BUDAPEST EN CONSTRUCCIÓN
Jake Blumgart · · · · ·
12/01/14
Todo en Budapest parece estar en construcción. Al salir de la estación central de ferrocarril, tras llegar a la ciudad, tuve que abrirme paso entre un montón de maquinaria pesada y de hormigón hecho pedazos: la herencia de una línea de metro que ha estado en construcción desde 2009. En la orilla oriental del Danubio, los turistas se pasean entre encorvados trabajadores de la construcción para acceder al gran número de tiendas pijas en las calles que están siendo repavimentadas. El edificio del parlamento húngaro, con su bosque de agujas puntiagudas en fila, se encuentra vallado e inaccesible desde el este debido a un proyecto masivo de renovación: una eficaz pantalla contra las concentraciones de protesta que se realizan en la plaza con regularidad.
La renovación de las secciones más importantes de la ciudad parece que se debe a la proximidad de las elecciones del 2014, que serán las primeras desde que el partido conservador de Fidesz consiguió 262 de los 386 escaños en el parlamento. El líder del partido, Víktor Orbán, es el más respetado de los antiguos oponentes al régimen comunista. Orbán fue descrito por el historiador Timothy Garton Ash en 1989 como el activista “fogoso de la barba negra” que fue el único orador en la conmemoración de la muerte del líder disidente Imre Nagy capaz de inspirar una ferviente respuesta entre la inquieta multitud. “De entre todos los líderes de la era poscomunista , es el único al que se construirá un monumento”, según me contó un periodista.
Pero desde los embriagadores días de 1989, Orbán ha girado más que nunca hacia la derecha. De nuevo, su partido parece destinado a otra victoria electoral. Los partidos de centroizquierda disponen de poca legimitidad o incluso de poca energía para desafiarle. Sus débiles filas están integradas por viejos fieles militantes y tecnócratas neoliberales. Y la única fuerza que parece querer aprovechar el descontento masivo es el partido fascista Jobbik, una de las formaciones de extrema derecha más fuertes de Europa.
De vuelta al autoritarismo
La mayoría parlamentaria absoluta que Fidesz ganó en 2010 fue de tal dimensión que el partido pudo reescribir la Constitución a voluntad, sin tener que consultar a otros partidos políticos. En 2011, hicieron exactamente eso: diseñarla desde cero con artículos que atentaban contra la independencia de los medios, el poder judicial, el Banco Central, y enfatizaban la identidad cristiana de Hungría. (El nuevo documento engloba la idea de que la vida empieza en la concepción, y que el matrimonio solo puede darse entre un hombre y una mujer.) Los llamamientos a un referéndum popular para aprobar la nueva Constitución fueron desechados, e importantes responsables de instituciones culturales en Budapest fueron reemplazados por miembros fieles al partido.
Las reformas de Fidesz que tenían en el punto de mira a las instituciones socialdemócratas han sido objeto de menor atención. Se ha acabado con la educación superior gratuita y ahora se cobran tasas. Los impuestos progresivos han sido reemplazados por un impuesto fijo del 16%, sin que ni siquiera formase parte de su programa electoral. El gobierno está intentando recuperar los ingresos perdidos con una versión bastarda del impuesto Tobin, que tasa no solo a las altas finanzas, sino también a las transacciones cotidianas, como pagar las facturas de la luz y el agua o las tarjetas crédito.
Se ha impuesto un sustancial aumento de un 27,5% en los impuestos sobre bienes de primera necesidad. Las nuevas reformas laborales han debilitado drásticamente los derechos de los trabajadores, haciendo que sea más fácil echar a los empleados enfermos o a los que protestan; ha limitado la protección legal reduciéndola a un número restringido de sindicalistas en el lugar de trabajo, y ha eliminado las negociaciones colectivas de las empresas públicas.
La izquierda gira hacia el neoliberalismo
Estas políticas de mano dura de Orbán han provocado críticas internacionales. Sin embargo, la debilidad de los movimientos de oposición en el país y la falta de una alternativa progresista eficaz ha sido todavía menos estudiada.
