¿QUÉ ESTRATEGIA PARA EUROPA?
CÉDRIC DURAN
Sábado 21 de noviembre de 2015
En este texto que aparecerá en el trabajo colectivo Europa, la experiencia griega. El debate estratégico (Le Croquant, 2015), Cédric Durand analiza la derrota sufrida por la izquierda radical europea por el fracaso de la experiencia de poder de Syriza en Grecia. Muestra también el callejón sin salida estratégico que supone el rechazo a romper con el euro, lo que asocia a una actitud política: el derrotismo, también llamado "la preferencia por la derrota a nivel nacional en nombre de una inaccesible victoria directamente continental".
Tan pocos caminos recorridos,
y tantos errores cometidos
Varlam Chalamov, Relatos de la Kolyma
La izquierda ha perdido una vez más. Sin duda, conservamos lo que Daniel Bensaïd llamaba "El preciado derecho de volver a empezar"/1. Quizás no habríamos necesitado esperar mucho tiempo, a tenor de cómo se agudizan las contradicciones sociales y políticas en el viejo continente. Por el contrario, lo que nos está prohibido es repetir los mismos errores. A lo largo de los seis meses de enfrentamientos entre el gobierno de Syriza y las instituciones europeas, se dibujó un mapa detallado del campo de batalla con las instituciones de la Unión Europea. Para no volver a caer en territorio desconocido, hay que leerlo.
Se nos ofrecen varias claves de interpretación. Elijo aquí ponerle nombre a la debacle de Syriza: derrotismo. El derrotismo consiste en esa actitud que solo contempla la derrota y acaba por contribuir a ella. En el caso presente, se trata de abandonar su propia política más que de renunciar a cambiar Europa. Esta preferencia por la derrota a nivel nacional en nombre de una inaccesible victoria directamente continental es la principal razón por la que fueron enterradas las posibles bifurcaciones en Grecia. El rechazo a romper con el euro por la izquierda fue la piedra angular del problema, el punto en el que se consumó la absorción de Syriza por lo que Tarik Ali llama el extremo centro.
Europa, la piedra con la que tropezamos
El primer gobierno de Syriza se estrelló contra la realidad europea. Para conseguir el levantamiento de un bloqueo financiero total, Tsipras consintió el 13 de julio de 2015 un tercer memorándum que consumó la puesta bajo tutela socioeconómica del país. Los recortes presupuestarios van a provocar una nueva caída del PIB agravando el paro y la pobreza y debilitar mucho más una protección social ya exhausta. El fondo que se ocupa de las privatizaciones, dirigido desde Bruselas, tiene encomendado malvender los activos públicos más preciados en provecho de inversores privados, principalmente centroeurpeos.
La rendición del gobierno de Syriza al despropósito neoliberal fue aún más chocante pues ocurrió inmediatamente después de una magnífica victoria del no a las exigencias de la Troika en el referéndum del 5 de julio. La rebelión de una parte importante de los diputados, la dimisión del gobierno después de la convocatoria de elecciones legislativas y la escisión del partido sucedieron lógicamente al giro de julio. Esta dramática secuencia ha provocado diferentes interpretaciones. Para los dirigentes europeos, la capitulación de Tsipras es una simple vuelta a la realidad, la adhesión de un joven rebelde a la norma común. "Es el fin del recreo" se mofa Donald Tusk. A la derecha griega le ha resultado fácil subrayar no solo que los gestos de Syriza no han logrado cambiar las exigencias de los acreedores, sino que esta vana agitación izquierdista ha supuesto un parón en la aparente estabilización de la economía a la que había llegado el país en 2014. En resumen, en el punto en el que estamos, habría sido menos doloroso mantener a Samaras en el poder.
Como todo el mundo a la izquierda de los socialdemócratas, considero que merecía la pena dar la batalla de Grecia. Estos meses de oposición han tenido la virtud de hacer patente el autoritarismo europeo, una experiencia importante para todas las corrientes de izquierda. Más allá de esto, los desacuerdos son profundos. Se han propuesto cuatro aproximaciones históricas para dar sentido al perverso acuerdo del 13 de julio. Revelan divergencias estratégicas sobre la lección política que se puede extraer del primer intento de ruptura con el neoliberalismo en Europa y de la normalización que le siguió.
El sentido de la rendición
Al día siguiente de la firma del acuerdo, Yanis Varoufakis, recientemente dimitido del gobierno, declaraba: "esto no tiene nada que ver con la racionalidad económica, ni con ningún encarrilamiento de Grecia. Es un nuevo Tratado de Versalles que avergonzará a Europa". En esta referencia al tratamiento infligido por los aliados a Alemania, después de la Primera Guerra Mundial, subrayaba el carácter punitivo de las condiciones impuestas a Grecia. Las reparaciones impuestas a Alemania no fueron nunca cumplidas puesto que eran insostenibles; generaron desórdenes económicos y un espíritu revanchista que contribuyeron al desastroso desenlace de 1933. Hoy, se trata de humillar a un gobierno que osó romper el juego consensuado de la gran coalición europea y de dar un ejemplo para disuadir a otros posibles saboteadores. La analogía suena adecuada. Destaca que este nuevo diktat económica y socialmente insostenible no resuelve nada: al contrario, favorece la acumulación de energías políticas contrarias que no dejarán de explotar de aquí a unos meses o unos años.
