiza escapar de la pobreza. En Grecia el 15,1% de las personas con empleo sigue siendo pobre. Los otros dos países de la eurozona con mayor porcentaje de trabajadores pobres son España e Italia con 12,3% y 11% de empleados respectivamente.
El aumento del desempleo, la precariedad laboral y la devaluación salarial elevan los niveles de desigualdad. Según datos de Eurostat España es ya la economía más desigual de la UE en términos de la proporción de ingresos del 20% más rico con respecto al 20% más pobre. Así, en 2012, el quintil de renta superior tenía unos ingresos de 7,2 veces los del quintil inferior.
En todo caso, tanto en España como en el conjunto de la UE la desigualdad ya seguía una dinámica creciente antes de la crisis, siendo precisamente la deuda privada la encargada de mantener animada la demanda, mientras los salarios reales se estancaban y caía su participación sobre la renta total en la mayor parte de economías europeas.
Austeridad o Derechos Humanos
Las políticas de ajuste exigidas por los acreedores encuentran un elevado grado de comprensión en las élites locales de los países de la periferia quienes, de hecho, no pocas veces, han superado en dureza las recomendaciones comunitarias. No es para menos, pues las políticas de devaluación salarial les han permitido atacar la negociación colectiva debilitando así la capacidad de los trabajadores en la fijación de sus salarios y facilitando a las empresas los despidos. Por otra parte, las privatizaciones de empresas públicas, o de su gestión, la liberalización de nuevos sectores, etc. ofrecen importantes posibilidades de negocio a grandes empresas locales y extranjeras. El objetivo pues no ha sido solo el cobro de la deuda, sino un auténtico saqueo en muchos casos a costa de quienes menos tuvieron que ver con la crisis y que ahora más padecen sus consecuencias.
A su vez, los programas de austeridad, especialmente los impuestos por la llamada Troika (Comisión Europea, BCE y Fondo Monetario Internacional) suponen una vulneración de los derechos humanos fundamentales. Partamos de una idea sencilla: en cualquier Estado de derecho la legislación ampara al acreedor a la hora de recuperar sus deudas. Pero de igual modo existen límites. Así, por ejemplo, sería contrario a derecho que el acreedor pudiera exigir a su prestatario que vendiese un órgano de su cuerpo o que le sirviese durante un tiempo en régimen de esclavitud para saldar cuentas. Hay una serie de derechos fundamentales que amparan a la persona y a los que no puede renunciar. Esto mismo pasa con respecto a las políticas de austeridad. La exigencia para garantizar el pago de una deuda no puede nunca estar por encima de las necesidades básicas que un Estado tiene obligación de atender. Desde este punto de vista, por cierto, la reforma de la Constitución española en 2011 resulta un auténtico escándalo.[
Diversos informes, como el publicado por el Consejo de Europa han evidenciado las graves vulneraciones de los derechos humanos ante el desproporcionado impacto ante los grupos sociales más vulnerables y marginados. Otro elaborado por el Comisario de la Cámara de Trabajo de Viena, muestra igualmente la vulneración de derechos en los Memorándums de Entendimiento firmados en los rescates de la troika. Asimismo, Oxfam ha puesto en evidencia los nocivos efectos de las políticas de austeridad en términos de pobreza y desigualdad.
La UE sufre los estragos de una severa crisis bancaria por sobreendeudamiento privado, propiciada por un modelo neoliberal que ella misma institucionalizó. Un sobreendeudamiento privado que se trasvasa ahora al sector público mediante rescates a los bancos y como efecto de unos insuficientes ingresos fiscales, más los efectos desastrosos de la austeridad. Pero después de gastarse entre 2008 y 2012 un total de 591,9 miles de millones de euros solo en recapitalizaciones directas a sus bancos (un 4,6% del PIB de la UE-28), se afirma que lo insostenible es el Estado de bienestar. Mientras, el sector financiero y sobre todo la banca que gestó la crisis se mantienen intactos.
Existen alternativas pero las soluciones no vendrán solas y tampoco con ninguna elite. La verdadera y novedosa esperanza surge, como siempre, desde abajo; de la organización democrática desde diversos movimientos sociales que defienden que otra Europa es posible. Que apuestan por alternativas democráticas al ajuste neoliberal, como las plataformas que trabajan por la realización de auditorías ciudadanas de la deuda, en las que se determine la parte ilegítima, ilegal, insostenible y/u odiosa de ésta para su anulación. Ninguna crisis de deuda se ha superado sin aplicar importantes quitas. El debate real no es pues el impago, sino determinar quién lo asume. Por eso, lo interesante de estas plataformas es que plantean un proceso de desendeudamiento democrático, guiado por los deudores, desde abajo para que por fin paguen los de arriba.

