“Lo más difícil de explicar es aquello totalmente evidente que todo el mundo ha decidido no ver”, escribió Ayn Rand en su novela The Fountainhead [El manantial]. Que existe un vínculo, una conexión entre las intervenciones militares en Oriente Medio y los atentados terroristas contra Occidente, que la violencia engendra violencia, resulta “totalmente evidente” para cualquiera que tenga los ojos abiertos, por no decir la mente abierta.
Sin embargo, en los últimos 14 años, demasiados de nosotros hemos “decidido no ver”. De Nueva York a Madrid y a Londres, cualquier expresión pública de las palabras “exterior” y “política” tras unos atentados terroristas que han suscitado paroxismos de indignación tanto de parte de los políticos como de los expertos.
La respuesta a las atrocidades de París ha seguido el mismo patrón. Ridiculizada por un exministro laborista como “chimpancés que odian a Occidente”, la coalición de organizaciones pacifistas británicas Stop the War [Parad la Guerra] retiró de su página digital un artículo que culpaba del ascenso del EI y los atentados de París a aquellas “políticas y actuaciones deliberadas emprendidas por los EE.UU. y sus aliados”. El líder laborista, Jeremy Corbyn, descartó un discurso en el que iba a declarar que las “desastrosas guerras” de Gran Bretaña han “hecho aumentar y no decrecer las amenzas a nuestra propia seguridad nacional”. Esos argumentos están verboten en nuestro discurso público.
¿No resulta extraño que en el caso de Rusia los gobiernos occidentales se hayan inclinado por vincular la política exterior de Vladimir Putin – y sólo la de Vladimir Putin – a la violencia terrorista? El 1 de octubre, el gobierno norteamericano y sus aliados emitieron un comunicado conjunto declarando que la decisión del presidente ruso de intervenir en Siria “no haría más que alimentar un mayor extremismo y radicalización”. Sí, han oído bien: “alimentar”.
La campaña de bombardeo de Moscú “conducirá a una mayor radicalización y a un aumento del terrorismo”, argumentó David Cameron el 4 de octubre. Nótense las palabras “conducirá a”. Hablando ante una cumbre de la OTAN el 8 de octubre, el secretario de Defensa norteamericano, Ashton Carter, avisó de las “consecuencias para la misma Rusia, que con razón teme atentados”. ¿Lo han captado? “Con razón teme”.
Y en los días transcurridos desde que se estrelló el avión de pasajeros de Metrojet en Egipto el 31 de octubre, que causó la muerte a 224 civiles, los comentaristas han hecho cola para atar cabos entre las acciones de Rusia en Siria y este presunto atentado del EI. En una mesa redonda de la BBC, Janet Daley, del Daily Telegraph, se refirió al avión estrellado como una “consecuencia directa de la intervención [de Rusia] en Siria”, añadiendo: “[Putin] ha incitado acaso a este atentado contra civiles rusos”.
Compárense y contrapónganse las observaciones de Daley sobre el derribo del Vuelo 9268 con su reacción ante los atentados. En lugar de acusar al presidente Hollande de “incitar” al terrorismo contra la gente de Francia, o de denominar la carnicería una “consecuencia directa” de la implicación francesa en Siria, la emprendió contra cualquiera que pudiese llamar la atención sobre las intervenciones militares del país en países de mayoría musulmana como Libia, Mali y, sí, Siria.
“Si alguna necesidad hay de discutir estos asuntos, debería dejarse para otro momento”, escribió, “el pueblo francés no se merecía esto”, y “resulta retorcido e irresponsable sugerir otra cosa” (por citar a una de las autoridades en política exterior de nuestro tiempo, Phoebe Buffay, de la serie Friends: “¿Hola, hervidor? Esto es una tetera. Tú eres negro”).
