jueves, 5 de noviembre de 2015

Otro mundo


BUQUE CHINO                                    PORTAVIONES DE EEUU

Luis Bilbao

Rebelión

Está dicho y repetido: Estados Unidos ha perdido su hegemonía mundial incontestable. Resta saber cómo adaptará su conducta a la nueva –irreversible– situación de un mundo pluripolar.
Tal incógnita es más candente desde el 30 de septiembre, cuando Rusia tomó cartas para frenar la demolición de Siria y su ocupación por agentes estadounidenses.
Hasta el momento la readecuación estadounidense ha recorrido los caminos de la diplomacia de corsarios, espionaje como nunca invasivo, agresiones con costo principal para aliados y sin rival militarmente valedero. Por ese camino, envalentonado por su triunfo en Libia, Washington ensayó en Siria una combinación feroz de mercenarios y fanáticos religiosos. Esa táctica produjo una catástrofe humanitaria y alimentó un tipo de organización terrorista sin precedentes, Daesh, que cobró vida propia y amenazó con hacer estallar el equilibrio regional.
Lejos de sus objetivos, el Departamento de Estado produjo una reacción aparentemente no esperada: la coalición antiterrorista de Rusia, Siria, Irán e Irak y el ingreso franco de Rusia en la guerra. Comenzó así otra fase, en la que los burócratas de las cancillerías dejan paso al combate abierto, con efectos fulminantes: en pocos días Estados Unidos perdió el control de Medio Oriente. Un mazazo estratégico cuyas consecuencias están por medirse, como lo admite el insospechable semanario alemán Der Spiegel: “Rusia pone fin al viejo orden mundial dominado por Estados Unidos”.
En tres semanas las incursiones aéreas de Rusia y el accionar combinado del ejército sirio en tierra, más la contribución de Irak e Irán, pusieron en fuga a Daesh. Para desesperación de los estrategas del Pentágono la coalición tiene sede formal en Bagdad y comando ruso. Más aún: la ofensiva dejó aislados y desvalidos a los grupos mercenarios a los que en las capitales de Occidente se denomina “democráticos” y “revolucionarios”, que ahora en retirada multiplican sus crímenes y combaten entre sí. Habían sido puestos en acción por el Departamento de Estado cuatro años atrás para derrocar al presidente Bashar al Assad. Como jefe de Estado integrante de la coalición antiterrorista, Al Assad resume la magnitud del fracaso de la Casa Blanca.
Lejos de ese escenario, atravesando todo el continente hacia el sureste, en el Mar de China Meridional sube la temperatura en otro conflicto de impensables derivaciones. Aquí la contraparte no está en la hasta hace poco desestimada Moscú, sino en la temida Beijing. China ha construido islas en el archipiélago Spratly y asume soberanía sobre 12 millas náuticas en torno de su territorio. El Pentágono hizo saber extraoficialmente que Washington prepara el envío para los próximos días de naves de guerra que navegarán desafiantes esa zona. Si no media una negociación de última hora, estarán llegando a zona de riesgo cuando usted tenga estas páginas en sus manos. Se trata de una situación de altísimo riesgo, aunque el poder disuasorio de las fuerzas armadas de China, mostrado con inequívoca intención en la parada del 3 de septiembre pasado, contradice la idea de un choque frontal entre ambas potencias.
Cerco desde Europa
En otras latitudes, Washington trastabilla allí donde hasta hace poco pudo acreditar pasos adelante: América Latina y Ucrania.
Este último país ha sido escenario de otro revés en los planes estadounidenses. La “revolución de colores” recorre el camino inverso al trazado hipotéticamente por los estrategas occidentales. Aun al precio de promover fuerzas de neta filiación nazi para derrocar al gobierno de Kiev, la Otan no logró convertir al país en cabecera de playa contra Rusia y sus aliados. Todo lo contrario, desató una guerra civil, perdió cualquier esperanza de control sobre la península de Crimea y alentó un movimiento independentista que desde el extremo Este se extiende hacia todo el país.
Incapaz de alcanzar sus objetivos, Washington y su coro de prensa alegan agresividad rusa para incrementar un dispositivo militar lanzado a la guerra. Mediante la Otan ha desplegado un arco de bases militares en torno a Rusia y desde comienzos de 2015 no ha cesado la sucesión de maniobras bélicas conjuntas contra un supuesto ataque ruso. A mediados de octubre tuvo lugar en Hohenfels, Alemania, la mayor operación aérea conjunta desde el fin de la guerra fría. El diario estadounidense The New York Times lamenta los serios recortes presupuestarios que afectan el desempeño de las tropas propias, obligadas a actuar contra lo que denomina “las últimas amenazas de Rusia, con una fracción de las fuerzas antes desplegadas en el continente”. Esto es, sostiene el periódico, “parte de una misión en desarrollo en la que los comandantes estadounidenses se preparan, si son llamados, para enfrentar un nuevo conjunto de amenazas, no sólo de una agresiva Moscú, sino también de la creciente movilización y caos en el Medio Oriente”.