Antonio Sanabria es economista investigador en el CADTM Bélgica.
Éric Toussaint es Doctor en Ciencias Políticas por las Universidades de Lieja y París VIII y portavoz del CADTM Internacional.
Texto aparecido originariamente en el nº 28 del Boletín Ecosocial de la FUHEM (septiembre-noviembre) de 2014 y el blog del Coletivo Novecento disponible en este enlace.
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Mundo revuelto

 

 

 

BREMEN, LA ALEMANIA DE SIEMPRE

 

Rafael Poch de Feliu

 

Europa, su crecimiento en entredicho, y la política exterior del Occidente en crisis

Alemania está técnicamente en recesión y no crea empleo. Estancamiento puro y duro. Son los datos de la oficina federal de estadística del año 2012 (crecimiento del PIB, 0,4%) y del 2013 (0,1%). Cifras fundamentales de su (engañosa) contabilidad, que en Alemania vienen siempre rodeadas de toda una sinfonía de índices del Instituto IFO, sobre la “confianza empresarial” (casi siempre en aumento) y el “buen ambiente” del raquítico consumo interno nacional. El número de empleados está estancado, las cifras de paro (3 millones) siguen sin moverse y el número de horas trabajadas ha retrocedido (un 0,3%) en ambos años. Desde 2008 el PIB alemán ha crecido un 2,2%. A eso antes se le llamaba estancamiento. ¿Ha venido para quedarse?

No es que creamos en su “crecimiento”. Ese desastre consiste en consumir más de lo que el planeta es capaz de generar y transferir una factura inconmensurable a las futuras generaciones. La política de austeridad de los últimos años parece condenar a Europa a un largo proceso de estancamiento a la japonesa. Quizá el “crecimiento” se ha acabado. El estancamiento puede ser una buena noticia, una invitación a reformar las engañosas contabilidades basadas en el incremento del PIB que ignoran la degradación humana del cambio global; en el clima, en los océanos, en los ecosistemas, y, por supuesto, en las sociedades.

Sin creer en ello, lo que constatamos es la contradicción de su disparatada doctrina: La estrategia europea para continuar alimentando ese errado ídolo no funciona. Toda la construcción austeritaria del eje Berlín-Bruselas, con sus vasallos incondicionales en Madrid, y sus comparsas, socialdemócratas o conservadores, un poco por todas partes, se viene abajo a la luz de las cifras alemanas que pasaban por ser ejemplo continental. ¿En nombre de qué se va a justificar ahora la prioridad del pago a los causantes del casino? Por mucho que se reste a la esfera social no hay “crecimiento”. ¿Cómo van a seguir justificando el recorte?

