domingo, 11 de septiembre de 2016

De Ceuta a Calais, los nuevos muros de la vergüenza



Juan José Téllez

Quizá sonara en algún mp3 la vieja canción de Cohen: “Like a bird on the wire,/Like a drunk in a midnight choir/I have tried in my way to be free”. Como un pájaro en el alambre. Como un borracho en el coro de medianoche, yo he tratado de ser libre a lo largo de mi camino”. Como Sidi y como Youssouf, como Albert. Encaramados ayer a la valla de Ceuta. 60 personas al filo de la inexpugnable valla en la frontera de El Tarajal, durante horas.

Estoy cerca, quizá nos estuvieran diciendo con su gesto, antes de que los guardias llegaran a devolverles en frio o en caliente, según la ley que hizo la trama, promulgada por el piadoso ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, el martillo de herejes, soberanistas y sin papeles, el opusino que ahora quiere ser embajador en el Vaticano y que blanqueó dicha vulneración de los derechos civiles. Os estamos contemplando, nos estarían gritando en silencio, con ese gesto que tenía mucho de desesperación y de impotencia: ya vemos como vuestra crisis no impide sueldos multimillonarios en el Banco Mundial o los cochazos que van y vienen a la cercana Inspección Técnica de Vehículos, pero vuestra crisis mantiene once millones de hombres, mujeres y niños en situación irregular en lo que queda de la Unión Europea, sin derechos, sin deberes, sin nada, sin nadie. Como nosotros. A pesar de todo ello, rugirán ahora mientras las autoridades marroquíes les deportan, queremos cruzar de Guatepeor a Guatemala, del fuego a las ascuas. 250 saltaron la valla de Melilla hace una semana y las redes ardieron cuando Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, les llamó emprendedores: en buena parte, quienes llegan hasta allí no son otros que los mejores cerebros y los mejores cuerpos de un continente que está sufriendo un éxodo brutal, sin que Europa valore todo lo que podrían aportar a un sistema de valores que se va a pique, desde la seguridad social a las ideas.

Ayer intentaron cruzar más. Al menos, 263, calcula Helena Maleno, la periodista y activista de Caminando Fronteras, probablemente la española que más sepa de migraciones subsaharianas en la frontera del Estrecho. Ya ocurrió el 4 de junio en Benzú, la pequeña frontera cerrada, no demasiado lejos de Benyounes y de El Perejil, el islote donde se esconden los narcos y que protagonizó una absurda guerra fría entre España y Marruecos, hasta que los legionarios y los methanis se comieron el rebaño de cabras de una pobre viuda que terminó muriendo en la más absoluta de las miserias. Entonces lo intentaron 150, por el espigón, pero sólo nueve lograron llegar a Ceuta y entonar el “boza”, el mismo cántico de esperanza que repiten desde las cumbres metálicas a las que trepan.

El muro de Melilla.-

Tampoco es fácil cruzar el muro de Melilla, con su cuarta valla y un foso: a la oficina de solicitud de refugio que han instalado allí sólo pueden acceder los sirios, libios o eritreos y, en cualquier caso, untando bajo cuerda a la gendarmería. Hasta allí no pueden llegar los sudaneses, los nigerianos, los malienses, los congoleños, por más que vengan de estados fallidos, de territorios plagados por piratas, por boko harams raptores de niñas, por el isis que reparte bombonas mortales a distancia junto a la catedral de Notre Dame, por tiranos de serie, títeres de las antiguas o de las nuevas potencias coloniales, o por al qaedas del Magreb islámico. Ni siquiera los marroquíes que pretenden acceder a la maltrecha Europa pueden intentarlo: las dificultades son de tal calibre en la zona del Estrecho que, a pesar de las numerosas embarcaciones y toys que han vuelto a llegar en las últimas horas a Andalucía, muchos jóvenes del vecino país tienen que intentar el salto a través de la remota Turquía.

Los árabes y bereberes que sufren el racismo europeo también han aprendido a ejercer de xenófobos. No ha servido de mucho la campaña de regularización de inmigrantes clandestinos que se llevó a cabo en Marruecos en 2014: apenas veinte mil para una población flotante muy superior que apenas pudo acceder a dicha alternativa.

