jueves, 11 de agosto de 2016

Albert Rivera en Honrados Anónimos




David Torres
Estos días los periódicos vienen tapizados de arriba abajo con las fotos de los desencuentros entre Mariano y Albert, un dúo cómico que amenaza con inaugurarse pero que no acaba de cuajar. El problema es que ni siquiera ellos mismos saben si van a dedicarse al humor, a la canción o a otra cosa. En los reportajes sobre música pop lo habitual es dedicar las primeras planas a los grupos que se separan; en las crónicas políticas lo que interesa es el momento en que la banda va a juntarse, afinando los instrumentos y tanteando el repertorio. Mariano y Albert están a punto de triunfar como dúo siempre y cuando Albert acepte la precedencia en todos los órdenes de Mariano, quien nunca va a aceptar que sean Albert y Mariano por la mismas razones que Simon y Garfunkel no eran Garfunkel y Simon.
Tal y como se estrechan la mano, prolongando el apretón un buen rato, mirando al horizonte y sonriendo aplicadamente a la cámara, dan la misma impresión que cualquiera de esas parejas artísticas que siguen unidas por presiones del público o por consejos paternales de su manager. No es que no tengan ganas de seguir: es que no tienen ganas de empezar. La tirria que se profesan es previa a sus relaciones íntimas, justo al revés que ciertos matrimonios, pero en su ingenuidad piensan que quizá un buen revolcón pueda enderezar las cosas. Con lo que sueñan en realidad, por pragmatismo e ideales, es con fusionarse en una yunta artística de hermanos al estilo de Estopa, Pimpinela, Azúcar Moreno o, mejor todavía, Los Chunguitos.
Para dirimir las diferencias de criterio entre ambos, Albert le ha comunicado a Mariano una lista de seis condiciones previas que no parecen muy difíciles de cumplir: bastaría con disolver el PP. De hecho, por la peste que va soltando de norte a sur y de este a oeste, el partido entero está podrido. Sin embargo, según el electorado -por no hablar de los datos y estadísticas- España rula perfectamente aun con un gobierno en descomposición. Ya se han ido tres ministros por el desagüe y la cosa no para de mejorar; en cuanto se marchen los demás, podríamos salir del agujero.
Las seis condiciones ineludibles a las que Albert ha condicionado su apoyo no son más que una simplificación del programa de doce pasos de Alcohólicos Anónimos. No hay más que ir sustituyendo en cada uno de los epígrafes los términos “poder superior” o “Dios” por “PP” y el término “alcohol” por el término “honradez”, esa extraña droga a la que está enganchado Albert Rivera desde hace un año y que tantos disgustos le está dando. Por ejemplo:
1. Admitimos que éramos incapaces de afrontar solos la honradez y que nuestra vida se ha vuelto ingobernable.
2. Llegamos a creer en un PP superior a nosotros que podría devolvernos el sano juicio.
3. Resolvemos confiar nuestra voluntad y nuestra vida al cuidado del PP, según nuestro propio entendimiento de él.
6. Estamos enteramente dispuestos a que el PP elimine todos estos defectos de carácter.
7. Humildemente le pedimos al PP que nos libre de nuestras culpas.
Etcétera.
David Torres
Fuente: Público.es

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