El otro gran vector europeo del momento es el Acuerdo comercial con Estados Unidos, negociado en secreto en nombre de los europeos, para incrementar la primacía de las finanzas y las transnacionales sobre el control público, es decir todo aquello que está en el origen de la crisis. La crisis del proyecto europeo es la suma de esos dos vectores; el estancamiento, por un lado, y el esfuerzo manifiestamente antidemocrático por incrementar la regresión humana, por el otro. Es la fórmula perfecta para la desintegración que propone la tecnocracia oligárquica de Bruselas. Las sociedades de consumidores cada vez más desiguales (entre ellas y en su interior) que componen la UE, difícilmente volverán a apoyar un “proyecto europeo” privado de la promesa de prosperidad y visto cada vez por más gente como la autopista de la involución, el recorte y la desposesión. Pero, ¿se rebelarán?

De la indignación a la organización

En Francia, el país con la tradición social más despierta de Europa, la resistencia de la sociedad a las “reformas” —cuando “reforma” en el actual contexto solo puede equivaler a “cambio a peor”— y las acusaciones de “conservadurismo” —que, tratándose del propósito de conservar lo que queda de derecho laboral y de soberanía, es todo menos denigratorio—, confluyen en un panorama turbio. Por un lado el Partido Socialista está en vías de “psoización” o “pasokización”, por el otro las aguas de ese más que justificado desencanto generacional con la “gauche” (recordemos que su abrazo al neoliberalismo, vía el europeísmo, data de 1983 con Mitterrand) las recoge más el ultraderechista Frente Nacional de la Señora Le Pen que el Front de Gauche de Mélenchon y compañía. No es que la sociedad gire hacia la ultraderecha, es que el Frente Nacional tiene mayor credibilidad antisistema que incluso que el Front de Gauche salpicado por sus parentescos con una gauche sin credibilidad: el PCF sigue empeñado en pactar con las “fuerzas sanas” del PS, un partido de gente favorecida, como los verdes alemanes, en el que, “la mitad de los miembros son cargos electos y la otra mitad aspirantes a serlo”, explica un observador. Partido Socialista del que el propio Mélenchon fue miembro y ministro del gobierno hasta no hace mucho.

Mélenchon, un líder potente, menos brillante que Oskar Lafontaine pero con la ventaja de que predica en terreno mucho más fértil para la rebelión, no cree en la “unión de la gauche”, sino que va más allá: llama a “reunir al pueblo” por encima de partidos para iniciar un proceso constituyente. Palabras mayores. Dice que las de 2017, “no serán unas elecciones, sino una insurrección”… Aún es pronto para vislumbrar hacia donde evolucionará toda esa bien fundada cólera que hay en la sociedad francesa, que ya no se expresa a través de los canales tradicionales vigentes desde el siglo XIX: las fuerzas políticas y los sindicatos, sino por medio de movimientos parecidos a una jacquerie como el de los bonnets rouges. Esa cólera se ha expresado también en decenas de atentados e incendios, apenas noticiados, contra sedes de hacienda un poco por todo el país, o en las movilizaciones conservadoras de la manif pour Tous que tanto recuerdan al Tea Party. En Halluin, localidad de 20.000 habitantes del norte de Francia, el alcalde explica que se han quemado 23 coches en dos semanas. Es el tipo de sucesos de la crónica de provincias que no llegan a París. El alcalde de Halluin, de derechas, le pide a Hollande que en lugar de meterse en guerras contra el Estado Islámico, envíe policías a su ciudad…

En España, donde finalmente la indignación se está organizando —esa es la ventaja con Francia, en todo lo demás se va claramente por detrás— sigue incubándose la tormenta perfecta: un big bang en el que saltan por los aires todas las instituciones sobre las que se apoyó la modélica transición. ¿Será Grecia el detonante, con una victoria electoral de Syriza que cuestione la legitimidad de la deuda e inspire la contestación de toda la región? De momento, allá se vuelven a pagar intereses astronómicos por la deuda.

Política exterior

Ese panorama de latente polvorín tiene su correspondiente política exterior. Una política violenta. Dos crímenes de distinta envergadura marcaron la crónica estival: la última masacre de Gaza a cargo de Israel, con una destrucción inmensa, 2000 muertes palestinas (la mayoría civiles, entre ellas 500 niños y 13 periodistas), y la guerra que Estados Unidos y la Unión Europea apadrinan en Ucrania contra Rusia.