James Galbraith hace otra aproximación para indicar que la Unión Europea acaba de cometer lo irreparable tomando al asalto financieramente al pueblo griego/2. Aplastando la Primavera de Praga con los tanques, el régimen soviético puso fin, temporalmente, a toda la oposición interna en el bloque del Este, pero el efecto más duradero fue socavar su reputación; con su capacidad de atracción ideológica seriamente tocada, la Unión Soviética cavaba la tumba en la que desaparecería unos años más tarde. Si los bancos han sustituido a los tanques, en el fondo, el mecanismo puesto en marcha para aplastar la primavera de Atenas es el mismo. El pueblo griego ha vuelto al redil pero esta brutal negación de democracia ha hecho saltar el aparente barniz democrático que todavía recubría la autoritaria maquinaria bruselense, socavando de forma duradera la legitimidad del conjunto del proyecto de integración europeo y, más concretamente, dentro de este, el lugar de Alemania. Consciente del giro que supone este diktat, Jürgen Habermans solo puede deplorar que el gobierno SPD-CDU "haya dilapidado en una noche todo el capital político que una Alemania mejor había acumulado desde hace medio siglo".
Tratado de Versalles o Primavera de Praga, reducen la parte griega a un papel pasivo. A la inversa, otras dos referencia históricas ponen el acento en las opciones estratégicas de Syriza. En primer lugar, se trata de la evocación del tratado de Brest-Litovsk por el editorialista de Financial Times, Tony Barber, y el filósofo Slavoj Zizek/3. El tratado de paz con Alemania fue firmado por los bolcheviques en marzo de 1918 a cambio de la pérdida de la mitad de la parte europea del imperio ruso. Como Lenin en su tiempo, Tsipras, ha aceptado un acuerdo indigno totalmente consciente. No teniendo otra opción, habría decidido pagar un precio exorbitante para conservar el poder y poder continuar en posición de poder dirigir las siguientes batallas. "El poder solo desgasta a quienes no lo tienen": sentencia tomada del histórico dirigente de la democracia cristiana italiana Giulio Andeotti, en palabras de quienes, como Zizek, alaban el coraje de Tsipras de mantenerse en esta situación imposible.
Esta actitud puede seducir pues permite la esperanza de que el gobierno de Syriza 2 se inscriba en la continuidad combativa del primer semestre de 2015. Por desgracia, temo que se base en premisas erróneas. La primera es considerar que el tiempo ganado al poder no beneficia al enemigo. Si los bolcheviques compraron mediante una pérdida territorial la posibilidad de mantenerse en el poder, el precio pagado por Tsipras es el de una disolución de su poder: no solo se ve obligado a poner en marcha la política del enemigo sino que está condenado a ver a la troika construir su feudo en el corazón de la administración griega. Varoufakis comprendió perfectamente la dinámica perversa que se genera desde que el gobierno depone las armas: "La capitulación ha desradicalizado a la gente de izquierdas que trabajaban en los ministerios con la consecuencia de que se muestren incapaces de planificar la mínima ruptura con las exigencias europeas o no deseosos de hacerlo (por temor a contrariar a la Troika). Además, les mantienen en el rol de conejillos de Indias dando vueltas en su rueda, haciéndoles trotar sin parar cada vez más rápido para poner en marcha medidas tóxicas. En el espacio de algunos días, han entrado en una lógica de cooptación y se han vuelto incapaces de planificar la mínima medida que contravenga las exigencias europeas"/4. Más grave aún, incluso si ha logrado ganar las elecciones del 20 de septiembre, la posición política de Tsipras se ha fragilizado. Su propio partido está amputado de su ala más militante y más vinculada a los movimientos sociales. Y cuando las medidas antipopulares del memorándum se hagan sentir, su base social se va a adelgazar. ¿Cómo llamar al pueblo a defender el poder frente a los enemigos internos y externos cuando los dirigentes colaboran? ¿Cómo movilizar las energías ciudadanas necesarias para crear las nuevas instituciones y prácticas sociales que son la sustancia de toda transformación socio-política? El segundo problema de la tesis Brest-Litovsk se refiere al hecho de que para sostenerse necesita invalidar a priori la opción que esta más a mano, la de la salida del euro. Juzgada aventurera o peligrosamente nacionalista, esta política debe ser descalificada completamente, lo que lleva a una convergencia perversa con el discurso dominante: There Is No Alternative.
Finalmente, la analogía histórica más pertinente es, sin duda, la el famoso giro al rigor decidido por los socialistas franceses de 1983. Françoic Miterrand declaró: "estoy dividido entre dos ambiciones: la de la construcción de Europa y la de la justicia social. El SME (Sistema Monetario Europeo) es necesario para conseguir la primera y limita mi libertad para la segunda"/5. Como François Mitterrand, Alexis Tsipras ha decidido: a favor de Europa, contra la justicia social.