Ahora, en los auriculares, quizá suene “Another brick in the Wall”. Es difícil, Pink Floyd, abrir una brecha en los muros de Melilla y de Ceuta. Eso sí, disponen de una tupida concertina que no logra ahuyentar a quienes vienen siendo acuchillados por su propio destino desde que eran niños: se instalaron en tiempos de José Luis Rodríguez Zapatero, pero su mismo gobierno las retiró al comprobar que no eran tan inofensivas como años después, cuando el PP volvió a instalarlas, proclamaba un portavoz de su empresa fabricante, European Security Fencing (ESF), quien llegó a asegurar que la misión de sus cuchillas no era la de cortar sino brindar un simple “efecto psicológico y visual de que hay unos filamentos que si accedes te puedes hacer daño”.

Ante las vallas fronterizas o frente al muro húmedo del mar, Ceuta y Melilla se han convertido en “Centros de selección a cielo abierto a las puertas de Africa”. Ese es el título de un informe publicado en julio de este año por las organizaciones Migreurop, La Cimade, el Grupo Antirracista de Acompañamiento y Defensa de los Extranjeros y Migrantes (GADEM) y la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (APDHA). En sus páginas, puede leerse como tras la campaña de regularización, en febrero de 2015, las redadas se multiplicaron, no sólo en las inmediaciones del monte Gurugú en Melilla. Al sur del país, se establecieron dieciocho centros de retención en donde fueron hacinado los detenidos, entre ellos menores, mujeres embarazadas o peticionarios de asilo.

El documento recoge datos especialmente atroces sobre dicho perímetro fronterizo, según testimonios reales de la Guardia Civil de Melilla: “Cuando la gran inmigración llegó, un poco antes de 2005, se instaló un obstáculo: una doble valla de tres metros con cuchillas, pero los migrantes las rompían cada día”. Después la altura se dobló a seis metros. En 2007 se procedió a retirar las cuchillas, ante la gravedad de las heridas que provocaban. Y se construyó la tercera valla. En 2013 se instalaron nuevamente las cuchillas, pero las personas inmigrantes continuaban la lucha por franquear el vallado”.

Una simple muralla de metal no sirve: “Como son verdadero atletas, han logrado pasar las tres vallas en un minuto; se decidió entonces instalar una malla ‘antitrepa’, que no deja pasar los dedos”, aseguran los portavoces de la Benemérita. Frente a ello, los candidatos a cruzar “inventaron herramientas para escalar la barrera, como ganchos en las manos o zapatillas de deporte con tornillos incrustados en la suela”. Frente a ello, las autoridades españolas utilizaron “una placa micro-perforada que sólo deja pasar el aire y fue colocada en los lugares más vulnerables”.

Los muros del continente.-

El Imagine all the people de John Lennon ya no mola. Ceuta y Melilla las experiencias piloto por las que se han guiado otros países a la hora de construir vallas similares. Viktor Orban, el primer ministro de Hungría, es muy fan de estos procedimientos y ha incrementado las exportaciones de concertina, hasta allí, de la empresa malagueña Mora. Tras la construcción hace unos meses, de una tupida valla contra los refugiados en las fronteras de Serbia y de Croacia, ahora prepara una segunda también en el sur del país.

Ajeno a la historia emigrante de su propia nación, a Orban no se le arruga el entrecejo al proclamar que existe «una correlación entre la migración y el terrorismo» cuando la mayoría de actos terroristas relacionados con el yihadismo en la Unión Europea, han sido cometidos por europeos fanatizados, que ya estaban aquí mucho antes de que empezara la formidable matanza que sufre Siria.

Los muros de Orban no son sólo físicos sino ideológicos: el 2 de octubre ha convocado un referéndum contra los planes de la Unión Europea para reubicar cupos de refugiados en los países miembros y prepara la contratación de 3.000 cazadores de frontera, mientras la justicia de su país enjuicia por vandalismo a la reportera de televisión que pateó a los refugiados en unas imágenes que dieron la vuelta al mundo pero cuyo gesto puede considerarse incluso caritativo si se tiene en cuenta la política del gobierno.

No está sólo Orban en el levantamiento de esos nuevos muros de la vergüenza: si el de Berlín fue construido en 1961 por la dictadura comunista para evitar que salieran del país sus disidentes, los que se erigen ahora en distintos puntos de Europa, están siendo levantados por la dictadura del capitalismo para que el tercer mundo no pueda salir de su miseria.