En Palestina todo fue según el guión habitual: comprensión y apoyo occidental al decimonónico colonialismo del Herrenvolk israelí hacia los subhumanos (Untermenschen) palestinos, todo ello acompañado del establecimiento de 7500 colonos más en tierra ocupada de Cisjordania en el primer semestre del año: ya son 382.000. El crimen no es la ampliación de esta ocupación, sino la ocupación misma. Suma y sigue.

En el frente del Este el derribo sobre el cielo de Donetsk del vuelo de Malaysia Airlines (MH17) en el que perecieron 283 pasajeros y 15 tripulantes el 17 de julio de 2014. El examen del tono con el que los medios de comunicación rusos informaron de aquel suceso dejó la sensación de que se trató de un criminal error de los rebeldes de Ucrania Oriental, pero, pasado el intercambio de acusaciones, por razones desconocidas se ha dejado de hablar del asunto. Si en el caso del crimen de Gaza, la impunidad es lo corriente, en un avión cargado de pasajeros holandeses de primera clase, lo es mucho menos. Tarde o temprano esto traerá cola judicial. No es este el mayor misterio de la serie Malaysia Airlines…

Mientras tanto, el ejército ucraniano ha sido batido en el frente de Donetsk y la criminal chapuza euroatlántica en Ucrania comienza a cobrarse sus facturas. Los encargos a la industria alemana cayeron un 5,7% en agosto en relación al mes anterior. Fue en julio cuando la Unión Europea estableció, por primera vez desde la guerra fría, sanciones directas contra Rusia. Con la eurozona económicamente estancada por su propia política económica y con China enfriada, las sanciones contra Rusia son la guinda que corona el pastel al que nos ha llevado la política de austeridad alemana. Al mismo tiempo, el “Consejo de Seguridad” de la Unión Europea (es decir, la OTAN, otro concepto que debemos a Pepe Escobar), confirmaba en su cumbre de septiembre en Gales el intento de Estados Unidos de aprovechar la crisis inducida con Rusia para integrar la Europa del Este con mayor fuerza en su esfera. El resultado es ambiguo.

Formalmente no miembros, Suecia y Finlandia pasan a ser países “anfitriones” de la OTAN, se crea una “fuerza de reacción rápida” con varios miles de hombres para ser desplegada de urgencia y se apoyan las sanciones. Al mismo tiempo, por doquier señales de descomposición y recomposición en las placas tectónicas imperiales.

En Berlín un debate, que apenas trasciende a los medios de comunicación, sobre la necesidad de reformular el vínculo con Estados Unidos. Durante veinte años Europa ignoró los intereses de seguridad rusos y sus reiteradas quejas, conforme la OTAN se saltaba, una tras otra, todas las “líneas rojas” formuladas por Moscú. Llegados a Ucrania, cuando el forzado cambio de régimen en Kíev y el avance de la OTAN a las mismas fronteras de Moscovia, han hecho reaccionar defensivamente al Kremlin, esa reformulación está al rojo vivo. Merkel se debate ahora entre la necesidad de una entente con Moscú y su disciplina atlántica.

Entre Moscú y Pekín un idilio ambiguo. Moscú hace ver que considera a China como su alternativa de repuesto a la Unión Europea, cuando en realidad el sueño de Putin sigue siendo llegar a un acuerdo con Merkel que integre a Rusia en la “seguridad continental” (el problema de Merkel es que eso tiene un precio con Washington, de ahí las vacilaciones). Respecto a China, algo parecido: quienes ya dan por hecho un bloque ruso-chino opuesto a Occidente, ignoran la enorme desconfianza que China suscita en Moscú desde los años setenta. En el Kremlin, en el ejército y en el espionaje (incluso en la sinología soviético-rusa), siempre ha habido una corriente que consideró a China como el “principal peligro”. El sueño de Pekín es alcanzar algún tipo de acuerdo, un modus vivendi, no con Rusia, sino con su principal quebradero de cabeza: Estados Unidos. Tanto Rusia como China tienen cartas marcadas en el juego de su idilio. Aunque una locura del tamaño de una guerra occidental contra Irán, podría cambiar el sentido de muchos sueños.