Una Europa imaginaria
Lo sabemos, los balbuceos de la Historia se parecen a las farsas. Si al final del último siglo, el entusiasmo europeísta podía llevar a la adhesión a pueblos que se sentían huérfanos de un horizonte social, el apego a una Europa convertida en sinónimo de regresiones económicas, sociales y democráticas solo sobrevive como un astro apagado, perdiendo poco a poco su poder de atracción. La victoria de Syriza, así como el ascenso de Podemos, del Sinn Fein irlandés y de Jeremy Corbyn en el Partido laborista británico son otros tantos síntomas del declive de las corrientes sociales liberales, principales víctimas políticas de la coyuntura de los años 2010. Este retorno de la izquierda no tiene nada de romanticismo revolucionario; es una demanda prosaica de mejora del bienestar de la población y, de manera más difusa, de la redefinición de un modelo de desarrollo ecológicamente y humanamente sostenible: ¿qué empleos? ¿qué servicios públicos? ¿qué protección social? ¿qué transición energética? ¿qué principios socioeconómicos? Sobre esta temática concreta es sobre la que la izquierda se juega su porvenir y, para lo que nos interesa aquí, la cuestión central es la de las relaciones con la Unión Europea y la realización de un programa a la altura de las demandas.
La plausibilidad teórica de un programa de urgencia social eurokeynesiano/6 no ofrece dudas pero no se articula en ninguna posibilidad política concreta. Por dos razones principales. La primera es que la representación europea de los intereses patronales , co-construida con la burocracia bruselense que se creó desde 1960, precedió en varios decenios a la representación de los asalariados, de los consumidores y de los portadores de otras causas/7. Esta ventaja inicial de los medios empresariales se acentúa con el relanzamiento de la integración a partir de 1980. Los problemas de la competencia, del comercio y -para los países de la zona euro- de la moneda se convierten en competencia exclusiva de la Unión. Estos temas esenciales para las multinacionales y el sector financiero se sitúan a partir de ese momento en la cima de la jerarquía de las políticas institucionales; se arbitran a nivel de la Unión Europea, lejos de la influencia de los procesos electorales y de las movilizaciones. A la inversa, los otros temas -empezando por los estándares sociales y los servicios públicos- se sitúan en el nivel subordinado que es el de los Estados nación, donde se expresa más directamente las preferencias de la población. Esto no quiere decir que el nivel europeo no interfiera en estos temas -conocemos demasiado bien los memorándum, los informes de evaluación de la Comisión y las misivas conminatorias del BCE- sino simplemente que estas cuestiones solo son tratadas como variables de ajuste en relación a las cuestiones claves para el capital/8. En otras palabras, las políticas sociales y de servicios públicos son víctimas de una integración negativa. Como no son discutidas por só mismas, los agentes afectados, empezando por los sindicatos, no tienen influencia en la agenda europea. Y allí donde son tratados -a nivel nacional-, las presiones ejercidas previamente en otros ámbitos son tales que no queda casi ningún margen de maniobra. El poder de esta lógica de integración negativa fue destacado perfectamente por Friedrich Hayek que veía en la creación de una confederación el mejor muro de contención contra cualquier forma de intervención pública y, en última instancia, contra todo avance hacia el socialismo/9.Esta jerarquía de cuestiones legítimas es la principal causa de la exclusión de las fuerzas sociales del mundo del trabajo del espacio político europeo. Una marginalización hecha para permanecer pues, sin ninguna posición en el ámbito estratégico de las instituciones europeas, es casi imposible estructurar una oposición social y política a esta escala.
Además de estos sedimentos institucionales que bloquean la maquinaria política bruselense, un obstáculo suplementario impide la emergencia de una salida progresista a nivel europeo. Judith Butler dice con razón que el "nosotros" del pueblo "se constituye durante su acción performativa"/10.La manifestación y, más generalmente, la movilización social o política necesita una continuidad y una coordinación de las subjetividades (de las palabras, de los gestos) que mediante su coincidencia espacio-temporal den nacimiento a un pueblo. Ahora bien, lo que predomina en Europa es una desincronización de los ritmos nacionales de la lucha de clases/11. Estas temporalidades discordantes hacen especialmente difícil la emergencia de un movimiento social europeo o de un ciclo de victorias electorales suficientemente cercanas y amplias para proceder a una refundación directamente a nivel continental.
Incluso se ha establecido un círculo vicioso. La creación de la zona euro no se ha traducido por una aproximación de los sistemas socio-productivos de los diferentes países sino, al contrario, por una diferenciación acrecentada. En un espacio monetario fraccionado, los ajustes de las tasas de cambio permitían preservar segmentos de actividad que de lo contrario, serían eliminados. De este modo, durante decenios, devaluaciones regulares permitieron a Francia y a Italia conservar un tejido industrial importante a pesar de las recurrentes pérdidas de competitividad, especialmente, en relación a Alemania. En el sistema de cambio fijo del euro, la desaparición de esta válvula de escape es una de las causas principales de la desindustrialización acelerada de la Europa del Sur -y de Francia- en relación a Alemania desde el inicio de los años 2000.
