Parafraseando a Marx, cabe escribir que un fantasma recorre hoy los despachos del IBEX, los palacios institucionales y algunas embajadas de ese norte de Europa revuelto y brutal, como diría José Martí. Todas las potencias de la vieja España llevan a cabo una santa montería contra este espectro de la unidad de las fuerzas progresistas españolas. Nada les inquieta más que aquellos que representan lo mismo, defienden lo mismo, tienen los mismos objetivos y aplican la misma política, terminen bajo una u otra fórmula, con uno u otro nombre, en una misma plataforma de unidad popular. Como en la I Restauración de los Borbones, les aterra que sea un Pablo Iglesias el que también termine con los Cánova y Sagasta de la II Restauración borbónica.
La crónica anunciada de un acuerdo político entre Podemos e Izquierda Unida es ya, cuando ni siquiera ha sido negociado, el eje político de la inminente campaña electoral. Asombra, por lo tanto, que desde el interior de ambas formaciones se discuta sobre si más vale este pájaro de la unidad progresista hoy en mano o si, por el contrario, mejores son los posibles cientos que volarán mañana. Como si la transversalidad de Podemos o la identidad de Izquierda Unida pudieran perderse, si Garzón e Iglesias optaran por ese común denominador de sumar esfuerzos para multiplicar resultados. Es una pura polémica bizantina por completo ajena a los intereses sociales de los seis millones largos de sus electores.
Del enemigo, el consejo. Basta ver su reacción para constatar el acierto político de esta negociación todavía no iniciada. Al movilizar toda su artillería ideológica, bien asentada en los medios de comunicación, a favor de la división de estas dos fuerzas políticas, es señal clara de la grave preocupación de los poderosos. Bien evidente, por otra parte, en el aliento que insuflan a quienes colocan bastones bajo las ruedas de Podemos e Izquierda Unida. De repente, su abanico de plumas envenenadas muestran su gran inquietud por los transversales morados y los patrioteros de partido rojos. Ya no hablan de Casa Común o causa común, sino de la necesidad de separar cada uno de los pisos progresistas.
Los últimos cien días, que han sido toda una lección política para cientos de miles de ciudadanos, no dejan lugar a ninguna duda sobre lo rentable que ha sido el fraccionamiento de los sectores sociales populares para los del IBEX. Primero, no gobierna Sánchez por la amenaza latente de escisión en el PSOE, si el secretario general hubiese entrado en la Moncloa de la mano de Garzón e Iglesias; segundo, Podemos e IU, al no presentarse juntas, han carecido de la suficiente capacidad de presión política para contrarrestar la que los lobbies han ejercido sobre el PSOE. Si el enemigo enfila la recta del 26 de junio con tranquilidad, se debe a que cada oveja progresista no va con su pareja, e incluso alguna se ha marchado al rebaño enemigo.
La separación de Podemos e IU, sumada a la deserción del PSOE, facilitará que Rajoy se mantenga en el gobierno con el apoyo de Rivera y la abstención de quien, en un futuro, sustituya a Sánchez. Esa división es la que los poderes fácticos necesitan mantener para aplicar una brutal política de recortes sociales, ya diseñada por los hombres de negro de la Troika. Su pizarra, nada más cerrarse las urnas, es clara. La oposición debe ir desunida. Al PSOE le tocará el papel de comodín de la Gran Coalición; y a Podemos e IU, enrocarse mutuamente en sus siglas, en espera de tiempos mucho más propicios para líricas transversales o patrioteras. En definitiva, que todas las fuerzas sociales para el cambio político no apuesten juntas por la posibilidad de hacerlo real.
Mal está para estos poderosos que la alternancia, basada en el turno de poderes de PP-PSOE, haya finalizado; pero mientras no sea sustituida por una alternativa, les cabe la esperanza de volver a la anterior correlación de fuerzas. Acaban de fracasar, por ejemplo, en la operación de recambio Rivera-Sánchez, montada por el IBEX, sin que esta derrota haya despejado el camino a un gobierno progresista. Lo que les preocupa de un posible acuerdo de Podemos e IU es, precisamente, que pudiera ser el primer paso hacia la configuración de una potente alternativa de gobierno basada en la unidad de las fuerzas sociales del cambio. Es una de esas muy escasas oportunidades históricas que se presentan cada cien años. Desaprovecharla sería una irresponsabilidad.
Fernando López Agudín
Fuente: Público.es
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