jueves, 8 de enero de 2015

Francia, una visión parcial desde el Islamismo

 

 

Abrir las compuertas a la islamofobia: el Estado es culpable y responsable

Said Bouamama

 

Hace ya una década se aprobaba por amplia mayoría la ley 2004-228 del 15 de marzo de 2004. Tenía el largo título de «Ley que enmarca, en el aplicación del principio de laicidad, el uso de signos o vestimentas que manifiesten una pertenencia religiosa en las escuelas, institutos y liceos públicos». Como atestiguan las polémicas que precedieron, acompañaron y siguieron la aprobación de la ley, nadie se dejó engañar. Políticos, periodistas, militantes, partidarios u oponentes a la ley hablaban de una ley sobre el llamado «velo islámico». Una década después es el momento de hacer balance y lo que se oye es un silencio ensordecedor. Aportemos nuestra modesta contribución a hacer mella en la invisibilización de los efectos desastrosos de una ley de excepción, esto es, reservada a una parte específica de la población determinada por una pertenencia supuesta o real a una religión.

La página web Médiapart publicó un documento de la Delegación de Educación de Poitiers destinado a los directores [de establecimientos escolares] con el objetivo de «prevenir la radicalización». Propone unos indicadores que permiten detectar al «yihadista» potencial: barba larga, faldas largas, vestimenta musulmana, etc. A pesar de que el ministerio retiró esta nota, este racismo abierto es el resultado de la lógica estatal desplegada desde hace diez años.

La invisibilidad de los daños

Visibilización y emancipación corren parejos, lo mismo que invisibilización y dominación. Conviene, pues, preguntarse por los efectos invisibles de la ley, extrañamente ausentes de los discursos públicos institucionales, políticos y mediáticos. El hecho de que la ley haya acabado por ser «aceptada» no significa que deje de tener consecuencias importantes sobre la subjetividad de las jóvenes concernidas ni efectos consecuentes sobre los ciudadanos de confesión musulmana real o supuesta ni daños en las trayectorias de las jóvenes. El balance oficial tras un año de aplicación de la ley sacó a la luz los datos siguientes: 639 signos religiosos censados, esto es, «dos grandes cruces, once turbantes sijs y otros signos, todos ellos velos islámicos», 96 casos de alumnos que «optaron por salidas alternativas en el consejo disciplinario» (inscripción en un establecimiento privado, abandono en el caso de los mayores de 16 años, inscripción en el Centro Nacional de Educación a Distancia, 47 expulsiones). El informe de evaluación muestra una franca satisfacción al señalar «que no se ha realizado la predicción de expulsiones generalizadas» (1).

El informe deforma fuertemente la realidad ya que limita el análisis exclusivamente a las expulsiones por parte de los consejos disciplinarios. Así, si tomamos como base comparativa la cantidad de chicas «veladas» censadas en 2003 por el ministerio del Interior (1250 situaciones), se sacan otras dos conclusiones: se aprobó una ley para 1250 chicas y la consecuencia de esa ley fue que el 10% de ellas se vieron obligadas a abandonar la enseñanza pública. Por supuesto, estas estadísticas mienten al ocultar todas las expulsiones indirectas, es decir, las de aquellas jóvenes que anticiparon las dificultades y no se presentaron en su centro escolar en septiembre. En los demás años la expulsión indirecta es predominante ya que las personas que desean llevar un «velo» no se presentan en el centro.

Con todo, el balance no puede escamotear la dimensión cualitativa, es decir, el efecto que la obligación de quitarse el «velo» tiene sobre la subjetividad de algunas chicas. ¿Cómo es posible imaginar que la imposición de quitarse el velo para poder seguir siendo escolarizada pueda tener lugar sin provocar un sentimiento de negación, de desprecio y de humillación? Hay múltiples testimonios que demuestran la enorme violencia simbólica que sintieron estas jóvenes. Desde 2004 los testimonios son elocuentes: «siento una bola en la garganta»; «ahora tengo la impresión de que todo el mundo me mira»; «no soy una apestada». (2)

Como ilustra este otro testimonio, los efectos no son menores en 2006:

«¿Cómo explicar qué es el sufrimiento de no ser una misma, de ser obligada a deshacerse todos los días de una parte de ti misma para adquirir simplemente un derecho […], cómo explicar ser otra persona que no es una desde las ocho de la mañana a las seis de la tarde, cómo decir a quien no sabe que eso hace daño que yo no soy yo cuando me obligan a eso[…], que se vive mal, cómo dibujar lo que siento? Un odio, un dolor constante y amargura, eso es lo que representa para mí lo que para otros es tan banal, el instituto. Por cada lágrima que he derramado, cada insulto que he oído y cada vez que he tenido ganas de huir de esta cárcel […], por cada instante que he pasado en contra de mi voluntad […].» (3)