De forma perniciosa, los efectos de la polarización resultante de la dinámica de una unión monetaria de países heterogéneos sin correspondencia provocan hoy una barrera para la fusión de las condiciones socio-políticas -la afirmación de un pueblo europeo- que permitirían la creación de un verdadero ámbito estratégico europeo: elementos del Estado social supranacional, una fiscalidad compartida y programas de inversiones suficientemente masivos para dar un repiro económico común a los diferentes países.
Acentuando la desarticulación de los tiempo económicos y excluyendo sistemáticamente los retos sociales de la agenda, la unión económica y monetaria impide el nacimiento de una fuerza popular a escala continental. Consintiendo exclusivamente los intereses del capital, finalmente la Unión Europea es ella misma la causa de la no conclusión del proto-estado europeo.
El ojo avizor de la deuda
Cerrada la vía de un euro bueno, queda la de la salida. Centrémonos aquí en el caso griego y las posibilidades que se han desvanecido con el tercer memorándum, cuando la brecha abierta con la victoria de Syriza y el No al referéndum, se volvió a cerrar.
La idea según la cual el Grexit habría sido sinónimo de apocalipsis es la principal responsable de la debacle de Syriza. Esta tesis muy frecuente se encuentra, por ejemplo, bajo la pluma de Pierre Laurent, el secretario general del PCF, que la ha usado de piedra angular de su argumentación en defensa de la rendición de Tsipras: "el Grexit, deseado de punta a punta por el gobierno alemán, habría significado un fracaso catastrófico para las capas populares en Grecia.(...). Al contrario, aceptando las condiciones draconianas del acuerdo, de alguna manera atado en la prisión de la austeridad, Tsipras decidió mantener el combate porque la elección alternativa del Grexit no era la de la libertad sino la de la condena a muerte"/12.
Hay que reconocer a Pierre Laurent el mérito no marear la perdiz: el punto crucial en la batalla de Grecia era, en último término, las condiciones posibles del Grexit y sus efectos políticos. Desgraciadamente, esta lucidez les falta a quienes andan con rodeos entre las salida del euro y la sumisión a la Troika. Para ellos, es posible separar la cuestión de la deuda del de la moneda/13. Pero, precisamente, lo que nos enseña el desenlace del pulso entre la Unión Europea y Syriza es que las dos cuestiones son estrictamente indisociables.
Todo el mundo está de acuerdo, liberar a Grecia del peso de la deuda es una condición indispensable para permitirle iniciar una simple recuperación económica, es crucial que el Estado pueda consagrar sus escasos recursos a la reconstrucción del país y a su desarrollo antes que al pago de los acreedores; más aún, es políticamente vital liberarse de las condiciones impuestas por los acreedores para que sea posible una alternativa al neoliberalismo.
Desde ese punto de vista, la lección de la secuencia del verano de 2015 es muy clara. La preservación de la relación de endeudamiento -es decir, la aceptación de las exigencias de los acreedores y el compromiso de devolver la deuda- era la verdadera cuestión del bloqueo monetario impuesto por el Banco Central. El restablecimiento del control de capitales y la limitación de los saques del banco a 60 € por día eran el resultado de la decisión del BCE de parar el aprovisionamiento de liquidez del sistema bancario griego, lo que se convierte en una especie de de suspensión de la participación de Grecia en la zona euro. Esta completa agresión financiera da la medida de las represalias en ausencia de acuerdo con la Troika sobre la deuda, en particular sobre las condiciones asociadas a nuevos financiamientos que permitirían evitar la suspensión de pagos.
El chantaje consistía en condicionar la pertenencia a la zona euro a la perpetuación de la relación de subordinación por la deuda. En el momento de mayor paroxismo del enfrentamiento, la cuestión de la deuda y de la moneda solo fue una. El gobierno griego-volveremos sobre esto- estaba en situación de interrumpir el reembolso de la deuda pública pero se encontraba a merced de Frankfurt en lo relativo a la supervivencia de su sistema bancario y por tanto, de los circuitos de pago y de financiación indispensable para el funcionamiento de la economía doméstica.
Un pueblo que intenta romper con el neoliberalismo no puede contar con sus adversarios para financiar su economía. Es la famosa coacción exterior que impone a todos los países deseosos de escapar de la soberanía de los mercados financieros no dejar desaparecer su déficit comercial y protegerse de la especulación de los mercados de capitales. En el marco de la zona euro, está además la necesidad de no depender de un banco central hostil para asegurar el funcionamiento normal del sistema bancario. Recuperar la soberanía monetaria es pues una condición necesaria para romper con las políticas de austeridad y comprometerse con las reformas estructurales encaminadas a la justicia social, la reconstrucción del aparato productivo y la transición ecológica.
La posibilidad de un Grexit
Este cruce de la cuestión de la deuda y la de la moneda puso sobre la mesa la cuestión de la salida de la zona euro. Pero, ¿era realmente una posibilidad?, ¿el Grexit no corría el riesgo de sumir a Grecia en un cataclismo tal que para evitar la "condena a muerte" de la experiencia Syriza era preferible aceptar la «cárcel de la austeridad» del memorándum?