En la zona petrolera

Nueva espiral de caos junto a los pozos de petróleo, la sangre vital de ese crecimiento que ha costado la desaparición de la mitad de los animales salvajes del planeta en solo cuarenta años. Hagamos memoria.

El resultado de la segunda guerra de Irak (la de Bush, hijo) fue un país dividido en reinos de taifas controlados por sunitas, chiítas y kurdos, con el gobierno de Bagdad reducido a una camarilla corrupta alimentada por dinero americano, explica Peter van Buren, un ex funcionario del Departamento de Estado norteamericano que participó en la “reconstrucción” de Irak. El precio de tan magnífico resultado fue el siguiente, recuerda; 25.000 millones para entrenar al ejército iraquí, 60.000 millones para la “reconstrucción”, 2 billones para la guerra, 4.500 soldados de Estados Unidos muertos y más de 32.000 heridos. A todo ello hay que sumar un verdadero holocausto iraquí que las diferentes estimaciones cifran entre 190.000 y un millón de muertos.

En Afganistán la cuenta de costes, humanos y económicos, y resultados alcanzados, es igualmente reveladora: trece años después los talibán siguen dominando gran parte del territorio y la mayoría del ejército occidental está haciendo las maletas. La estrategia occidental contra el “Estado Islámico” continúa sobre la estela de esos mismos desastres. Nacido entre las ruinas de Siria, primero fue subvencionado y armado y ahora es bombardeado. ¿Puede concebirse algo más demencial?

Los dos componentes esenciales de esta obra de arte son el militarismo más la “diplomacia de la exclusión”: acuerdos internacionales para bombardear (creando nuevas víctimas civiles y desastres parejos a los que en su día generaron la actual crisis), que dejan siempre fuera a los países y organizaciones capaces de contribuir a acuerdos pacificadores, sea Siria, Rusia e Irán, o Hamas, Hezbollah u otros.

Esta estrategia —si se puede llamar así a algo tan disparatado en su desastrosa reiteración— es tan contradictoria como sugiere el hecho de que en esta excluyente coalición bombardera figuren países como Turquía, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos que desde el principio financiaron y armaron —incluso con recursos químicos propagandísticamente achacados al adversario, como explicó el periodista Seymour Hersh en otro gran informe silenciado— al extremismo sunita contra el régimen sirio, convirtiendo en guerra abierta la fractura de Siria que con una genuina diplomacia (la que reúne en la negociación a todas las partes implicadas con un objetivo de evitar violencia) podría haberse evitado.

Esos países, “estaban tan decididos a derrocar a el-Assad y a promover una guerra entre sunitas y chiítas, que inundaron con centenares de millones de dólares y miles de toneladas de armas a cualquiera que luchara contra el”, reconoció cándidamente el vicepresidente de Estados Unidos, Joseph Biden, en una charla ante estudiantes de Harvard el pasado 2 de octubre. La consideración fue disciplinadamente silenciada por los medios de comunicación, aunque Biden no dijo lo principal: que Washington y sus agencias formaban parte de “esos países” y que el “Estado Islámico” ha sido producto de los métodos habitualmente empleados por Estados Unidos en la región desde 1979. Fue entonces cuando, ante la revolución iraní y la intervención de la URSS en ayuda del régimen laico afgano, se decidió promocionar y organizar una “internacional radical sunita”, de las que los talibán, al-Qaeda y el Estado Islámico han sido epígonos más o menos desmadrados. Primero se financia, organiza y arma al sujeto para utilizarlo contra un adversario, luego, cuando el sujeto (talibán o al Qaeda) se vuelve contra uno, se le combate. La película del Estado Islámico es una vieja reposición. La novedad es la rapidez del giro: entre 1979 y el 11-S neoyorkino pasaron más de 20 años. Ahora, entre el apoyo a la oposición siria y el combate a su principal vector, apenas pasaron tres años. La misma rapidez en el paso de los amigos que se arma y financia convertidos en amenaza, se observa en Libia.