Dicho de otro modo: mientras la armada estadounidense envía naves hacia el Mar Meridional de China, la Otan prepara la guerra no ya contra Rusia y los países de su área inmediata, sino también contra el bloque antiterrorista encabezado por Moscú, cuya sola creación implica un vuelco definitivo en el mapa de Medio Oriente. No es de extrañar que en discursos, análisis y documentos -sin excluir los textos del Papa- abunden cada día más expresiones relativas a una “tercera guerra mundial”. De allí la pregunta clave: ¿avanza la Casa Blanca hacia una guerra global o sólo busca posicionarse en un mundo donde ya no volverá a ser la voz inapelable?
Victoria a lo Pirro
Otra área donde una sucesión de éxitos de la estrategia imperial vuelve a chocar con la adversidad es América Latina. A diferencia de otros puntos del planeta, aquí Estados Unidos vive el reto de una propuesta definidamente anticapitalista. El Alba, bloque pequeño en términos relativos, puesto que enarbola una estrategia antisistema tiene enorme proyección potencial en un orbe azotado por la creciente crisis económica y su derivación inexorable: la guerra y sus espantosas consecuencias.
Washington celebró el giro de varios gobiernos de regreso a su órbita y el resultado de su agresión contra la Revolución Bolivariana. Pero no alcanzó a plasmar la nueva relación de fuerzas cuando en el horizonte comenzó a perfilarse un panorama aún más amenazador. A seis semanas de las elecciones en Venezuela todos los sondeos muestran a la vez el deterioro del cuadro general y una nueva victoria del gobierno y sus aliados en las legislativas. La indudable crudeza de la crisis ha mellado pero no quebrado el apoyo de las mayorías a la Revolución. El gobierno reacciona con vigor y claridad de objetivos. A la par, la coalición opositora está fragmentada y desprestigiada como nunca antes, por lo cual parece improbable un desempeño electoral exitoso y, en esa misma medida, la continuidad del plan regional empuja a Estados Unidos a apelar a la violencia también en Venezuela. Pero eso implica una respuesta ya no limitada a los miembros del Alba, sino potenciada por grandes masas hostigadas en un nuevo ciclo económico de caída generalizada, en el mismo momento en que aparece la frustración por el fracaso de gobiernos en los que decenas de millones cifraron esperanzas ahora negadas.
A la vez que Estados Unidos cosecha victorias en la superestructura política desde México a la Patagonia –siempre con la excepción de los países del Alba- por debajo crece una corriente en sentido inverso y en busca de un cauce que ya no pueden ofrecer las instituciones del sistema. Esa realidad palpable atemoriza a las clases dominantes y relativiza su papel para retomar el control en un inalcanzable statu quo ante. Más allá de su voluntad los socios de Washington están lejos de una “restauración conservadora”. Las conquistas alcanzadas por las mayorías en una década de bonanza económica –mezquinas, siempre subordinadas a un sistema enajenante, inhumano, explotador y corrupto- no podrán ser arrancadas con argucias políticas, por mucho que trabajadores, campesinos y juventudes carezcan hasta ahora de instrumentos propios.
Sólo la prepotencia imperial podría alinear a los grandes capitales locales tras una política frontal contra las masas. De modo que también en este cuadro regional Estados Unidos bascula entre la guerra y el reconocimiento de su minusvalía.
Venezuela es hoy el fiel de esa balanza de terror. Su gobierno afronta el más trascendental desafío desde la lucha por la independencia: la responsabilidad principal en la tarea de impedir la guerra con Estados Unidos y hacerlo con la única herramienta capaz de lograrlo: continuar sin pausa y con prisa por el camino de la revolución socialista.
Perspectivas
En la desafinada sinfonía de este nuevo mundo que comienza, como queda visto la lógica del capital conduce a la guerra. Un puñado de megamillonarios y los políticos enajenados que les sirven bregarán hasta el fin por esa salida. Recientemente el primer ministro británico defendió en declaración pública la necesidad de usar eventualmente armamento atómico. No es el único. Pero … ¿acompañará Europa sin fisuras la fuga demencial de la Otan bajo mando estadounidense?
No lo hará. Habrá rupturas múltiples. Al interior de la Unión Europea, de ésta con Estados Unidos y dentro de cada país. Esa fractura será presumiblemente más honda y perentoria al interior Estados Unidos. A priori no hay trazadas líneas de clase para esta inexorable fragmentación. Como sea, en los intersticios habrá espacio para un frente internacional antiguerra que doblegue a los Hitler de nuestro tiempo y a la vez recomponga y reordene el mapa de clases para abrir un nuevo rumbo a la humanidad.
@BilbaoL
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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