El clima de terror frente al Grexit se desplegó en un doble registro: por una parte, el del choque económico asociado al cambio de régimen monetario y, por otra parte, el de la fuerza simbólica asociada al euro que, más allá de su papel monetario, está cargado con las aspiraciones de la recuperación de parte de los países de la periferia, y de forma más general, de un horizonte humanista de superación de las divisiones nacionales. Es un aspecto esencial del problema que deberá ser analizado como tal pero en el marco de este artículo, me atendré a la primera dimensión.
Técnicamente, el restablecimiento de una moneda nacional necesita una acción decidida y rápida así como una cierta anticipación pero no tiene nada de imposible. Varios autores, entre ellos Michel Aglietta/14 y Costas Lapavitsas y Heiner Flassbeck/15 han indicado las principales etapas. Los costes organizativos de semejante transición sin ser insignificantes no son considerables, siendo lo esencial asegurar el control de los capitales efectivos y de una toma de control público del sistema bancario como forma de asegurar el buen funcionamiento del nuevo sistema de pago y de los circuitos de financiación.
El segundo problema concierne a la capacidad del Estado de pagar a los funcionarios y abonar a los suministradores. Pues, evidentemente, una salida de la zona euro va a la par de una moratoria de efecto inmediato sobre la deuda pública, lo que significa que ya no puede contar con las aportaciones financieras externas. En este punto, hay que destacar que la situación presupuestaria de Syriza en el poder estaba saneada. Como señala una nota publicada por el think-tank Bueguel, "Grecia conoció un excedente primario record de 19 000 millones de euros en los cinco primeros meses de 2015 en lugar de un déficit que alcanzaba los 1 200 millones de euros. En términos acumulados, el objetivo de excedente primario público ha sido sobrepasado en 3 200 millones de euros."/16. Si rompía sus compromisos referidos a la deuda, el Estado griego no tenía problemas para honrar sus otras obligaciones, lo que significa que no tenía necesidad de recurrir a la emisión de moneda para financiar sus gastos corrientes y podía reservar este instrumento para las medidas de relanzamiento o de creación de un sistema de empleo público garantizado.
La otra cuestión se refiere a la capacidad de estabilizar su comercio exterior. También ahí, se constata que la posición de Syriza era bastante favorable. Al precio de una masacre social y económica, cuatro años de contracción extrema de la actividad [económica] nacional hicieron caer las importaciones y este hecho permitió restablecer el equilibrio de la balanza por cuenta corriente. Sin duda, Grecia es dependiente del exterior en energía y en una parte de su provisión de productos agrícolas y manufacturados. Pero continúa exportando bienes en estas dos áreas en una proporción no desdeñable. Sobre todo, el país exporta masivamente servicios, especialmente de transporte (armadores) y turismo. Además, hay que destacar que Grecia es uno de los países europeos en el que la actividad económica es la más autocentrada. Los datos de la OMC dan una ratio comercial sobre el PIB entre 2011 y 2013 del 54 % en Grecia frente a la de Francia del 61 %, 98 % de Alemania y 188 % de Irlanda. La comparación con Portugal (78 %) que es un país de tamaño parecido, subraya la vulnerabilidad relativamente limitada de Grecia respecto al impacto del precio de las importaciones.
Por último pero no menos importante, las exportaciones, empezando por el turismo, se pueden beneficiar ampliamente del efecto de la devaluación compensando en gran medida el aumento del precio de las importaciones.. Después de una depresión, los beneficios económicos de una devaluación son absolutamente sustanciales y habrían podido dar una inyección de precioso oxígeno a la ruptura llevado a cabo por Syriza. El mecanismo es tan poco sofisticado como poderoso: una devaluación significa un alza de precios de las importaciones (en moneda local) y una bajada de precios de las exportaciones (en divisas) que favorecen la actividad interna. Para un país como Grecia que ha sufrido una larga fase de contracción de la actividad, esto se traduce en una recuperación rápida, una disminución del paro y una mejora de las cuentas externas.
Los gráficos que siguen ilustran los encadenamientos en el contexto de la crisis rusa de 1998 y la de Argentina en 2002 durante las cuales el rublo y el peso que perdieron, alrededor de un tercio de su valor respecto al dólar; la trayectoria de Grecia en el periodo 2008-2015 se añade a título de comparación. Muestran que a la recesión le sucede, después de la devaluación, una rápida recuperación del crecimiento y su estabilización en un nivel más elevado (Gráfico.1), una inversión duradera de la curva del paro (Gráfico 2) y una notable mejoría de la balanza corriente de pagos (Gráfico 3). Evidentemente, los elementos del contexto han jugado un papel especial. Tanto en Rusia como en Argentina, el efecto fue especialmente potente porque la amplitud de la devaluación fue considerable, mucho más de lo que sería necesario en Grecia. Pero por otro lado, hay que subrayar que estos países declararon una moratoria de la deuda y por tanto, se encontraron con un corte total de financiación externa, lo que les aproxima a Grecia en el caso de la salida del euro.
En Grecia, el principal punto negro era la situación del sistema bancario, exiguo por las masivas retiradas de capital. Su recapitalización en la nueva moneda habría sido indispensable, lo que convertía la nacionalización en una solución inmediatamente legítima y dotaba a los poderes públicos de un medio para acelerar la reactivación de la economía, de guiar su reorganización hacia la satisfacción de las necesidades de la población y la transición ecológica.
