jueves, 17 de septiembre de 2015

Felipe VI se levantó y se fue

 

Visita oficial a Washintong
Aníbal Malvar
Lo que más me ha llamado la atención de la reunión de ayer entre Felipe VI y Barack Obama es que ninguno de los dos ha contestado preguntas a la prensa. Las preguntas no estaban prohibidas, o sea, que no disparaban a los periodistas. Pero:
–¿Hablaron, don Felipe, de la situación en Catalunya? –preguntó el corresponsal de El País en rueda de prensa posterior al vis-à-vis hiperpublicitado.
–Gracias –respondió nuestro rey, y se levantó y se fue.
No es una gracieta. El corresponsal de El País le preguntó eso a Felipe VI y nuestro rey contestó “gracias”. Y se levantó.
Hay cosas que el pueblo no debe de saber. Por ejemplo, de los temas que trata nuestro jefe de Estado con otro jefe de Estado.
–Gracias –respondió nuestro rey, y se levantó y se fue.
Así se gana el sueldo este señor tan alto.
–Gracias –respondió nuestro rey, y se levantó y se fue.
A mí, personalmente, que un gilipollas me tome por imbécil me suele sentar bastante mal, pero al ser mi jefe de Estado el que me toma por imbécil, o sea, me corto. Y le doy las gracias.
–Gracias.
Enviamos con nuestro dinero a este tipo heredero de Franco a hablar con otro jefe de Estado, en misión oficial, como representante de nuestro pueblo, y cuando un periodista del pueblo le pregunta inocentemente si han tratado de tal o cualquier cosa contesta:
–Gracias –y se levanta y se va.
–¿Para eso te hemos pagado el máster en Georgetown, Felipe, coño?
–Gracias –responde nuestro rey, y se levanta y se va.
–¿Y no le dijo usted a Obama nada de su promesa de cerrar la prisión ilegal e inhumanitaria de Guantánamo?
–Gracias –responde nuestro rey, y se levanta y se va.
28 de enero de 1959.
El filósofo alemán Theodor W. Adorno transcribe sus sueños:
Yo estaba en una pequeña habitación circular y muy alta. Había algunas personas sentadas en corro: los más poderosos del mundo. Se trataba de la negociación decisiva en torno al estallido de una guerra nuclear. De vez en cuando, alguno se levantaba sin pronunciar palabra y se volvía a sentar. Yo pensé: una partida de póker. Todos tenían caras muy sonrosadas. De repente, algo que no pude identificar delató que se había tomado la decisión de iniciar la guerra.
Un jefe de Estado, cual el rey Felipe VI, tiene la obligación de darnos las gracias. Incluso todo el tiempo. Ningún mérito aparente lo legitima a ser tu superior. Así que, por los menos, yo le exijo además de las gracias un par de explicaciones, ya que le pago su visita al Despacho Oval.
–Gracias.
–¿Cómo justifica que un representante del pueblo no responda a una pregunta del pueblo?
–Gracias.
Tenemos un jefe del Estado que no responde a una pregunta sobre el futuro de ese Estado. Será ignorancia o cobardía. O estulticia, quizás. O estrategia, que es peor. Pero que a nadie inteligente se le ocurra responder:
–De nada.
Fuente: Público.es


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