Aníbal Malvar
Hace cuarenta años, cuando la radio dio noticia de la muerte de Cecilia, yo estaba rodilla en tierra masacrando a unas hormigas y el tío Hipólito sentado a la sombra y bebiendo de un botijo.
–Qué pena –dijo el niño que fui yo, y que cantaba mucho con la radio la de las violetas.
–Esa era una puta –me corrigió el tío Hipólito con ronco didactismo militar (era guardia).
Yo quería y admiraba al tío Hipólito, pues era guapo, gruñón, siniestramente divertido y nos hacía poco caso, salvo en las escasas ocasiones en que sacaba su pistola y nos enseñaba a empuñar un arma sin que nos viera nadie, entre los olivos o tras los cañaverales del reguero.
Yo me quedé asombrado y dolido. Nunca había imaginado que unas palabras del tío Hipólito me pudieran hacer tanto daño. Fue mi primer vacío en el pecho. Mi primer e inolvidable derrumbamiento. Mi primer gran desengaño amoroso. Yo amaba a Cecilia. La veía en la televisión con su pelo caído sobre el mástil de la guitarra, y escuchaba su voz de ir sembrando trigo en la radio y en un magnetofón de bobinas que tenía mi padre.
Y resulta que Cecilia, mi primer amor platónico, mi musa, no solo había muerto aquella mañana, sino que además me había salido puta. Lo había dicho el tío Hipólito, ná menos.
No sé por qué ese recuerdo se ha quedado ahí tantos siglos. Es tan inmortal como algunos post-it de la nevera. No quiero ponerme freudiano, pero es como una minucia incansable en busca de significado dentro de mi limitado cerebro: un coñazo: una metáfora con jaqueca. Como mucho me hacía pensar en lo difícil que debió ser Cecilia en tiempos de Cecilia. Considero que, en tiempos de Cecilia, era mucho más difícil ser Cecilia que ser Joan Manuel, o ser Lluis, o ser Paco, o ser Moustaki (et je t’ai trahi pour / une prison d’amour et sa belle geôlière).
En Castilla-La Mancha, nos enteramos de que se acaba de derogar una orden que permitía a la Junta despedir a profesoras interinas cuando estaban embarazadas. Ahora el punto 1b de aquella orden se acaba de modificar en el Boletín Oficial de la comunidad quijotesca para que las mujeres “puedan seguir disfrutando de los derechos reconocidos en la situación de maternidad o el proceso asociado correspondiente, aun en el caso de serles asignadas una plaza disponible en la función pública docente, manteniendo el puesto correspondiente a dicha asignación”.
La orden recién modificada se había firmado en tiempos de la presidencia de María Dolores de Cospedal, la musa del diferido español. Así que mi metáfora con jaqueca se revolvió en su tumba de inmortalidad. Qué difícil es ser Cospedal en tiempos de Cospedal, qué difícil es ser María Dolores en tiempos de Cospedal, qué difícil es ser cualquier mujer en tiempos de Cospedal. Qué poco han cambiado los tiempos para la mujer desde que mi primera novia platónica fue declarada puta sencillamente por cantar.
Yo intuía que mi antigua metafora con jaqueca tenía que ver con la mujer, junto “a un perro ladrando a la luna con otra figura que recuerda a mí”. Pero, como decimos los gallegos, aun no la doy entendido de todo. Con estas cospedaleces y tal que pasan “en forma, efectivamente, de simulación, de… simulación, o de… lo que hubiera sido en diferido en partes de una… de lo que antes era una retribución “. O sea.
Fuente: Público.es
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