Para completar este rápido cuadro de la situación, hay que recordar la posibilidad política de negociar con otros países europeos una salida controlada del EUM. El verdadero Brest-Litovsk de Syriza, habría sido llegar a conseguir tal acuerdo. La voluntad del ministro de Finanzas alemán Wolfgang Schäuble de crear un precedente para disciplinar la zona euro por un lado, y los temores geopolíticos de los europeos y los estadounidenses por otro, permitían al gobierno Tsipras de obtener sustanciales concesiones en caso de la salida del euro: una financiación a corto plazo que permitiera amortiguar el choque sobre las deudas privadas internacionales comprometidas en divisas así como una moratoria de la deuda pública previa a una reestructuración inevitable/17. También se consideraría la cuestión de una intervención del BCE para estabilizar la tasa de cambio, debido a los efectos desestabilizadores en el sistema financiero europeo de una salida. Lo esencial es que estos beneficios que había que intentar conseguir en la negociación no tuvieran como contrapartida dejar de manos atadas al gobierno de Syriza para los meses y años siguientes. Ciertamente, Tsipras tendría que rebajar sus ambiciones: no iba a cambiar Europa inmediatamente pero en Grecia, se mantendría viva la llama de la alternativa.
Alguno de los elementos que se han presentado muestran que el carácter apocalíptico de una salida de la zona euro en el caso de Grecia fue muy exagerado. Al contrario, todo lleva a pensar que separarse del yugo de la Unión monetaria era la mejor manera de recuperar los márgenes de maniobra macroeconómicos que permitirían a un gobierno de izquierda radical llevar su propia política.
Sin duda, si la salida del euro es una condición indispensable en una estrategia de izquierda, no es en sí misma una garantía de éxito: la capacidad de meter en cintura a la oligarquía doméstica continúa siendo un enorme desafío. Aún más, para conservar el apoyo popular era necesario poner en marcha una red de seguridad socio económica (transportes público gratuitos, acceso a productos de alimentación y medicamentos a bajo coste, suspensión de las expulsiones) que garantizasen a los más vulnerables que no perderían nada en esta fase de transición. Pero no hay ninguna razón para subestimar las considerables ventajas económicas y políticas que se derivan de una salida del euro: la libertad de acción del gobierno recuperada y la perspectiva de mejoras rápidas podían permitir movilizar sectores enteros de la población y alimentar el proceso de transformación de iniciativas de base especialmente, mediante la financiación pública de un sistema de garantía de empleo/18. En suma, dar un futuro a las victorias electorales y del referéndum ocurridas de enero a julio de 2015.
La viabilidad macroeconómica de un proyecto político a corto plazo es un dato esencial que se plantea siempre en un contexto preciso, como acabamos de hacerlo examinando rápidamente las condiciones de la posibilidad de un Grexit. Pero el enfrentamiento de un gobierno de izquierda con la Unión económica y monetaria es una propuesta más general. El carácter quimérico de una transformación de Europa a nivel continental por un lado y, por otro, la estrecha colaboración entre el poder monetario centralizado del BCE y la organización de dependencia de los gobiernos con los acreedores colocan a la izquierda entre la espada y la pared. Si de nuevo vuelve al poder, o bien se alinea con los argumentos del extremo centro y consiente el juego europeo que es a lo que se ha limitado Tsipras, o bien decide llevar su propia política -desobedecer los tratados europeos si se quiere- pero eso implica salir de la Unión económica y monetaria y entonces prepararse para una opción política, una opción que gane en audiencia rápidamente en en toda la izquierda europea.
Europa, clases y naciones
Esta lección de la derrota griega tropieza con un último argumento: preconizar la ruptura con la Europa neoliberal sería hacer el juego a la extrema derecha. El espectro del fascismo se yergue así como el mejor aliado de un euroliberalismo en pleno colapso/19, arrastrando a este, a una parte de la izquierda seducida por las sirenas internacionalistas del capital. Una variante consiste en agitar la amenaza de la guerra contra la salida del euro/20, como ayer la paz era llamada al rescate del TSCG (Tratado de Estabilidad Coordinación y Gobernanza. NT)/21. Pero es una actitud un poco fácil. La cuestión a la que hay que responder es más inmediata: ¿ Es hoy la Unión Europea una muralla contra el nacionalismo?, ¿ contribuye de alguna manera a dibujar un destino común de los pueblos europeos ofreciéndoles un futuro mejor? Desgraciadamente, no. Y este aparato político no la protege ni contra la guerra, ni contra le fascismo. Al contrario, les prepara el terreno.
Por lo menos desde Maastricht, la mayoría de las fuerzas de izquierda han adoptado la dinámica perversa de la integración continental bajo los auspicios del capital. Los muros de la prisión neoliberal que entreveíamos se construyeron contra nuestra voluntad y a pesar de nuestras victorias como la del No al referéndum de 2005 para el Tratado Constitucional. Luchando hoy para derribarlos, sencillamente somos fieles a nosotros mismos. Incluso sería algo escandaloso dejar a la extrema derecha crecer sobre el terreno político que la izquierda ha labrado.
