Hoy hemos sabido que se ha producido un nuevo atentado en Afganistán. Se trata de la segunda noticia que recibimos de estas características en los últimos dos meses. La anterior fue el bombardeo del hospital de Médicos Sin Fronteras por parte de Estados Unidos. Uno de esos daños colaterales que solo llegan al mundo desarrollado cuando hay occidentales u organizaciones internacionales de por medio. Una de las muchas muestras de la crueldad mediática en la que vivimos.
¿Dónde están los dos millones de refugiados? ¿Felices y comiendo perdices? Me temo que ni una cosa ni la otra, pero ya no importan. No importan a nadie. Que se mueran pero que hagan el menos ruido posible, que molesten lo menos posible y menos ahora que son navidades y hay que pasar las fiestas tranquilos.
La desgracia es que esos dos millones de refugiados ya no están en las televisiones, radios o diarios de mayor difusión. Y si no están ahí no existen. Afganistán como estado fallido tampoco está en televisión, por lo tanto tampoco es un estado fallido. Ni siquiera existe. Existe hoy, tal vez mañana, quizá el domingo si la liga no se pone muy interesante y ya. Se terminó. Nada de debates serios sobre las consecuencias de abandonar Afganistán en esta situación (las tropas han abandonado el país este año).
No me queda más remedio que decirlo. El estado en el que hemos dejado Afganistán, descrito de forma magistral por Tica Font (15 años de invasión en Afganistán), se encuentra a merced de los señores de la guerra, los corruptos y los talibanes, por lo que es muy probable que tengamos dentro de no mucho otromutante como sucedió en Irak con el Estado Islámico. Y no nos importará, no hasta que vuelvan a estallar los cuerpos de radicales en nuestras discotecas, campos de fútbol, trenes, autobuses… O hasta que una fotografía de un niño afgano estremezca al mundo.
Creo que hay que intentar hacer un esfuerzo por cambiar un destino que nada bueno nos depara. La guerra de Irak y Afganistán le han costado solo a Estados Unidos entre 3 y 8 billones de dólares lo que supone unas 5-6 veces el PIB de España. Si sumamos lo gastado por todos los países involucrados, no solo USA, a las ganancias en petróleo de las que nos hemos apropiado y tenemos en cuenta las pérdidas ocasionadas, no es descabellado pensar que tal vez hubiese sido más rentable para Occidente que hubiéramos desarrollado ambos países y erradicado la pobreza, la corrupción y el colonialismo con el que los expoliamos (especialmente Irak). Dinero hubiéramos tenido de sobra para intentarlo, máxime teniendo en cuenta que tendremos que volver a gastar en armamento para otra previsible guerra y en seguridad para evitar atentados. Tales gastos no solucionarán ni un problema ni otro como ya nos ha demostrado la historia, lo que bien les vendrá a las industrias relacionadas con el mundo militar y la seguridad.
Para hacernos una idea del impacto que hubiera supuesto para la economía afgana e iraquí que hubiéramos invertido lo gastado en la guerra, Afganistán necesitaría de más de 500 años para producir semejante cantidad de dinero y en el caso de Irak, un país con grandes reservas de petróleo, más de 50 años. Ni que decir tiene que un señor cuyo entorno mejora entre 50 y 500 veces más de lo habitual está mucho menos dispuesto a hacerse pedazos en Occidente. Por el contrario, si todo lo que le rodea a una persona queda destruido, mueren algunos de sus familiares y amigos o pasa hambre y calamidad al tiempo que contempla como el petróleo acaba en Occidente, será mucho más fácil que sea atraído por ideas radicales.
Si hubiéramos hecho las inversiones mencionadas es muy probable que la industria armamentista no se hubiera multiplicado por 44 en España en los últimos 14 años, como tampoco las farmacéuticas, las empresas de seguridad o las petroleras hubieran montado su mercadillo con el petróleo del ISIS (vendido muy por debajo de su precio de mercado), el miedo occidental o el opio afgano.
Por tanto, ha llegado la hora de recapacitar sobre nuestra política exterior: ¿Quiénes son los favorecidos con todo este terror? ¿Los poderosos y los lobbies o los ciudadanos?
Mientras tanto, no queda más remedio que lamentar la muerte del policía español en Kabul y de todos los afectados por este y otros ataques terroristas, y enviar el pésame a las familias.
DEP
Luis Gonzalo Segura, exteniente del Ejército de Tierra y autor de las novelas “Código rojo” (2015) y “Un paso al frente” (2014).
Fuente: Público.es
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