Los testimonios del libro Les filles voilées parlent [Hablan las chicas veladas] (4), publicado en 2008, también son significativos del desprecio y la humillación que sintieron. Y que no se nos diga que ese sentimiento solo fue momentáneo. Verdaderamente hay que situarse en el lado de los dominantes o haber despojado totalmente al otro de su humanidad para considerar que la herida moral que constituye el sentimiento de humillación y de desprecio pueda desaparecer con el simple efecto del paso del tiempo. Diez años después las jóvenes que fueron expulsadas en 2004 hablan todavía de ello con unas palabras que ponen de relieve la importancia de la violencia que padecieron:

«Después de sufrir la humillación, [surgían] las preguntas del tipo «¿Te lo pones porque llevas el pelo sucio o tienes una enfermedad?», el aislamiento, el ser puesta en cuarentena o en una jaula, como un animal en un zoo cuando los alumnos se apelotonaban en la ventana para ver qué era esta nueva bestia curiosa.»(5)

Nos encontramos aquí no solo con el desprecio sino también con la humillación, es decir, esta forma específica de desprecio que ataca la integridad de la persona y que tiene por objetivo envilecerla. La violencia de esta humillación es tanto más fuerte cuanto que se despliega contra adolescentes en plena construcción de identidad. Basta con tener presente una definición de humillación para cuantificar la violencia descrita por estas jóvenes:

«La humillación significa el sometimiento de una persona o grupo, en un proceso de sumisión que daña o destruye el orgullo, el honor o la dignidad. Ser humillado significa ser situado en contra de la voluntad de una persona y a menudo de manera profundamente dolorosa en una situación que es claramente inferior a lo que una persona considera que merece. La humillación significa un sometimiento que transgrede las esperanzas de la persona. Eso puede implicar actos de fuerza, incluida la violencia. En el centro está la idea de rebajar. En efecto, una de las características que definen el proceso de humillación es que se obliga a la víctima a un estado pasivo sin posibilidad de ayuda.» (6)

Y querían hacernos creer que esta experiencia no tenía consecuencias, que se olvida simplemente con el tiempo sin dejar huellas, que no marca de manera duradera las trayectorias de las chicas que lo han vivido, que estas habían elegido entre quitarse el velo para seguir siendo escolarizadas o mantenerlo. La realidad es testaruda y todos los balances satisfactorios sesgados no pueden ocultar la brutal realidad: la ley del 15 de marzo de 2004 significa el despliegue oficial de una violencia contra niñas y adolescentes ya que la gran mayoría de las chicas concernidas son menores de edad.

Una lógica de extensión

Los efectos de la ley sobre el velo no se limitan a estas violencias. Son mucho más importantes. Los debates que precedieron a la ley, las histerias políticas y las construcciones mediáticas que acompañaron y siguieron los debates parlamentarios impusieron una imagen del islam y del musulmán como un problema y un peligro. Hace ya tiempo que Abdelmalek Sayad puso en evidencia a propósito de la inmigración las consecuencias de este «emparejamiento entre un grupo social y una serie de problemas sociales [los inmigrantes y el empleo, o los inmigrantes y el paro, los inmigrantes y la vivienda, etc.]» (7). Desde hace más de una década se despliega el mismo proceso a propósito de las chicas que llevan velo: el velo como peligro para la laicidad, el velo como amenaza para la escuela pública, el velo como problema para el feminismo, etc.

La construcción de una categoría social como «problema» instaura una lógica que no puede sino extenderse más allá del primer objetivo del que surgió. Así, la voluntad prohibicionista inicialmente confinada en los establecimientos escolares tiende a desplegarse a esferas cada vez mas amplias. Y esto es, en efecto, lo que estamos presenciando desde hace una década: prohibición de acompañar a los niños durante sus salidas escolares, en las profesiones de la primera infancia, a la universidad, en la calle, en las empresas, en los hospitales, etc. Esta lógica no tiene fin ya que cada nueva etapa desencadena inmediatamente una escalada que amplifican los medios de comunicación ávidos de audiencia y de sensacionalismo. Aunque afortunadamente no todas estas propuestas de ley han salido adelante, han dado lugar a tomas de postura, a debates y reportajes televisados, a sondeos sobre la opinión de los franceses, etc., que reforzaban cada vez más la visión del islam y de los musulmanes como un problema.

Con la nota de la Delegación de Educación de Poitiers sobre la prevención de la «radicalización en el entorno escolar», el objetivo se amplía a los chicos musulmanes reales o supuestos. Este documento se presenta en forma de un power point, una de cuyas diapositivas se titula «indicadores de radicalización» y propone la siguiente lista: barba larga sin recortar (bigote afeitado); cabellos afeitados; vestimenta musulmana; pierna tapada hasta el tobillo; rechazo de tatuajes; callo en la frente; pérdida de peso relacionada con ayunos frecuentes. Estos primeros indicadores se denominan «signos exteriores individuales» y se complementan con otros que remiten esta vez «a los comportamientos individuales»: repliegue identitario; retórica política (referencias a la injusticia en Palestina, Chechenia, Iraq, Siria, Egipto); exposición selectiva a los medios de comunicación (preferencia por las páginas web yihadistas; interés por los inicios del Islam) (8).