La cuestión europea debe de ser retomada desde el punto de vista de las relaciones de clase. Sin duda, la izquierda combate el nacionalismo cuando se viste de racismo y estimula las divisiones etno-culturales que son un obstáculo para la emancipación. Pero es agnóstica sobre los méritos intrínsecos de la escala política nacional o supranacional; lo que le importa es el juego de las relaciones de clase que cristalizan en los diferentes niveles de sus interacciones.
En la lectura del 28 Brumario, Bob Jessop pone en evidencia los resortes del análisis de las circunstancias históricas de Marx: "El contenido social de las posiciones políticas está principalmente ligado a los intereses económicos de las clases y de las fracciones de clase que se oponen […] antes que a intereses abstractos identificados al nivel del modo de producción"/22. Esta meticulosa atención a los intereses en su imperativa inmediatez, sus deformados reflejos en el campo político, las relaciones diferenciadas que se derivan respecto a la nación es indispensable si la izquierda espera estar en condiciones de formular la oferta correspondiente a las aspiraciones de quienes ella cree representar.
En los países de la periferia europea así como en Francia, y de forma diferente, en los países del norte de Europa, el enfrentamiento con la Unión Europea se muestra inexorable. De hecho, tiene dos componentes principales. El más fácil es el de la austeridad que aliena progresivamente el extremo centro de los funcionarios y de todos los que ven su situación fragilizada por el retroceso del estado social y de los servicios públicos. El segundo componente es la moneda única y más allá de esta, la circulación de capitales. Protomoneda mundial, el euro es indispensable para las grandes firmas y para el sector financiero y beneficia a todos los que poseen un patrimonio financiero un poco significativo. También resulta agradable a las clases culturalmente mejor dotadas que aprovechan las facilidades de viaje que les permite. Pero a la mayor parte de la población trabajadora y a la gente privada de empleo, quienes apenas viajan y no tienen patrimonio que fructificar, la moneda única no les aporta nada. Un apego para subsistir pero es débil. Sobre todo que a través del desajuste de las tasas de cambio y de la ausencia de transferencias presupuestarias significativas, el euro es un conducto esencial de la intensificación de la competencia y por tanto del cierre de establecimientos, de la supresión de empleos en los sectores de bienes y servicios intercambiables. Para los sectores expuestos y del paro, visto bajo este ángulo, el euro es un enemigo natural.
¿Entonces qué hacer con la nación? En el caso de Francia, la cuestión está llena del pasado colonial, del presente racista e imperialista del Estado francés, de la sombra del FN. Pero implica también un componente socioeconómico sobre el que la izquierda no puede saltar. Defender las conquistas sociales a escala nacional contra los ataques coordinados desde las instancias europeas, como oponerse a una moneda única culpable de sabotear la base productiva del país (y los empleos que arrastra) no tiene nada de dudoso.
La célebre fórmula del "Manifiesto" según la cual, "los proletarios no tienen patria" a menudo es utilizada de forma indebida. No es un eslogan sino la constatación de una privación que Marx y Engels deploran: "Además han acusado a los comunistas de querer abolir la patria, la nacionalidad. Los obreros no tienen patria. No se les puede tomar lo que no tienen. Como el proletariado debe tomar el poder político en primer lugar, erigirse en clase nacional (13) constituirse ella misma como nación, por eso es todavía nacional, aunque de ninguna manera en el sentido que lo entiende la burguesía"/23. Hoy , a diferencia del siglo XIX, las clases populares de Francia comparten partes de la nación: la seguridad social, los permisos pagados y las 35 horas, la educación gratuita y los hospitales públicos, aunque de forma residual, las grandes redes eléctricas, de telecomunicación y ferroviarias, incluso una base industrial ampliamente creada por la acción pública... A nivel europeo, el proletariado no tiene nada propio. Esta dialéctica de la propiedad y de la exclusión es el bucle en el que Europa se desgarra.
Conclusión
En algunos años el significante Europa ha cambiado de contenido. Esta palabra evocaba la confraternización de los pueblos anteriormente enemigos, la promesa de una democracia posnacional, la de una prosperidad compartida. A partir de ahora, es sinónimo de recesión económica, de austeridad, de autoritarismo y de rencor reavivado entre los pueblos. Lejos de aportar una convergencia en los estándares de vida a escala continental, ha producido una polarización social acrecentada dentro de los países y entre países. Las economías de la periferia están limitadas a un estatuto de semi-protectorado bajo el yugo de un nuevo imperialismo orquestado en primer lugar por las clases dominantes alemanas y sus aliadas europeas, empezando por las multinacionales francesas de la industria y de la banca.
La victoria en las urnas de Syriza el 20 de septiembre de 2015 no cambia el dato. Al contrario, ratifica la normalización de este partido que había prometido interrumpir el rosario de golpes presupuestarios y de las reformas estructurales que hoy forman el único horizonte del extremo centro. El fracaso de la unidad popular testifica la dificultad de reabrir la brecha cuando el entusiasmo ha vuelto a caer y prevalece la lógica del mal menor.
