CARLOS ENRIQUE BAYO
“Vamos a asegurarnos de que dentro de 50 años, un italiano, un francés, un inglés, un irlandés o un alemán aún pueda ser reconocido como europeo, y no confundido con un ghanés o un chino”, proclamó hace pocos días Udo Voigt, cabeza de lista del Partido Nacional Demócrata (NPD) de Alemania, la primera formación política neonazi de ese país que puede obtener representación parlamentaria 75 años después del estallido de la II Guerra Mundial.
Pese a que los servicios secretos germanos clasifican al NPD como “racista, antisemita y revisionista” (defensor del Tercer Reich), un cambio en la ley electoral alemana que suprime el umbral mínimo del 3% de los votos para obtener algún escaño parece ahora garantizar que Voigt será eurodiputado gracias a los eslóganes “Dinero para los ancianos, no para los gitanos” y “El barco está lleno”. Y a una demagogia barata que instiga el odio racial más primario: “Europa es el continente de la gente blanca y así debe seguir”, predica este nuevo führer católico de 62 años.
Él asegura ser “demócrata” y niega contra toda evidencia que su ideología sea racista, pero la realidad es que los dirigentes del NPD no sólo han copiado numerosas ideas del nacional-socialismo, sino que “en su programa de deportar de Alemania a unos 12 millones de personas que no consideran racialmente puras, son incluso más extremistas de lo que era el partido NSDAP de Hitler en su congreso fundacional de 1920”, explicaba recientemente a Reuters el politólogo Hajo Funke. “Porque los nazis en un principio sólo hablaban de expulsar a los judíos, mientras que ahora sus herederos pretenden expulsar a turcos, musulmanes e inmigrantes en general”, acabar con el libre tránsito de personas en la zona Schengen y abolir la libertad de contratación de trabajadores de otros países. En definitiva, acabar con la UE, como arenga Voigt:
“Voy a meter un palo entre las ruedas de los que pretenden crear una sociedad multicultural en Europa e impedir los planes de gastar miles de millones en rescates bancarios, en vez de en los desempleados”.
Un discurso ultrademagógico que suena exactamente igual que la cantinela de la líder del Frente Nacional (FN) francés, Marine Le Pen, que seguramente se alzará con la victoria en Francia, cuando promete: “Voy a formar un grupo parlamentario [en la Eurocámara] porque quiero bloquear cualquier avance de la Unión Europea”.
Por supuesto, ella reniega de alianzas con formaciones tan neonazis como el propio NPD, el Jobbik húngaro, el búlgaro Ataka o el Amanecer Dorado griego. Pero proclama su intención de reunir a los euroescépticos de Francia, Holanda (el PVV de Geert Wilders), Austria (el FPOe que dirigió Jörg Haider), Bélgica (el islamófobo Vlaams Belang), Italia (la xenófoba Liga Norte que fundó Umberto Bossi), Suecia (los populistas de Sverigedemokraterna), Eslovaquia (el ultranacionalista SNS) y Lituania (el Partido del Orden y la Justicia), para obtener las subvenciones y el tiempo de intervención en los plenos reservados a los grupos de al menos 25 diputados de siete países distintos.
Igualmente, el antieuropeísta Nigel Farage –cuyo Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP) va camino de alcanzar el primer puesto en ese país– descarta ahora los pactos con Le Pen y Wilders, aduciendo que sus posturas ultra-racistas le perjudicarían en su objetivo prioritario de retirar a su país de la UE. Pero estos últimos dicen abiertamente que cambiará de posición en cuanto vea los beneficios de unir fuerzas en la Eurocámara. La candidata del FN Aymeric Chauprade vaticina que podrán reunir a una docena de partidos y medio centenar de eurodiputados en un grupo de formaciones que han optado por enmascarar su ideología neofascista tras un mensaje de defensa de los intereses ciudadanos y nacionales frente a las imposiciones económicas de la Troika y los desastres de la política de austeridad y recortes.
“Más de la mitad de las leyes en Holanda no parten del Ejecutivo neerlandés, sino del Consejo Europeo, de la Comisión o de la Eurocámara; es decir, de la élite europea”, clama Wilders, que puede acabar siendo el más votado en su país en estas elecciones.
Hasta Amanecer Dorado, con media docena de sus líderes en prisión por sus actividades violentas y su propaganda hitleriana, ha presentado a las europeas candidatos civilizados: abogados, empresarios y académicos que ya no agitan cruces gamadas sino el eslogan: “Por una Europa de las naciones, no de los bancos”. Los neo-nazis de Grecia niegan serlo y piensan aprovecharse de la miseria a la que Bruselas condenó a los griegos: “Nosotros no somos fascistas, sino nacionalistas”, afirma su candidata Georgia Vardoulaki. “La cuestión es que la UE arrancó con el objetivo de ser una familia de naciones y se ha transformado en un bloque de amos y esclavos”.
Por su parte, el líder del antisemita Jobbik húngaro, Gabor Vona, ha aparcado su agresiva retórica racista y aparece en los carteles de campaña acariciando a tres perritos cachorros sobre sus rodillas. Ese profundo maquillaje de la anterior imagen paramilitar de los neofascistas europeos viene acompañado de un fácil mensaje populista con el que la población puede identificarse: los ciudadanos están oprimidos por poderes globales y élites corruptas, frente a los cuales hay que resucitar la soberanía nacionalista. Y casi todos esos partidos fascistas emplean las palabras “Libertad” y “Democracia”, precisamente lo opuesto de lo que impondrían si alcanzasen el poder, en sus nombres oficiales: las tres candidaturas conjuntas ultraderechistas en estas elecciones de 2014 se hacen llamar Movimiento por la Europa de las Libertades y la Democracia, Alianza Europea por la Libertad y Alianza Europea de Movimientos Nacionales.
Está claro que las personalidades narcisistas y egocéntricas de todos esos líderes hará difícil que formen un solo grupo homogéneo en Estrasburgo, pero también es innegable que su meteórico ascenso en la Eurocámara (donde, probablemente, más que duplicarán su número combinado de escaños, hasta superar el centenar) ha sido impulsado por el desastroso austericidio que se ha impuesto a la ciudadanía para compensar el crash financiero global, mientras se rescata a las entidades bancarias y se toleran el fraude y los paraísos fiscales.
Una vez más en la historia de Europa, la tremenda desigualdad socio-económica (con su doble fractura, Norte-Sur y entre el 1% que lo tiene todo y el 99% cada vez más empobrecido) y la tragedia de parados, desahuciados, marginados… está alimentando el monstruo del fascismo.
Como concluía Ignacio Ramonet en el último Le Monde Diplomatique, tras constatar que las clases medias están “en estado de pánico” porque ven cómo se deslizan por “el tobogán que las conduce a reintegrar las clases pobres, de donde pensaban (…) haber salido para siempre”:
“La Unión Europea se dispone a lidiar con la extrema derecha más poderosa que el Viejo Continente haya conocido desde la década de 1930”.
¿Y qué remedio nos recetan desde la Troika? Más austeridad para la gente y más enriquecimiento para la élite. Están jugando con fuego… y lo saben.
FUENTE: PÚBLICO.ES
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