Recientes artículos en el Wall Street Journal y en The Economist han vitoreado las maniobras de los principales partidos de centroizquierda: el tímidamente moderado Juntos-2014, y los socialistas de centro-izquierdas del MSZP, que gobernaron entre 2002-2010 en coalición con el ahora difunto partido liberal, la Alianza de los Demócratas libres. La victoria total de Fidesz en 2010 se debió a la corrupción, a los errores policiales, y a una clara incompetencia del MSZP. Su liderazgo está compuesto básicamente por remanentes de la vieja clase gobernante del Partido Comunista, que han renovado sus tendencias oligárquicas y que ahora gobiernan como neoliberales, aplicando las órdenes que vienen ahora de Washington y Bruselas en lugar de Moscú.
Tras las elecciones de 2006, el MSZP privatizó el sistema sanitario universal, que tenía más de 40 años, y lo sustituyó por un sistema dualizado, que se basa en un sistema de asistencia pública para los pobres y seguros privados para aquellos que se lo puedan permitir. El plan cerró muchos hospitales públicos. Existen problemas reales en el sistema sanitario húngaro, incluyendo la excesiva prescripción de medicamentos, doctores con bajos salarios y dispuestos al soborno y resultados médicos terribles. Pero los esfuerzos del MSZP no dieron lugar a ahorros significativos: “la mayor parte del fracaso (en el gasto médico) proviene del éxito del ministro a la hora de promover los genéricos más baratos en lugar de medicamentos de marca”, en palabras de un think tank pro-privatización.
Los socialistas desmontaron las instituciones social-demócratas, y Orbán vio una salida política. Encabezó la lucha contra las políticas de privatización del MSZP y se las arregló para forzar un referéndum nacional sobre ellas, en el que en 2008 fueron derrotas por un 80% de los votos. La derrota de la reforma sanitaria fue una avanzadilla de lo que tenía que venir: en 2010, el MSZP perdió 131 escaños en el parlamento, y sus aliados liberales fueron expulsados del parlamento por primera vez desde la caída del comunismo. Desde entonces, las estadísticas les han mostrado una y otra vez con un apoyo de menos de la mitad que el de Fidesz, y un reciente seguimiento por edad muestra que su base tiende a disminuir. Fidesz va muy por delante de sus competidores en todas las categorías por edad; el MSZP solo mejora en un 20% entre aquellos encuestados con más de 47, y se acerca a los conservadores solo entre los encuestados de 73 años y mayores.
Otros factores hacen que la revitalización de la izquierda sea improbable. Por encima de todo, la densidad sindical en Hungría ha caído del 19,7% en 2001 al 12% en 2009. La mayoría del movimiento obrero húngaro está formado por sindicatos que ya eran miembros de la SZOT, la domesticada federación oficial de la era comunista. La segunda federación sindical más grande, basada en el sector privado, MSZOSZ, ha seguido afiliada al MSZP, pero no tiene relación con grupos progresistas.
El movimiento obrero en su conjunto parece moribundo, con una palpable falta de nuevos esfuerzos organizativos y con unos afiliados relativamente mayores, la mayoría entre los 40 y los 54 años. En mayo de 2013, tres de las federaciones sindicales, incluyendo MSZOSZ y la mayor de ellas, implantada en el sector público, SZEF, anunciaron sus planes para unirse en una supra federación, en un intento de presentar un frente unido a Fidesz. (Orbán ha estado valiéndose de tácticas de “divide y vencerás” en sus negociaciones con las facciones del movimiento obrero). Pero a menos que la nueva gran organización, haga precisamente eso, organizar a nuevos afiliados, parece poco probable que los esfuerzos den sus frutos.