Si fue el EI el que abatió el avión de pasajeros ruso, entonces sería por supuesto una locura pretender que no guaradab relación con la campaña militar de Putin en nombre del dictador de Damasco. Sin embargo, sería igualmente insensato pretender que el horror de París nada tenía que ver con las recientes intervenciones militares en Oriente Medio y África occidental.
Sí, quienes atacaron la sala de conciertos Bataclan coreaban Alaju Akbar mientras abrían fuego sobre la multitud, pero también se les oyó decir: “¿Qué hacéis en Siria? Ahora lo vais a pagar”. Sí, el comunicado official de reivindicación se refería a París como “capital de la prostitución y la obscenidad”, pero también señalaba al gobierno francés por dirigir “una cruzada” y “golpear a los musulmanes…con sus aviones”.
Entender la violencia política require comprender los agravios politicos, echar la culpa del terrorismo solamente a la ideología religiosa o a una mentalidad medieval es algo miope o interesado. La verdad incómoda es que la geopolítica se rige tanto como la física por la tercera ley del movimiento de Newton: “A toda acción le corresponde una reacción opuesta equivalente”. Allá por los años 50, la CIA llegó incluso a acuñar un término – “contragolpe” – para describir las consecuencias negativas no intencionadas, para los ciudadanos norteamericanos, de las operaciones miltares norteamericanas en el exterior.
Hoy, cuando se trata de Rusia, un “enemigo oficial”, entendemos y admitimos la idea de contragolpe. Cuando se trata de nuestros mismos países, de Occidente, hacemos de niños en el patio de recreo, nos metemos los dedos en los oídos y cantamos: “La, la, la, no te oigo”.
Se puede sostener que las acciones militares francesas – o británicas o norteamericanas, por lo que a esto respecta – en Oriente Medio son una respuesta legítima e inevitable al ascenso de un miniestado terrorista, pero lo que no se puede sostener es que no vayan a tener consecuencias.
El antiguo jefe de la unidad de la CIA destinada al seguimiento de Bin Laden, Michael Scheuer, me contó en 2011 que “la gente nos va a poner…bombas, porque no les gusta lo que hemos hecho”. En una entrevista con Al Yazira en julio, el general norteamericano retirado Michael Flynn, que dirigió la Agencia de Inteligencia de la Defensa entre 2013 y 2015, me reconoció que “cuantas más bombas lanzamos, tanto más…fomenta eso el conflicto”.
Se trata de una vision respaldada por la Junta de Ciencia de la Defensa del Pentágono, que observó ya hace años, en 1997: “Los datos históricos muestran una sólida correlación entre la participación norteamericana en situaciones internacionales y el aumento de los ataques terroristas contra los Estados Unidos”.
Dejemos esto claro: explicar no significar escusar, una explicación no es una justificación. Ningún agravio en el mundo puede justificar la matanza gratuita de hombres, mujeres y niños inocentes, ni en Francia ni en ninguna parte.
El salvajismo del EI acaso no tenga parangón en la era moderna. Pero la cuestión es que no surgió de la nada: tal como ha reconocido el mismo presidente norteamericano, el EI “apareció debido a nuestra invasión” de Irak.
Y si embargo apartamos de lo “totalmente claro”, de que “ellos” – los rusos, los iraníes, los chinos– sufren ataques por sus medidas políticas, mientras que “nosotros” – Europa, Occidente, las democracias liberales – sufrimos ataques debido únicamente a nuestros principios. Esta es la fantasía simplista, el cuento de hadas geopolítico, que nos contaos a nosotros mismos. Nos da solaz y fortaleza tras las atrocidades terroristas. Pero nada hace por detener el próximo atentado.
redactor jefe de la sección política del semanario británico New Statesman, trabajó como editor de noticias en el Channel 4 y es coautor con James Macintyre de un libro sobre el penúltimo líder del Partido Laborista Ed: the Milibands and the Making of a Labour Leader.
Fuente: SINPERMISO
The Guardian, 17 de noviembre de 2015
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