Hay que observar con sospecha a las decenas de miles de jóvenes de la «generación Gaza» que se movilizaron este verano en apoyo al pueblo palestino. Hay que vigilar con atención a las jóvenes que prefieren los vestidos largos. Hay que hacer una lista minuciosa de los chicos y chicas jóvenes que no tienen tatuajes. Y qué decir de esos «callos en la frente», que sin lugar a dudas significan la práctica de la oración sobre baldosas de hormigón en vez de sobre alfombras. Podríamos reírnos de estas necedades si esta construcción de lo musulmán como peligro, problema y sospechoso no fuera productora de la forma contemporánea del racismo que es la islamofobia. Ahora bien, esta forma de racismo es, como todas las demás, una justificación de una agresión:

«El racismo es la revalorización, generalizada y definitiva, de diferencias, reales o imaginarios, a beneficio del acusador y en detrimento de su víctima, con el fin de justificar una agresión o un privilegio.» (9)

Una lógica de autorización

La lógica de extensión corre pareja con una lógica de autorización. Autoriza el paso a actos violentos justificando legalmente un tratamiento de excepción a partir de un signo indumentario. Así, resulta significativo que el importante aumento de los actos islamófobos en Francia concierna esencialmente a mujeres que llevan velo. El objetivo que los discursos políticos y mediáticos consideran un problema y un peligro se convierte en objetivo real para las agresiones verbales y físicas.

Tanto el informe de 2013 de la CNCDH (Comisión Nacional Consultiva de los Derechos Humanos) como el del año anterior registra un importante aumento de la islamofobia, que no corresponde a ningún virus venido de fuera de la sociedad francesa para contaminarla. Está directamente relacionado con los debates impulsados desde arriba por el Estado francés y difundidos por los medios en busca de sensacionalismo. Veamos qué nos dice el informe:

«Esta especificidad de la relación con la comunidad de los musulmanes se afirma igualmente en el tiempo. Si se compara con las series de preguntas de la década de 1990 se constata que entonces los musulmanes eran menos rechazados que los «árabes» (de 3 a 5 puntos de diferencia). En otras palabras, no ocupaban el lugar de la minoría «más detestada». Sin lugar a dudas uno de los factores es la manera como estaban estructurados los debates en torno a la inmigración. El islam y los musulmanes no eran tanto el centro de atención como en la década siguiente. Además, se puede pensar que el «marco republicano», que opone islam y valores republicanos, ha podido liberar el discurso xenófobo legitimándolo, de la misma manera que el «racismo encubierto» basado en las diferencias culturales resulta ser mucho más aceptado que el «racismo flagrante» que postula la inferioridad moral e incluso genética de las minorías.» (10)

Solo desde hace tres años las estadísticas de ministerio del Interior diferencian los actos islamófobos. Anteriormente se mezclaban con el conjunto de actos racistas. El informe de 2013 de la CNCDH pone de relieve algunas enseñanzas de estas estadísticas: un aumento desde hace tres años de los actos islamófobos; la cantidad de 226 actos contabilizados por los servicios de policía y gendarmería se dividen el 62 «actos» y 164 amenazas; los actos islamófobos afecta particularmente a las mujeres con velo (14 de los 17 actos de violencia contra personas censados tuvieron por objetivo mujeres que llevaban velo) (11). Por supuesto, estas cifras son muy inferiores a las reales ya que la mayoría de las mujeres no presentan denuncia teniendo en cuenta el estado de las relaciones entre la policía y las poblaciones surgidas de la inmigración poscolonial.

Ni virus importado del extranjero ni «complot judío oculto» como proclama el nacional-socialista (12) [Alain] Soral ni simple reacción pusilánime de una sociedad desamparada, la islamofobia es una construcción política y mediática en la que está plenamente implicada la responsabilidad y culpabilidad del Estado francés. Callarse ante esta forma contemporánea de racismo es contribuir a su desarrollo. Verdaderamente es el momento de volver a tomar la iniciativa.

 

Said Bouamama es autor de diferentes obras, entre ellas, Figures de la libération africaine. De Kenyatta à Sankara 2014, Femmes des quartiers populaires, en résistance contre les discriminations, des femmes de Blanc-Mesnil , Le Temps des Cerises, 2013, Dictionnaire des dominations de sexe, de race, de classe , Édition Syllepse, 2012, Les discriminations racistes: une arme de division massive , L’Harmattan, 2010, Les classes et quartiers populaires. Paupérisation, ethnicisation et discrimination , Éditions du Cygne, 2009, L’affaire du foulard islamique: production d’un racisme respectable , Le Geai bleu, 2004, Dix ans de marche des beurs, chronique d’un mouvement avorté , Desclée de Brouwer, 1994

Investig’Action

Traducido del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos.

Fuente: http://www.michelcollon.info/Les-vannes-ouvertes-de-l.html?lang=fr

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