Aunque el movimiento obrero puede resurgir (los sindicatos de enfermeras lucharon contra el intento del MSZP de privatizar el sistema sanitario, y la mayoría del movimiento obrero luchó a la defensiva contra las reformas antiobreras de Fidesz), sus dirigentes muestran un marcado desinterés en lograr alianzas con otros movimientos sociales. Los activistas sociales que han intentado sumarse a los piquetes o coordinar acciones de solidaridad han sido recibidos con sorpresa. Entretanto, las ONG’s tienen una fuerte presencia en Budapest, incluyendo una serie de organizaciones que defienden los derechos de los gitanos, pero que no tienen ninguna implantación popular, ninguna capacidad de movilización y tampoco de influir en el gobierno. Las ONGs no tienen poder para forzar cambios o para influir en políticos destacados, a la vez que los sindicatos no disponen de recursos para llegar más allá de sus propios afiliados.
Los bárbaros a las puertas
El tercer mayor partido en Hungría es Jobbik, una formación filofascista con una ideología racista antisemita y anti-gitana, y con un sector paramilitar, la Magyar Garda, con la que se coordinan. Este grupo es el que tiene peor fama por la bárbara ocupación de Gyöngyöspata, una pequeña y empobrecida ciudad que, como en la mayoría de pueblos húngaros, hay tensiones entre la minoría gitana, relegada a escuelas destartaladas y a casas por debajo de los estándares normales en las afueras de la ciudad, y los húngaros étnicos.
Con la excusa de que la ciudad ha sido destruida por los “crímenes gitanos”, las milicias de la extrema derecha afiliadas a Jobbik marcharon sobre la ciudad con hachas y después llevaron a cabo “patrullas de vigilancia del vecindario” durante dos meses, simplemente para aterrorizar a los gitanos. A pesar de que el gobierno ha supuestamente tomado medidas contra tal despliegue, el partido todavía convoca marchas con antorchas, repletas de uniformes escalofriantes y de eslóganes racistas, y los miembros uniformados de la milicia hicieron abiertamente su instrucción frente a la reciente convención en Budapest del Congreso Judío Internacional. Su legitimidad política es intocable –en claro contraste con sus homónimos griegos, el partido Aurora Dorada, que ha sido prohibido por el gobierno y que se ha visto enfrentado en las calles por la izquierda organizada.
Las poblaciones rurales en la zona económicamente deprimida del este de Hungría, donde habita la mayor parte de la población gitana, constituyen una base potencial para un partido de extrema derecha. No obstante, el apoyo fascista entre los jóvenes habla por sí solo de la falta de alternativas reales a los partidos políticos establecidos. Las encuestas favorecen a Jobbik más que a MSZP en todos los grupos menores de 47, con un mayor apoyo entre los 18 y 22 años. Con su estable base entre los pensionistas de la tercera edad, el partido socialista no consigue llamar la atención de los jóvenes. Ningún otro grupo progresista ha conseguido llenar el vacío, dejando que los partidos de la derecha atraigan a aquellos insatisfechos con el statu quo. La accidentada integración de Hungría en la Unión Europea y el shock de la gran recesión tuvieron lugar durante el gobierno del centroizquierda; solo Fidesz y Jobbik se han reforzado con sus terribles consecuencias, gracias a sus esfuerzos organizativos sobre el terreno.
Jobbik ofrece becas universitarias, una táctica especialmente popular dado a la reciente introducción de tasas. A medida que se iban reforzando a mediados de la década del 2000, los fascistas organizaron conciertos, fiestas, y otras celebraciones con poco contenido político explícito, pero que sirvieron para construir su popularidad entre los jóvenes húngaros. Hoy, todos los partidos políticos mayoritarios tienen presencia en los mercados públicos, normalmente un puesto con publicaciones sobre el partido y un complaciente representante. Pero Jobbik fue el primero, años antes que los demás. También ha desarrollado su propio juego sobre el terreno, con visitas puerta a puerta, recavando votos. La recompensa por esta estrategia, de organización a ras del suelo, puede verse en sus ascendentes estadísticas.