El suceso que me avergüenza es el del 13 de julio de 2015. Ese amanecer, durante el cual las esperanzas de millones de griegos y de las fuerzas de izquierda en todo el continente se desvanecieron, reveló crudamente un impase estratégico: priorizar la idea europea implica para la izquierda en el poder negarse ella misma. Extraigo una lección. Para no hundirse en la insignificancia, la izquierda debe acoplarse sólidamente a los intereses de los subalternos, es decir, rechazar la austeridad y preparar la salida de la moneda única. Al derrotismo de la otra Europa, se opone la voluntad de romper.
2/11/2015
http://www.contretemps.eu/taxonomy/term/38
Traducción VIENTO SUR
Notas:
1 /Daniel Bensaïd, Une Lente impatience, Stock, Paris, 2004
2 / James Galbraith, "L’Europenepeutetnedevraitpastenirtrèslongtemps", LeNouvel Observateur, 1 agosto de 2015.
3/ Tony Barber, "Alexis Tsipras is approaching his Brest-Litovsk momento" Financial Times, 12 de junio de 2015. Slavoj Zizek,"L’apocalypsegrecque: VersaillesouBrest-Litovsk?”, L’Obs, 20 de agosto de 2015.
4/ Comunicación personal con Yanis Varoufakis citada en el mismo texto por Slavoj Zizek. E
5/.François Mitterrand, sábado, 19 de febrero de 1983, citado en Jacques Attali,Verbatim, tome 1, Fayard, Paris, 1996.
6/ Para una presentación sintética del programa ver Engelbert Stockhammer,"Eurokeynesianism?", Radical Philosophy, 175, sept-oct 2012.
7/ Sylvain Laurens, Les courtiers du capitalisme, Agone, Marseille, 2015.
8/ Ver Cédric Durand et Razmig Keucheyan, «Financial hegemony and the unachievement of European statehood”. Competition and change,19 (2), 2015.
9/ Friedrich Hayek (1939), "The economic conditions of interstate federalism" In: Hayek FA (ed.) Individualism and Economic Order. Chicago, IL: University of Chicago Press.
10/ Judith Butler, «‘Nous, le peuple’: Réflexions sur la liberté de réunion», enQu’est-ce qu’un peuple?, La Fabrique, 2013, p. 63.
11/ Ver para el periodo precedente de la crisis nuestro artículo con Engelbert Stockhammer y Ludwig List.
12/ Pierre Laurent, "Révisez vos leçons!", Libération, 17 de agosto de 2015.http://www.liberation.fr/vous/2015/08/17/revisez-vos-lecons_1364892
13 / Michel Husson escribe por ejemplo: Como todo el mundo reconoce, la cuestión clave para Grecia es el carácter no sostenible de la deuda. En base a ello, la medida prioritaria a adoptar es la moratoria unilateral de la misma, seguida de su anulación total o parcial. ¿Pero qué tiene que ver esto con la salida del euro? Jamás he llegado a entender como se puede establecer una vínculo lógico entre esas dos medidas". Michel Husson, ¿Existe un buen dracma?, enhttp://www.vientosur.info/spip.php?...
14/ Michel Aglietta, Zone euro: éclatement ou fédération, Michalon, Paris, 2012.
15/ Costas Lapavitsas and Heiner Flessbeck, Against the Troïka. Crisis and Austerity in the Eurozone, Verso, London, 2015.
16/ Sylvia Merler, «Greece Budget update», Bruegel, 16 July 2015,http://bruegel.org/2015/07/greece-budget-update/
17/ Wolfgang Streeck, por ejemplo sostiene que semejante salida positiva habría sido posible liberando a Grecia de la austeridad y permitiendo salir de un ciclo interminable de recriminaciones entre deudores y acreedores : «Brutish, nasty – and not even short: the ominous future of the Eurozone”, The Guardian, 17 de agosto de 2015. http://www.theguardian.com/commentisfree/2015/aug/17/greece-eurozone-deal-north-south
18/ Sobre este tipo de dispositivo ver Cédric Durand et Dany Lang, "L’État employeur en dernier ressort", Le Monde, 7 de enero de 2013,http://abonnes.lemonde.fr/economie/article/2013/01/07/l-etat-employeur-en-dernier-ressort_1813614_3234.html
19/ A propósito del caso Jacques Sapir ver la tribuna firmada junto a Razmig Keucheyan, "La gauche ne marche pas avec le Front National", Le Nouvel Observateur, 3 de septiembre de 2015.
20 / Ver Thomas Coutrot, "La seule sortie de gauche de l’euro c’est l’expulsion" .http://blogs.mediapart.fr/blog/thomas-coutrot/110915/la-seule-sortie-de-gauche-de-leuro-cest-lexpulsion
21/ Karine Berger, "Il faut voter le traité budgétaire européen", Le Monde, 10 de septiembre de 2012.
22 / Bob Jessop, State Power, chap. 3, Wiley & Sons, London, 2013. Sobre este tema ver también Mike Davis, "Marx’s Lost Theory. The Politics of Nationalism in 1848", New Left review, 93, Mayo-junio, 2015, p. 45-66.
23 / Ver El Manifiesto Comunista.
Fuente: Viento Sur
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