El auge del tradicionalismo religioso radical y de derechas representado por el actual integrismo, tiene, naturalmente, raíces propias, pero no se entiende sin recordar la sistemática destrucción de la izquierda árabe que Occidente, y especialmente Estados Unidos, vino practicando durante la guerra fría, cuando casi todos los movimientos de liberación nacional árabes eran laicos y “progresistas”, lo que solía llevar implícito la voluntad de salvaguardar sus recursos naturales de la rapiña extranjera, y, lo que era aún más grave, utilizar esos recursos hacia el desarrollo de sus propias poblaciones o proyectos nacionales.

Mucho de todo eso fue recordado por el Presidente iraní, Hassan Rujani, en el discurso que pronunció el 25 de septiembre ante la Asamblea General de la ONU, igualmente silenciado, pese a la actualidad del más que moderado sentido común que expresó:

“Todos aquellos que tuvieron un papel en la financiación y apoyo de estos grupos terroristas deberían reconocer sus errores que condujeron al extremismo, deberían disculparse no solo ante las pasadas generaciones sino hacia las futuras”. (…) “la experiencia de la creación de al-Qaeda, los talibán, y otros grupos extremistas, ha demostrado que esos grupos no pueden ser utilizados contra Estados adversarios, manteniéndose al mismo tiempo inmune a las consecuencias. La repetición de estos errores, a pesar de tantas y tan costosas experiencias, es desconcertante”.

Y como resumen, una constatación: se cumple, en todos los frentes, el pronóstico de Immanuel Wallerstein acerca de la volatilidad de esa multipolaridad que sucede al mundo de la guerra fría. El de ahora es, verdaderamente, aún más convulso y revuelto que el anterior. El fin de la bipolaridad ni siquiera ha traído pasos significativos en materia de armas de destrucción masiva. Tanto en las relaciones internacionales, como en el calentamiento global —y en el cambio global en general— se observa la misma peligrosa dinámica de aceleración.

[Fuente: Diario de París, La Vanguardia]

Jerusalén arde: “una ciudad, dos capitales”

 

 

JERUSALÉN, MURO DE LOS LAMENTOS

 

 

Meir Margalit · · · · ·

 


 

Jerusalén arde. Desde hacen ya cuatro meses una ola de disturbios ha arrasado Jerusalén Oriental y, a esta altura de los acontecimientos, nadie puede predecir adonde nos conducirá. Este levantamiento posee características muy particulares- es espontaneo, carece de liderazgo y esta dirigido casi exclusivamente por adolecentes y jóvenes que no llegan a los 20 años. Todo estalló con el brutal asesinato de Muhamad Abu Khder, un joven de 16 años, el 3 de julio, y cobró dimensiones descomunales durante la guerra en Gaza. Desde aquel entonces, la violencia se ha extendido por todo Jerusalén Oriental y la torpe reacción israelí, basada sola y exclusivamente en el uso de fuerza policial, incrementada por una serie de pésimas decisiones gubernamentales -como permitir que los colonos se apropien de nueve edificios en la aldea de Silwan o, lo que es mucho mas peligroso, permitir la entrada de judíos nacionalistas a la Explanada de las Mezquitas durante las fiestas hebreas de octubre, alimentaron las llamas hasta un punto que nadie sabe ahora como contener. Una buena descripción de los acontecimientos se puede leer en Al-Monitor. Si bien no podemos predecir como acabará todo este proceso, los efectos parciales de este levantamiento ya son evidentes: la fórmula "Jerusalén, capital eterna y unificada de Israel", ha colapsado, fracasado, rotundamente. El único problema es que el gobierno israelí todavía no se ha percatado.