El camino a seguir
No existe un equivalente húngaro a la Die Linke alemana o a la Syriza griega, que ofrezcan alternativas progresistas a los partidos de centroizquierda de toda la vida. Los tres mayores partidos húngaros de centroizquierda están a la gresca unos con otros, con muy poco interés público por sus rasgos ideológicos. Todos ellos se contentan con una propaganda anti-Orbán, mientras que su partido sigue subiendo en las encuestas con más fuerza que ninguno de ellos.
Podría haber sitio para que emergiera un nuevo partido de izquierda, pero el único esfuerzo visible en el horizonte es el Movimiento por la Cuarta República (4K!), un partido socialdemócrata que se presenta a las urnas por primera vez en 2014. Dicen tener 400 miembros, la mayoría en los veinte o treinta años (poca afiliación, pero la militancia política no supone un fiel indicador de la fuerza electoral en Hungría).
La sede del 4K! en el centro de la ciudad parece pequeña, todavía provisional. Situados en un laberinto de oficinas que incluyen una unidad de periodismo de investigación, un teatro, y una cafetería en un viejo almacén, unos pocos hombres y mujeres bromeaban en sus pantallas de ordenador el día que los visité, sentados entre cajas de pegatinas y carteles de György Dózsa, un campesino que lideró, alrededor del 1400, una cruzada contra la nobleza local. El presidente del 4K!, András Istvánffy, es joven, un chico simpático con un inglés casi perfecto, que puede hablar entusiasmado sobre política y macroeconomía sin parecer estar dando clase.
4K! tiene pocas posibilidades de alcanzar en 2014 el umbral del 5% que se necesita para conseguir representación parlamentaria, pero Istvánffy no parece especialmente preocupado por este hecho. Son un partido joven, fundado en los dos últimos años tras una larga lucha por conseguir su legalización. Estas serán sus primeras elecciones y creen que tienen una oportunidad de subirse al carro: solo con que el partido gane el 1% de los votos, serían elegibles para una financiación estatal para su campaña-.
4K! espera convocar tanto a los jóvenes como a aquellos hartos del centroizquierda establecido, pero que no están interesados ni en Jobbik ni en Orbán. El nombre del partido se refiere a la nueva constitución de Orbán, que ellos consideran ha puesto punto final a la Tercera República formada tras la caída del comunismo. Quieren volver a las normas democráticas del período post-1989, pero con un mayor contrato social.
“La Tercerca República solo cumplió unas pocas de sus promesas… [creando] un sistema estable multipartidista, un estado de derecho, y libertades básicas garantizadas para todo el mundo” La plataforma del partido 4K! dice: “El país ha perdido el mínimo común de civilización que se logró tras el socialismo, es decir, que la sociedad no abandonase a ninguno de sus miembros. Además, la Tercera República casi ha abandonado a los gitanos.”
Pocos húngaros recuerdan la era comunista con afecto. Pero tal y como la plataforma 4K! apunta, hay muchos que echan de menos un poco la seguridad económica del sistema. En aquellos días, el Estado daba trabajo a casi todo el mundo, incluyendo a los gitanos, que ahora se enfrentan a la violencia de Jobbik y a una tasa de desempleo seis veces peor que la de la media nacional del 10%. El Estado comunista proscribía la indigencia. Pero como casi todo el mundo tenía trabajo, incluso los más pobres podían al menos permitirse pagar una habitación en las enormes instituciones conocidas como munkásszálló, hostales donde la gente soltera podía alojarse.
Hoy, Fidesz también ha proscrito la indigencia (una ley que el tribunal Constitucional declaró inconstitucional, y Orbán simplemente cambió la constitución para que encajase en ella), pero la nueva Hungría no ofrece nuevos programas sociales para albergar a aquellos que lo necesitan. Las estaciones y las bocas del metro de Budapest están llenas de gente en sacos de dormir: una visión impactante para aquellos que recuerden la era comunista, cuando nadie dormía en la calle. La indigencia es la enfermedad más obvia de las que acechan a Hungría, como la rampante falta de empleo y el atribulado sistema sanitario, de lo que no puede culparse solo a Orbán: los socialistas y otras élites post-1989 comparten también responsabilidades.
