lunes, 8 de julio de 2013

Todo Egipto es Tahrir

Egipto explota.

 

El presidente egipcio Mohamed Morsi ha sido depuesto por los militares que eran la columna vertebral del régimen de Hosni Mubarak antes de la caída del dictador. Pero las celebraciones de masas por la caída de Morsi que tienen lugar en la Plaza Tahrir de El Cairo y en todo el país representan la verdadera cara de esta nueva fase de la Revolución egipcia.

La caída de Morsi ha tenido lugar después de cuatro días de protestas de masas en las que han participado millones de personas y que han sido el colofón de la campaña de petición de firmas Tamarod ("Rebelión") exigiendo la dimisión de Morsi. Los revolucionarios egipcios informan que el alcance y masividad de las demostraciones del 30 de junio en todo el país han sido aún mayores que en febrero de 2011.

Ahmed Shawki, editor de International Socialist Review y testigo de la revolución de febrero de 2011, ha sido entrevistado por Eric Ruder sobre la caída del gobierno de los Hermanos Musulmanes y las tendencias que operan en esta nueva fase de la Revolución egipcia.

La Plaza de Tahrir estalló de júbilo al conocer la caída de Mohamed Morsi. La mayor parte de los medios de comunicación occidentales han presentado la caída de Morsi como el resultado

de un golpe militar. Pero el escenario en el que se ha producido fue la masiva movilización del 30 de junio. ¿Cual ha sido el significado político de la intervención militar que ha sacado a Morsi del gobierno?

Antes de que hablemos de la intervención militar en Egipto que ha acabado con el gobierno Morsi merece la pena recordar que los militares fueron los herederos de la primera fase de la revolución que comenzó el 25 de enero y acabó por forzar la caída de Hosni Mubarak el 11 de febrero de 2011.

Entonces, el ejército irrumpió en primer plano y trató de orientar, y en último caso secuestrar, dos procesos simultáneos. Uno de ellos fue la transformación de Egipto desencadenada por la revuelta de masas, y el otro fue el proceso político de redacción y aprobación de la Constitución.

El ejército tiene una larga historia en la política contemporánea egipcia, que incluye el derrocamiento de la monarquía en 1952 y el predominio del Movimiento de los Oficiales Libres bajo el liderazgo de Gamal Abdel Nasser, un coronel del ejército que se convirtió en presidente en 1956. Pero el ejército hoy es muy diferente. de entrada es mucho mayor. Y no solo es un poder político y militar, también es un gran poder económico, porque es propietario directo de grandes sectores de la economía egipcia.

Otro factor es quién entrena a las fuerzas armadas. En el período monárquico, el ejército fue entrenado por el Reino Unido y Francia. Con Nasser, hubo un giro hacia la URSS y el cuerpo de oficiales fue en una gran parte entrenado y educado por los soviéticos. Hoy, los mandos que dirigen el ejército han sido educados y entrenados en las academias militares de EE UU. Hoy, en su conjunto, las fuerzas armadas egipcias tienden a identificarse con las instituciones de poder de EE UU.

Una vez que el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (SCAF) se hizo por el poder político tras la caída de Mubarak en 2011, el ejército presionó para que la Constitución fuese redactada y ratificada cuanto antes. Pero la Constitución benefició en gran medida a la tercera fuerza de la política egipcia que no era ni el ejército ni los remanentes del régimen de Mubarak (los feloul): los Hermanos Musulmanes.

Desde entonces, los militares se han apoyado en los Hermanos Musulmanes para contener la revolución egipcia. La Hermandad ganó la primera vuelta de las elecciones parlamentarias y más tarde las presidenciales.

Aunque la Hermandad defiende que ha ganado estas elecciones democráticamente, una importante mayoría del pueblo egipcio cree que el proceso de redacción y ratificación de la Constitución tenía importantes deficiencias democráticas. La Constitución fue redactada en un día, su aprobación fue a la carrera, y estaba llena de cláusulas de todo tipo que Morsi, tras su elección, pudo utilizar a su favor.

