Peter Linebaugh
Las calles de Baltimore y el racismo.
Una meditación histórica a cuenta de la protesta ante los juzgados de Ann Arbor
Edgar Allan Poe murió en las calles de Baltimore en 1849. Unos años antes había sido procesado por un tribunal militar de West Point, en una época en que los licenciados por esta escuela militar se convirtieron en oficiales del Ejército estadounidense al mando de harapientos pobres blancos empleados para matar indios o apoyar a propietarios de plantaciones, terratenientes y especuladores cuando se expandía el Reino del Algodón y los esclavos se insubordinaban. Poe no podía tragar eso, así que se envolvió en el asunto antes de escribir obras de ficción e inventar historias de detectives y misterios policíacos, los ancestros literarios de series televisivas como The Wire, ahora tan vista en Baltimore.
No escribió directamente sobre la esclavitud, pero todo su misterio, todo el horror macabro y gótico de su poesía y de su prosa refleja su realidad circundante: el terror y la inhumanidad de los campos de trabajo, de las violaciones, de la cría forzosa, de la forzada separación de padres e hijos y del inevitable destino del trabajo forzado. Baltimore era la capital del comercio interior de trabajo esclavo. Las drogas y el alcohol ofrecían alivio. En 1842, Poe escribió The Pit and the Pendulum [El pozo y el péndulo]. (Toni Morrison nos enseñó a leer la literatura norteamericana blanca en sus conferencias “Playing in the Dark” [Jugando en la oscuridad]: la historia de Poe parece versar sobre la Inquisición española del siglo XIII, pero lo cierto es que su atmósfera aterradora surge del miasma moral de Baltimore.)
Empieza así: “Yo estaba enfermo, mortalmente enfermo con esa larga agonía. Y cuando entonces me quitaron las cadenas y me permitieron tomar asiento, sentí que los sentidos me abandonaban. La sentencia –la terrible sentencia de muerte— fue la última de las diversas entonaciones que llegaron a mis oídos”. Es verdad: Maryland ha abolido la pena de muerte, pero la muerte civil y económica siguen siendo terribles sentencias, aun cuando el Uno-Por-Ciento vuele por el globo en aviones privados y retoce lujosamente en sus yates de un millón de dólares.
Volviendo al tiempo de Poe, el clipper surcaba por siete mares. El buque de tres mástiles, casco estrecho y aparejo cruzado estaba diseñado para la velocidad, no para la carga. Originario del puerto de Baltimore, su diseño llegó a ser epítome de la elegancia, una elegancia puesta al servicio del capitalismo comercial entre Asia y América. Con una velocidad tan rápida como el viento y capaz de desplegar un enorme velamen, esos buques se convirtieron en las verdaderas alas del capitalismo global, reportando tremendos beneficios a los comerciantes émulos de Ahab. Baltimore fue tanto el centro del comercio nacional de esclavos como de la fiebre imperial por traer a la sociedad esclavista de los EEUU aquellas no-mercancías totales mal llamadas “bienes”: oro, opio y te. La cafeína levantaba a los comerciantes avariciosos, el opio tranquilizaba a los potenciales rebeldes y el oro… Bueno, el oro volvía cualquier cosa en su contrario, porque ¿no es acaso el dinero la fuente de todos los males?
Pero era un mal viento que nunca trae nada bueno; podían oírse voces de libertad, y podían verse hechos de emancipación. Frederick Douglass se libró de la esclavitud, y recibió ayuda en Baltimore de unos marinos irlandeses. (¿Habrían avistado estos navegantes un mástil de algún buque clipper?) Benjamin Lundy era el editor del primer periódico que abogaba por la abolición incondicional de la esclavitud. Entonces editaba en Baltimore de The Genius of Universal Emancipation [El genio de la emancipación]. Escuchó a los afroamericanos, a hombres como William Watkins y Jacob Greener, que se acercaban al local de la imprenta para charlar. Lundy enseñó a Lloyd Garrison cómo encajar los tipos de imprenta y cómo se escribe “abolición”.
The Pit and the Pendulum prosigue. Luego de esa “entonación” de la sentencia de muerte: “Después de eso, el sonido de las voces inquisitoriales pareció fundirse en un espantosamente indeterminado murmullo. Traía a mi alma la idea de revolución, tal vez a partir de su fantaseada asociación con el zumbido de una rueda de molino. Sólo por unos instantes; ahora, ya no oigo nada”.
¿Y ahora? ¿Qué traía ahora al alma, aparte de un espantoso murmullo? ¿Qué es revolución? ¿Es meramente el aburrido girar de la rueda? ¿O es el proceso abolicionista, el proceso de abolición de la esclavitud y de las estructuras sociales que son su causa? Esas estructuras permanecen –la policía está bien pagada para preservarlas— y su causa, el capitalismo, encarcela a los jóvenes, a los locos y a los osados en la esclavización presente del divide y vencerás.
Edward E. Baptist, cuyo libro The Half Has Never Been Told: Slavery and the Making of American Capitalism [La otra mitad jamás contada: la esclavitud y la formación del capitalismo norteamericano] se publicó el año pasado, muestra que “la expansión de la esclavitud (…) configuró toda la historia”. Además, los “afroamericanos esclavizados construyeron los EEUU modernos y, en verdad, el mundo entero”. El comerció esclavista transatlántico se terminó en 1807 con leyes aprobadas en el Congreso (EEUU) y en el Parlamento (Reino Unido). Desde entonces, la esclavitud se convirtió en un sistema autorreproducido, una ristra de cadenas extendida de este a oeste, y el látigo que producía para los patricios una fantástica riqueza arrancada de los verdugones en las espaldas de los recolectores de algodón.
Baptist, de nuevo: “Baltimore fue el mayor centro de comercio interior de esclavos en la Costa Este. Los afroamericanos abandonados a su suerte allí tendrían mucho que decir sobre el comercio que envolvió a tantos de sus allegados. Sus conversaciones con Lundy movieron a éste a la confrontación con los poderosos intereses proesclavistas. No tardó Lundy en acusar a todos los propietarios de esclavos, desde las páginas de The Genius, de ser “vergonzosos fornicarios” que criaban seres humanos para el mercado. Reservó su más acerada furia para los Woolfolks, describiendo a la familia como una banda de ‘piratas’ sin ley, cuyo ‘corazón rebosante de crueldad’ causaba ‘una fatal corrupción en el cuerpo político’.” La verdad de su acusación queda probada por el hecho de que, de los diez condados norteamericanos que compraban esclavos para la reventa en el Sur entre 1829 y 1831, cuatro se hallaban en Maryland.
Woolfolk era un empresario de esclavos radicado en Baltimore que creó condiciones eficientes de mercado entre los viejos estados y la frontera esclavista. Su organización empresarial controlaba barcazas en la Bahía de Chesapeake y oficinas en Nueva Orleáns. Empresa multiestatal con integración vertical, alquilaba buques que podían transportar centenares de esclavos para su venta. Sus principios de teoría económica todavía son loados por las escuelas de negocios, y pasan por neoliberalismo ortodoxo entre los devotos del egoísmo y de [la novela de Ayn Rand] La rebelión del Atlas [1957].
“El 9 de enero de 1827, Austin Woolfolk abordó a Lundy cuando éste, en su calidad de editor del periódico, estaba abriendo el local de su imprenta. Woolfolk derribó a Lundy y le golpeó con saña. Luego se fue. Lundy demandó por asalto a Woolfolk. Pero cuando el caso llegó a juicio, el juez declaró que el editor se merecía el ‘castigo’. Multó al comerciante de esclavos con un dólar, y se soltó un discurso de alabanza de los beneficios económicos reportados por el comercio de esclavos para el estado de Maryland. Y no se privó de añadir que Woolfolk también había quitado de en medio ‘a muchísimos granujas y vagabundos que resultaban una molestia para el estado’.”
¿Granujas y vagabundos? Vieja terminología –¡léxico de Shakespeare!— para hablar de desempleados que se remonta a los orígenes del capitalismo en el siglo XVI, cuando la clase trabajadora perdió sus ejidos y las tierras comunales que le permitían subsistir y fue criminalizada.
Edgar Allan Poe entendió la naturaleza de las fuerzas que estaban detrás de la violencia policial. Véase, si no, cómo prosigue: “Sin embargo, por un rato, logré ver. Mas ¡con qué terrible exageración! Vi los labios de los jueces con togas negras. Me parecían blancos, más blancos que la hoja sobre la que escribo estas palabras. Y finos hasta lo grotesco. Finos con la intensidad de su expresión de firmeza, de inamovible resolución, de severo regocijo en la tortura humana”. Se trata sin duda de una descripción, de un auténtico retrato, si no del funcionario Reid que disparó en la cara a Aura Rosser en Ann Arbor el pasado 10 de noviembre de 2014, sí del actual fiscal del condado, Brian Mackie, ese blanco regocijado de labios finos que se negó a acusarle de homicidio. ¡Verdaderamente grotesco! ¡Dejemos que los horrores del pozo y el péndulo caigan sobre él y los amiguetes a quienes sirve, a menos que –o hasta que— se haga justicia!
William Lloyd Garrison era el aprendiz de Lundy. Se fue de Baltimore trasladándose a la relativamente segura ciudad de Boston, en donde abrió un comercio cerca de David Walker. El Llamamiento a los ciudadanos de color de todo el mundo escrito por Walker apareció en 1829. “La libertad es vuestro derecho natural”, escribió. Así que “¡actuad como un ser humano!”. El suyo fue un destino alternativo al de Edgar Allan Poe en Baltimore: colectivo, internacional, en pie.
Peter Linebaugh es profesor de Historia en la Universidad de Toledo. The London Hanged y (con Marcus Rediker) La hidra de la Revolución: la historia oculta del Atlántico revolucionario (trad. castellana: Editorial Crítica, Barcelona, 2005). En Serpientes en el jardín se incluye su ensayo sobre la historia del Día de Mayo. Su último libro es el Manifiesto de la Carta Magna (California Univ. Press, Berkeley, 2009), del que hay buena traducción castellana publicada por la editorial madrileña Traficantes de Sueños.
Traducción para www.sinpermiso.info: Mínima Estrella
FUENTE: SINPERMISO
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