Es difícil imaginarse cuál será la frenética velocidad a la que se mueven los cubitos de hielo al ser agitados, convulsivamente, por un barman dentro de la coctelera, pero les puedo asegurar que me invadió una sensación parecida
José Antonio Martín Pallín
La estadísticas nos dicen que el porcentaje de accidentes e incidentes en la red ferroviaria de Galicia es preocupante. No es necesario ser un especialista en la materia para sostener, como dato evidente, que los trazados y los mecanismos de control se han quedado al margen de los avances implantados en otras zonas de nuestro territorio.
Por experiencias vividas, creo que una parte importante del problema radica en la decisión política de compensar el abandono de Galicia del plan general de la Alta Velocidad, con el ofrecimiento de mejoras en los tiempos de recorrido en los trayectos medulares de los ejes Norte Sur. El peligro radica en implantar velocidades excesivas, en tramos que no reúnen las condiciones de trazado y seguridad adecuadas para la rapidez que se pretende conseguir.
Dada mi edad y mi impenitente vocación viajera, he tenido la oportunidad de utilizar todo género de medios de transporte y por tanto experimentado marejadas, turbulencias y movimientos laterales en los trenes. Les confieso que nunca había sentido el sobresalto que me proporcionó este verano el viaje Pontevedra-A Coruña en un tren moderno que me llevó a mi ciudad natal en una hora y diez minutos.
Es difícil imaginarse cuál será la frenética velocidad a la que se mueven los cubitos de hielo al ser agitados, convulsivamente, por un barman dentro de la coctelera, pero les puedo asegurar que me invadió una sensación parecida, en el trayecto que estaba realizando. Es cierto que la duración del viaje se ha reducido notablemente pero las condiciones de seguridad me parecieron extremadamente deficientes e incluso peligrosas, si tenemos en cuenta los movimientos (seguramente equiparables a un seísmo de grado 8 o 9 en la escala Richter) que experimentaba el convoy al circular a velocidades superiores a los 100 km/h.
Entra usted en el vagón y ocupa su asiento. Al cabo de un rato, cuando el maquinista decide poner al tren velocidad de crucero, comienza a sentir una agitación lateral compulsiva que le hace temer, no por su estabilidad, porque se puede agarrar con fuerza al reposabrazos del asiento, pero sí por su seguridad. Uno tiene la desagradable sensación de que de un momento a otro el tren puede salirse de los raíles, bien porque estos no reúnen las condiciones necesarias para esas velocidades o bien porque los ejes, en un momento determinado, no resistan tan brutal tracción.
Invito a todos los que quieran experimentar esta sensación a subirse al convoy que le llevará rápidamente a la estación de destino. A cambio deberá soportar un desagradable sobresalto cuando perciban que sus vísceras se agitan como los hielos de una coctelera. Al parecer estas incomodidades y sentimientos de inseguridad no las han experimentado los responsables de los estudios previos a la puesta en marcha de este servicio ferroviario. En todo caso, no las han valorado, suficientemente, los responsables técnicos del mantenimiento de estos trazados.
No hace falta ser un experto para experimentar una razonable dosis de preocupación al comprobar que las agitadas traslaciones de lado a lado, son incluso superiores a las de algunas turbulencias habituales en los trayectos aéreos. Parece que nadie ha reparado en esta situación y, quizá por mi ignorancia, esté exagerando las circunstancias peligrosas por las que atraviesa el viajero en grandes partes del trayecto, salvo cuando el tren aminora notablemente la velocidad.
Tengo la sensación de que en el reciente descarrilamiento de O Porriño, la versión oficial que nos han ofrecido sobre las grabaciones de las llamadas cajas negras, están tergiversadas o sesgadas. No parece racional que un maquinista experimentado que circula habitualmente por ese tramo a mas de cien kilómetros por hora, no aminore la velocidad si tiene la seguridad y certeza de que la vía alternativa que le ofrecen, está limitada a 30. La otra hipótesis descabellada que, al parecer no ha sido todavía manejada, es que se tratase de un suicidio.
Los sucesivos informes técnicos nos dirán cual es la versión más verosímil o ajustada a la realidad. El maquinista ha fallecido y no nos puede contar los detalles de lo que realmente sucedió.
Es necesario y urgente tomar conciencia sobre la evidente antigüedad e inseguridad del trazado ferroviario de Galicia y actuar en consecuencia. Si algún día, espero que no, los ejes del tren Vigo A Coruña no soportan la tracción frenética que experimentan y se salen de la vía, por favor, no descarguen la culpa sobre el maquinista.
Fuente: eldiario.es
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