Durante este último año, Morsi sobrepasó sus poderes presidenciales en varias ocasiones, perdiendo legitimidad en amplios sectores de la sociedad egipcia, como se hizo evidente cuando Morsi impulso los intereses sectarios de la Hermandad en lugar de defender los intereses de la mayoría de los egipcios, que estaban hartos de años de privación, represión y pobreza. Un ejemplo obvio ha sido el ataque de Morsi a la minoría copta cristiana para reforzar su apoyo entre los islamistas. Pero fue mucho más allá.

Creo que el momento más importante que nos permite entender como hemos llegado a esta situación tuvo lugar a finales del 2012, cuando Morsi era saludado por los medios de comunicación en EE UU como "el hombre más importante en Oriente Medio", como aparecía en una portada en la revista Time. Fue inmediatamente después de que ayudase a negociar un acuerdo entre Israel y Gaza tras la Operación Pilar de Nubes del ejército israelí.

Me encontraba en Egipto entonces, y la portada de la revista Time era una provocación en los quioscos de prensa cuando decenas de miles de personas salían a la calle para protestar contra el intento de Morsi de imponer un decreto de emergencia cuyo objetivo era básicamente consolidar su poder. Ese intento desencadenó un renacimiento del movimiento de protesta de la oposición. Hubo una contraofensiva de las fuerzas de Morsi, que atacaron violentamente en

la calle a la oposición. Todas las esperanzas que había despertado la revolución se habían frustrado.

Haciendo balance, es muy significativo lo rápidamente que Morsi y el Partido Libertad y Justicia de la Hermandad erosionaron su legitimidad ante tanta gente. El movimiento Tamarod ("Rebelión") surgió con el objetivo de reclamar lo que sus organizadores consideraban que eran los objetivos de la revolución: pan, libertad, justicia social y dignidad humana. Son reivindicaciones que implican una vida mejor para la mayoría de los egipcios.

Los organizadores de Tamarod se pusieron como objetivo recoger 15 millones de firmas para exigir la dimisión de Morsi. Al final recogió 22 millones de firmas en solo seis meses, lo que ha sido un logro impresionante. Y convocaron el 30 de junio, primer aniversario de la toma de posesión de Morsi, a una jornada de protesta en todo Egipto en apoyo del objetivo de la campaña.

Creo que nadie pudo prever el éxito de la convocatoria. La BBC británico calificó la movilización del 30 de junio como la mayor de la historia de la humanidad.

Fue una increíble explosión de apoyo y solidaridad. La gente salió a la calle en todas las ciudades, pequeñas o grandes, del país. Lo más asombroso ha sido que el apoyo a Morsi en el sur de Egipto, que es la base histórica fundamental de los Hermanos Musulmanes, se ha evaporado virtualmente.

Por una serie de razones, el Sur ha sido históricamente más pobre y más religioso, de una manera que no es muy diferente de otras partes del mundo, incluyendo el sur de EE UU. También depende mucho del turismo, y percibió la revolución y se relacionó con ella a partir del hecho de que era un obstáculo para la industria turística.

Hoy todo es diferente, y no solo en el sur de Egipto

Es importante comprender lo que ha provocado este cambio. En primer lugar, no ha sido solo el resultado de la incompetencia, la estupidez y la utilización sectaria del poder de Morsi lo que explica este colapso épico de su legitimidad y apoyo social. Las revoluciones en particular y los movimientos sociales en general tienen dinámicas propias. Un aspecto de ello en Egipto es la aparición de una población politizada como resultado de la primera revolución: docenas y docenas de nuevas publicaciones, de círculos de discusión política, de protestas políticas y de otras actividades, de nuevos sindicatos. Todo ello significa que ahora hay una nueva conciencia política y una nueva auto-confianza en la gente para actuar.

Después del intento de Morsi de hacerse con mayor poder y su rechazo popular, la gente tenía razón en preocuparse por la posibilidad de nuevos intentos. El movimiento Tamarod rompió el dique al proporcionar el vehículo que permitió a las masas del pueblo egipcio hacer pagar a Morsi un precio político por sus acciones.

A finales del año pasado, por ejemplo, en medio de esta controversia sobre el intento de Morsi de imponer vía decreto el estado de excepción, de manera similar al que existía bajo el régimen de Mubarak, Morsi anunció, para cumplir las condiciones para recibir un crédito del FMI, una serie de recortes de subsidios básicos que el gobierno iba a llevar a cabo.

