Por Fernando López Agudín
Cuando parecía que Pablo Iglesias se había equivocado al haber hecho coincidir Vistalegre II con la Caja Mágica de la corrupción, los desenlaces de los dos congresos del PP y Podemos le han dado la razón. Los morados han dado toda una lección de democracia, allí donde los azules la han dado de caudillismo. Más de ciento cincuenta mil inscritos han elegido por una muy amplia mayoría al secretario general podemita, mientras que el dedo del presidente del Gobierno se ha autodesignado presidente pepero. El debate de Podemos ha sido inexistente en el Partido Popular. No digamos en el pabellón de la ONCE , donde esos ciegos burocráticos del PSOE proclamaban caudilla por la gracia del Dios González a Susana Díaz, sin que todos los militantes hayan podido recuperar todavía sus derechos democráticos suspendidos en octubre por la Gestora de los golpistas que defenestraron a Sánchez.
Podemos gana porque consolida su unidad, la Gran Coalición PP-PSOE pierde porque apostaba por la desunión de Podemos. Si el resultado de las votaciones moradas hubiera dado un resultado muy ajustado, por ejemplo un 41% para la mayoría junto con un 38% para la minoría, todos los poderosos lo estarían ahora mismo celebrando con Moët &Chandom. Dos proyectos equiparados junto con la dimisión de Iglesias, al margen de lo que decidiera hacer Errejón, hubiera sido un golpe mortal para la formación surgida del 15– M. Era bastante evidente en ese parlamento de papel impreso, que controlan casi completamente los medios financieros, que desde Año Nuevo dejaron de adular a Errejón sin dejar de atacar a Iglesias. Esa recuperación de un aire profesional evidenciaba que los de arriba buscaban que los de abajo siguieran atizándose en el ring de Podemos.
Con esta victoria dulce de Podemos y amarga derrota de la Gran Coalición se inicia, al contrario de lo que sostienen los portavoces de los poderosos, la cuenta atrás para la salida de Rajoy de la Moncloa. Primero, porque el gran éxito morado dificulta el apoyo del PSOE al PP en vísperas de su propio congreso en el verano; segundo, porque cortocircuita la operación Gatopardo que persigue la reedición del fallido experimento del Gran Centro como una alternativa inscrita en el turno de poderes del bipartidismo. Quien la impidió en febrero de 2o16, de ahí la crisis que acaba de cerrar democráticamente Podemos, la ha vuelto a impedir en este febrero de 2017. Hace justo un año en la consulta a las bases moradas sobre el gobierno Rivera, ahora en una masiva votación en todas las urnas de Podemos.
Quien lo ha captado muy bien ha sido Pedro Sánchez al ser el primer político en felicitar a Pablo Iglesias. La respuesta de los más de ciento cincuenta mil inscritos morados alienta la de los militantes socialista en las primarias que todavía no ha convocado el PSOE. El firme rechazo de Podemos a las curvas maniobras de los poderosos, para que continúe la política de Rajoy sin Rajoy, es todo un estímulo para que las bases socialistas despeñen en Despeñaperros a ese Rajoy con faldas que es Susana Díaz. El pasado o las características personales de Sánchez, sean las que sean, no impiden, como tampoco impidieron a Largo Caballero, antiguo miembro del Consejo de Estado de la dictadura de Primo Rivera, recuperar las señas de identidad socialistas contra los nuevos Indalecios Prietos a remolque de Alemania y la Banca. Todo depende de su voluntad. Hace un año no se atrevió. Veremos ahora.
La victoria de Podemos es hoy condición sine qua non, pero insuficiente, para la llegada de una alternativa progresista a la Moncloa. Sin estructurarse como un partido, sin una firme dirección, sin un consejo asesor que discuta de política con mayúscula, no podría ser la gran locomotora del cambio que ahora demanda la sociedad española. La experiencia del último semestre es que debe dejar de ser un bloque de mantequilla, donde el cuchillo de los de arriba penetre con facilidad, para reconvertirse en un muy sólido bloque cimentado en la unidad democrática. Debe abrirse, incorporar a los agentes sociales, ampliar y potenciar su pluralidad, rehuir todo sectarismo, sin que pueda padecer su organización. Precisamente, porque ya desde hoy mismo cuenta con una amplia mayoría tan inequívoca como una cualificada minoría, esta tarea será mucho menos difícil.
La penúltima esperanza de la Gran Coalición, ya se sabe que es lo último que se pierde, es que esa importante minoría– no con el peso que indicaba el parlamento de papel– continúe presentando batalla interna como si Podemos fuera un mero calco del PP o del PSOE. No está en la naturaleza de los minoritarios, tan morados como los mayoritarios, prestarse hoy al gran juego fraccional; ni quienes le han votado apoyarían este tipo de maniobras. No en balde, Vistalegre ensordeció este fin de semana con los gritos de unidad. Los siete kilómetros que separan la Caja Mágica de la corrupción del PP de Vistalegre de Podemos y los cuatro kilómetros de Vistalegre morada del pabellón de la ONCE de los ciegos del PSOE, equivalen a millones de kilómetros de la distancia política, ideológica y ética que separa a todo Podemos de la Gran Coalición. Si en Vistalegre I se toparon con la sorpresa del 15- M, reconvertida en movimiento, en Vistalegre II acaban de toparse con ese movimiento mutado en Partido.
Fuente: Público.es
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