El verano de 2015 quedará como una fecha fatídica para la Unión Europea. Es la primera vez que ha surgido la posibilidad de que un país salga de la zona euro y, al mismo tiempo, la crisis griega ha demostrado, pese al recuerdo de todos los padres constituyentes, que la verdadera naturaleza de la UE no consiste en ser una comunidad destinada a ayudar de modo concertado al desarrollo e integración de sus diversos estados sino una supercontabilidad de sus economías públicas con vistas a constituir un gran mercado de férreas reglas, que funcione como un superbanco y, si no, te largas. No se trata de ayudarse a superar debilidades históricas poniéndose en condiciones de crecer, sino de garantizar que se devuelvan todos los créditos rígidamente en los tiempos previstos por los tratados o similares. No por casualidad el índice de desarrollo de los estados del sur oscila entre cero coma y uno coma, es decir, por debajo de toda posibilidad de crecimiento.
La pequeña Grecia ha sido el primer terreno de esta experiencia, la victoria electoral de Syriza ha permitido formar, con ayuda de una modesta fuerza heterogénea, un gobierno de gran consenso, que esperaba encontrar en el continente una recepción favorable hasta impulsar el rechazo como interlocutor de la Troika – BCE, FMI y Comisión – porque no representa un órgano electo, y por tanto, no es formalmente válido. Era un rechazo simbólico, porque de hecho este trío ha sido el representante de Bruselas y se ha presentado como contraparte, pero también un símbolo que tiene un valor político, razón por la cual la cosa ha irritado sumamente a las autoridades europeas y a su prensa.
El programa de gobierno de Syriza ha estado constituido por una serie de medidas favorables a las clases más débiles y ha ido acompañado de la petición de reestructura de la deuda pública y de intentar conseguir de Alemania reparaciones por los ingentes daños de guerra. Dichas medidas, presentadas por el primer ministro Tsipras y por el ministro Varoufakis, han sido rechazadas todas proponiendo como condición preliminar a toda discusión varias reformas estructurales destinadas a satisfacer a los acreedores.
El diálogo no ha sido posible. Antes bien, en el curso de algunos meses, concluyendo en agosto de 2015, las demandas de reembolso se han vuelto perentorias llevando al gobierno griego a chocar con Angela Merkel y el ministro de Economía alemán Schauble, ambos – y sobre todo el segundo – irritadísimos con las tesis y el modo de presentarse de Varoufakis, que ha sostenido la línea griega también con su autoridad de economista contra la filosofía de la austeridad.
En resumen, la UE, le gustase o no a Atenas, ha estado representada por la Troika, que ha hecho de escudo contra Tsipras hasta dejar del todo clarísimo que parte de Europa habría preferido, antes que acceder a sus peticiones, una salida del euro, llamada “Grexit” por el bárbaro alfabeto ahora en uso.
No han faltado comentarios sobre los retorcimientos financieros del pequeño país, heredados de gobiernos anteriores: una fiscalidad desordenada, que eximía por ejemplo, consignándolo nada menos que en la Constitución, a los armadores y la Iglesia Ortodoxa de pagar impuestos, y además una cantidad juzgada excesiva parar el personal público y sobre todo para la defensa, y una estructura industrial debilísima, situaciones que Tsipras se proponía remediar pidiendo algo de tiempo y algún medio para hacer frente a las necesidades más imperiosas: «Privatizad, renunciad al gasto público y bajad las pensiones» ha sido la respuesta de Bruselas junto a la petición de reembolso de la deuda a acordar con los acreedores, el último encuentro con los cuales se ha revelado insostenible.
En el choque con estos inflexibles gigantes, Grecia ha quedado aislada, y la disponibilidad mostrada por el representante francés, por Juncker y la misma Merkel ha quedado estrictamente limitada al plano personal (algunas palmaditas en la espalda y algunas carantoñas ante las cámaras en el encuentro con Tsipras); por parte de Italia ni siquiera esto, y el intento de conseguir ayudas financieras de los BRICs se ha resuelto en nada, siendo Rusia objeto de sanciones por parte de Europa.
A Tsipras no le ha quedado otra elección que tragarse esa sopa o saltar por la ventana. Varoufakis se ha retirado después del éxito del referéndum de julio y Tsipras tenía que aceptar o rechazar los noes de la Troika en todo la línea del frente. Tsipras ha preferido permanecer en su puesto combatiendo metro por metro, pero proponiendo que el 20 de septiembre el pueblo le confirme o retire la confianza en elecciones políticas extraordinarias. A la UE y la prensa de sus gobiernos les ha sacado de quicio: reacción cínica, qué cínico es el personaje ha sido el reproche más moderado que le han dirigido. Varoufakis queda fuera y Syriza se parte en dos. Con satisfacción de todos los países europeos que no habían ocultado el temor a la imitación por parte de otros países del sur en línea con Tsipras, es decir, el obstinado rechazo de las condiciones puestas por la Troika y en general de la línea de la austeridad. Se ciernen lecciones españolas. Podemos simpatiza con Syriza, y su victoria sobre el Partido Popular de Rajoy es para Bruselas una perspectiva más peligrosa que la revuelta griega. Las dimensiones de España son ciertamente enormes y una infección de democracia atemoriza al establishment europeo. Mejor la Europa de dos velocidades, auspiciada por el ministro de Economía alemán. Bien distinta de una elección por parte de los pueblos hacia la cual presionan algunas de las izquierdas extraparlamentarias italianas, para las cuales una salida del euro y el retorno a una soberanía plena para cada Estado parece deseable más allá del precio que haya que pagar.
Rossana Rossanda es miembro del Consejo Editorial de SinPermiso
Fuente: SinPermiso
Sbilanciamoci, 9 de enero de 2015
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