No fue su idea más brillante. Las preocupaciones populares sobre la constitución se añadieron al hartazgo y la desconfianza en un Morsi acaparador de poder: la misma gente en cuyo nombre se quería justificar esa acumulación de poder para "crear estabilidad política en el nuevo Egipto" eran las primeras víctimas de los recortes de los subsidios básicos de los alimentos, de las que depende la mayoría de la población. Morsi se volvió atrás muy rápidamente porque sus asesores, su vice-presidente y su propio partido estuvieron en contra y denunciaron su maniobra, sobre todo por inoportunidad táctica, más que por diferencias de fondo.

En otro ejemplo de arrogancia y estupidez, Morsi designó a 15 gobernadores provinciales (Egipto está dividido en 27 provincias). La persona a la que nombró gobernador de Luxor era miembro del partido islamista de extrema derecha Gama'a al-Islamiyya, responsable de atentados con bombas contra los barcos de turistas en Luxor.

El nombramiento fue algo más que problemático. Luxor es uno de los primeros destinos turísticos del mundo. Y no se ayuda demasiado a la industria turística cuando se hace responsable del orden público a quién ha sido responsable de ataques terroristas contra los turistas. A continuación dimitió el ministro de turismo del gobierno Morsi, alegando que no podía seguir en esas circunstancias.

Los golpes de estado militares suelen anunciar la derrota de los procesos revolucionarios: suelen ser la expresión mas extrema de la contrarrevolución. ¿Ha sido la intervención militar para deponer a Morsi y la designación de un nuevo presidente, así como la promesa de convocar nuevas elecciones, una victoria de la contrarrevolución?

De ninguna manera. En todas las sociedades capitalistas y en cada estado de este mundo, el ejército es el árbitro de última instancia, en cierto sentido, de la dominación de la clase en el poder. O es el representante de una u otra fracción o sector de dicha clase.

Tomemos como ejemplo la contrarrevolución en Chile el 11 de septiembre de 1973, cuyo 40 aniversario se cumple este año. Sin entrar en todos los detalles históricos, Chile ha sido regido históricamente por partidos de derechas y un ejército muy fuerte, con la amenaza siempre presente de intervenciones sistemáticas de las fuerzas militares de EE UU. En 1964, por ejemplo, el gobierno de EE UU gastó más dinero en las elecciones chilenas que en las elecciones presidenciales de su propio país ese mismo año.

Con la victoria electoral de Salvador Allende en 1970 y la formación de su gobierno socialista, al menos nominalmente, se desencadenó un movimiento de masas. Fue cuando el entonces secretario de estado Henry Kissinger pronunció su famosa frase: "no entiendo porque tenemos que permanecer de brazos cruzados y ver como un país cae en manos del comunismo por culpa de la irresponsabilidad de su propio pueblo. Se trata de un asunto demasiado importante como para que los votantes chilenos puedan decidirlo por su cuenta".

Fue evidente que Kissinger y el resto del gobierno de EE UU iban a imponer una solución militar. Esperaron, sabotearon la economía, financiaron a diferentes grupos, todo con el objetivo de minar al gobierno de Allende. Al final tuvo lugar el golpe militar y se masacró a

30.000 o 40.000 radicales, para dar una lección a la gente de lo que era permisible y de lo que no era para el gobierno de EE UU. Pero el ejército no pudo intervenir hasta que no se produjo un reflujo del movimiento.

En Egipto, el ejército no intervino para ayudar al movimiento revolucionario a alcanzar nuevas conquistas o radicalizarlo. Su objetivo ha sido contener y frenar al movimiento.

Pero en un cierto sentido ha sido también el reconocimiento del hecho de que la voluntad popular en Egipto no toleraría por más tiempo al Gobierno Morsi. Así que aunque los militares están en la calle y han sobrepasado los límites constitucionales que definen su poder, creo que buscarán cómo restaurar rápidamente una autoridad civil. No creo que quieran mantener el poder del estado.