La reacción israelí ha sido sumamente severa y exagerada. Se debe a que los jóvenes insurgentes han desafiado al gobierno israelí, atentado contra la autoridad y, para el gobierno israelí la estabilidad de sus instituciones depende de la recomposición de su imagen de autoridad y del restablecimiento del equilibrio de fuerzas entre israelíes y palestinos. El objetivo de la represión no es restablecer el orden, sino restituir el temor y volver a grabar en la carne de los palestinos el precio que deben pagar por desobedecer las reglas israelíes y osar desafiar su autoridad. Dichas redadas, que encajan dentro de lo que podría calificarse como actos de terror estatal, han incluido arrestos multitudinarios, inundar las calles de cantidades improcedentes de gases lacrimógenos y fluidos nauseabundos, demoliciones de viviendas, confiscación de vehículos por deudas a instituciones estatales, clausura de comercios y hostigar a los padres de familia para obligarles a refrenar a sus hijos, porque de lo contrario deberán pagar multas personales cada vez que sus hijos se manifiesten. Volvamos a recalcarlo: el objetivo de las redadas no es restablecer el orden, ya que es de esperar que con las próximas lluvias los disturbios se irán desgastando por si solos, sino restituir el miedo, piedra angular de todo sistema totalitario.

Pero aunque la policía lograra reprimir este levantamiento, el desgastado mantra que Israel repite desde la anexión de Jerusalén Oriental en 1967, la "Jerusalén unificada", ha perdido vigencia. Hoy día, no hace falta ser un "izquierdista" para reconocer que Jerusalén esta más dividida que nunca, que los muros invisibles entre las dos partes de la ciudad son mas altos que los que antes dividían la ciudad y que los residentes palestinos no están dispuestos a vivir toda la vida bajo las botas de la ocupación israelí. Lo paradójico es que durante 65 años, Israel ha hecho todo lo posible para que este modelo no funcione. Políticas municipales discriminatorias, humillaciones y aberraciones sistemáticas, son el caldo de cultivo en el cual crecieron los jóvenes que en estos precisos momentos están apedreando todos los símbolos de soberanía israelí que se cruza en su camino. Este estallido era de esperar. Todos aquellos que conocen la realidad en el campo, sabían que era cosa de tiempo que se produjera la explosión: demasiados pirómanos andan sueltos en esta ciudad como para poder evitarlo. Los últimos acontecimientos en la Explanada de las Mezquitas, o el Monte del Templo como lo denominan los israelíes, han agregado al conflicto político una dimensión religiosa implacable. En estas mismas páginas de Sinpermiso ya he escrito que Jerusalén es una "no-ciudad", por falta de denominador común entre sus habitantes, y la excesiva politización de las relaciones humanas. En un clima tan tenso no se puede constituir una ciudad sana, un espacio en el que haya un mínimo sentimiento de pertenecía y solidaridad. Es por ello que el modelo de "la ciudad unificada" no tiene futuro y si puntualmente las fuerzas policiales lograran restaurar el orden, no cabe duda que volverá a estallar.

