El presidente del gobierno en funciones, Mariano Rajoy, durante su discurso de investidura FOTO: JON BARANDICA |
Algunos parecen esperar que, tras probar la ingobernabilidad de la nueva política, acabemos echando de menos la estabilidad de antaño
Isaac Rosa
Con tanto revival y tanto chapoteo nostálgico, cualquier día empezamos a echar de menos al bipartidismo. No me miréis así, yo solo lo aviso. Después del éxito del “Yo fui a EGB” y tanto remake de los ochenta y noventa, a mí no me extrañaría que para navidades alguien publique un libro que se llame “Yo votaba bipartidismo”. Y arrase.
Qué tiempos aquellos, eh. Este lío de ahora, con el bipartidismo no pasaba, ¿a que no? Todo era previsible, plácido, hasta aburrido. Con el bipartidismo no votábamos cada seis meses, tres veces en un mismo año, sino cada cuatro larguísimos años, y así de una vez para otra se nos renovaba la ilusión democrática. El bipartidismo nunca nos hizo votar en Navidad, que no. Con el bipartidismo había un solo debate de investidura, rutinario, sin incertidumbre, y sobre todo eficaz: llegaban, soltaban sus discursos, votaban y se iban para casa dejando puesto el gobierno. Con el bipartidismo no hacía falta el dichoso pactómetro, las cuentas eran sencillas, las combinaciones muy limitadas. La misma noche electoral ya sabías quién iba a gobernar, no te mareaban tres meses con reuniones, documentos y pactos.
Con el bipartidismo no había que aprenderse tanto nombre nuevo, que los diputados duraban y duraban, tres, cuatro y hasta cinco legislaturas, se volvían como de la familia. Con el bipartidismo veíamos por la tele un solo debate parlamentario al año, el del Estado de la Nación, y solo por tradición, como una costumbre familiar, como escuchar el mensaje del rey mientras preparas la cena de nochebuena. Con el bipartidismo las votaciones en el Congreso estaban cantadas durante toda la legislatura, no había que componer una nueva mayoría hasta para aprobar el menú de la cafetería. No malgastábamos tiempo y energía en seguir la actualidad política, y podíamos dedicarnos a otras cosas. Qué sé yo, hasta hacíamos huelgas, ¿os acordáis?
Huy, huy, cuidado que os veo embelesados. No me digáis que os está entrando un poco de morriña al recordar aquellos tiempos anteriores al “No nos representan”. Os veo con las defensas bajas. Ahora es cuando yo os pregunto, como en aquella genial escena de “La vida de Brian”, qué ha hecho el bipartidismo por nosotros, y tímidamente me empezáis a enumerar: el acueducto, el alcantarillado, las carreteras, la paz...
Pues por ahí parecen ir los tiros, si como parece nos arrastran a terceras elecciones. Hace un par de años, cuando empezó la sacudida del tablero político en las encuestas, había quien se frotaba las manos en la sombra diciendo: “déjales, déjales, que ya volverán llorando por el bipartidismo perdido”. A eso parecen jugar ahora: a resolver la crisis política por agotamiento. En la confianza de que, tras probar la ingobernabilidad de la nueva política, se nos pase el sarampión juvenil y acabemos regresando a la estabilidad del bipartidismo. Que unas terceras elecciones terminen por fundir a Podemos y Ciudadanos, y recuperen terreno los de toda la vida. Y si a la tercera tampoco, a por las cuartas, hasta que vuelva el orden de antaño, que esto con el bipartidismo no pasaba. Bueno, pasaban otras cosas, pero eran minucias comparadas con el acueducto, el alcantarillado y la gobernabilidad, ¿que no?
Fuente: eldiario.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario