jueves, 8 de octubre de 2015

Rusia pone en evidencia a las potencias occidentales en Siria

 

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RENOVACIÓN DEL EJERCITO RUSO

 

Augusto Zamora R.
Profesor de Relaciones Internacionales

Ha sorprendido a moros y cristianos –literalmente– la inesperada y decidida irrupción de Rusia en el sangriento y enquistado conflicto sirio. De repente, sin aviso previo, medio centenar de aviones y helicópteros de última generación inician, el 30 de septiembre, ataques aéreos contra bases del Estado Islámico (EI), en apoyo de operaciones terrestres del Ejército sirio. La intervención rusa es respuesta a una petición oficial del Gobierno sirio, es decir, se enmarca dentro de los parámetros estrictos del Derecho Internacional.

Otro hecho relevante había acontecido una semana antes, sin que los medios de prensa occidentales le prestaran atención: la apertura, en Bagdad, de un Centro de Información, formado por Rusia, Siria, Irán e Irak, con el fin de coordinar acciones contra el EI. Según el director del Comité de Defensa y Seguridad del Parlamento iraquí, Hakim al Zamili, el Centro de Información se dedicará a recoger toda la información posible sobre los movimientos del EI en Siria e Irak. El centro funcionará con representantes de los Estados Mayores de los ejércitos de los cuatro países. En suma, que los tres gobiernos chiíes de la región y Rusia han decidido coordinar acciones para elaborar políticas efectivas y conjuntas contra el EI y otros movimientos terroristas. Rusia aportaría la parte técnica: aviones espías, drones y otros equipos.

A este segundo hecho habría que sumar un tercero. Hace pocos días, en Naciones Unidas, el ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov, declaro: “Suministramos armas a los kurdos a través del Gobierno iraquí y en el centro de información creado en Bagdad, además de los militares de Irak, Siria, Irán y Rusia, están presentes los kurdos”. Es decir, en la nueva alianza están todos, incluyendo los kurdos, noticia que debe haber provocado poco entusiasmo en Turquía. Por último, el asesor de la Academia Militar Gamal Abdel Nasser de Egipto, general retirado Mahmud Jalaf, declaró que Egipto podría sumarse, en un futuro, al Centro de Información de Bagdad. Jalaf agregó que, hasta ahora, “todas las operaciones militares de la coalición internacional encabezada por EEUU no consiguieron resultados, esta colaboración debía bloquear las fuentes de financiación y el suministro de armas a los terroristas, lo que nunca sucedió”. En esa línea se expresó el ministro egipcio de Exteriores, Sameh Shoukry, en una entrevista a Al Arabiya: “La entrada de Rusia en esta lucha, dado su potencial y capacidades, tendrá como efecto, a nuestro juicio, la detención y la erradicación del terrorismo en Siria”. Declaración relevante, por el peso de Egipto en el mundo árabe, que dan pauta a otros países. Algo serio está ocurriendo en la región, a espaldas –¡oh pecado!– de la OTAN.

Por lo pronto, los bombardeos rusos sobre el EI han puesto en evidencia la política de los países atlantistas en la zona, demostrando que sus bombardeos eran inocuos, lo que explicaría por qué el EI seguía actuando impunemente en Irak y Siria, sin retroceder un metro. Tales bombardeos semejaban más una operación cosmética para tapar el apoyo que países como Turquía, Israel y Arabia Saudí seguían dando al terrorismo islamista, que una verdadera campaña militar. Los bombardeos rusos, en cambio, han tenido efectos inmediatos. Combatientes del EI están evacuando a sus familias hacia Irak –que ya ha pedido que las acciones rusas se extiendan a territorio iraquí– y otros se estarían retirando a Jordania, huyendo de los bombardeos y de las operaciones terrestres que ha lanzado el Ejército gubernamental. La vida plácida que llevaban hasta ahora ha concluido y también una de sus primeras fuentes de financiamiento, pues es objetivo prioritario de Rusia destruir los oleoductos que controlan, para cortar al EI la venta de petróleo (a propósito, ¿a quién vende el EI ese petróleo que debe ser refinado?).

La irrupción rusa en Siria y la alianza cuatripartita con Irak e Irán tienen otra lectura más seria. A partir de 2011, EEUU, Turquía, Arabia Saudí e Israel pusieron en marcha una operación cuyo propósito era destruir el régimen de Bashar al Asad en Siria. No por razones humanitarias ni democráticas. Se trataba de derrocar al único y vital aliado de Irán en la región –objetivo de principal de Arabia Saudí–; de romper las vías de suministro de armas a Hezbolá y, por tanto, de liquidar a Hezbolá –objetivo principal de Israel–; de poner a Rusia fuera de juego en Oriente Próximo –objetivo mayor de EEUU–, y de imponer un régimen títere –objetivo de Turquía–.

Para conseguir esos propósitos, Arabia Saudí, EEUU y Turquía crearon, entrenaron y armaron al Ejército Libre Sirio (según el modelo de la contra antisandinista en Nicaragua, en los años 80) y, luego, al EI, mientras Israel sostenía a Al Nusra, la rama de Al Qaeda en Siria, que opera desde los ocupados territorios del Golán sirio. Eliminar al régimen sirio dejaba otras dos ganancias de primer orden. Por una parte, cerrar a Irán e Irak (países con gobiernos chiíes) su sueño de sacar petróleo y gas al Mediterráneo a través de territorio sirio. Por otra, bloquear cualquier posibilidad de que la Nueva Ruta de la Seda, impulsada por China, pudiera salir al Mediterráneo por Siria, pues Turquía ambiciona ser esa salida.

Se han hecho guerras por motivos más banales, como conquistar minas de diamantes en África (con millones de muertos que a nadie han importado) o para tapar escándalos extramatrimoniales (como los bombardeos estadounidenses contra Sudán a causa –dicen– de una becaria traviesa). Los motivos que mueven los hilos de las guerras en Siria (donde hay cuatro, más la propia del EI, dato a no olvidar) son de calado y son resultado del reacomodo de fuerzas en Oriente Próximo, entre Irán y Arabia Saudí, en primera fila, pero, de fondo, entre la OTAN e Israel, por una parte, y Rusia e Irán por la otra, con Siria como escenario. Geopolítica pura y dura que sólo la tragedia de los refugiados ha devuelto a primera plana en Europa. En esa pugna, alguien cometió el error de originar un movimiento masivo de refugiados a Europa, porque el tsunami migratorio ha tenido un impacto tal que, hoy por hoy, no hay quien pueda obviar la tragedia ni criticar con credibilidad la irrupción de Rusia en apoyo de Damasco.

Los países que, cínicamente, permanecían de brazos cruzados, esperando a que el agotamiento terminara derrumbando al Gobierno sirio, han reaccionado firmando una declaración conjunta. EEUU, Turquía, Arabia Saudí, Qatar, Francia y Alemania exigen que los bombardeos sean dirigidos únicamente contra el EI y no contra otras fuerzas, dentro de las cuales está Al Nusra/Al Qaeda (¡ay!, si Bin Laden levantara la cabeza). Esa declaración, ahora intrascendente, parece dirigida a impedir el fracaso de su estrategia de acoso y derribo contra el régimen sirio. Israel está preocupado, pero sabe que no puede decir nada, salvo pedirle a Rusia comprensión. El viaje relámpago de Netanyahu para reunirse con Putin, el 21 de septiembre pasado, fue motivado por la inminente intervención rusa en Siria. Según Netanyahu, el viaje a Moscú obedeció a la necesidad de “aclarar la postura de Israel [contra Hezbolá] y hacer todo lo posible para evitar cualquier malentendido” (como el derribo accidental de aviones rusos).

La irrupción de Rusia en Siria ha obligado a reaccionar a los europeos. Para David Cameron, voz de EEUU en Europa, ha sido una mala noticia, que sólo complicará la situación en Siria y resto de la región. Para la canciller Angela Merkel, cuyo país es el más afectado por la tragedia migratoria, el conflicto sirio exige un “esfuerzo militar”, que debe ir acompañado de un “proceso político” con la participación de Al Asad. Para el exministro alemán de Exteriores y firmante de la reunificación de Alemania, Hans Dietrich Genscher, la situación es obvia: “Lo que nos enseña Siria es que la paz en Siria es nuestra paz”. Genscher dice más: “En cuestiones como la de Ucraniay en cualquier otro conflicto internacional, hay que tener muy claro que no habrá solución definitiva que no incluya a Rusia. No sin Rusia y, desde luego, no contra Rusia… Nos guste o no, hemos de aceptar la realidad. No sin Putin y, desde luego, no contra Putin”.

La nueva situación creada por Rusia ha dejado claro quién es quién y dónde está sentado en el sangrante tablero de Oriente Próximo. Detrás de las fuerzas heterogéneas que combaten al Gobierno de Damasco –incluyendo al EI– están EEUU, Arabia Saudí, Israel, Turquía y Qatar. El otro sector lo ocupa el antiguo eje del mal: Rusia, Irán, Irak, Siria y los kurdos, además de China, que también actúa, pero desde una discreción máxima. Es obvio que el acuerdo nuclear alcanzado con Irán ha contribuido a liberar fuerzas que permanecían agazapadas, pero que estaban listas y dispuestas a actuar en la región.

¿Qué es lo que viene? Eso dependerá en gran medida de la posición que asuman los países atlantistas. Si actúan según lo que recomiendan la prudencia y la inteligencia, en unos meses el EI puede quedar en grupo residual, por las operaciones aéreas rusas, el rearme del Ejército sirio y de los kurdos y el efectivo apoyo en tierra de Al Quds, fuerza de élite de la Guardia Republicana iraní. Turquía tendría que cerrar sus fronteras al flujo continuo de yihadistas y actuar contra los que se refugien en su territorio, de igual manera que Arabia Saudí y Qatar deben parar el financiamiento al EI y otros grupos extremistas. Si tal cosa ocurre, la paz en Siria puede ser cuestión de meses, coronada con una negociación entre las fuerzas opositoras moderadas y el Gobierno sirio. Nada de esto podría ser posible sin la decidida acción de Rusia. Que está ahí, para hacer ver que puede y que sin Rusia e Irán no hay paz posible, aunque puede haberla juntando las fuerzas de Rusia, Siria, Irán, Irak y los kurdos. Ahora toca a los otros decidir.

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