Jerusalén debe dividirse indefectiblemente y lo antes posible. Dada la complejidad del entramado espacial, esta división requiere un alto grado de creatividad y buena voluntad. Las dos partes de la ciudad están tan entrelazadas que es casi imposible dividirla territorialmente y no hay forma de trazar una línea divisoria coherente. Es por ello que la solución pasa por una división funcional de la ciudad, o sea, la creación de dos municipalidades en un mismo espacio territorial: la parte occidental se constituiría en la capital del Estado de Israel, mientras que la parte oriental se constituirá en capital del Estado Palestino, cuando se constituya, y ambas capitales compartirán una ciudad unificada, sin fronteras ni murallas que separen sus dos partes. Este modelo organizativo puede parecer irrealizable a primera vista. Efectivamente, es complejo y tampoco hay antecedentes de ciudades binacionales, en las cuales funcionen dos capitales para dos naciones. Pero el hecho de que no existan precedentes no significa que la idea sea ilusa e imposible de ejecutar. Partiendo de la base de que no hay otra solución factible, debemos movilizar todas nuestras energías y creatividad para que esta fórmula sea viable.

Pero tal como hemos dicho al principio, el gobierno israelí todavía no se ha percatado de que la ciudad deberá ser dividida. Para ello, necesitamos, tal como venimos repitiendo ya hace mucho, la ayuda de la comunidad internacional. El futuro de Jerusalén es un tema demasiado importante para dejarlo en manos de los políticos israelíes.

Meir Margalit es miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso, reside en Jerusalén, donde es un activo militante del campo por la paz israelí.

Fuente: Sin permiso

domingo, 2 de noviembre de 2014

BRASIL, DERROTA ESTRATÉGICA DE ESTADOS UNIDOS



Dilma: una victoria de la izquierda






                                                          LULA


  DILMA ROUSEFF


La reiteración de la polarización entre petistas y tucanos en la segunda vuelta de las elecciones brasileñas refuerza la centralidad de la oposición entre neoliberalismo y posneoliberalismo en el campo político brasileño, al igual que en los otros países de América Latina. El enfrentamiento de programas y de fuerzas en cada campo reitera de forma ineludible la polarización entre derecha e izquierda, en la forma en que ésta se asume en la era neoliberal.
Especialmente la claridad de la disputa en la segunda vuelta, sumada a la gran movilización de la militancia del Partido de los Trabajadores (PT) y de los otros partidos de izquierda (incluido el principal partido de la izquierda radical, el Partido Socialismo y Libertad (PSOL), de todos los movimientos sociales, culturales y populares, así como de los medios alternativos han permitido retratar lo que es hoy la izquierda brasileña. El liderazgo incuestionable de Lula fue decisivo en la recta final de la campaña, así como un gran protagonismo de Dilma, haciendo que los dos salgan de la disputa como los dos grandes líderes populares de Brasil en la actualidad.
La monstruosidad de la campaña, interna e internacional, para intentar ganar las elecciones y cambiar los rumbos de la política brasileña, incluido su rol en los procesos de integración latinoamericana y del Sur en el mundo, evidencia lo que estaba en juego en las elecciones.  La derecha brasileña, latinoamericana y mundial se excita con la posibilidad de cambiar la política económica, así como de adueñarse de los gigantescos recursos del Presal, debilitar al Mercosur, la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) y, muy especialmente, los Brics, cuyos últimos acuerdos incomodan profundamente a EEUU y sus aliados.
La defensa de la continuidad del modelo de desarrollo económico con distribución de renta, la explotación del Presal por Petrobras, los recursos destinados a la educación y a la salud, la reforma política para poner fin a las financiaciones empresariales a las campañas políticas y la democratización de los medios de comunicación han dado el toque de izquierda a la campaña electoral de Dilma.
Al mismo tiempo, representan la resistencia a las propuestas de rebaja de los salarios, de alza del desempleo y de reducción drástica de los bancos públicos, como formas de reactivar la economía, con todas las concesiones al gran capital privado. Además, hay que añadir el debilitamiento del rol de Brasil en los procesos de integración, la vuelta al acercamiento estratégico con EEUU, la entrega de la explotación del Presal a empresas privadas internacionales y la salida de Brasil de los Brics.
Por ello la victoria de Dilma —que es, a la vez, una victoria de Lula y del PT— es una victoria de la izquierda brasileña y latinoamericana.

Fuente: Público.es









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