La masiva oposición al programa de privatización de la sanidad y la erosión de la base del partido sugieren que podría haber pronto espacio en el espectro político húngaro para un partido dispuesto a luchar por el estado del bienestar. Hasta entonces, las opciones se quedan en lo neoliberal, fascistas o Orbán. Dadas una opciones tan poco apetecibles, Fidesz no necesita estar reconstruyendo constantemente Budapest para recordar a todo el mundo que ellos son la única apuesta seria en el país.
Jake Blumgart es un joven periodista independiente norteamericano que colabora con la revistaJacobin
jueves, 26 de enero de 2012
HUNGRÍA NAZI
Viktor Orban
Estonia rehabilita a sus nazis, Lituania convierte en tabú el holocausto judío y en Budapest se sueña con la gran Hungría
El parlamento de Estonia aprobará en marzo, por amplia mayoría, conceder el título de "luchadores de la libertad" a los miembros de la "Legión SS" estonia que combatió al lado de Hitler contra los soviéticos en la segunda guerra mundial.
Los veteranos estonianos de la SS, unos 12.000 hombres en 1944, glorifican desde hace años su participación en la guerra en actos oficiales concurridos por veteranos de las SS y jóvenes neonazis de otros países, pero la de marzo será la primera ley en materia de "luchadores por la libertad".
Algo parecido ocurre en Ucrania Occidental, donde se glorifica desde hace años a los combatientes de la división "Galizia" de las SS.
En Budapest, cada 11 de febrero se reúnen ultraderechistas de Alemania, Eslovaquia, Bulgaria y Serbia para conmemorar el llamado "Día del honor". La jornada recuerda el fin de la batalla por Budapest en la que un ejército de 100.000 soldados, alemanes y húngaros, rodeados por los soviéticos mantuvieron la posición durante 52 días, en 1945.
"Occidente se defendió de las hordas rojas de las estepas de Asia con un inmenso tributo de sangre y heroísmo", señala la convocatoria de grupos neonazis alemanes para acudir este año al acto de Budapest.
El cerco de Budapest tuvo entre sus consecuencias la aniquilación de gran parte de los últimos judíos que aun quedaban en la ciudad, a manos de los fascistas húngaros.
"En muchos países del antiguo bloque oriental se está abriendo paso una unilateral versión de la historia a la medida de la ultraderecha", constata el periodista rumano-alemán William Totok.
El fenómeno supera lo meramente histórico para manifestarse en una creciente hegemonía política derechista que parece estar calcando el mapa de los años treinta, cuando la región estuvo dominada por regímenes ultraderechistas.
Regreso a un mapa conocido
Los países bálticos, Rumanía, Bulgaria, Hungría, la Ucrania occidental y la católica y conservadora Polonia, vuelven a destacar en papeles en los que ya se les vio en vísperas de la segunda guerra mundial.
En la segunda guerra mundial seis países europeos fueron aliados militares de Hitler: Finlandia, Hungría, Rumanía, Italia, Eslovaquía y Croacia. Sólo Finlandia, que no se identificó con la ideología racista que animaba la guerra, mantuvo un sistema democrático dentro de aquel bloque y contó hasta el final con soldados y oficiales judíos en su ejército.
Otro grupo de países oficialmente "neutrales" u ocupados como, España, Francia, Bélgica, Holanda, Dinamarca y Noruega, enviaron voluntarios a luchar con Hitler.
En los países bálticos, en el Cáucaso del norte, en Polonia, Ucrania y Bielorrusia, así como en la misma Rusia, los agravios históricos del dominio imperial ruso, de la represión y deportación estalinistas, de la colectivización agraria y la cuestión nacional, o los ecos de la propia guerra civil rusa, se tradujeron en luchas activas contra la URSS de Stalin, que Hitler instrumentalizó en su favor de diversas maneras.
