BRUSELAS
Nazanín Armanian
La guerra intercapitalista de Ucrania, de momento, es de los “caos controlados”, a pesar de su complejidad por numerosos escenarios en los que intervienen diversos actores con sus cambiantes, opacas y contradictorias intenciones.
El conflicto, que ya se ha cobrado la vida de al menos 60.000 personas y ha obligado a huir a cientos de miles, se ha enquistado. Los federalistas afines a Rusia, a pesar de carecer de una estructura de mando político-militar coordinada, van ganando posiciones al Gobierno de Kiev. La desastrosa situación económica y la corrupción de un equipo disfuncional de dirigentes están entre los factores que impiden que una institución prestamista como el FMI le entregue al Ejecutivo de Petro Poroshenko los 17.000 millones de dólares pactados en el Acuerdo Stand-By de abril del 2014, y eso a pesar de ser una cantidad menor que el desembolsado para el “rescate” de Grecia y de España, y que Ucrania sea más estratégica que dichos países.
El propio Banco Mundial prevé que el PIB de Ucrania para 2015 bajará del -1% al -2,3%. Además, no ve ni una señal de una futura estabilidad política: ¿podrán los ucranianos tan polarizados confiar en un Poroshenko que ha sido incapaz de recuperar las zonas bajo el control de los federalistas, y mucho menos Crimea, u obtener un apoyo determinante de Occidente? Una de las condiciones para recibir ayudas por el país de la fracasada “revolución naranja” es la realización de reformas estructurales, entre ellas, privatizar gran parte de su industria, algo pendiente de hacer.
Una Ucrania y tres soluciones
En este conflicto, al igual que en la mayoría, el pueblo no tiene ni voz ni voto, siendo las potencias internacionales quienes decidirán su destino, hoy en desacuerdo sobre cómo repartir los espacios de influencia:
VARSOVIA
1. Desde EEUU ofrecen varias salidas:
a) La “solución polaca”: integrar Ucrania en la estructura de la OTAN y en la UE, y mimarle como país hostil a Rusia. Los halcones republicanos y demócratas insisten en el envío de armas pesadas al Gobierno de Kiev (o sea, declarar la guerra a Moscú), con el fin de asestar un golpe mortal a Rusia, rebajar su estatus de “país núcleo” en el escenario mundial a “periferia”, derrocar al presidente Putin, romper la Federación Rusa, y acabar con los BRICS y la organización de Cooperación de Shanghái (la OCS);
b) La finlandización de Ucrania propuesta por Zbigniew Brzezinski, el exasesor de Seguridad Nacional del presidente Carter, para que así se convierta en un mercado abierto a Rusia y a los occidentales, sin integrarse en ninguna alianza militar;
c) La peculiar propuesta del presidente Obama: ejercer la paciencia estratégica. El desastroso resultado de la intervención en Libia, a la que se había opuesto, le ha servido a Obama para negarse a lanzar un ataque a Siria y no intervenir militarmente en Ucrania. Prefiere seguir con sus opciones favoritas: sanciones económicas y presión militar a Rusia. ¿Para conseguir qué? ¿La devolución de Crimea? Parece que Obama no conoce la “doctrina Putin”, y que tales amenazas no sólo no cambiarán su postura, sino que harán que utilice sus bazas con Irán y su programa nuclear, o en Afganistán, donde miles de soldados de la OTAN dependen del equipamiento militar que reciben desde Asia Central, gracias al Kremlin.
2. Desde Alemania, Ángela Merkel, pragmática, sin ideas estratégicas, y a pesar de que su país es rehén de los 50.000 soldados estadounidenses instalados en su territorio, mira los intereses de su economía, sus banqueros y sus empresas: Rusia se presenta así con mucha mayor importancia que Ucrania, y no sólo por ser la reina energética, sino también por su peso político en el tablero mundial. Por lo que se opone a la otanización de Ucrania (en parte porque prefiere consolidar su posición dentro de la Alianza, en vez de llenarla con esos molestos países del Este que hacen de peón de Washington), y tampoco defiende con determinación la entrada de otro país en crisis en la UE. Es más, Berlín es consciente de que el segundo gran objetivo de EEUU en provocar una guerra en Ucrania, después de sacarle a Kiev de la esfera de la influencia rusa, ha sido impedir una alianza ruso-germana que algún día llegue a controlar Eurasia, el “corazón del mundo” (que prevé la “Teoría Heartland”). O, quién sabe, quizás espera que Rusia siga desintegrándose sin violencia, como lo ha hecho hasta hoy. En este país, la doctrinaOstpolitik (normalizar las relaciones con el Este de Europa) sigue teniendo sus defensores desde la era soviética, y hoy aboga por una alianza energética entre la UE y Rusia, y su inclusión en la estructura de seguridad europea.