Esta semana el gobierno británico, a través de su secretario de Estado de Inmigración, Robert Goodwill –un apellido que puede traducirse al español como “Buena voluntad”– ha anunciado la construcción de un muro en el norte del puerto francés de Calais, para frenar a los inmigrantes que busquen cruzar el canal de la Mancha. Hacinados en un vertedero al que llaman La Jungla y que el gobierno francés habilitó como centro de acogida en enero de 2015, ahora alberga a casi nueve mil personas, aunque las autoridades ya han prometido clausurarlo. Algunos llegan a saltar a la carretera y abordan a los automóviles para que les llevan hacia el otro lado: el nuevo muro, de un kilómetro de largo, ocho metros de altura y cemento resbaladizo, pretenderá impedirlo. Eso sí, será adornado con flores y motivos vegetales para que el impacto visual no desagrade a los automovilistas. Visto lo visto, el Gobierno de Theresa May no sólo sigue adelante con el Brexit de la Unión Europea sino con el Brexit de los derechos civiles.

Hay muchos otros muros en Europea, que no suelen llamar tanto la atención informativa. Por ejemplo, el muro de trece kilómetros que separa Belfast de Irlanda y que, a pesar de los acuerdos de paz de 1998, sigue en pie desde 1969, como un ghetto católico frente a los protestantes. ¿Qué decir del muro entre Austria e Italia, entre Macedonia y Grecia, entre Bulgaria y Turquía? Un muro de doscientos kilómetros al que eufemísticamente llaman “línea verde” divide la zona griega de la turca en Chipre, atravesando la ciudad de Nicosia.

De Gaza al Sáhara.-

Al muro que separa Israel de la franja de Gaza, se sumará ahora una barrera subterránea destinada a bloquear los túneles realizados por los palestinos, para intentar burlar los check points de superficie, aunque suelen reservarse para acciones armadas y no para las idas y venidas habituales de trabajadores o empresarios, cuyos movimientos restringe cada vez más el gobierno de Tel Aviv: se trataría de la mayor cárcel al aire libre del mundo, según describe con acierto la propaganda palestina.

En la actualidad, Gaza está cercada por la marina israelí y vigilada por globos estáticos y drones. Además, hay un muro en la frontera con Egipto y una alambrada en la parte colindante con los territorios ocupados en 1948. Ahora, se pretende llevar a cabo las obras del muro subterráneo, pero otro se extenderá también a lo largo de 96 kilómetros de la frontera sur, con un coste superior a 500 millones de euros.

Mucha mayor extensión presentan los ocho muros defensivos que Marruecos estableció en el Sahara occidental, con una longitud superior a 2720 kilómetros: todo un parque temático de búnkeres, campos de minas y vallas, con la intención explícita de que los polisarios no regresen a su país, del que tuvieron que exiliarse hasta la hamada argelina en 1975.

El muro de Trump.-

Estados Unidos tampoco podía permanecer ajeno a la moda de los muros, como pretende Donald Trump, el candidato republicano a la Casa Blanca, que se encargó de hacer circular la especie de que iba a construir uno en la frontera sur y que, además, iba a pagarlo México. Nadie entiende aún por qué el presidente mexicano Enrique Peña Nieto llegó a recibirlo oficialmente, pero, como en la canción de Kiko Veneno y de Chico Ocaña, entre el excéntrico multimillonario y el voto latino ha empezado a crecer un muro de metacrilato que puede impedirle el sueño de Washington. O, mejor dicho, la pesadilla, para todo aquellos que no apreciamos la probable belleza de los muros ni que, como diría un cantable que popularizó Rosa León, con tantas rayas y puntos, en la nueva cartografía de la tierra, el mapa parece un telegrama: ¿qué nos estará intentando decir su clave en morse?

Quizá, como el informe hecho público por Unicef hace unos días, que la mayor parte de los refugiados son niños y niñas. Alrededor de cincuenta millones viven actualmente lejos de su lugar de origen, desarraigados y a veces perdidos de su familias. Como Aylan Kurdi, el niño muerto hace justo un año en aguas del mediterráneo y cuyo cuerpo arrojó el mar hasta una playa turca. En aquel momento, aquella fotografía llegó a derribar un muro, el de la conciencia de Angela Merker, la canciller alemana. Su plan de acogida a los refugiados duró poco. Y a pesar de ello, su partido acaba de ser desbancado en la región de Mecklemburgo-Pomerania Occidental por un partido populista de extrema derecha denominado Alternativa para Alemania. Ese otro muro que empieza a levantarse en Europa cuenta con los ladrillos de los votos ciudadanos y con la estricta argamasa de la ignorancia y del miedo.

Juan José Téllez

Fuente: Público.es

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