Nuevo "macartismo" europeo
La llamada "Declaración de Praga" de junio de 2008, iniciada por Vaclav Havel y otros disidentes anticomunistas del antiguo bloque del Este, y parcialmente bendecida por la Unión Europea, dio alas a no pocas tendencias internas en esos países al equiparar nazismo y comunismo. Con el paquete del anticomunismo regresa el antisemitismo y el maltrato al gitano.
En Lituania, por ejemplo, desapareció de la visión, la aniquilación del 95% de los 220.000 judíos locales, entre 1941 y 1944. Los alemanes daban las órdenes, pero la mayoría de los ejecutores del exterminio fueron voluntarios lituanos. La memoria de ese colaboracionismo criminal no existe.
Los lituanos, que sufrieron mucho a manos de los soviéticos, se han escudado en los 30.000 de ellos que fueron deportados a Siberia en 1941, y en las decenas de miles que volvieron a serlo o fueron ejecutados al concluir la guerra, para construir una conciencia nacional limpia y sin tacha, pese a que tiene 195.000 cadáveres judíos en el armario.
En el Museo Nacional de Vilnius la narración salta desde el periodo 1939-1941 hasta 1944, sin detenerse en los años claves del holocausto y el colaboracionismo. Desde junio de 2010 el código penal lituano criminaliza la puesta en cuestión del "doble genocidio".
En 2008 se estableció la prohibición de símbolos nazis y comunistas, pero un tribunal de Klaipeda sentenció en 2010 que la esvástica pertenece al "patrimonio cultural lituano".
Por la misma equiparación, en Rumanía una organización no puede denominarse "comunista" sin exponerse a ser considerada, "amenaza para la seguridad nacional".
El gobierno rumano prepara una ley que prohíbe actos públicos que "propaguen ideas totalitarias, es decir fascistas, comunistas, racistas o chovinistas".
En Chequia el Partido Comunista está amenazado de ilegalización por la misma idea. La situación en Polonia quedó ilustrada el pasado diciembre cuando el periodista polaco Kamil Majchrzak, redactor de Le Monde Diplomatique, una publicación de izquierdas, pidió, durante una conferencia pronunciada en Berlín, que no le hicieran fotos por estar amenazado por la extrema derecha en su país.
En Hungría, los miembros del ex partido comunista, muchos de ellos ahora en el partido socialista, podrán ser perseguidos judicialmente por "delitos comunistas" cometidos antes de 1989, de acuerdo a las nuevas normas introducidas por el gobierno de Viktor Orban.
Revanchismo nacional
El nuevo derecho electoral contemplado por Budapest para los húngaros residentes en el extranjero, es decir en primer lugar para las abultadas minorías húngaras existentes en Eslovaquia, Serbia y Rumania, es una invitación al revisionismo de las fronteras, a cuestionar el Tratado del Trianon, que, después de la Primera Guerra Mundial, restó a Hungría casi la tercera parte de su territorio.
Tal revisionismo es impensable, o muy difícil, en el cuadro de la Unión Europea, y por esa razón hay que vigilar las tendencias anti Unión Europea que comienzan a aflorar al calor de la crisis.
En Hungría, la degradación socio-económica ha liberado el sueño de la "Gran Hungría", explica el periodista y experto en cultura magiar, Bruno Ventavoli.
"Los valores de la democracia, del pluralismo, del diálogo o de la diversidad parecen superfluos, cuando en la vida cotidiana no hay dinero para hacer la compra o pagar facturas. Así nace la tentación de replegarse sobre si mismos, soñando con una Gran Hungría, aderezada con una sospecha de victimización por las heridas de la historia; desde las guerras contra los turcos a la invasión soviética, pasando por el tratado del Trianon", dice Ventavoli.
Bruselas y Budapest
En Bruselas no pasó gran cosa mientras el primer ministro húngaro, Viktor Orban, se limitaba a restringir la democracia con medidas y proyectos que atentan contra la libertad de prensa o la división de poderes, o a purgar la administración y los medios de comunicación de voces críticas y afirmar una constitución que recuerda a la época del Almirante Horthy.
El Partido Popular Europeo, al que pertenecen los partidos del gobierno de Sarkozy y Merkel, no se inmutó por ello.
El problema empezó de verdad cuando Orban apuntó medidas como: modificar el sistema fiscal, nacionalizar los fondos privados de pensiones, dar al parlamento derecho de veto sobre la legislación europea y, sobre todo, someter a su banco central al control directo del gobierno.
Fue entonces cuando Bruselas clamó que "los valores europeos" están en peligro en Hungría y comenzó a urdir, en compañía del FMI, el propósito de desplazar a Orban del gobierno.
La banca austriaca está muy expuesta en la economía húngara, que está al borde de la quiebra. Aunque Hungría no esté en el euro, esa conexión austriaca es vista con prevención.
Fraguando el tercer golpe
Pero realizar un tercer golpe de estado tecnocrático en Europa, después del griego y el italiano, es complicado, señala el diario "Népszabadság". "No es fácil destituir a un primer ministro desde el exterior cuando ha resultado electo y cuenta con dos tercios de los escaños del Parlamento, y aun lo es más si la oposición está fragilizada", observa.
Orban llegó al poder en 2010 como reacción al desencanto con una coalición de gobierno anterior encabezada por los socialistas.
Aquel desencanto también consagró al partido fascista Jobbik como tercera fuerza del país. En 2008 los socialistas y sus socios iniciaron duras medidas de ajuste y de desmonte del sector público bajo el dictado del FMI que Orban ha continuado.
El primer ministro tiene una sólida mayoría apoyando su proyecto retrógrado-populista, frente al escenario europeo, que responde a lo que la canciller alemana, Angela Merkel, define como una "democracia acorde con el mercado".
Los cien mil húngaros que salieron el 2 de enero a la calle en Budapest contra Orban, están aprisionados entre dos escenarios antidemocráticos, el nacional derechista de su gobierno y el europeo tecnocrático de Berlín y Bruselas, en muchas cosas redundantes, que disuelven ambos la democracia y la soberanía nacional.
"Además de querer conservar un régimen representativo y constitucional, las potencias occidentales y la Comisión Europea quieren que Hungría adopte una política económica que no sirve a los intereses del pueblo magiar", dice el filósofo Gáspár Miklós Tamás.
"Decepcionado en muchas ocasiones, el pueblo húngaro podría no ver en la "causa democrática" de Bruselas más que un mero adorno puesto como colofón a unas medidas de austeridad cada vez más pesadas, impuestas por las potencias occcidentales preocupadas por la estabilidad financiera", dice. Esa contradicción convierte en "muy frágil" la situación de la oposición húngara, concluye.
La extrema derecha puede liderar
"El gobierno debe repensar varias leyes, sobre todo las que conciernen a la independencia del Banco Central", señala el Financial Times Deutschland, una declaración en la que lo más significativo es ese "sobre todo".
Cuestionar la "independencia" bancaria, que no es más que servicio al sector privado y que en el caso del Banco Central Europeo condena a la eurozona a la miseria especulativa con los bonos de la deuda pública, es un peligroso precedente europeo de rebeldía y desafio a la nueva seudodemocracia europea "acorde con el mercado".
La paradoja es que ese precedente de rebeldía lo está sentando un gobierno populista con tendencia de extrema derecha, no un gobierno de izquierda. El mensaje no puede ser más claro: En Europa la crisis está creando agujeros negros.
El caso húngaro advierte, de la forma más clara, que la extrema derecha, con su desprecio al débil, su racismo, su xenofobia y su propensión al militarismo, está dispuesta a rellenar ese agujero con programas y propuestas perfectamente capaces de conquistar la calle y el liderazgo.
Rafael Poch, amigo y colaborador de SinPermiso, es el corresponsal en Berlín del diario barcelonés La Vanguardia.
La Vanguardia, 16 de enero de 2012
Traducción para www.sinpermiso.info: Betsabé García
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