Entre las medidas de Merkel para encontrar una salida política al conflicto está ofrecerle a Kiev un préstamo de 1,6 millones de euros, con la condición de que no sea invertido en operaciones militares en las provincias fronterizas con Rusia. Putin ha aplaudido el gesto de la canciller, ya que además así podrá cobrarle a Poroshenko lo que le debe por el gas vendido. Total: el dinero permanece en el mismo círculo de la oligarquía europea.
La UE que lidera Merkel está perdiendo cientos de millones de euros por culpa de las sanciones impuestas por Washington a Rusia. Las inversiones de cerca de 3.000 compañías alemanas se han visto afectadas. A la Europa Occidental le está saliendo muy caro seguir la política hostil de la Casa Blanca hacia Rusia y su absurda e infantil división maniquea del mundo entre los prooccidentales y los enemigos.
3. A los rusos les gusta más la “solución belga”: neutralidad reconocida y garantizada de una Ucrania federal que respete los derechos de sus minorías. Bélgica declaró en 1830 su independencia del Reino de los Países Bajos, y a pesar de que Francia estaba tentada en anexionarse la ciudad de Bruselas, al final aceptó la propuesta de los demás grandes de Europa de respetar su integridad territorial y su neutralidad permanente. La misma neutralidad reconocida internacionalmente de la que goza también Suiza. En pocas palabras, una Ucrania federal, neutral, y con actuales fronteras.
Confusión sobre la postura de Kremlin
Las relaciones entre Moscú y los rusos de Ucrania no son las del “amo y sus peones”. Aunque les unen algunos intereses, lo cierto es que el principal objetivo del equipo de Putin es impedir con todas sus fuerzas la adhesión de Ucrania a la OTAN, mientras la prioridad de los federalistas rusos de Ucrania es el derecho a la autonomía.
Con el fin de garantizar su seguridad, Moscú sí que intenta mantener el control sobre la minúscula zona liberada del país, como medida de presión sobre el Gobierno cliente de Kiev, sin querer ser dueño de ella: los altos costos de mantener a millones personas se juntarían con los de reconstruir las zonas devastadas, y hoy por hoy, Moscú no está para estos gastos, por lo que ayudaría a los separatistas en su justa medida: ni tan poco para que sean aplastados por Kiev, ni tanto para que provoque la desintegración del país. De hecho, el Kremlin reconoció al Gobierno el resultado del golpe de Estado de Kiev para toda Ucrania.
Rusia, en sus negociaciones con los europeos, intenta conseguir un acuerdo global para poner fin a la crisis, pues un “conflicto congelado”, duradero y eterno en Ucrania permitiría a EEUU armar a Kiev, sin que Moscú pudiese continuar sufragando la asistencia militar a los separatistas y la ayuda humanitaria a millones de personas afectadas por la guerra durante mucho tiempo. Además, algunos grupos rebeldes, con el tiempo, pueden alcanzar un acuerdo con Kiev.
Para alcanzar tal objetivo, con sus propuestas están provocando un choque de intereses entre los halcones de EEUU y la UE, pero también en el seno de ambos espacios por separado: en Washington aíslan a los belicistas, y en la UE, llegan a acuerdos con Alemania y Francia en perjuicio de las posturas rancias de Lituania o Polonia.
Putin pide a Merkel y a Hollande que se opongan a más sanciones (que expiran en julio) y que alivien las actuales que pesan sobre su economía. En otro frente, el militar, espera mayor división en el seno de la OTAN entre los defensores de una intervención bélica y sus detractores. De momento, celebra que la Turquía “antirusa” haya dejado de serlo, para acercar posiciones a Moscú (a pesar de que Obama, como castigo, esté aumentando el poderío militar de la Autonomía Kurda de Irak), o que el izquierdista Alexis Tsipras, el líder de Grecia, otro país de la OTAN, se reuniera el mismo día de jurar su cargo con el embajador de Rusia. El país heleno, desvalijado por sus socios europeos, es un gran candidato para convertirse en un sólido aliado: también profesa la ortodoxia cristiana, y puede ser la ruta de tránsito de gas a la UE, junto con Turquía.
***
Es obvio que Ucrania tiene gran peso en las agendas de Putin, Obama, Merkel y Hollande, pero no tanto para que por ella inicien una guerra abierta. Eso sí, puede que en esta guerra “delegada” (Proxy) firmen un mal acuerdo con el fin de sacar ventajas al otro, pero es dudoso, ya que los intereses compartidos están demasiado entrelazados. Todo está bajo el control, de momento, en esta “paz caliente”.
FUENTE: PUBLICO.ES
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