La economía y la sociedad egipcias se encuentran en situación de crisis, que pueden provocar una radicalización mucho más profunda de las reivindicaciones del movimiento. La gente se está reorganizando en todo el país y luchando por sus derechos, porque creen que se los han quitado. Por eso pienso que es un error hablar del papel de los militares en abstracto, sin tomar en cuenta lo que está sucediendo en realidad sobre el terreno.

La estrategia de los Hermanos Musulmanes para restablecer el orden en Egipto ha sido reprimir para poner coto a las manifestaciones y las huelgas. Han intentado por todos los medios aplastar al movimiento, contando con la colaboración del ejército.

Pero más aún, Morsi y la Hermandad han aplicado la vieja táctica de dividir para dominar, igual que antes de ellos Mubarak. Por ejemplo, la campaña contra los coptos e inflamando los sentimientos religiosos con la pequeñísima minoría chiíta, que es aún más pequeña que los coptos, y que sólo supone el 10% de la población de Egipto. Pero el proceso es el mismo siempre: la utilización de la religión para usos sociales y políticos, lo que no le gusta nada a la mayoría de la población. La mayoría de los egipcios son musulmanes, que no es lo mismo que el programa de un islam político de los Hermanos Musulmanes, que han utilizado como chivos

expiatorios a los cristianos, las mujeres y las minorías islámicas para sus propios fines políticos, de la misma manera que hacen los fundamentalistas cristianos en EE UU con temas "polarizantes" como el matrimonio gay o el derecho al aborto para conseguir apoyo para el conjunto de su programa.

El 30 de junio muchos jóvenes, que habían estado en la primera línea de la revolución en 2011 y fueron los iniciadores del movimiento Tamarod, dejaron muy claro que salían a la calle en defensa de todos los egipcios, no solo de algunos. Y ello tiene un carácter profundamente progresista.

El ejército, los feloul y los sectores liberales por supuesto que lo han presentado como "todos somos uno", "todos tenemos los mismos intereses". Pero no es lo mismo, en el sentido de que no tiene nada que ver con el sentimiento unitario al que me refería. Cuando los que han dirigido el movimiento y los revolucionarios que quieren un cambio profundo dicen "lo hacemos por todos los egipcios", quieren decir que hay una solidaridad entre todos los ciudadanos, una solidaridad opuesta a la de "solo representamos a los musulmanes".

En ese sentido es una forma de decir "esta revolución es por la libertad y los derechos de todos, no solo los nuestros". Y eso supone un cambio fundamental, que pone el énfasis en los intereses de la mayoría, no en objetivos sectarios violentos y enfrentamientos para imponer la venda de uno u otro partido concreto.

Durante 50 años los Hermanos Musulmanes han construido una base social de apoyo y de influencia que le permitieron una posición predominante de liderazgo político en la época post- Mubarak. Pero en sólo un año han erosionado esa base social. ¿Qué significa para Egipto y la Hermandad?

Es muy difícil hacer predicciones. En primer lugar, ¿qué será de la Hermandad? Es una fuerza política y social real, la tercera fuerza en el escenario político egipcio. Si la clase política y capitalista egipcia es un polo, el ejército otro, el tercer polo son los Hermanos Musulmanes. Contará con apoyos en algunos temas y oposición en otros. Estos tres polos todavía existen en la política egipcia y ahora la cuestión es el control de la administración del estado y de sus sectores principales.

Los restos del viejo régimen, los feloul, también están organizados. Pero dado el carácter dictatorial del régimen de Mubarak, ninguna de estas fuerzas está bien y claramente organizada políticamente. En general, carecen de legitimidad. Así qué una de las cosas que me parecen más probables es una multiplicación de los partidos políticos y sus alianzas, como pasó hace un año y medio cuando el actual sistema político se constituyó. Pero no creo que se hayan aprendido las lecciones de los errores y aciertos de este periodo.

Creo que el desafío más importante será como dar expresión organizativa y política a los sectores del movimiento. El objetivo no es solo participar en las elecciones presidenciales o legislativas, sino como constituir un espacio político y asegurar que el movimiento no es reprimido y retrocede. Creo que los próximos meses serán extremadamente interesantes en Egipto.

Ahmed Shawki es editor de la revista Internacional Socialist en EE UU.

 

Traducción para www.sinpermiso.info: Enrique García

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