Ando resintonizando una y otra vez mi televisión y, ¡oh, cáspitas!, si no le doy al mando hasta pasar al blanco y negroMariano Rajoy no me sale. Es lo que tiene la moderna tecnología, tan poco compatible con la vieja democracia que si te pasas una caspa te hacen unSnowden por querer ver, decir o escuchar la verdad. Hay mucho debate estos días en los medios analizando si Rajoy hace bien o hace mal eludiendo los cara a cara, los hostia a hostia, los tête à tête que le proponen en streaming o en plató, y yo estoy de acuerdo con Rajoy al concluir que la mejor estrategia del presidente para no perder votos es hacer creer al votante que Rajoy no existe. Se decía muy bien en Sospechosos habituales: “La mejor treta que pudo idearse el Diablo fue la de hacerle creer al mundo que no existía”.
La rancia derecha española siempre ha actuado así. El franquismo dejó de existir un 20 de noviembre de 1975, y desde entonces todos somos demócratas sin pasado, con incierto presente y con feliz futuro. Incluso Manuel Fraga fue recordado en el día de su muerte como padre de una constitución que intentó (y consiguió, en parte) dinamitar. Permitimos esconder casi tantos cadáveres en las cunetas como Camboya, después borramos las vergonzosas biografías de nuestros futuros gobernantes y hoy, cual Juan Tamariz, también hacemos desaparecer a nuestros candidatos.
Mariano Rajoy no acepta un cara a cara porque no sabe de qué jactarse, y aun así las encuestas le dan unánime ventaja sobre los otros candidatos. España es un país de derechas, por mucho que diga después la suma de votos. Todavía sobrevive la percepción de que solo los de siempre pueden mantenernos tan mal como siempre, y con eso nos conformamos. Somos el país que menos invierte en i+D+I político. Aquí no se renueva nada, salvo el hecho de que ahora vemos el No-Do en 3-D, pero la calidad y objetividad del contenido es la misma.
No nos sucede solo a nosotros. En Francia, un denostado François Hollande(socialista, sic) acaba de recabar inmensos grados de popularidad por defender que un episodio terrorista se combate con una guerra. Como Europa no conoce su historia, nos gusta lo antiguo, lo bestialmente tradicional, la épica beligerante y la prosopopeya cuartelera. En cuanto se mete en una guerra, cualquier político mediocre y faldero se convierte en gran estadista.
La democracia es un misterio. Siempre se ha dicho que el ser humano, cuando actúa en mogollón, suele cometer barbaridades: pasa con las pandillas a la salida de una discoteca y con los pueblos cuando se les señala a un judío o a un moro. La masa es siempre menos racional que un solo hombre, y ahí está la gran contradicción en la que se basa Mariano para saber que la democracia, el mogollón, puede ser buen pasto para los antidemócratas. Dejad que el pueblo hable para que diga lo que nosotros no nos atrevemos a decir. Por eso Mariano prefiere estar callado: sabe que el silencio es uno de los estruendos que provoca más miedo.
Pasado el tiempo, convertido el 15-M en una placa conmemorativa en la Puerta del Sol, Rajoy considera que el silencio, la desaparición, la evanescencia puede ser su mejor arma. Y no anda descaminado. Aunque no ha leído a Kafka, sabe que “toda revolución se evapora y deja atrás sólo el limo de una nueva burocracia”. Y permite que los demás hablen y debatan. Que Pablo Iglesias se ablande centrista hacia esa nueva burocracia. Que Albert Rivera le adelante por el carril neofalangista. Que Pedro Sánchez le ponga cara nueva a la viejaentente bipartidera de las puertas y las cuentas giratorias. Mientras, él juega a que no existe, como el diablo. Desaparece. Y, lo que es más terrible, gana. La mejor treta que pudo idearse Rajoy fue la de hacerle creer a España que no existía. Manda carallo.
Aníbal Malvar
Aníbal Malvar es periodista y escritor. Su última novela es "La balada de los miserables" (Akal, 2012)
Fuente: Público.es
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